La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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¿Por qué no se puede criticar… a Marruecos, a España, o a quién sea?

Ahora que las aguas parece que vuelven a su cauce y que “Rifeño”, “Tetuán” y “Yo mismo”, entre otros participantes en este blog, han decidido enterrar el hacha de guerra, dejar de gritarse e insultarse y hacer las paces (no sé si en esa paz que han propuesto incluyen también a este Mago), quiero recordar e insistir que la crítica es buena. Y si se hace con sinceridad y respeto, resultará provechosa a la postre. Si el insulto ofende, la crítica sana nos ayuda a mejorar. Yo, que soy español, aunque me gustaría ser ciudadano del mundo… critico a mi país más que a ningún otro. ¿Quieren ustedes conocer parte de esa lista de críticas? Pues lean: los españoles somos ruidosos, bastante chulos, quijotes, nos miramos demasiado el ombligo (aunque no tanto como los franceses, es cierto); tampoco respetamos mucho lo público que se diga. Lo común nos importa un comino… Y en cuanto a alguien triunfa, lo despellejamos. La envidia es uno de los deportes nacionales. En nuestros pueblos y ciudades pintarrajeamos paredes y rompemos los bancos que hay en las plazas para sentarse, reventamos papeleras y contenedores, pisoteamos los jardines… En fin, somos incívicos porque tiramos los papeles al suelo, aparcamos mal los coches, nuestros perros cagan en la calle y no recogemos su mierda, nos gustan los toros (una fiesta primitiva, a mi modo de ver), y en política somos bastante volubles e incultos; tan pronto votamos a unos como a otros… ¿Quieren más? No, creo que para muestra ya basta.

Pero con esto no quiero decir que odie a mi país; al contrario, pienso que España es un país único, casi mágico; uno de los mejores países del mundo para vivir. Tampoco con estas críticas me estoy refiriendo a ningún español en concreto; en realidad me dirijo a todos (incluido yo mismo) pues al hacerlo trato de llamar la atención sobre las cosas que creo que están mal y son susceptibles de mejorar.

Me gustaría que en España fuésemos mejores ciudadanos; y este mismo deseo lo tengo para Marruecos. Y puestos a criticar…, critico a Estados Unidos, por ejemplo, por su imperialismo, por las guerras que provoca, por la invasión de Irak, por su prepotencia… Aunque luego lo admiro por su cine, por la coca cola o por tener el Cañón del Colorado. Y de Francia critico su chovinismo, como ya he dicho… Es decir, la crítica contribuye al debate, invita a la reflexión y a la postre ayuda a mejorar las cosas.

Pues bien: esto es lo que vengo intentando hacer hasta ahora con Marruecos. Yo no critico en particular a ningún marroquí, sino ciertos hábitos de este país que me parecen mejorables. Y no por eso hay que insultar a nadie, ni nadie debe sentirse ofendido… Incluso en temas tan personales como la religión, creo que cualquiera debería poder decir lo que piensa… Hablar no hace daño. Entiendo que la madurez es eso: poder decir lo que se piensa y respetar esos pensamientos cuando no se está de acuerdo con ellos.

Ya lo dije al principio, cuando comencé a escribir este blog: me gustaría que españoles y marroquíes debatiésemos sobre lo que nos acerca y nos separa… Deberíamos hablar y discutir más entre nosotros para intentar llevarnos mejor.

Y creo que ya he dicho en alguna otra ocasión, que, Europa, la gran enseñanza que obtuvo de la Segunda Guerra Mundial, después de enterrar a 40 millones de muertos, fue la del diálogo como valor supremo. En el Parlamento europeo, personas de muy distinta ideología y pensamiento conversan y debaten todos los días sobre como mejorar las condiciones de vida de la gente… ¡De toda la gente!

Pues bien, a ver si este camino que parece que han emprendido Rifeño, Tetuán, Yo mismo y otros blogueros se mantiene así y podemos hablar de Marruecos sin que arda Troya cuando digamos aquí algo que no se comparta o no guste.

Ya les he dicho que me encanta este país… A los que se quejan de las críticas que hago les diré que una vez leí que Marruecos era el primer país del mundo que más gente no repetía visita. Eso me duele. A mi me gustaría, como a todos los que nos gusta Marruecos, que la gente viniese continuamente… Pues… para que las cosas mejoren y la gente repita visita empecé a escribir este blog.

Colas… y colarse en Marruecos

He asistido a espectáculos asombrosos haciendo cola en este país. Como por ejemplo, en la frontera con Ceuta, cuando, en más de una ocasión (¡no una vez ni dos, en muchas!) el ansia o la impaciencia, ¡qué se yo!, el “yo paso primero por cojones”, el “a mi no me pisa nadie” o eso de “voy metiendo el morro y ya veremos…”, llegó a taponar… no los tres carriles que había entonces para pasar a Ceuta, no, también ¡los dos de entrada a Marruecos! Por lo que, a dos kilómetros de la frontera, esta se “sellaba” con cinco carriles en dirección a Ceuta. Nadie lo entendía, pero así era.

Y esto viene a cuento porque recordando esta mañana mi última estancia en Nueva York donde tuve que hacer cola una hora y pico para subir el Empire State Building, una de las notas “agradable” (dicho entre comillas) de la experiencia, fue estar conversando con unos y con otros, sabiendo que nadie iba a adelantarte de malos modos, ni que nadie intentaría hacerte la puñeta…

Esto, en Marruecos, es imposible. ¡Imposible! Si acudes a pagar el recibo de la luz o del teléfono, o a la ventanilla de un banco cualquiera… a comprar en cualquier tienda, a poco que te descuides ya hay alguien metiéndote el codo o achuchándote para sacarte del mostrador… Pero lo mismo ocurre con los coches en los semáforos o en las rotondas, que nadie cede el paso ni deja salir a los que ya entraron… porque ellos también quieren entrar como sea… Así que se prepara un guirigay de cuidado.

Que alguien me lo explique… Yo tengo una teoría, pero… Pero prefiero que sea un viejo amigo profesor de Mekinés quién exponga la suya: “Marruecos es todavía un Estado joven”, dice. “De alguna forma, aún no hemos superado aquella condición de pueblo nómada. Así que, allí donde estamos nosotros… allí está nuestra casa, nuestro territorio; nuestro país en cierto mdo. Es decir, no tenemos interiorizado todavía ese concepto de espacio público, común, que hay que respetar y compartir. No nos sentimos suficiente ni conscientemente «tan ciudadanos» como para pensar que nuestros derechos, los de cada uno, acaban donde empiezan los de los otos”, pienso yo.

“¡Ah, entonces”, le dije, “ahora ya entiendo mejor por qué puedo encontrarme a dos amigos que detienen su automóvil en mitad de una avenida y se ponen a conversar tranquilamente montando un atasco del diablo… O por qué un anciano venerable, a lomos de su burro, avanza tan tranquilo, en dirección contraria a los coches, por el carril de aceleración de una autopista... (¡Eso lo he visto yo!)”

“Bueno, la mía sólo es una explicación… Supongo que habrá otras”, concluyó.