– He estado pensando… – me dijo ayer Beatriz, en la cena. Y claro, me acojoné.
– ¿Y bien? – dije tras beberme de un trago mi copa de Protos.
– Ahora sé, sabemos que estamos hechos el uno para el otro. Nos llevamos bien, genial, y nos queremos con locura.
– ¿Y?
– Que ya no somos unos niños, y el tiempo corre, Daniel…
– Somos unos niños y, por lo que a mí respecta, lo seguiremos siendo siempre.
– No me refiero a eso.
– ¿Te refieres entonces a… tu «reloj biológico»? – pregunté muerto de miedo.
– Más bien… sí.
– ¡Ay Dios…! – dije sirviéndome otra copa (hasta arriba).
– Quiero intentarlo, Daniel. Le he dado muchas vueltas al asunto, no te creas… Y quiero tener un hijo contigo.
– Mierda… – otro sorbo.
– No pareces… entusiasmado con la idea.
– No quiero hijos. Cuando veo por la calle o se monta en mi taxi cualquier padre con su hijo siempre me pongo en la piel del niño. Nunca en la del padre. No valdría como padre, no puedo ser padre…
– Serías un padre estupendo, Daniel. De eso estoy segura. Por eso quiero que seas tú… He visto cómo miras a los niños; cómo los tratas…
– Si todos fuéramos realmente conscientes de la responsabilidad que conlleva tener un hijo, el ser humano se habría extinguido hace siglos.
– A mí me pareces un tío responsable, trabajador…
– Lo que tú llamas responsabilidad yo lo llamo placer. No me cuesta porque me gusta todo lo que hago: me gusta mi taxi, me gusta escribir y me gustas tú. No necesito nada más. Estoy bien así. QUIERO seguir así…
– Podemos esperar, si quieres…
– No es cuestión de eso, Bea. Si tuviera un hijo me obsesionaría con él, sufriría por él y me mataría verle sufrir. Estaría muerto de miedo durante el resto de mi vida. No quiero pasar por eso. No quiero. Soy demasiado débil para tener un hijo.
– ¿Y no te parece triste morir sin descendencia?
– Mis libros. Mis novelas. Escribiré toda una familia numerosa.
– ¿Y yo?
– Si quieres podemos escribir algo a cuatro manos.
– Vete a la mierda, Dani.
– Lo siento.
– Pensé que me querías más de lo que acabas de demostrarme.
– ¿Por no querer tener hijos?
– Sí.
– Tenemos dos formas distintas de entender el amor.
Beatriz se levantó de la mesa en dirección a la cama. Al tumbarme a su lado, de espaldas a mí, noté que lloraba. Lo siento por ella.