Archivo de octubre, 2010

‘Memoria futura memoria’, Esteban Martínez Serra (1962)

Existe -y es inevitable- una memoria futura,
Un espacio reservado para lo que será digno de recuerdo
Aunque aún no haya ocurrido y, quizá, nunca suceda.
En ese espacio dispuesto, acondicionado por la esperanza,
No cabe la desidia ni el dejarse llevar por una inercia
Hacia la rememoración, o hacia la mendicidad del pasado.
Si no se llenara ese espacio, si no fuese tenido en cuenta,
Llegarán falsos profetas proclamando la desmemoria
Y usurpando al futuro su derecho a inventarse.
La memoria de lo que habremos podido ser
Es ya evocación en lo que hoy somos.

La fascinación por la materia, por un futuro desangelado e inseguro, por un pasado que siempre tiene un regusto mítico aunque sea lamentable… o a pesar de que no se lamente. “Objetos apátridas” -los llama Esteban Martínez– sobre los que hacer “arqueología íntima”. Todo esto suena demasiado grave, foucaultiano diría un marisabidillo, y quizá asusté.

En el fondo, creo, las razones literarias de Esteban Martínez no son más que una forma sofisticada de nostalgia. Es frecuente, y no es del todo malo, que la poesía se adorne de preocupaciones trascendentes: que si desentrañar los mecanismos de la memoria, que si desguazar la infancia a golpes de adjetivo solemne…

Hay otros poemas en Luces nómadas (Bartleby, 2010) que hablan de todo lo anterior, pero no de una forma tan precisa -y tan teórica- como lo hace Memoria futura memoria. Nada más leerlo me vino a la cabeza aquello de Ernesto Sabato de que la vida consiste en construir futuros recuerdos.

Tanto el poema como el apunte de Sábato me parecen radicalmente optimistas.

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‘Versos grabados en una copa hecha con un cráneo’, Lord Byron (1788-1824)

Ni te sobresaltes ni creas que mi espíritu huyó;
En mí contempla al único cráneo,
Del que, al revés de una viviente cabeza,
Todo lo que fluye nunca es aburrido.
Viví, amé, bebí a grandes tragos como tú:
Morí: que la tierra renuncie a mis huesos;
Lléname: tú no puedes hacerme daño;
El gusano tiene labios más viles que los tuyos.
Mejor es contener a la uva burbujeante,
Que criar la viscosa progenie del gusano terrestre,
Y rodear en la forma de la copa
A la bebida de los dioses, que no al alimento del reptil.
Cuando por casualidad una vez mi ingenio brilla,
En ayuda de los demás, deja que brille;
Y cuando, ¡ay!, nuestros cerebros hayan desaparecido,
¿qué substituto más noble habrá que el vino?
Bebe a grandes tragos mientras puedas: otra raza
Cuando tú y la tuya, como la mía, se haya perdido,
Puede que te rescate del abrazo de la tierra,
Y rime y se deleite con los muertos.
¿Por qué no? Ya que mediante el breve día del vivir,
Nuestras cabezas efectos tan tristes engendran,
Redimidas de los gusanos y de la arcilla desgastada,
Esta posibilidad tienen de ser provechosas.

De persona a personaje y de personaje a actitud. Le Byronisme es una forma -en nuestros días más mítica que real- de descubrirse ante el mundo con ironía y pasión. Lo primero para decir a los poderosos (Epitafio para la tumba de Castlereagh) lo que otros más taimados no se atreven; y lo segundo para luchar por la libertad de un pueblo con la mente puesta en sus virtudes enterradas (Grecia).

Lord Byron creía que el ser humano debe hacer algo más por el mundo que escribir versos. Un desiderátum que sus futuros enemigos literarios se tomaron al pie de la letra, hasta el punto de decir que alguien que no se tomaba la poesía seriamente -¿profesionalmente?- no merecía ser apreciado como poeta.

Fue la juventud romántica de su siglo y del venidero la que se sirvió de Byron -como en otro sentido de Rimbaud– para construir el arquetipo de artista comprometido y cool, vehemente y sibarita. Alguien capaz de cantar al mismo tiempo al horizonte de una tierra sin esclavos y al tempus fugit.

TRADUCTOR: José María Martín Triana

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‘Tengo ansias de espuma’ de Basil Bunting (1900-1985)

Tengo ansias de espuma. Tumultuosa, que venga
con torrencial dulzura hasta la playa amarga
aún sin enjuagar seca y entumecida
de su propia impaciencia. Si al cielo le abruma
ese incesante verbo de un azul siempre igual,
tan inarticulado, su intranquila quietud
envenena las almas, que acaba por caer
en una esterilidad angustiosa y precisa
hasta desvanecerse: cuánto aún el mar debe
perfeccionar entonces alterándose inquieto
este aislamiento nuestro con la hostilidad suya.
La camaradería amable de su amado
ahonda nuestra envidia, mientras su indiferencia
nos empuja al suicidio. Persistentes recuerdos
de días esparcidos extreman su impaciencia
hasta una pasajera rebelión y enfatizan
la azarosa impotencia que siempre padecemos.
Mas cuando, enloquecidas y adornadas de espuma,
se nos lancen las olas con la ira del amor,
gimiendo un nombre extraño, agitando al llegar
súplicas reiteradas, en la euforia vivaz
de un oscuro deseo, bien podremos entonces
olvidar ese triste esplendor y jugar
a gusto hasta el momento en que exijan los dioses
una nueva, forzosa, desesperada calma,
y la espuma se muera, y amainemos de nuevo
en nuestra catalepsia, soñando con espuma
mientras la arena seca aguarda otra marea.

Bajo un epígrafe que se llamara Poesía y nomadismo tendrían cabida un puñado de culos de mal asiento con biografías disparatadas y excesivas. Lord Byron, Richard Burton, Ugo Foscolo, François Villon. Tipos que viajaron sin pausa y casi siempre lejos, ya fuera por placer exótico o porque no les quedaba más remedio.

La vida de Basil Bunting cabe en ambas categorías. Trabajó como carpintero y comandante del Ejército de su Majestad (del que también llegó a ejercer de espía). A sus versos le dedicaba el tiempo exacto entre dos huídas. Residió en Tenerife, Rapallo o Teherán. En todos esos sitios no abandonó la poesía ni dejó de refundirla, lo que no es sino otra forma, escribió, de “atornillar los tablones del propio féretro”.

No es fácil leer a Bunting. Es un representante tardío del movimiento moderno, como lo definió el gran Cyril Connolly. Admirador de clásicos grecolatinos como Lucrecio y de clásicos contemporáneos como Ezra Pound, sus poesías evocan un esplendor efímero, una naturaleza hinchada, corrupta y fascinante. Aunque quizá todo esto sobre. En el prólogo/justificación a su poema biográfico dice: “Briggflats es un poema: no necesita explicación”. Pues eso.

NOTA: Los que leáis alguna vez el blog os habréis dado cuenta de algunos cambios. Llevaba mucho tiempo siendo 10 personalidades, como dice el bueno de Bec, y ya empezaba a acercarme peligrosamente a la locura. El caso es que, aunque nada nuevo ha empezado, sí que me gustaría aprovechar estas pequeñas modificaciones para pediros vuestra ayuda. Quiero abrir una sección que recoja vuestras preferencias, peticiones, autores, poemas o puntos de vista. Un día a la semana, a ser posible siempre el mismo, publicaría un post con ellas. Quién sabe, quizá salga un parnaso digital de todo esto :).

TRADUCCIÓN: Faustino Álvarez y Emiliano Fernández Prado.

IMAGEN
: Derek Smith

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‘Soneto final’, de Mariano Brull (1891-1956)

Quise encarnar mi ansia en una sola rosa;
En una forma altiva florecer en belleza;
Que tuviera un anhelo sutil de mariposa,
Y que fuera la gracia blasón de su nobleza.
Pero en mi vida nada se acerca ya a la rosa:
Ni un tono ni un matiz, ¡oh, la, otoñal tristeza
Que idealizó el ambiente, y ha puesto en cada cosa
El alma pensativa que dentro de mi reza!
Se acerca del rosal la nueva florescencia;
Pronto la primavera ha de verter su esencia
Mostrándose fecunda la savia del retoño.
Mientras llega, da al viento su exquisita elegancia
La rosa pensativa de mística fragancia
Que perfumó escondida mi vieja alma de otoño.

La veta consular, de nuevo. La poesía latinoamericana sería completamente otra sin ese puñado de distraídos viajeros con valija diplomática. Mariano Brull fue un poeta cubano que vivió con un pie en Madrid y otro en París, asimilando el cóctel de ismos -primero el simbolismo, luego el modernismo y finalmente todos los demás- para acabar escribiendo una poesía pura, recogida y desolada, de influencias prerrafaelitas y resonancias religiosas.

Brull era admirado por compañeros de pluma como Gastón Baquero, que ya tuvo su huequecito aquí, o el mismísimo JRJ, que no dejaba de admirar cómo el cubano trataba a su querida rosa (“Rompo una rosa y no te encuentro”). Mecenas de la pintura de vanguardia, trasladó muchos de los sentimientos que le provocaban los cuadros de Picasso o De Chirico a versos, para mi gusto, excesivamente recargados.

Este Soneto final, que tiene poco que ver con aquel otro de Miguel Hernández, contiene muchas de las claves de su poesía, como el simbolismo y la mística del estado de naturaleza o los tópicos sobre el alma más al uso en su época.

IMAGEN:
www.cubaliteraria.cu

Nacho S. (@nemosegu)