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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Justos y pecadores, todos revueltos

En el mundo globalizado en el que vivimos cualquier campaña publicitaria negativa puede dar al traste con la carrera comercial de una película. Es lo que supone la presión de la opinión pública, tan sensible (y manipulable) en según qué asuntos a las noticias chungas que involucren a los artistas, especialmente  directores, actores o actrices. Para evitar esa presión se retiran del cartel a las estrellas caídas en desgracia por motivos casi siempre relacionados con la reputación moral, en particular la relativa a conductas sexuales repudiadas. Es lo que le ha sucedido a Kevin Spacey, el caso más obvio, dejando aparte a Harvey Weinstein, que juega en otra “Liga de los abusos” y purga por hábitos malsanos –por decirlo suavemente- acreditados por toda una legión de víctimas suficientemente amplia como para sospechar que si este río tanto suena debe de llevar un Amazonas de agua. Spacey, por su parte, se ha caído con todo el equipo pero tendrá que pasar mucho tiempo para que descubramos si hay proporcionalidad entre los delitos o faltas de los que se le acusa y las consecuencias que para él han tenido las acusaciones.

Lo peor no es que quienes han cometido fechorías paguen por adelantado, antes de ser acusados formalmente ante un tribunal, juzgados y condenados, con el descrédito y el hundimiento de sus carreras, sino que en el clima de general indignación que provoca el aluvión de denuncias se mezclen justos con pecadores. Yo tengo escrito en este mismo espacio alguna reflexión al respecto que, a juzgar por algunos comentarios subidos de tono en contra de este opinador, es interpretada como una defensa de los primeros en lugar de una prevención para no confundirlos con quienes pueden encontrarse en el grupo de los segundos. Y no, claro, está, no pretende uno echar un cable de apoyo a sinvergüenzas, abusadores y menos aún violadores, sino advertir de que las inculpaciones deben sustanciarse en los tribunales y de que hasta que eso ocurra es temerario dar por demostrado lo que alguien dice contra otro, porque detrás del litigio pueden agazaparse las razones más perversas.

 

Quienes trabajamos en los medios de comunicación tenemos una especial responsabilidad para tratar estos asuntos con cuidado y delicadeza sin dejarnos llevar por prejuicios establecidos. Recientemente leí, para más inri en un periódico deportivo, un titular que decía: “La hija de Woody Allen, víctima de abusos sexuales por parte de su padre, critica la doble moral de Hollywood”. Tras la contundente imputación de culpabilidad contra el director neoyorquino asumida por el periódico en el titular, el cuerpo de la noticia se mostraba ligeramente más cauto: “Dylan Farrow, hija adoptiva de Woody Allen, quien denunció públicamente en 2014 los abusos a la que se vio sometida por su padre, ha vuelto a hablar. Esta vez, sobre la doble moral de Hollywood en un artículo titulado “¿Por qué la revolución #MeToo ha salvado a Woody Allen?”.

 

La falta de concordancia gramatical (“abusos a la que…”) en este texto es una cuestión muy menor frente a la cuestión de fondo, pero parece revelar inconscientemente la doble violación del código deontológico en la que incurre el periodista al dar por hecho, primero explícita y después implícitamente que las afirmaciones de Dylan Farrow (que tenía siete años de edad cuando supuestamente su padre adoptivo habría cometido los abusos) se sustentaban en hechos reales. El periódico toma partido en un asunto del que como mínimo hay muchos motivos para no estar seguros sobre quién dice la verdad, si el acusado, cuya imputación fue rechazada por un juez, o la acusadora infantil, detrás de la cual aquel juez vio la mano manipuladora de su madre, Mia Farrow.

El tortuoso caso de Woody Allen data de 1992 cuando en plena batalla legal por la custodia de sus hijos la actriz argumentó tales acusaciones sin conseguir que la Justicia las tomara por creíbles, pero llega hasta nuestros días. El 1 de febrero de 2014 Dylan publicó una carta en el diario The New York Times en la que volvía a cargar a su padre adoptivo con la mancha de haber abusado sexualmente de ella. Ronan Farrow (hijo biológico de la pareja) siguió su estela y publicó un artículo en mayo de 2016 minutos antes de la presentación mundial de Café Society, la anteúltima película de Allen, en el marco del festival de Cannes, cuyo título anticipaba su protesta por el escaso crédito concedido a su hermana: Mi padre, Woody Allen, y el peligro de no hacer preguntas. «Yo creo a mi hermana, él sigue en libertad y dirigiendo películas gracias a una cultura de la impunidad y el silencio. Amazon ha pagado millones de dólares para producir su serie y su nueva película”, afirmaba el periodista que descubrió la gravedad del caso de Harvey Weinstein en otro artículo publicado en The New Yorker.

Woody Allen en el Festival de Cannes

Dylan y Ronan coinciden en lamentar que muchas actrices y muchos actores sigan queriendo trabajar a las órdenes de Woody Allen y repudian lo que ellos consideran una evidente falta de compromiso contra los delitos sexuales. Lo que sin embargo dicen al respecto algunas señaladas, como Kate Winslet, estrella de Wonder Wheel, el último filme del director de Manhattan, es aquello que uno cree lo más sensato: “Yo no conocía a Woody y no sé nada acerca de esa familia. Como actriz de una de sus películas solo debes apartarte y decir: no sé nada, realmente no sé si es verdad o es falso. Tú dejas eso de lado y simplemente trabajas con la persona. Woody Allen es un director increíble«. En esa misma posición se encontraba también la actriz Blake Lively que respondió prudentemente: “Es peligroso hablar de temas de los que no tienes ningún conocimiento. Yo solo puedo saber lo que he experimentado”.

Kate Winslet en Wonder Wheel. A Contracorriente

Dylan agradece que otras intérpretes se mojen dando por buenas sus acusaciones, entre ellas Jessica Chastain, quien se pronunció con radical claridad afirmando que nunca trabajaría con Woody Allen. En su empeño por empujar a su padre al infierno en el que se encuentra Harvey Weinstein, Dylan responsabilizaba a aquél de haber puesto en su contra a su otro hermano de 39 años de edad, Moses Farrow, quien al contrario que ella considera que la verdadera madre del cordero, la culpable de este embrollo es Mia Farrow. Moses consideraba recientemente en una entrevista a la revista People que la actriz fue con ellos “abusiva física y emocionalmente”… “Ahora que ya no vivo con miedo de su rechazo soy libre de compartir cómo ella me cultivó y me lavó el cerebro”. Según Moses, Mia Farrow creó una atmósfera de miedo y odio hacia su ex pareja y respecto al hecho descrito por su hermana ha afirmado:  «Ese día había seis o siete personas en casa. Nadie estaba en un cuarto cerrado; mi madre salió astutamente para irse de compras. No sé si mi hermana realmente cree que ha sido violada o lo está haciendo para agradar a mi madre. Sería una motivación muy fuerte, ya que tenerla en tu contra es algo terrible”… «se enfurecía de una manera aterradora; nunca sabías qué podría hacer».

Woody Allen, Mia Farrow y sus hijos, Dylan y Moses. GTRESONLINE

El genial y octogenario director norteamericano (82 recién cumplidos) vive en un sobresalto periódico estos últimos años con la reactivación de ese caso que se remonta a un cuarto de siglo y que independientemente de cualquier calificación debería considerarse prescrito. Su cinematografía ha ido adquiriendo una gradación dramática que en el caso de la última entrega, Wonder Wheel, pese al maravilloso tratamiento cromático de Vittorio Storaro, vira a una tonalidad sombría que delata sin duda el estado de ánimo del cineasta; sus personajes se ven sometidos a la tiranía de una fatalismo que no les permite escapar de la infelicidad, a la que pretenden hacer frente con la ayuda del amor en sus diferentes versiones: el interesado, el resignado o el ingenuo. El amor y la vida, según Allen, dan unas vueltas del todo imprevisibles.