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‘De doctrina’, de Miguel García Posada (1944)

Descartados ya todos los afectos,

Abandonada toda cortesía,

No esperar comprensión ni tolerancia,

Ni clase alguna de misericordia;

Ventear bien despierto las insidias,

La deslealtad, la astucia, las traiciones;

Estar siempre dispuesto a abrirle al juez

De par en par las puertas de tu casa:

Observar en silencio, resignado

Cómo se lleva todos tus despojos.

El libro que incluye este poema ganó hace un par años uno de los premios de poesía más jugosos. Sé que es más fácil moverse a golpe de galardones y honores que de gustos personales a contracorriente de lo dictado por –escribir aquí lo que proceda-. El miedo a no acertar con el juicio que se espera de uno suele matar la visión original y propia. A menudo me ha pasado, aunque procuro rebelarme contra la pereza y mi falta de talento para decir lo que pienso.

Eso intento hoy. Inclemencias está demasiado del lado del bien. La ética de la convicción formulada lírica y retrospectivamente me deja un poco frío. Pero también Inclemencias, algunos de sus poemas y versos, tiene la rara virtud de estar en el mundo, de cantarlo con sus armas («edad de los engaños y de las burdas máscaras») y de resignarse a su inevitable triunfo («me vencerás, edad del atropello»).

Nacho S. (@nemosegu)

‘Luz de invierno en el Gianicolo’, de Martín Lopez-Vega (1975)

Estropeó todas las fotografías, aquella luz de invierno

sobre los árboles del Gianicolo: demasiado intensa

como para quedar bien fijada.

Lo mismo ocurre con los momentos

en exceso felices: la memoria no consigue después

interpretarlos adecuadamente,

otorgarles la luminosidad precisa.

Quedan en la fotografía cosas que no están en ella:

los racimos de muchachas americanas

camino del bar Gianicolo,

el cañonazo de las doce en homenaje a Garibaldi,

mis manos, dos partes de mi cuerpo que no me agradan

-sus dedos como ramas de un árbol demasiado cansado

de buscar en vano la ternura.

Queda esa luz que acaricia el lomo de los días

y que niega al recuerdo de aquella colina

esa intuición misteriosa:

allí es imposible

prever el olor que rodeará nuestras sepulturas.

Lo escribe en su combativa poética: «La literatura no es más que un intento de reconstruir el libro de instrucciones que nadie nos da cuando nacemos». Y confiesa: «Me gustan los poemas que son radiografías». Y exige: «Poesía útil que ayude a vivir». Martín Lopez-Vega es un poeta de los que a mí personalmente nunca me defraudan, porque combinan la nostalgia del buscador de pérdidas, la lengua recta y clara (que como él mismo apunta, es también una invención, como la barroca) del comprometido con la realidad y el punto de hiel de quien espera y espera siendo lúcido.

A veces, uno piensa

que busca una respuesta y lo cierto

es que aún no ha encontrado siquiera la pregunta.

Una pregunta que hoy podría ser tal vez

cuál es mi sitio, y el tuyo,

esta mañana de fines de septiembre,

y de qué somos bandera.

NOTA: Extraído del volumen Última poesía española (ed. Marenostrum)

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado