Buenos días a todos. Y perdonad por publicar tan tarde, pero es que anoche acabé a las tantas, agotadísima, y me acabo de despertar. Espero que me dé tiempo a escribir la crónica del concierto antes de las 12, que es cuando me toca dejar el hotel para marcharme a coger el AVE a las dos.
Bueno, que voy.
Para empezar, deciros que llegar al concierto anoche fue toda una odisea. Yo tenía que pasarme por la zona de prensa del Palau a las nueve menos cuarto. Y a eso de las 8, cuando acababa de salir de la ducha y me empezaba a vestir vi por la ventana de mi habitación que ¡había empezado el diluvio! Universal, no sé, pero catalán, seguro.
Qué manera de llover, con qué fuerza, el cielo negro total, truenos y relámpagos. Genial, porque yo sólo había traído ropa de verano y sandalias. Fashion emergency total que ya no podía solucionar de ninguna manera. En fin.
Ya vestida con mis tirantes y mis romanas, bajé a recepción para que me pidieran un taxi. JA. Segundo horror de la tarde. Todos los teletaxis tenían las líneas saturadas. «Es que en Barcelona cuando llueve, no hay manera de coger un taxi, señorita», me dijo el chico de recepción. ¡Qué espanto! ¿Y qué iba a hacer yo, si no sabía ni dónde estaba el sitio del concierto! ¡Si por la mañana me había ido dando un paseo hasta el Palau de la Música, pensando que era allí, y no! ¡Era en el Palau Sant Jordi, que quedaba bastante más lejos de mi hotel! «Sí, queda bastante lejos, arriba en la montaña!» Os prometo que me quería morir.
Y llovía, llovía sin parar (¿será que va a cantar Esther como estrella invitada y los cielos se han abierto en previsión?, pensé), y mientras sonreía por la idea tan tonta que se me acababa de ocurrir, sucedió el milagro: un taxi con unos clientes del hotel los dejó en la puerta, y el recepcionista simpático salió como una flecha a cogerlo para mí. Iba a llegar tarde seguro, pero iba a llegar.
Llegué. A las nueve y veinte ya estaba dentro del Palau Sant Jordi, con una etiqueta feísima de prensa pegada en el vestido y sentadita en uno de los palcos. Un poco ladeada, pero bien.
Allí, en el palco estaban también Ros y Tania G., que en persona es monísima y que no paró de posar para las fotos que le pedía la gente que se hiciera con ellos. Con top, menos mal.
Entonces, se apagaron las luces y empezó el concierto.