La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

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Morir en Marruecos

De vez en cuando salta la noticia de la muerte de algún extranjero en Marruecos. Lo que choca es que suelen ser hombres “solos” los asesinados y, no pocas veces, mueren por arma blanca. Ahora mismo me viene a la mente la muerte, en la última década, de varios profesores (españoles, franceses, ingleses…) que trabajaban en Tánger, Rabat, Fez, Casablanca… Todos murieron en extrañas circunstancias y casi nunca su muerte se aclaró del todo. El periodista José Luís Percebal, corresponsal de la COPE en Rabat, también falleció en febrero de 2002 en circunstancias extrañas, aunque la versión oficial aseguró que el móvil había sido el robo y, consecuentemente, después de detenidos, fueron juzgados y condenados los culpables.

La última muerte de estas características ocurrió el pasado jueves. La víctimas ha sido José Luis Pérez Hinojosa, de 67 años, soltero, vecino de Vélez-Málaga, y muy conocido en el pueblo cercano de Torre del Mar, donde había regentado o trabajado en la cocina de diversos establecimientos hosteleros. El fallecido fue encontrado por el amigo con el que compartía la casa alquilada, a última hora de la tarde, en medio de un charco de sangre. Había recibido 7 puñaladas. Junto a él estaba el marroquí Mohamed Bugard, de 33 años, que presentaba un corte mortal en el cuello. La familia Pérez Hinojosa cree, como suele pensarse en estos casos, que el móvil ha sido el robo.

Pero, sea lo que fuere, como se podrá imaginar, los rumores se extienden como la pólvora en esta provinciana ciudad del Estrecho. Los comentarios que llegan hablan de “ajuste de cuentas” de “asunto de drogas” o que “todo tiene que ver con el mundo homosexual”. La gente habla; eso es normal; así ocurre siempre. La población necesita entretenerse. A la gente le gusta imaginar truculencias y escenas escabrosas… Más, independientemente de lo que cada cual se imagine, hay algunas constantes que se repiten y dan qué pensar: son hombres solos; en no pocos casos, homosexuales; el móvil siempre se despacha con el robo, y, la muerte, es por arma blanca… No son pocos los casos de este tipo en los que la charlatanería popular mete los celos en medio de una tormentosa relación homosexual. ¿Quién sabe más, quién puede inventar, sugerir, escenificar más detalles? De vez en cuando se cuenta que la muerte de alguna de esas personas se ha debido a experiencias sexuales extremas o a extraños rituales… Efebos despechados u honorarios no satisfechos. Amores, pasiones, deseos… En fin, como la vida misma. Lo que ocurre es que morir en Tánger, Fez, Casablanca, Marrakech o en Rabat… como que tiene más halo y misterio. ¿O no?

Tres medidas para acabar con los asesinatos de mujeres

Si el problema es que los hombres no reconocemos a las mujeres como iguales, lo suyo es reeducarnos. Y, si esto no es posible ya con los adultos, habrá que empezar desde cero; es decir, en la familia y en la escuela, cuando el macho es pequeñito. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que… ni aunque nos lo repitamos en voz alta diez mil veces, los hombres, hoy, todavía, somos capaces de relacionarnos en claves de igualdad con las mujeres. Los que nos consideramos más concienciados tratamos de aprender todos los días para no meter la pata; pero la seguimos metiendo (y si no, preguntémosle a ellas). La metemos con el uso que hacemos del lenguaje, con nuestros gestos, con las acciones más simples o cuando las ignoramos, ninguneamos o las hacemos de menos. Y los que no se plantean nada de esto, simplemente las matan cuando se les rebelan.

Miles de años utilizando a las mujeres a nuestra conveniencia, abusando de ellas, sometiéndolas a todo tipo de vilezas… han impregnado (muy probablemente) “los genes masculinos” de un discurso (¿de… “ser superior”?), que ahora no hay manera de quitárselo de encima. Y aunque los políticos legislan sobre el tema, y aunque legiones ingentes de mujeres (con algunos hombres) se ocupan del combatir la discriminación femenina y protestan continuamente por lo que está ocurriendo, lo cierto es que el tejido social, el magma dentro del que convivimos, está construido con el arquetipo del discurso machista, con el manual masculino. ¿O no?

No hay más que encender la televisión, por ejemplo. Antes de que pasen dos minutos ya se han visto una docena de imágenes que ofenden a las mujeres. Y otro tanto se podría decir del lenguaje. Y en la vida diaria, hasta en lo más insignificante… la mujer es casi siempre un anexo del hombre… La costilla de Adán que se atrevieron a escribir los que inventaron la Biblia. Y si nos referimos a la actividad profesional, a una mujer se le paga menos que a un hombre aunque haga similar trabajo. ¿Por qué? Por que no se la reconoce. Y si hablamos del mundo de lo privado… ¡Aquí se rompen los parámetros! Ellas son las que gestionan y administran emociones y el espacio doméstico… Un espacio que debería ser neutral, pero que, sin embargo, a los hombres no le interesa lo más mínimo. Pero si no fuera por las mujeres, que atienden este universo vital con dedicación casi exclusiva, la sociedad tal y como la conocemos no existiría.

Finalmente, si hablamos de comunicación en general —de publicidad e información, en concreto—, paradigma de la sociedad actual, las mujeres aún salen aún peor paradas… Demasiadas veces son consideradas como objetos… Objetos sexuales, objetos para la tentación de los hombres, objetos para admirar o comprar… Objetos.

En fin, tal y como están las cosas, quedan muy pocas opciones y resquicios para atajar este ciclón de violencia y asesinatos que ahora se ha desatado en España, pero ¡ojo! que ha existido desde siempre en todo el mundo; allá donde viven juntos hombres y mujeres.

La maté porque era mía” o “Mi marido me pega lo normal”, son dos frases rotundas, brutales, terribles, que explican, mejor que ningún otro argumento lo que acabo de decir.

Pero hablemos del futuro. De momento, lo que ocurre, ya se ve, no sé si tiene remedio. Aun así, hablemos del futuro. Voy a proponer tres soluciones:

UNA. Incorporar a los programas docentes, explicitar en cada tema, en cada asignatura que se imparta en escuelas e institutos códigos específicos, claros, rotundos, que expliquen y aclaren todas las veces que haga falta que hombres y mujeres son personas iguales. Personas libres con los mismos derechos y deberes.

DOS. Hay que hacer manuales para las familias. El mundo privado no es un territorio exclusivamente femenino como he dicho antes. El mundo privado es un espacio neutral en el que ambos géneros colaboran para su mejor gestión. Los oficios, desde limpiar el baño, hacer la cama, cocinar, fregar u ocuparse de qué falta en el frigorífico para reponerlo, no es, en absoluto, una ocupación de exclusividad femenina. Es, lo repito, un cometido que compete a todos los que comparten ese espacio privado; a todos les corresponde por igual colaborar para que la convivencia en ese espacio resulte más fácil y mejor.

TRES. El mundo de la comunicación en el sentido más amplio debería hacer una reflexión profunda. Ahora mismo, la comunicación es una de las puntas de lanza del poder masculino. El lenguaje es un arma poderosa que puede ayudar a cambiar actitudes. La imagen lo es tanto o más que el lenguaje. Las claves de la comunicación hoy siguen siendo machistas. Las mujeres, en este terreno, deberían exigirle mucho más a los poderes públicos. Los hombres adultos estamos ya tan contaminados que cuando vemos algunos códigos ¡obviamente machistas! los percibimos como normales. Pero a los niños y niñas se les puede salvar todavía de esta contaminación que conduce a la hecatombe como vemos…

Es a partir de aquí desde donde podrá empezar a corregirse la violencia de género… Mientras tanto, sólo cabe combatirla con la ley, reprimir, castigar, hablar, hablar… Y esperar.