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Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Venganza

El tipo me pidió llevarle primero a recoger a su novia y aprovechó el trayecto para hablar por teléfono con su amante. «Tengo muchas ganas de follarte» dijo con tono lascivo a la tal Paula. Y luego, al entrar su novia en mi taxi, cambió el tono, y le dijo a la amante que tenía que colgar sin llegar a colgar del todo.

-¿Con quién hablas?- preguntó Leire después de tomar asiento y darle un beso en la boca.

-Con Carlos, el del curro – dijo él sin tapar siquiera el auricular, como queriendo hacer partícipe a su amante de aquella escena.

-¡Ah!, dale un beso de mi parte. ¡Y otro para Paula!

-Que dice Leire que un saludo… (…) Venga, cuelgo. Te veo mañana en el curro. Adiós.- y colgó.

Supuse entonces que Paula, su amante, era a su vez la pareja de Carlos, el amigo del curro con quien ahora fingía hablar por teléfono. La interlocutora, por su parte, también parecía encontrar cierto morbo en aquello. Podría decirse que los dos amantes se sentían incluso cómodos, confiados, jugando con total destreza entre esos dos mundos. Leire era una chica dulce, guapísima. Y por su forma de mirarle y de besarle cuando entró en mi taxi se notaba que lo quería con locura. Por otra parte Hugo, así se llamaba el tipo, confiaba en la supuesta complicidad o «secreto profesional» del taxista. Es decir, yo.

Craso error.

Mientras él hablaba con su amante, por supuesto, me hice el loco. También cuando entró su novia en el taxi y al instante Hugo cambió de tercio. Pero aquella situación resultaba demasiado tentadora para dejarla escapar. Por eso y por ver cómo reaccionaban, decidí actuar. Mi intención era tirar de él, comprobar hasta qué punto era posible forzar un engaño. 

Conduciendo suave (para evitar que el traqueteo incrustara los cuernos de Leire en el techo del taxi), moví con total descaro mi espejo retrovisor hasta apuntar a los ojos de ella, lanzando miradas penetrantes acompañadas de mi más que estudiada sonrisa pícara. La idea era que Leire creyera que el taxista estaba intentando ligar con ella. Pero, sobre todo, que también lo creyera Hugo. Estaba seguro de que él no haría nada por frenarme. Ahora él sabía que yo había escuchado la conversación con su amante. 

Leire comenzó a ponerse nerviosa. Se sentía observada, con mis ojos clavados en sus ojos y en su boca perfecta. En esto se inclinó hacia Hugo para escapar de los dominios de mi espejo retrovisor, pero al instante yo volví a mover el espejo hasta volver a encuadrar sus ojos. Y buscando protección, Leire le dio un codazo a Hugo. Tendríais que haber visto la cara que puso Hugo, cómo intentaba evitar lo que él también sabía que estaba pasando.

La situación se hizo insostenible para Hugo. Me mandó parar el taxi antes de lo previsto, pero muy amablemente. Con total diplomacia.

-Mejor vamos caminando al restaurante. Hace un día precioso, ¿no crees? -le dijo a Leire.

-Ah. Como quieras…- dijo Leire pelín extrañada por la reacción de él.

-¿Qué le debo?- me dijo Hugo, nervioso, con prisa.

-Nueve con treinta- dije.

-Pago yo- se adelantó Leire.

-No permitirás que pague una chica tan linda como ella, ¿no, Hugo? -le dije.

-Vale. Pago yo. Y quédese con el cambio.

 Los dos se bajaron. Ella parecía enfadada. De hecho, mientras me alejaba, pude ver a través del espejo que Leire caminaba deprisa, cruzada de brazos. Y él detrás. Como un patético baboso.