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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Karl Marx, vivito y coleando

Pocos barbudos hay tan famosos en la historia de la Humanidad y pocos individuos tan influyentes en los dos últimos siglos (que se van a cumplir pronto desde su nacimiento, el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, Alemania) como el pensador, filósofo y activista revolucionario Karl Marx. Y sin embargo en la narración cinematográfica con actores, en el llamado cine de ficción, en donde tal vez resida con más fuerza la realidad humana, no se tienen noticias de que haya tomado nunca el primer plano y el protagonismo. Hasta ahora, en que un director de origen haitiano, Raoul Peck, al que debemos un excelente y combativo documental titulado I am not your negro, ha decidido aventurarse en una apuesta arriesgada y complicadísima: llevar a todos los públicos de una manera comprensible y didáctica, sí, pero lo justo, los conceptos básicos de las teorías marxistas, envueltas en una fórmula biográfica que no traicione la severidad del personaje.

Vicky Krieps, August Diehl y Stefan Konarske en El joven Karl Marx.

De los personajes, en realidad, pues a Marx le acompaña, naturalmente, Friedrich Engels, su indispensable colaborador, compañero de lucha y fatigas y amigo del alma, por un lado, y por el otro Jenny von Westphalen, su esposa, con la que se casó en 1843 y madre de siete hijos, de los cuales cuatro murieron de muy corta edad. Y si apuramos el reparto, aunque ya en un plano de menor relevancia dramática, también hay que hablar de otros personajes, tales como Joseph Proudhon, uno de los padres, junto a Mijail Bakunin, del pensamiento anarquista.

A Raoul Peck hay que reconocerle, como digo, el valor de nadar contra una corriente gigantesca que, en el ámbito cinematográfico al que nos referimos, ha pretendido ignorar a los fundadores del movimiento comunista internacional y ha vertido centenares, miles de películas atacando las bases ideológicas sobre las que éste se ha levantado. En el ámbito político, ya lo sabemos, ha sido una guerra a muerte por extirpar del mundo cualquier rastro de las ideas marxistas.

Padre de la ciencia social moderna, estudioso inigualado de los mecanismos de explotación humana sobre los que se asienta el sistema capitalista, expuestos en su inacabada y monumental obra que llamó Das Kapital, publicado por primera vez en 1867 y más vigente que nunca en sus fundamentos hoy en día, Marx es en esta película, como su título indica, un joven de 26 años, exiliado con su esposa en París, que gusta del debate y la controversia, que busca la contradicción como camino de llegada a la luz de los conceptos de economía política, y que en uno de los más venturosos encuentros intelectuales que se hayan producido nunca conoce a Engels, que acaba de publicar su brillante ensayo sobre las condiciones de la clase obrera en Inglaterra, para acometer juntos la tarea de dar sentido a los movimientos revolucionarios que tratan de orientarse en Europa.

Uno lamenta que la película acote el arco temporal que cubre, no alcanza los cinco años, desde que surge la amistad entre los dos hombres hasta que cumplen el encargo de la Liga de los Justos de redactar un manifiesto que borre de un plumazo toda su jerga idealista, repleta de tan buenas como ingenuas y oscurantistas intenciones, y que se plasma en el legendario Manifiesto del Partido Comunista, publicado el 21 de febrero de 1848, en Londres. Un librito, en realidad un panfleto de agitación y propaganda con una inequívoca vocación didáctica para alentar a los obreros del mundo a unirse y a los filósofos a dejarse de pamplinas y poner sus intelectos al servicio de la causa: no solo interpretarlo, sino de transformarlo. Por cierto que resulta muy divertida la ocurrencia de colocar la famosa tesis 11 sobre Feuerbach, publicada años después de la muerte de Marx, en boca de don Carlos en una noche de borrachera.

Dos iconos, Engels y Marx.

El empeño de humanizar a los personajes míticos es un empeño que no siempre se consigue cuando la talla sobrepasa las medidas de lo imaginable, como es este caso. Han de aceptarse licencias y la primera de ellas es reconocer en el rostro y los modos de los actores. Los que encarnan a Karl Marx y a Jenny Marx me parecen muy acertados, August Diehl y Vicky Krieps. El primero posee la frente y el gesto arrogante, impetuoso y noble, y un parecido razonable con la oronda cabeza del pensador alemán. Krieps es una bella versión de Jenny, pero la aceptamos porque estamos menos familiarizados –o no lo estamos, en absoluto- con el rostro del personaje real. Sin embargo, Stefan Konarske no me acaba de convencer como Federico Engels, porque me hace pensar en un acompañante de mucha menor entidad, una especie de escudero, de Robin al lado de Batman, o de Pedrín, tras la sombra de Roberto Alcázar, y pido perdón por la frivolidad del símil.

Stefan Konarske y August Diehl en El joven Karl Marx. Pirámide Films

Pero, más allá de la verosimilitud de los actores, el guion hace malabares para no abandonar la seriedad divulgativa del materialismo dialéctico y acercar los personajes a una existencia cotidiana igualmente creíble, y además consigue que no sea un plomo de película. Créanme, no lo es. No se pierdan los títulos de crédito, que apoyados en un montaje fotográfico a los sones de la canción de Bob Dylan Like a Rolling Stone nos recuerdan la actualidad del diagnóstico marxista sobre el estupendo sistema socioeconómico en el que vivimos, que alimenta la opulencia de bancos y banqueros a base de arrojar a la miseria a millones de personas. El joven Karl Marx se estrena hoy en España. ¡Pues qué bien, no todo van a ser súper héroes de pacotilla y guerras de las galaxias!