La inteligencia del ser humanoes la capacidad que tiene para adaptarse a la realidad.Xavier Zubiri, filósofo. (San Sebastián, 1889 - Madrid, 1983)

Archivo de marzo, 2008

Safi, Essauira y el bosque de tuya

En Oualidía, el paraíso del marisco y las ostras… que decíamos ayer, está la laguna marina de Aïr, rodeada de una playa arenosa, y conectada al mar por dos estrechos canales de forma permanente. Es un pueblo apacible de pescadores, ideal para el descanso. Con varios pequeños hoteles y restaurantes, además de camping y aparcamiento para caravanas, atrae, no sin razón, a gran número de jubilados europeos durante todo el año. Un ejemplo de ello es François, músico jubilado francés que nos ameniza la cena en el restaurante L´araignee gourmande con su acordeón. François viaja en su caravana acompañado de la joven tahitiana Emmanuelle y a veces se queda largas temporadas aquí. También vienen a este rincón apacible algunos marroquíes los fines de semana desde Marrakech y Casablanca.

En esta zona de la costa se extiende una franja de tierra fértil que en la mayoría de los casos no supera los 2 kilómetros de ancho, pero que, de largo, se acerca a los 100. Hace ya 25 años que se instalaron los primeros invernaderos en esta tierra bendecida por el agua y el sol. Tomates, zanahorias, judías verdes… salen de aquí a diario en grandes camiones camino de los principales mercados marroquíes y europeos.

Safi es nuestro siguiente destino. Ciudad portuguesa en su origen, es hoy un importante centro industrial; desde su puerto exporta Marruecos gran parte de sus fosfatos. También florece en esta ciudad la industria conservera de pescado. Pero, quizá, por lo que más puede interesarle Safi al turista es por su poterie (cerámica). Todo un barrio de esta ciudad se dedica a la industria del barro. Y es un regalo para los ojos poder contemplar tantas piezas distintas en más de un centenar de tiendas que se suceden unas al lado de otras… Y adquirir, si se desea, alguna a un precio razonable.

Como siempre, el viajero puede quedarse unas horas o días —meses sería lo ideal— en las ciudades que visita… Pero estos viajes de carretera —para mirar y mirar, mientras se desplaza en solitario por carreteras secundarias en buen estado, a velocidad de crucero, a unos 70 kilómetros por hora— no están programados para quedarse demasiado tiempo…

Camino de Essauira, a la que yo llamo La Bella, la cinta de la carretera cabalga al borde del acantilado. A un lado el océano infinito, al otro pequeñas aldeas y campos agrícolas; tierras pobres, con algunos niños diseminados por el arcén, que ofrecerle verduras o caracolas gigantes a los viajeros-turistas. Antes de llegar a Essauira, los últimos 30 kilómetros discurren por un bosque de tuya (el árbol de la vida) que anuncia la cercanía de la vieja Mogador (Essauira La Bella), la vieja ciudad a la que llegaban las caravanas cargadas de especias y sal desde Tombuctú.

El Estrecho de Gibraltar, adiós al paraíso

Es posible que el progreso tenga un sentido único, que no sea posible respetar el medio ambiente y progresar… Pero, si es así, moriremos en el intento. Y entonces, ya, ni habrá progreso, ni seres humanos para contarlo… ¡La Tierra estallará!

En los lugares que retratan estas fotos, hechas esta tarde, había, hace apenas dos años, playas casi vírgenes, ríos de agua cristalina, bosques, colinas vestidas de retamas, jaras, alcornoques; cientos de aves… Hoy ya se ve lo qué hay. Esto es como un incendio cuando salta el cortafuego… Allá, en el “primer mundo” —también se ve en una de las foto por encima de la bruma—, la civilización mal entendida ha ido acabando con casi todo… Y aquí, ahora, el puerto gigantesco de Tánger-Med, que moverá para el año 2014 cerda de 9 millones de contenedores— está acabando con el Estrecho de Gibraltar. Y por si el puerto no fuera suficiente, los dos o tres millones que aumente la población en la zona, en los próximos años, hará el resto.

Cada día que paso por aquí (véanse las fotos) me entran ganas de llorar. Yo quiero que Marruecos se desarrolle, que progrese, pero que no lo haga a costa de la naturaleza que tiene, que es todavía uno de sus tesoros. Cuando terminen el puerto, si se termina algún día, que lo dudo, éste (uno de los más grandes de África) habrá convertido el Estrecho en una gran cloaca; el basurero será de tal magnitud que unirá las dos orillas. Mira tú por donde, la mierda también nos va a hermanar…

En fin, vean, si no, las fotos de lo que se avecina y opinen… ¡Quéjense por lo menos!

Hay marroquíes que niegan todo, hasta la evidencia

He conocido a muchos profesores españoles en Marruecos que, a la hora de comentar qué es lo que menos comprenden de su alumnado marroquí, decen: “Que niegan todo; no aceptan la responsabilidad. Niegan hasta la evidencia”. Si coges a uno copiando, explican, —esa chuleta que se le acaba de caer—, lo negará. “Yo no he sido, profesor.” Pero si se le achucha un poco más, empezará a acusar al otro. “Ha sido este”. Y acusará a su compañero sin rubor.

No recuerdo jamás haber oído la palabra “no” en Marruecos. “¿Me ha comprendido usted?”, puedes preguntarle a la persona a la que acabas de encargarle algo… “Sí, sí… Comprendido.” Pero luego descubres que ha hecho todo lo contrario de lo que se le había explicado. ¿Por qué ese negarlo todo, siempre?

Hace unos días contaba un profesor, en una de esas charlas de café, que, ante la pregunta que acababa de plantear a sus alumnos, si mentirían con tal de entrar en una discoteca, todos dijeron “sí”; rotundamente “sí”. Lo que choca es que ni uno dudó.

También ye he pasado por estas experiencias. Contaré como se me negó lo evidente. Hace unos 10 años le encargue a un anticuario —hombre culto y educado, licenciado universitario, que hablaba y entendía perfectamente el español— que me hiciese una mesa como la que tenía expuesta en la tienda. Se la encargué porque me dijo que aquélla estaba hecha (y vendida) con madera conseguida en los derribos de los viejos edificios…

A la vuelta del verano fui a recogerla y, efectivamente, allí estaba la mesa… Pero noté en ella algo raro. No sé; sí tenía el color y las vetas de la madera, pero… En fin, me la llevé a casa, aunque seguí dudando… Hasta que ya por la noche, en la cama, tuve una intuición. Me levanté, me fui a la mesa y le di la vuelta. Allí estaba el engaño: la madera era de pino verde (sin curar) y había sido tratada con nogalina y otros tintes para disimular. Protesté al día siguiente, como es lógico. ¿Alguien puede creer que mi ilustre anticuario reconoció “el engaño”? No, no lo aceptó. Ni pidió disculpas. Para él no había habido tal engaño. El negocio es el negocio, pensé yo.

Hay explicaciones, culturales y sociológicas, para todos los gustos acerca de este tipo de comportamiento. Algunos marroquíes tiene la suya. Por ejemplo, la que da mi amiga Saloua. “Nosotros, desde niños, vivimos la mentira (negar todo) como algo natural… Nuestras madres se pasan la vida mintiendo para justificar lo que hacen ante la obsesiva fiscalización de los maridos. Desde muy pequeños observamos que nuestra madre ha hecho una cosa (salir a la calle, por ejemplo) que luego niega, cueste lo que cueste. Así que, para nosotros, negar, mentir, decir no, cuando haya sido , no tiene el valor que para ustedes. Ni siquiera pensamos que esté mal…”

Así que, no cabe darle importancia a negar todo; al principo molesta, luego menos. Simplemente hay que aceptar que somos diferentes. Como en tantos otros temas, en éste, en cuanto a la verdad y la mentira se refiere, españoles y marroquíes tampoco se entienden…

El método Mohamed, o cómo vivir bien

Hace 15 años Mohamed era el portero del piso en el que vivíamos en Tetuán; casado con Fatima, tenía cuatro hijos: tres niñas y un niño. Cuando le conocí ya se sentaba relajado a la entrada del portal a ver pasar las niñas y los niños que salían de un colegio cercano. Así durante horas. Hasta que una mañana amaneció el avispado Mohamed con una caja de cartón que puso boca abajo —de ésas que se usan para la fruta—, y sobre ella desparramó unos caramelos que un amigo suyo le había traído de Ceuta. Días después, ya había bolsas de pipas sobre la caja, regaliz, chicles, chupa-chups… Todo “importado” de Ceuta. Y al cabo de un mes más, la caja de cartón era de madera… ¡Y con compartimentos! Y, en vez de apoyarla en el suelo, la apoyaba en un taburete. Aquello prometía.

No se había cumplido medio año de la apertura del negocio, cuando el imaginativo portero ya tenía una especie de armario con ruedas y, sobre él, a modo de mostrador, la caja renovada con nuevos y añadidos habítáculos. El negocio lo atendía, de momento, cuando podía… Cuando entraban o salían los niños del colegio y poco más. Pero, como descubrió su beneficio, pronto colocó en él a su hijo de 8 años; el niño le sustituía a ratos perdidos… Luego ya hacía turnos… Y terminó siendo, Mohamed Junior, el vendedor más joven del barrio, siempre que no estaba en la escuela. Entre tanto, el padre, orgulloso, se iba al cafetín a descansar.

Aquel armario/carro, con ruedas y dos puertas (y con varias baldas dentro), era como un pozo sin fondo. De él podía haber salido hasta un conejo… Y sobre el mostrador —que ya era de dos pisos—, se ofrecía de todo: desde cigarrillos a 2 dirhams la pieza, hasta refrescos. Por supuesto se vendían caramelos de todos los tamaños y colores, pastelitos de vainilla, frutos secos o tarta de garbanzos y chocolate.

El bueno de Mohamed se sentaba en su silla al cabo del portal y miraba embobado al hijo… Luego seguía cavilando. Hasta que un día apareció empujando una carretilla. A la puerta del inmueble descargó algunos ladrillos, arena, cemento…

Hoy Mohamed vive tranquilo y deshogado; tiene ya su bakalito. Un negocio éste que atienden su mujer y las hijas. El hijo se fue a España. Y el sigue deleitándose, sentado y de mirón, con los niños del colegio alborotando en su tienda.

Cómo regatear en Marruecos

Cuando dentro de unos días miles de españoles, aprovechando la Semana Santa, se pierdan por aquí, en Tánger, Marrakech, o en cualquier ciudad del sur, de la costa o del desierto, seguro que querrán comprar recuerdos. Alfombras, babuchas, chilabas, argilas, puñales, jarrones, platos historiados, fósiles… Todo servirá para practicar el regateo.

—¿Cuanto cuesta esta alfombra…? —pregunta el turista tímido o displicente.

—Tres mil dirhams…

—¿Cómo 3.000 dirhams…? Si no vale ni 800 —dirá, por decir el algo, avisado ya el viajero, aleccionado por amigos, familiares y otras hierbas, de que aquí, en Marruecos, todo son gangas… Y todo se compra al final “por la mitad o menos”.

Y, efectivamente, puede que esa alfombra, por la que ha pedido precio, a la postre la compre por 1500 dirhams… ¡1500 dirhams! Pero es que en realidad no vale más de 500…

¿Qué quiere esto decir? Pues… que el regateo es un juego. Y como tal hay que entenderlo. Así que, la primera regla es que cada jugador fija las suyas, su propia posición, en función de lo que él cree que debe pedir (si es el que vende) o pagar (si es el que compra) por el producto. Si el marroquí pide 3.000, usted puede ofrecer 400, si es lo que cree que vale. ¡Y no pasa nada!

—¿Cómo 400 por algo que vale 3000? —comentará ofendido y disgustado el comerciante, en voz alta para que todo el mundo se entere, jugando a que el turista se incomode, se sienta culpable por ese ninguneo y ceda luego…

No hay que hacerle ningún caso. Cada cual pone sus reglas, repito. Y “si usted pone su precio, yo propongo el mío”, podrá decírsele. Como tampoco hay que pensar o decir que nos engañan. ¡Aquí nadie engaña a nadie! El comerciante está en su derecho de pedir lo que le plazca y usted, viajero, debe tener el sentido común suficiente para ofrecer y jugar sin ofuscarse… Ofrezca un poco menos de lo que crea que vale lo que desea comprar (que siempre será, por lo general, bastante más de lo que vale realmente el objeto en cuestión) y disfrute regateando… Disfrute. Y cuando crea que ya ha llegado al límite, dese media vuelta y váyase. No pasa nada. Vendrán detrás de usted si quieren venderle algo, y si no, no se preocupe, encontrará más adelante la pieza que busca o podrá volver otra vez a por ella. Ah!, y tampoco sienta disgusto porque algún compañero de viaje haya comprado lo mismo que usted por menos precio… Suele ocurrir. Pero, ¿quién se atrevería a afirmar que las dos piezas son iguales? Y, en última instancia, mejor para él que fue más hábil regateando o se encontró a un comerciante más necesitado de dinero, de mejor humor ese día… Vete tú a saber.

Lo mejor del regateo es la sutileza con la que se contrastan pareceres… ¡Y no olvidarse que es un juego! Un juego, sin embargo, que usted practica en campo contrario, sépalo, y con los comerciantes más avezados del mundo. ¡Buen viaje a Marruecos!

Marruecos ha votado a Zapatero

Esta mañana, en el zoco, en la Plaza de Francia, en el Boulevard Pasteur de Tánger, en la Plaza Iberia…, la gente sonreía a los españoles. “¡Ha ganado Zapatero, eh. Qué bien!”, decía Ali, el dueño de la tienda se souvenirs, sin pensar que, quizá, su interlocutor podría no estar de acuerdo con ese comentario. Y Mohamed, el del quiosco de periódicos, repetía encantado: “Españoles, marroquíes, hermanos. Hermanos”. Es la misma frase que muchos repiten a diario, pero en esta ocasión parece sonar como… como con más emoción; como si esta palabra, “hermanos”, cobrase de pronto un significado nuevo.

Marruecos está hoy encantado con el triunfo de José Luís Rodríguez Zapatero. No hay más que ver la felicitación enviada por Mohamed VI. Aquí nadie duda de que con Zapatero todo va a ser de color de rosa y que, de alguna forma, les ayudará a salir de pobres (es un decir) y a ser “ricos” como los españoles. Y es que el dinero del gobierno español (sin contar el de las muchas empresas que se han instalado y están instalándose aquí) ha fluido abundante y sin demasiado control durante estos últimos cuatro años. El amargo recuerdo que este pueblo tiene de la época Aznar (Ásnar, como le llaman muchos) parece que no lo olvidan fácilmente.

Pero, ¿por qué los marroquíes querían que ganase Zapatero, realmente? Creo que está dicho: porque habrá para ellos más ayudas económicas, más tolerancia en el trato y un mayor intercambio económico y cultural. Bueno, si esto se hace con rigor, control, exigiéndoles siempre justificación a de a dónde va ese dinero… y también responsabilidades, pues nada que objetar. Lo que en ningún caso es bueno, ni admisible, es eso de “dar por dar” y hasta luego.

Nota.—Parece que sigue adelante lo de “VUELVEN LOS TOROS A TÁNGER”. Pero, ¿es que el señor Patricio González, la Junta de Andalucía y quienes les secundan no se sonrojan?

Sahara, Marruecos… ¿De nuevo a la guerra? ¿Para qué?

Mohamed Abdelaziz, presidente de los saharahuis en el exilio de Tinduf desde hace 32 años, dice que «la gente les pide retornar a la guerra«. Y digo yo que “para qué”. Me parece legítimo que los saharauis quieran su independencia; tienen todo el derecho… Y seguro que también tienen razón; la razón que les da el derecho internacional, además de la razón emocional.

Pero la realidad es muy otra. Y una cosa son los deseos y los sueños… y otra la realidad, como digo. Una realidad, la del Sahara Occidental, a la que, según lo que entendemos por madurez, uno debería adaptarse para sacarle el mayor partido posible a la situación. En un artículo que leía esta mañana del profesor Pérez Royo se habla sobre esto, refiriéndose a Izquierda Unida y a la relación que ésta tiene con el electorado de izquierdas.

Ya sé que no es comparable. Pero Marruecos nunca, creo yo, renunciará a un Sahara marroquí. Ni siquiera, me temo, podrán obligarlo con acciones de guerra, salvo que perdiese esa contienda… Pero sí está dispuesto Marruecos, por lo que sabemos, a concederle una autonomía política, más o menos amplia, a los saharauis. Y ese podría ser el camino a seguir… El camino que marca la realidad por ahora... No acercarse a él, o no entrar en este camino tan siquiera, será seguir generando sufrimiento y, de alguna forma, confundir los molinos con los gigantes, como don Quijote… La muerte reciente de un policía marroquí en Tan-Tan y las amenazas veladas de volver a las armas de los líderes polisarios, además del agotamiento evidente, sin resultados prácticos, de la ronda de conversaciones en Manhaset, cerca de Nueva York, no es más que la confirmación de que no se puede vivir de los sueños.

Soñar está bien y alimenta el espíritu; pero a la vida el su jugo se le saca de la correcta interpretación de la realidad.

Marruecos, los niños del desierto

A las niñas y niños del desierto les gusta todo; una lata vacía que sea, la recibirán como un regalo; con ella y una cuerda se harán un juguete… O les servirá par almacenar agua o comida. Así, que, cuando la semana que viene aparezca la marabunta de españoles por el desierto marroquí, volando a mil por hora y levantando polvaredas, engalanados de Loewe y con modelos del Coronel Tapioca, ellos correrán a apostarse al borde de las pistas, a la salida del sol, y esperarán, impertérritos, hasta que éste se ponga. Cada vez que pase uno de estos caballos de metal, los niños y niñas del desierto gritarán “agua”, “agua”, “agua”… Auque, en realidad, lo que quieren decir es: “dame algo”, “dame algo”, “dame algo”. Algunos, sin embargo, tendrán suerte. Recibirán su recompensa por la espera: una camiseta, un paquete de galletas, quizá esa botella de agua que piden… Pero los dioses pasarán de largo en la mayoría de los casos; la fiesta y la risa se alejarán de ellos hasta el próximo año.

Leí el otro día una noticia que me pareció destacable: El desierto de los niños 2008: comienza la aventura. Luego descubrí que tenía truco. Lo que se vende como una caravana solidaria en la que participan 85 niños con sus familias y, que va a repartir, se dice, dos toneladas de material escolar, me da la impresión de que es, sobre todo y por encima de todo, eso: una aventura para papás y niños ricos. La información presentada como un gesto de solidaridad, se pierde enseguida en propaganda de neumáticos y de un coche todo terreno.

Pero así es la vida. Y de agradecer es, también, insisto, que a algunos niños del desierto les lleguen regalos… Lo que molesta son dos cosas: que se inventen ese cuento de El desierto de los niños… para promocionar coches y neumáticos y la perversidad que encierra siempre este tipo de aventuras, pues, a la postre, dejan más desolación y tristeza que otra cosa. Porque… Estos niños del desierto ya no podrán evitar nunca más el tener que salir corriendo, estén donde estén, cada vez que vean levantarse una nube de polvo.

En Marruecos, coser es cosa de hombres

Un paseo por la medina de Tánger, o de cualquier otra ciudad marroquí, ofrece imágenes como la que aquí se presenta, que, en Europa, bien podría creerse que pertenece a otros tiempos. Pero no es así; la instantánea es de hace unos días. Todas las mañanas, cientos, miles de hombres marroquíes, desde niños a ancianos, acuden a locales diminutos y lúgubres, a veces escasos de luz y poco ventilados, para durante al menos diez horas darle al dedal y a la aguja. Cosen pantalones, chaquetas, chilabas, caftanes, mantelerías, trajes de novia, cortinas, ajuares… Y nada tiene que ver este trabajo con el que realizan, generalmente mujeres, en la industria textil; uno de los sectores productivos más importantes del país.

La costura en Marruecos es cosa de hombres. Y es curioso, porque, mientras en occidente este rol ha sido siempre atribuido a las mujeres, aquí, a pesar de que la desigualdad y discriminación femenina es más evidente y profunda, los hombres, en este caso, no tienen inconveniente en dedicarse a coser. Como tampoco lo tienen en hacer la compra de alimentos… Son ellos los que, en muchos casos, van al mercado.

Con esto, una vez más se demuestra que tanto hombres como mujeres pueden desempeñar cualquier rol; que sólo es la cultura, en cada caso, la que determina la actividad del géneros.

La soledad del votante ante el televisor y la niña de Rajoy

Usted, que ha visto el debate entre Rajoy y Zapatero, ¿quién cree que ganó?

Si le preguntamos al votante del PP, éste dirá que Rajoy “por goleada”. Pero si la pregunta se le hace a un socialista, votante del PSOE, ni un atisbo de duda asomará en su rostro: “! Zapatero, cómo no!”

Y los que no votan a nadie o lo hacen a otros partidos, ¿qué opinarán del debate, de lo que se ha dicho en él?

Los catastrofistas, resentidos, derrotistas por naturaleza, etcétera, dirán que «más de lo mismo” o algo así. Y que “les zurzan a los dos”. “Que esperaban otra cosa”, añadirán luego, para justificarse. ¿Pero qué esperaban éstos, de un debate así, programado y controlado hasta el milímetro?

Así que sólo quedan los indecisos, los escrupulosos y los que votan a otros partidos… ¿Estos que dirán al respecto? Estos sí que podrían darnos algún dato, alguna pista, que, quizá, aportase más luz a esa nube oscura de soledad que nos envuelve a todos después de apagar el televisor, tras casi dos horas oyendo pura verborrea y dos monólogos.

Y aquí va lo que pienso yo: Rajoy, creo, ha repetido, en líneas generales, el mismo discurso del otro día… Envuelto, eso sí, en un tono menos rotundo y agresivo; y algo más elaborado, pienso. No ha sido tan radical ni su actitud tan despectiva con el contrario. Pero, con todo, no creo que nadie que no sea de sus huestes acepte que el país esté tan mal como él afirma, ni que el presidente del Gobierno sea tan tonto (no se entere de nada, según él), ni que sea tan mentiroso como no se ha cansado de repetir toda la noche; al menos ni más ni menos mentiroso que él mismo y que otros muchos político. Así, pues, por ahí, creo yo, don Mariano ha pinchado en hueso.

Zapatero, en cambio, ha interpretado mejor hoy su papel. Se ha esforzado en sonreír sutilmente, aunque contenido; en hacer nuevas propuestas; en hablar un poquito del futuro (aunque sin poder evitar recurrir al pasado). Desde luego ha hecho un mayor esfuerzo que Rajoy por decir algo diferente, ¿no?, aunque le ha lucido poco, la verdad. También ha estado más distendido que el primer día y, por lo demás, todo en su línea: hablando de diálogo y consenso, de un país plural, de que hay que huir de la crispación, de pactos, de optimismo y de un mejor futuro… En fin, él mismo.

La cosa es que ahí ha estado media España, por no decir tres cuartas partes de ella, escuchando peroratas y reproches, hartándose de frutos secos, quizá, sin saber qué hacer (si irse a la cama o seguir hasta el final) mientras oía un disco rayado. Hasta que llegó la traca final y el señor Rajoy anunció que su niña le quitaba el sueño… Entonces yo también me puse tenso y empecé a pensar en ella… Me la imaginé mayor, en un Estado Federal (tal vez), hablando seis o siete lenguas y con una novia en Nueva York. ¿Habrá pensado en ello Rajoy? ¿Renegará un día de su niña?