La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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Tarudant, la armonía en el caos

En Tarudant (que probablemente pase ya de los 100.000 habitantes) basta con sentarse en la terraza de cualquier café —si es en una mesa, en la azotea, mejor— de los que hay en la plaza de al-Alaouyine o en la de an-Nasr y ponerse a mirar a la calle. Una calle por la que van y vienen, anárquicamente: peatones, mujeres y hombres ciclistas de todas las edades, con cargamentos inverosímiles en el portaequipajes, motocicletas ruidosas, carros tirados por burros o caballos y… automóviles y camiones para que no falte de nada. Lo asombroso es que nadie se inmuta por nada ni hay atropellos. Aunque el viajero va en vilo todo el tiempo, claro, pues no sabe por dónde caminar (no hay acera), ni para dónde tirar, ni hacia dónde apartarse… El truco, he descubierto, es avanzar decidido, como si el caos no fuera contigo… Y el que venga detrás o de frente, que espabile y te esquive.

Este es Tarudant; hoy, la memoria de aquel pueblo tranquilo que hace 20 años llamaba la atención por sus mujeres envueltas de pies a cabeza en mantos (melphas) azules-añil; que tenía tiendas exclusivas dedicadas al arte del sortilegio y la magia, con estantes a rebosar en los que se guardaban todas las hierbas milagrosas del desierto y todos los amuletos y remedios contra todos los males imaginables; tiendas en las que colgaban del techo paraguas abiertos, faroles encendidos a plena luz del día, ratas disecadas, tiras de piel de serpiente, rabos de conejo, patas de cabra, de gallina o de zorro… ¡Para cada cosa un remedio y un remedio para cada cosa!

Pero hoy, Tarudant, como todo Marruecos, es una ciudad añadida al circo del turismo de masas y ofrece la mierda (con perdón) de la globalización: tiendas de todo a cien made in China por todas partes. Aún así conserva su esencia y su zoco, su medina intrincada, su kasba, su gente tranquila y afable, y su abundancia de frutas y verduras frescas procedentes de las huertas del Sus, su río. Hay que acercarse a esta ciudad milenaria que vive achicharrada por el sol todo el año, pero siempre asomada a las cumbres nevadas y refrescantes del Alto Atlas, a las que ya, ya, nos acercaremos mañana por el puerto de Tizi n´Test (2.092 metros) para cubrir los 220 km que nos separan de Marrakech, última etapa de nuestro viaje.