Archivo de noviembre, 2010

‘Noche cerrada’, de León Felipe

Ya no puedo ir más allá.
Tropiezo de pronto en una piedra dura y negra
y no puedo ir más allá.
Tengo que recular…
y camino hacia atrás…
camino,
como un ciego camino…
y tropiezo de nuevo
en algo duro otra vez,
otra piedra negra que no me deja pasar.
Y el cielo se oscurece
y se hace duro también.
Entonces me amedrento
y grito.
No oigo nada,
y no puedo llorar.
¡Oh, niño perdido y solo!
El día no llega nunca,
nunca,
nunca,
nunca.
¿Por qué me dejáis abandonado,
ángeles amigos…?
¡No me abandonéis!
Haced algún ruido
¡moved las alas!
Un ruido de alas…
siquiera un ruido de alas.
¿Dónde estáis, ángeles amigos?

Cuando este blog era colectivo, @ialvar fue el primero -y el último- que publicó poemas de León Felipe. Para desgracia suya ahora nos vemos a diario. Y es casi a diario que me pide que publique algo más del “contradictorio poeta nietzscheano”, como le llamaba Neruda en sus memorias.

Soy sincero: leí a León Felipe hace mucho y no he vuelto hacerlo desde entonces. Nunca me identifiqué con ese círculo crítico que, con Juan Ramón Jiménez a la cabeza, lo consideraba y considera un poeta menor, pero lo cierto es que tampoco me arrebató del todo su terribilidad ni me conmovió las entrañas sus agónicas interrogaciones espirituales.

(No soy un lector de manual. Quiero decir que me importa poco que León Felipe fuera un poeta anacrónico, alejado de los movimientos literarios, inclasificable y a caballo entre generaciones: José Hierro también lo fue y me encanta su poesía).

Como figura insigne del exilio republicano, en cambio, le tengo mucho aprecio. El mismo aprecio que siento por Max Aub o por José Gaos. Cerca del Hospital la Paz, en Madrid, hay un parque con una estatua, un poco afeada ya por el paso de los años y el olvido municipal, dedicada a él: poeta del éxodo y del llanto.

Como vivo no muy lejos, ayer me acerqué y, mientras él leía, yo le tomé esta foto.

PD: Este Noche cerrada pertenece a su último libro de poemas, escrito un par de años antes de su muerte y titulado ¡Oh, este viejo y roto violín!

IMAGEN: N.S.

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Dos romances de Salvador de Madariaga

Valle oscuro, valle oscuro
Do se cruzan los senderos.
Yo vi pasar al Amor
Del brazo del Pensamiento.
El Pensamiento dudaba,
El Amor iba certero.
De la floresta vecina
Salió el canto de un jilguero.
Entraron en la espesura
Tras el pájaro parlero,
Y Pensamiento y Amor
En la noche se perdieron.
En vano se van llamando
Uno al otro en el silencio
Que es el valle muy oscuro
Y son muchos los senderos
Para que puedan hallarse
El Amor y el Pensamiento.
Y el uno mira hacia fuera,
Y el otro mira hacia adentro,
Y el uno sigue dudando,
Y el otro sigue certero.

El Madariaga público -diplomático, alto funcionario y catedrático- y el Madariaga escritor -novelista, ensayista y poeta- se funden en uno cuando se analiza su honda conciencia política. Madariaga fue un defensor del republicanismo liberal democrático (más liberal que democrático). Un ilustrado europeísta y un reformista aristocrático y conservador. (Con todo esto quiero decir que su tiempo, el mundo que conoció, ya no existe).

Pero hablemos mejor de su poesía. Tengo delante la primera edición de su obra poética completa, editada por Plaza&Janés en 1978. Es un volumen grueso, con poemas muy malos, muy ingenuos, muy barrocos y también otros muy buenos. Hay poemas escritos en francés y en inglés, lenguas que dominaba con una perfección envidiable. Hay traducciones de los grandes, desde Shakespeare a Blake. Y hay, además, romances a la manera clásica castellana.

Son estos, sus Romances de ciego, los mejores, los más sobrecogedores y contradictorios (alma y carne, amor y pensamiento, fe y razón). Un emocionado y ya por entonces trágico Unamuno los calificó de “verdades tenebrosas” y, a su autor, de “ciego vidente”.

El propio Madariaga recuerda que comenzó a escribirlos tras la prematura muerte de su padre, y a publicarlos -tímidamente- en la orteguiana revista España. Cuando se enteró de que el bueno de Don Miguel los recortaba y los guardaba en sus bolsillos, se los envió todos. En  1922 aparecerían como libro. Creo que hacía mucho que nadie los mencionaba. Cierro el comentario con el Romance final:

Cayó la luna en el mar
Y se quebró en mil pedazos.
Cayó el amor en el hombre
Y se quebró en desengaños.
Cayó el hombre en la Natura
Y se quebró en deseos vanos.
Cayó lo Eterno en la Edad
Y se quebró en miles de años.
Cayó Dios, y se hizo trizas:
Son los hombres, mis hermanos.

IMAGEN: www.telepolis.com

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