La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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Safi, Essauira y el bosque de tuya

En Oualidía, el paraíso del marisco y las ostras… que decíamos ayer, está la laguna marina de Aïr, rodeada de una playa arenosa, y conectada al mar por dos estrechos canales de forma permanente. Es un pueblo apacible de pescadores, ideal para el descanso. Con varios pequeños hoteles y restaurantes, además de camping y aparcamiento para caravanas, atrae, no sin razón, a gran número de jubilados europeos durante todo el año. Un ejemplo de ello es François, músico jubilado francés que nos ameniza la cena en el restaurante L´araignee gourmande con su acordeón. François viaja en su caravana acompañado de la joven tahitiana Emmanuelle y a veces se queda largas temporadas aquí. También vienen a este rincón apacible algunos marroquíes los fines de semana desde Marrakech y Casablanca.

En esta zona de la costa se extiende una franja de tierra fértil que en la mayoría de los casos no supera los 2 kilómetros de ancho, pero que, de largo, se acerca a los 100. Hace ya 25 años que se instalaron los primeros invernaderos en esta tierra bendecida por el agua y el sol. Tomates, zanahorias, judías verdes… salen de aquí a diario en grandes camiones camino de los principales mercados marroquíes y europeos.

Safi es nuestro siguiente destino. Ciudad portuguesa en su origen, es hoy un importante centro industrial; desde su puerto exporta Marruecos gran parte de sus fosfatos. También florece en esta ciudad la industria conservera de pescado. Pero, quizá, por lo que más puede interesarle Safi al turista es por su poterie (cerámica). Todo un barrio de esta ciudad se dedica a la industria del barro. Y es un regalo para los ojos poder contemplar tantas piezas distintas en más de un centenar de tiendas que se suceden unas al lado de otras… Y adquirir, si se desea, alguna a un precio razonable.

Como siempre, el viajero puede quedarse unas horas o días —meses sería lo ideal— en las ciudades que visita… Pero estos viajes de carretera —para mirar y mirar, mientras se desplaza en solitario por carreteras secundarias en buen estado, a velocidad de crucero, a unos 70 kilómetros por hora— no están programados para quedarse demasiado tiempo…

Camino de Essauira, a la que yo llamo La Bella, la cinta de la carretera cabalga al borde del acantilado. A un lado el océano infinito, al otro pequeñas aldeas y campos agrícolas; tierras pobres, con algunos niños diseminados por el arcén, que ofrecerle verduras o caracolas gigantes a los viajeros-turistas. Antes de llegar a Essauira, los últimos 30 kilómetros discurren por un bosque de tuya (el árbol de la vida) que anuncia la cercanía de la vieja Mogador (Essauira La Bella), la vieja ciudad a la que llegaban las caravanas cargadas de especias y sal desde Tombuctú.