Todo se crece y todo
sobrevive, todo es mercurio alzado
en la mañana hacia trópicos nuevos,
hacia nuevas promesas de agua o rayos,
de esculturas heladas
o palmeras.
Porque no existe grano que fecunde
menos de lo que el aire
desexilia, porque toda semilla
trae un surco
de estrechez y destino al corazón.
(André lo supo siempre, siendo ya un niño
enfermo
bajo la luz precisa de Normandía;
siendo la vida armada,
la feroz primavera, un desnudado
rostro entre la niebla
más tupida de Londres).
Todo se crece y todo
sobrevive, todo es umbría
senda desgajada de los instantes
secos. Todo moldea
el paso con que hollamos
las fuentes y la sombra, la distancia
y la sed.
(André, tú lo supiste siempre,
siendo
ya un guiño póstumo en la soga
que cercaba el último
retrato de Óscar Wilde, repoblando
de pájaros la orilla
menos blanca del Támesis).
Porque no existe pétalo que arraigue
sin un ruido en la tierra. Porque
todo destello que se siembra contiene
ya en sí mismo
la espera y su sepulcro,
el camino a la vida. Resurrección
y vuelo condenado.
Un poema debe, para la poetisa Martha Asunción Alonso Moreno, saciar y al mismo tiempo vaciar. “Alumbrar siendo oscuro”. Iluminar rincones poco accesibles del “jardín vallado” que cada uno cultiva con esmero en medio de las ruinas. Versos iguales a semillas que, como en el poema de hoy, nos concretan, quizá determinan.
El primer libro de esta filóloga francesa veinteañera se titula Cronología verde de un otoño y ganó el Premio Blas de Otero en 2008.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.