Para entrar a EE UU hay que enseñar varias veces el pasaporte junto a la cara que lo acredita a agentes, funcionarios y empleados de aeropuerto. También hay que comprometerse a muchas cosas (todo el día «sí, quiero»… una boda eterna con los Estados Unidos de América).
Luego están los formularios, preguntas y advertencias: «La entrada de artículos obscenos está prohibida en general». Y uno se imagina a una cola de mujeres tirando con disimulo los consoladores a las papeleras.
Al llegar, un agente te toma las huellas, te hace la foto y puede que te haga unas preguntas. Es su deber, lo hará con respeto, dicen los carteles (y es verdad).
No planeo matar a nadie, no llevo 10.000 dólares en efectivo… Miro al agente federal y pienso que hace tres siglos (un chiste en comparación con la historia) los españoles fundaban Los Ángeles para meter a los nativos las ideas católicas. Y se inventaban el rodeo (el término y la disciplina, incluso los caballos, extinguidos en Norteamérica, los llevaron los españoles). Anteayer, ingleses, franceses y españoles se repartían cuarto y mitad de lo que hoy es Estados Unidos.
Lo pienso mientras miro al agente del imperio más poderoso del mundo (con permiso de China). Es una lección de humildad: nada es para siempre. Todo es relativo.
PD: Escribo esto desde el ombligo del mundo, que es un ombligo bellísimo. La ilustración es del gran Eneko.
Qué pasa te han quitado tu juguetito??
12 agosto 2010 | 09:54
Eneko es dios, bueno dios es Eneko, como el tonto es hombre y no el hombre tonto,
12 agosto 2010 | 15:59