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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Simios no tan monos

Siento mucho discrepar de la opinión crítica expresada en este medio por Daniel G.Aparicio. Lo bueno es que gracias a ello ustedes pueden tener dos puntos de vista diferentes.

Es lamentable que lo que más aprecie uno de una película sea el cartel. Aprovecho esa circunstancia para poder decir algo positivo de La guerra del planeta de los simios, por si luego no se me ocurre mucho más, que no quisiera yo ir de “destroyer” por la vida. Es un cartel fantástico en el doble sentido del término: en cuanto al género en el que se inscribe la cinta y como adjetivación de sus virtudes.

El careto de Andy Serkis trasmutado en César tiene la extraordinaria fuerza que en la acción se diluye como azúcar en agua, debido a un guion muy deficiente. Y la carita de la niña detrás del mono sugiere mucho mayor dramatismo, por contraste con él, del que luego encontramos en una historia cuya infantilización es la clave de una operación comercial que ha renunciado definitivamente a recuperar la línea de seriedad en la que se movía El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt, 2011) y no tanto su secuela, El amanecer del planeta de los simios (Matt Reeves, 2014). La elegante composición de la imagen en el póster remite por su lado izquierdo a un icono del relato original de El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968) y por el derecho sugiere unas connotaciones ogro-doncella que no guardan relación con la película pero resultan muy atractivas.

No es seria y sí muy decepcionante la tercera parte de esta última trilogía de El planeta de los simios que ha vuelto a dirigir Matt Reeves, un director que adquirió súbitamente prestigio gracias a Monstruoso (2008), una demostración de sabiduría narrativa y optimización de los escasos medios disponibles para una producción del género de fantasía, y Déjame entrar (2010) remake a su vez del homónimo sueco de 2008. No es seria porque no se puede saquear una obra maestra como Apocalypse Now, de la que se extrae gran parte del planteamiento argumental, reducido a un esquema mínimo, para contarnos una batallita de consumo infantil.

Y no es de recibo que Woody Harrelson parodie a Marlon Brando con su Coronel Kurtz de opereta al mando de un campo de concentración para simios, so pena de recibir un razzie como la copa de un pino, aunque no sé bien por qué concepto. Al lado de este campamento militar, la verja de Melilla es el no va más de la sofisticación y eficiencia en la vigilancia; ¡Es un coladero de doble dirección, entrada y salida! ¡Vaya mierda de campo es ése! Y se hace eterno todo el episodio, desde que llegan allí los simios que César conduce hasta el final. Por dios, ¿no había nadie que arreglara eso en montaje?

Hay quien ha creído ver en la construcción del muro que este coronel peripatético se empeña en levantar una alusión crítica a las pamplinas del auténtico Kurtz  que rige los mandos actualmente en la presidencia de Estados Unidos. Ya es echarle buena voluntad, puestos a buscar algo que elogiar. No digo yo que no tenga nada que ver, pero finalmente la metáfora, de haberla, no queda clara cuando vemos quienes asaltan el muro. Lo que sí es evidente es que la rebeldía de César, estandarte de lo más sano y progresista del relato, se convierte en simple deseo de venganza y lo conduce de nuevo, pues ya apareció en la entrega precedente, a un terreno de enfrentamiento entre el bueno y el malo, primando lo individual sobre lo colectivo, simplificando el conflicto de clases representado por la dualidad hombre-simio. De añadidura proyecta una sombra de duda sobre cómo los buenos cuando tienen el poder terminan pareciéndose a los malos.

Hay también algún mensaje peligroso sobre la inutilidad del sentido de la clemencia. Y si digo peligroso es porque estoy convencido de que el público que busca la película, su “target de audiencia”, ha bajado estrepitosamente de edad y con ello de interés para el público adulto, a quien la excelencia de los efectos visuales ya no sorprende ni justifica la paciencia que se le pide ante una narración morosa, no por escasez de acción, sino que, en ausencia de ideas nuevas que enriquezcan el planteamiento intelectual, nos regala un discurso profamilia tan simple como el mecanismo de un sonajero (¿existen todavía los sonajeros?).

El origen del planeta de los simios se ofrecía como una interesante hipótesis argumental capaz de enlazar con el clásico sin forzar sus estructuras; era original e independiente de él, y a la vez una brillante actualización, tanto en el plano de las ideas como de la puesta en escena, merced al uso inteligente de los CGI, los efectos visuales creados con la técnica de la captura de movimiento, o motion capture. En este comienzo de la trilogía se superponían reflexiones, tanto sociales como políticas, con digresiones morales sobre los límites de la ciencia.

En El amanecer del planeta de los simios se simplificaba el discurso de la rebelión de los oprimidos y se introducía la semilla que ha germinado en su continuación. Cesar tenía su compañera y un hijo en edad preadulta; Malcolm, por su parte, mujer e hijo adolescente. Los polos positivos representaban a la institución familiar, mientras que los polos negativos eran individuos sin pareja con ínfulas belicosas. Lo cual nos daba la clave de a qué público se dirigía la película: jóvenes y padres de familia a quienes no molesta que los efectos visuales, con su apabullante perfección, terminen por ser el auténtico protagonista. Si ya resultaba irritante que la mujer siguiera siendo, como de costumbre, un acompañante secundario del héroe masculino, ahora tan sólo aparece en edad infantil.

En La guerra del planeta de los simios están las faenas de Andy Serkis y su peña de monos, algunas localizaciones espectaculares y la primera batalla, al comienzo del filme, como elementos a destacar. Sobre la bondad de los efectos visuales ya está todo dicho y no creo necesario reiterarlo. A cambio, un guion que promueve la risa, pero por no llorar. Porque díganme cuando la vean si no es para echarse a llorar con el mono que parece un trasunto del robot C-3PO de La guerra de las Galaxias, sobre cuyas gracietas reposa el lado humorística. Las resonancias bíblicas acerca de la “tierra prometida”, y no quiero dar precisiones para no destripar nada, tampoco son un prodigio de sutileza e imaginación ni presagian nada bueno para sucesivas entregas. Lo dicho, decepcionante. Pero en el fondo no tan sorprendente.