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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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El beso de los castellers y las tetas de Mathilda May

 

Tenía yo archivada en mi carpeta de buenas fotos ajenas esta imagen de la fotógrafa Mireia Comas. Puede que ustedes no la hayan visto antes y por tanto que no se hayan percatado del detalle magnífico que la artista supo o tuvo la suerte de captar, quién sabe si no lo descubrió mucho tiempo después de hacerla: ese beso entre los dos chicos que ocupan la parte central de la imagen. Sí de acuerdo, lo primero que se preguntan es qué relación guarda la fotografía con los pechos de Mathilda May, a los que golosamente alude el título del post. Y lo segundo, si no estaré dejando algún mensaje subliminal respecto al «valleinclanesco» -en afortunada expresión de Pablo Iglesias- espectáculo vivido anteayer en el Parlament catalán. De esto último ya les digo que se olviden y no vean fantasmas, que el ruedo de la política ya está lleno de ellos. En cuanto a lo otro, vayamos por partes:

Gloriosa, Mathilda May en «La teta y la luna», de Bigas Luna

A esta actriz un servidor la descubrió hace ya una pila de años en una película de terror y ciencia ficción titulada Lifeforce, Fuerza vital (dirigida en 1985 por Tobe Hooper). Era un relato en el que una alienígena con fabulosos poderes destructivos succionaba a sus víctimas humanas el aliento del que ella se nutría dejándolas convertidas en una piltrafilla. La alargada sombra de Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) se proyectó en ésta, como en tantas otras, pero lo hizo transmutando el perfume erótico que la teniente Ripley había dejado en la nave de carga Nostromo en un tórrido vendaval.

Vamos, que la jovencísima actriz francesa, que entonces contaba veinte años, desplegaba sus poderes al natural y nos dejó a todos tan pasmados como a los policías que le salían al paso para perecer entre sus brazos. Sus tetas eran de una belleza tan contundente que nuestro añorado Bigas Luna pensó en ella para ofrecerle en 1994 el papel estelar de su canto a la leche materna y a su sublime contenedor que llamó La teta y la luna.

Y precisamente, en La teta y la luna el niño que se enamora de Mathilda May (Biel Durán, con diez añitos) y prueba el néctar divino de sus pechos es el anxaneta de una colla de castellers. Que era adonde queríamos llegar. Porque yo ha sido ver esa foto y recordar una escena en la que fluye la leche de la teta de Mathilda. No me dirán ustedes que no resulta imposible evitar la asociación de ideas. A los amantes del flamenco no se les pasará por alto la aparición de Miguel Poveda, jovencito, jovencito, pero ya dejando muestras de su arte (en el cante, que en la interpretación no tanto), también encaprichado de la belleza francesa.
Por cierto, no se pierdan esta noche el programa de La 2 de TVE Historia de nuestro cine, que precisamente emite este delicioso cuento de Bigas Luna, tristemente fallecido en abril de 2013, uno de nuestros creadores cinematográficos más inspirados y atrevidos; sin duda, uno de los grandes. ¿Quién si no Bigas, podría haber imaginado y puesto en escena un plano como éste? (lamentablemente hurtado en el trailer que os pongo más abajo):

Biel Durán y el pecho de Mathilda May en La teta y la luna