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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

Archivo de enero, 2018

¡Que no vuelva la Santa Inquisición!

Primer día del año y ruego al cielo, sin demasiada esperanza de que se cumpla, lamento decirlo, para que 2018 no continúe por los derroteros por los que ha transcurrido el nefasto 2017 al que dijimos ayer adiós. Vivimos en una época en la que el concepto de “democracia popular” ha perdido su originario sentido político, relacionado con sistemas de economía socializada, para travestirse en un mecanismo perverso por el cual colectivos de toda índole se sienten con derecho a condicionar las decisiones creativas de los cineastas o los productores de obras audiovisuales. Así, por ejemplo, con el pretexto de la conducta moralmente reprobable de actores o directores, y tanto si ésta tiene o no consecuencias penales, algunos grupos de presión que operan en el terreno más influyente sobre la opinión pública, el de los medios y redes de comunicación,  consiguen que tan pronto retiren a un actor de una serie como lo borren literalmente de una película; unos pretenden que los personajes no fumen y otros que usen preservativos en sus efusiones íntimas; otros de más allá que no digan palabrotas y otros de más acá que no se enamoren en momentos inapropiados…

En ese camino en el que la democracia adquiere un perfil tortuoso (entre otras cosas, porque las razones pueden parecer muy convincentes en el momento presente y tal vez revelarse a posteriori equivocadas) se confunden los términos y se establece una discusión alejada de la racionalidad, como las descalificaciones que tuvo que sufrir Matt Damon por unas declaraciones que tampoco eran ningún despropósito, realizadas en una entrevista para la cadena ABC News: “Creo que hay un abanico de comportamientos.Hay una diferencia entre tocarle el culo a alguien y una violación o abusar de un niño, ¿no? Todos esos casos tendrían que ser afrontados y erradicados, sin duda, pero no habría que mezclarlos”. Obviamente, según reconocía Damon, algunas conductas merecen ser castigadas con prisión, mientras que otras, aunque sean “vergonzosas y bárbaras”, no pueden ser consideradas de la misma gravedad. A mí esto me parece elemental, pero aquella entrevista fue piedra de escándalo en su día porque nos hemos instalado en un ambiente en el que se rechazan de plano los matices. Habrá que ver el precio que le hacen pagar directa o indirectamente a Damon por haber pisado ese charco.

Matt Damon. EFE

En este contexto se acumulan los sucedidos que tienden a ser cada vez más estrambóticos. No hace mucho se produjo una de esas situaciones en las que la gente se la coge con papel de fumar, si se me permite la humorada tratándose de lo que se trata. Resulta que existen unos premios en la industria del cine pornográfico, sección gay u homosexual, llamados GAYVN Awards, en los que a alguien se le había ocurrido incluir una categoría que premiaría a los actores negros, latinos y asiáticos y no había encontrado otra denominación que la de “Mejor escena étnica”. La intención era establecer un premio específico para unas minorías que de ese modo se garantizaban un puesto en el palmarés. Algo similar a las razones por las que los Goya diferencian entre mejores intérpretes protagonistas y episódicos femeninos y masculinos; si no lo hicieran, probablemente, y en razón de que por desgracia hay muchas menos actrices que actores protagonistas en las películas, aquéllas tendrían sin duda menos peso y visibilidad de la que tienen actualmente en las Galas y en los premios.

Esto es, claro, legítimamente discutible y provoca mucha controversia porque hay otras consideraciones a tener en cuenta, como la de si no es un trato paternalista el no colocar a todos los comediantes por igual, sin diferencia de sexo y condición, en la misma carrera e idéntica línea de salida. Pero lo que no debería provocar son ataques de ira ni acusaciones fundamentalistas, o suspicacias como las del actor porno gay, Hugh Hunter, que fue quien destapó la caja de los truenos acusando a los mencionados premios de racismo e hipocresía, lo que rápidamente llevó a los organizadores a pedir disculpas, darse muchos y sonoros golpes de pecho y suprimir la categoría de la discordia.

El actor de cine pornográfico Hugh Hunter. Twitter

Ay señor, ni en un apartado industrial del entretenimiento tan peculiar y semiclandestino como el de la pornografía se libran de andarse con remilgos y ñoñeces. Igual no era una gran idea, o igual sí, vaya usted a saber. Por cierto –y esto sí que es infinitamente más grave que lo anterior- por sorprendente que parezca, en el planeta porno se adelantaron dos años al cine convencional en la denuncia de supuestos acosos en la persona de James Deen, una de las grandes estrellas sicalípticas del momento, cuya carrera se vio truncada por la acusación de violación de que fue objeto por parte de su “partenaire” y ex novia, Stoya, en Twitter. Con causa o sin causa, que el asunto aún no ha sido resuelto en los tribunales, que yo sepa, James Deen se declaró en rebeldía contra lo que calificaba de infundios: “Ha habido algunas acusaciones atroces contra mí en una red social. Quiero asegurar a mis amigos, fans y colegas que estos alegatos son falsos y difamatorios. Respeto a las mujeres y conozco los limites, tanto profesionales como privados”. No tengo la menor idea de si cree lo que dice o es un farsante. Lo cierto es que nadie le creyó y su flamante carrera se precipitó por el inodoro, emulando “avant la lettre” a Kevin Spacey, éste sí, una inmensa pérdida artística. El impacto que aquella historia causó, claro, con ser muy similar a las que hemos visto recientemente en Hollywood, se diluyó como azucarillo en el agua.  Al fin y al cabo ¿a quién le importa lo que pueda pasarle a “esos guarros del porno”?

James Deen y Stoya y uno de los tuits de denuncia. Twitter

Muy cerca de nuestra casa hemos visto lo que la presión de la opinión pública puede influir en el ámbito de la creación. La cadena pública francesa France 2 ha decidido aparcar sine die el proyecto de un telefilme (ahora le dicen “tvmovie”) que se encontraba en fase de montaje, titulado Ce soir-là, que podemos traducir por Aquella noche, debido a la montaña de críticas que se les ha venido encima porque narraba “una gran historia de amor imposible, pero también un renacimiento con París de fondo, la ciudad romántica por excelencia”. Hasta ahí, nada que reprochar salvo el tufo hiperglucémico. Lo malo es que el romance arrancaba la noche del brutal atentado que el Estado Islámico llevó a cabo en la sala Bataclan, el 13 de noviembre de 2015 y produjo cerca de 90 muertes. Algunas asociaciones de víctimas protestaron porque les parecía inadmisible lo que entendían “es aprovecharse del dolor de la gente”. Una periodista, Claire Peltier, que perdió a su marido en el ataque, cosechó en poco tiempo más de treinta mil firmas pidiendo la cancelación de la película y parece que ha logrado su objetivo.

Captura de pantalla de la web de Le Film Français en el que se menciona el telefilme antes de ser suspendido

Naturalmente, quienes sufren las consecuencias de tan execrable crimen nos inspiran toda la solidaridad del mundo, pero por muy grande que sea su dolor creo que no tienen derecho a exigir que un director, directora en este caso, Marion Laine, renuncie al suyo de contar una historia enmarcándola en el acontecimiento que le venga en gana. Dije lo mismo refiriéndome a Fe de etarras y lo mantengo. Por supuesto, una vez que la hayan visto podrán poner a la obra a caer de un burro o de un potro mecánico, si así lo estiman, pero nunca antes y nunca pretendiendo que se suspenda, salvo que se demuestre que se está cometiendo un delito. No es delito pecar de “insensible” o de “no respetar nuestro dolor y nuestro luto, por las personas asesinadas y heridas», porque esto entra en el ámbito de lo subjetivo. O no debería serlo, que al paso que vamos, con leyes mordaza e intervenciones policiales terminarán por hacernos añorar a la Santa Inquisición. Al menos con ella no te quedaba más remedio que reconocerte culpable y sabías que te torturaban por la salvación de tu alma. No es un gran consuelo, pero hay a quien le sirve.