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‘Al lector’, de Charles Baudelaire (1821 – 1867)

Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan

la mezquindad, la culpa, la estulticia, el error,

y, como los mendigos alimentan sus piojos,

nuestros remordimientos, complacientes nutrimos.

Tercos en los pecados, laxos en los propósitos,

con creces nos hacemos pagar lo confesado

y tornamos alegres al lodoso camino

creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas.

En la almohada del mal, es Satán Trimegisto

quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu

y el precioso metal de nuestra voluntad,

íntegro se evapora por obra de ese alquímico.

¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!

A los objetos sórdidos les hallamos encanto

e, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,

bajamos hacia el Orco un diario escalón.

Igual al disoluto que besa y mordisquea

el lacerado seno de una vieja ramera,

si una ocasión se ofrece de placer clandestino

la exprimimos a fondo como seca naranja.

Denso y hormigueante, como a un millón de helmintos,

un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas

y, cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones

desciende, río invisible, con apagado llanto.

Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,

no adornaron aún con sus raros dibujos

el banal cañamazo de nuestra pobre suerte,

es porque nuestro espíritu no fue bastante osado.

Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,

los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,

los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,

en la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza

¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!

Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos

convertiría, con gusto, a la tierra en escombro

y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;

¡Es el tedio! —Anegado de un llanto involuntario,

imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.

Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,

-¡hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!

¡Baudelaire sólo para los días grandes! El 13 de enero de 2009, un poema Dámaso Alonso inauguraba este blog. Después de más 300 poesías y casi los mismos poetas, el primer artista de la vida moderna llega para bailar el vals del aniversario.

Por aquí pasaron: juglares malévolos; filósofos atormentados; solitarios honestos, oscuros o frágiles; epicureistas, comunistas, fascistas, heroínas de la República de las Letras; beatniks de primera y de segunda; soldados que apuntaban en verso; políticos manieristas; dandis con el secreto de la alegría y mandarines ociosos; surrealistas, deístas, ateos y funambulistas; sefardíes y babilonios; romanos cachondos y griegos sutiles… Y, en fin, mujeres y hombres que siguen respirando todavía (yo les he visto hacerlo).

(Gracias a Virginia P. Alonso, por ofrecerme la oportunidad de continuar lo que no era mío, y a todos vosotros, lectores fieles u ocasionales, pero siempre atentos, por haber hecho posible la buena conversación. Como dice mi amigo Pablo, la vida es un quid pro quo, y este blog, que trata de destilar su esencia -pues en eso consiste la poesía-, no pretende ser menos. Aprovecho el día para recordaros que cuantas sugerencias queráis hacer serán bienvenidas. Aquí somos todos protagonistas del último verso de Baudelaire.)

NOTA: Al lector es uno de los poemas más conocidos de ‘Las flores del Mal‘. No he querido poner el original en francés para no alargar demasiado el post. Pero aquí podéis leerlo: Au lector.

NOTA 2: La traducción que he publicado es del poeta Antonio Martínez Sarrión.

Nacho S.



‘En la noche’, de Téophile Gautier (1811 – 1872)

Cuando oímos crujir sordamente los muros,

cuando en la chimenea brotan múltiples ecos

que no son de este mundo, y con un ruido extraño

los tizones crepitan rodeados de un fuego

entre pálido y lívido, cuando hay viejos retratos

que hacen muecas por obra de los cambios de luz;

solitario, sentado, lejos de cualquier ruido,

¿es que acaso no os gusta mecer vuestras veladas

con relatos de aquellas maravillas de antaño?

Para mí es un placer; si en un viejo castillo

por azar he encontrado un pesado librote

entre el polvo de góticas librerías vetustas

hace tiempo olvidado, pero que tiene márgenes

con antiguas viñetas y fantásticas flores

y que brilla lo mismo que una extraña vidriera

con colores intensos ya no puedo dejarlo.

Virelais y baladas, láis, leyendas de santos

milagreros que curan los posesos del Diablo

y los pobres leprosos con tan sólo trazar

una cruz en el aire; cuando no son las crónicas

de las gestas de aquellos paladines sin miedo;

todo, todo mis ojos lo devoran ansiosos;

los relojes en vano doce veces avisan,

y es inútil que el búho chille al darse a la fuga

cuando hiere su vista la luz del candelabro

que ilumina el salón; continúo leyendo

mientras sobre la mesa de sepulcro la cera

se derrama formando oleadas y veo

que enrojece el cristal y que asoma a lo lejos

por oriente, en el cielo, el fulgor de la aurora,

la luz nueva del sol que amanece sonriendo.

Una idea precisa de la importancia que en su día tuvo Téophile Gautier reside en estas palabras que otro artista de la vida moderna, Charles Baudelaire, le dedica al comienzo de sus flores enfermizas: “Al poeta impecable, al perfecto mago de las letras francesas, a mi muy querido y venerado maestro y amigo”.

Autor de una novela de tema faraónico que aún hoy se lee con interés, La novela de una momia, Gautier fue algo más que novelista en una época, el Romanticismo (de la que él fue un augusto representante, aunque quizá menor), en la que los escritores estaban íntimamente convencidos de la certeza de un verso del citado Baudelaire: “el tiempo es corto, el arte es largo”.

Poesía, crítica de arte, periodismo (a su pesar), teatro, libros de viajes… El que fuera uno de los fundadores del movimiento parnasiano, tocó con desmesura todos esos palos, pero como en la Francia del XIX no eras respetado si además no te dabas con ahínco al cultivo del lado excéntrico, Gautier fue miembro destacado de la bohemia, participó en atolondrados conciliábulos de escritores (fue amigo del gran Nerval) y en otra clase de clubes, digamos más artificialmente paradisíacos…

NOTA: El poema En la noche está extraído de una antología del autor traducida y anotada por el filósofo Carlos París y publicada en los años noventa por Planeta.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.