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‘El esperado’, Jordi Doce (1967)

El tiempo ayuda al mito de lo que no sucede.

Él vendrá o ha venido, no se sabe a fe cierta,

Abundan los rumores mas no hay pruebas,

Pudo ser aquel viejo de la capa raída

O el callado extranjero que no salió del cuarto

Durante días, ¿quién podría asegurarlo?

Mejor no decir nada, mantener la vigilia,

Dar órdenes precisas a guardias y aduaneros,

Dibujar en el sueño el rostro de quien nunca

Dio señales de vida ni declaró su nombre,

En la espera y deseo de que alguna mañana

Se anuncie en una vuelta del camino,

Incorpore su rostro a nuestro asombro

Tan sólo por hallar a sus creadores,

Por saber que fue cierta nuestra imaginación.

«También sin prisa, yo los miro / absorto en la terraza, con palabras / que el silencio propone». Esto versos casi finales de Amanecer con tejo de Jordi Doce expresan más sobre las intenciones de su poesía que aquella poética un tanto confusa (como casi todas las poéticas) que hace años escribió para cierta antología, ésta. Leyéndola de nuevo me viene el Gombrowicz de Contra los poetas; aquel Gombrowicz que tenía más razón que un santo en todo lo que decía.

No me resultó fácil de dirigir la poesía de Jorge Doce. Pero soy terco, adoro la dificultad (no confundir dificultad con sinfonías de colores). Sus palabras se demoran lo suficiente en la superficie de las cosas como para que resulte emocionante el elogio de la lentitud o, directamente, de lo extático. Y el tiempo, ¡se me olvidaba el tiempo! Es como si lo diseccionara.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)