Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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¡Independencia!

FOTO: Wikipedia

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¡La Constitución es intocable! dice el mismo que modificó la Constitución sin el consenso ciudadano. ¡Hay que cumplir la ley! dice el mismo que cobró comisiones en B de constructoras a cambio de adjudicaciones a dedazo (no lo digo yo, lo dice UN JUEZ). ¡Si el pueblo quiere hablar, lo hará según los cauces democráticos!, es decir, cada cuatro años. Es decir, atraídos por campañas financiadas irregularmente. Es decir, atraídos por programas electorales falsos amplificados por campañas financiadas irregularmente. Escuchando ayer a Rajoy y a Rubalcaba en el Congreso acerca de la consulta soberanista catalana, a mí también me entraron unas ganas enormes de independizarme, pero no en dirección a Cataluña. Artur Mas es de su misma calaña: escándalos de corrupción por doquier, tajos indiscriminados a la sanidad (más brutos, incluso, que en el resto del Estado) y una prensa y una policía autonómica igualmente subyugada a tapar y defender sus intereses. Y de Duran i Lleida, el mismo que vive en una suite del Hotel Palace (cinco estrellas), el mismo que dijo que dimitiría si se demostraba la financiación ilegal de su partido y al final se demostró y, por supuesto, sigue atornillado a su cargo, pues qué les voy a contar. En cualquier caso, tanto CiU, como UCD, como PP, como PSOE (a tenor de sus últimos bandazos), son de derechas. Y a mí, la derecha en general, me produce urticaria. Y si es democristiana, aparte de la alergia, se me hincha la glotis.

Yo me independizaría de todos estos bien a gusto. Y del tufillo a franquismo que aún colea. Y de la Casa Real, por descontado. Y de las puertas giratorias, y del cinismo, y de Merkel, y de la dictadura financiera en general. Me quedaría, eso sí, con la buena gente. Con todos esos que salen a la calle a reivindicar sus derechos. Con esos que curran como héroes para sacar a sus familias adelante. Con esos que intentan llevar una vida digna, honesta, y sin pretensiones, y no les duele pagar impuestos por el bien común. Creo firmemente, estoy seguro, que son mayoría. Me independizaría con ellos adonde hiciera falta. Es más: me comprometería a llevarlos en mi taxi, de cuatro en cuatro y sin taxímetro, al país que elijamos por consenso. Aunque fuera un país inventado, o casi mejor…

¿Te apuntas?

Violencia eres tú

FOTO: Wikipedia

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Lo fácil, lo cómodo, lo correcto, es condenar todo tipo de violencia. Lo fácil es defender el Estado de derecho, el orden público y no quemar cajeros de los bancos que nos roban, o los contenedores que sirven de alimento a tanta gente. Sin embargo, resulta peligroso ampararse en la legitimidad de un gobierno sólo porque fue elegido por once millones de votos hace ya más de dos años. Decir eso equivale a creer que la democracia sólo se manifiesta uno de cada 1461 días (contando un bisiesto), y los 1460 días restantes puedan hacer lo que les venga en gana, aunque esto incluya cargarse desde dentro el Estado de derecho. Es cierto que el PP ganó por mayoría, pero hoy ya son muchos millones de aquellos los que han dejado de confiar en su gestión. No hay más que echar un vistazo a las encuestas: en los últimos datos del CIS, Mariano Rajoy apenas obtiene un 2,81 en valoración, es decir, un suspenso clamoroso (Suárez dimitió con un 4,9, háganse cargo), y la nota de los ministros es si cabe aún más baja (Wert se lleva la palma con un 1,95). Por otra parte, conviene recordar que su victoria fue motivada por un programa electoral que resultó ser falso de principio a fin, amplificado además por una campaña de marketing electoral de «dudosa» financiación (a tenor de los papeles que insisten en tapar). Si a esto le añadimos que su única lucha en contra de la corrupción (máxima preocupación según el CIS) se ha reducido a amedrentar a periodistas, obstaculizar y dilatar procesos judiciales, o indultar a condenados, me cuesta creer en la auténtica legitimidad de este gobierno. Para colmo, después de convencernos de la necesidad de recortar en sanidad, educación y dependencia, entre otras muchas partidas básicas, inyectan miles de millones a la banca «porque no se la puede dejar caer», y ahora también a unas autopistas de peaje «que tampoco se pueden dejar caer» cuyas concesionarias, qué casualidad, figuran como donantes en los papeles de Bárcenas que, insisto, se esmeran en silenciar.

Nunca he empleado o animado a la violencia en ningún caso. Pero bien es cierto que tampoco me he visto sin mi taxi, o mis hijos sin comida, o sin casa, o sin la casa de mis padres por avalar mi casa, o sin ahorros por culpa de una estafa bancaria que sigue impune excepto por el juez que se cargaron. Y como nunca me he visto en tales supuestos, no sabría deciros cuál sería mi umbral de aguante que detonara el lanzamiento de mi primera piedra contra quienes defienden o escoltan a esta mafia. Y jamás pensé que diría esto, pero lo digo. Violencia son ellos más que nadie.

El primer puñetazo de mi vida (a mis 36)

FOTO: Wikipedia

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Ayer un hombre en mi taxi se quejaba de que nunca había estado enfermo de verdad. «Ni una simple gripe, ni un dolor de muelas, ni esguinces, cólicos, jaquecas: NADA», llegó a confesarme angustiado. Y en cierto modo conseguí entender el motivo de su angustia: le preocupaba no sentir, o no saber qué era sentir, o no contar con el dolor como punto de referencia opuesto al bienestar. ¿Cómo disfrutar del bienestar si nunca has tenido con qué compararlo? No habría guapos si no hubiera feos, por ejemplo, o noches sin sol. No es posible comprender lo que es la vida si no acecha o se intuye el peligro de la muerte. Nunca verás a un inmortal jugando al poker, quiero decir. Se aburriría como un mono en un zoo cerrado por vacaciones.

 Pero la ausencia de dolor le provocaba un dolor en sí mismo. Era un dolor existencial; el dolor de quien invoca ser parte integrante de este mundo y no le dejan. «Quiero ser normal y mi suerte me lo impide» llegué a interpretar de sus palabras. Le llevé en mi taxi a un hospital a visitar a un sobrino recién operado de apendicitis, y en cierto modo parecía sentir cierta envidia por el enfermo. No lo dijo, claro. Tal vez por decoro. Pero me dio la impresión de que el motivo de su visita más bien era el de ponerse en el pellejo del sobrino. Compadecerse de sí mismo a través de otro o algo así.

Frené en la entrada general del hospital. Y al pagarme y salir del taxi, salí yo también, me acerqué frente a frente, y con todas mis fuerzas le solté un puñetazo. En un principio se quedó atónito pero luego, con la nariz sangrando, me sonrió.

-Gracias -me dijo sin dejar de sonreir.

Y se fue caminando a urgencias.

Después de aquello me empezaron a doler los nudillos. No tolero bien el dolor, pero juro que llegué a sentirme vivo como nunca. Aquel había sido mi primer puñetazo (a otra persona),

y algo me decía que no sería el último…

Media vida

FOTO: Daniel Lobo

FOTO: Daniel Lobo

Despiertas en tu lado de la cama. Abres un ojo. Te dejaste el armario entreabierto. Observas las perchas que ahora son como hombros desnudos sin cuerpo. Hace un par de días esas mismas perchas sostenían con pinzas la mitad de tu vida. Sostenían, ingrávidas, la chaqueta de cuero de Eva, el abrigo entallado de Eva, los vaqueros de Eva, el pañuelo de Eva ahorcando el frío cuello de la percha, dotando a la percha de un cuerpo vacío de huesos, pero con futuro. Nada queda ya de Eva y ahora empiezas a entender por qué los ganchos de esas perchas tienen forma de interrogante. Ahora sabes que la palabra ‘tristeza’ es ver bolsitas de naftalina en un armario vacío evitando, tal vez, que las polillas se alimenten del recuerdo. Ojalá lo hicieran, piensas. O tal vez no. Todavía no. Aún es pronto.

Te levantas y en el baño aún se encuentra el soporte con ventosa del cepillo de dientes de Eva. No soportas el soporte pero lo dejas. No te atreves a quitarlo, por si volviera con su cepillo, su abrigo entallado y sus cremas con olor a la mitad que te falta.

Tomas una ducha insomne, desayunas como un autómata, te vistes porque hay que vestirse y bajas a la calle. Las fuerzas apenas te dan para alzar la mano y parar un taxi: mi taxi. Montas y me indicas tu oficina por destino. Por la radio suenan baladas en inglés, y agradeces no entender nada de inglés. Nunca fuiste bueno para los idiomas.

El amor es un idioma, estás pensando.

Leo en tus ojos que has perdido tu mitad, pero aún te queda media vida por delante. Tal vez acabes encontrando mitades nuevas y acabe medio lleno ese armario vacío. Tal vez acaben quietas esas perchas que se mecen cuando abres la ventana y entra el viento. Deja de pensar que el viento es Eva disfrazada de aire fresco, quiero decirte. Pero no. No me atrevo. Sólo soy, en fin, un taxista.

Discriminación positiva (versión Beta)

FOTO: Evan Forester

FOTO: Evan Forester

Ernesto explotó en mi taxi: «No aguanto. Te juro que no aguanto. Siete años llevo sufriendo el acoso de mi exmujer. Y lo peor de todo es que utiliza a los niños, ¡a mis hijos! Mintió en el juicio, ¿sabes? Le dijo al juez que yo la maltrataba, que era un hombre violento con ella y con mis hijos, y dios sabe que eso no es verdad, ¡jamás le he puesto la mano encima a nadie! Lo dijo sin presentar parte médico ni nada y el juez la creyó. Orden de alejamiento y pensión alimentaria. Tampoco tengo régimen de visitas: no sé nada de mis hijos, y cada vez que intento acercarme a ellos, la muy bruja llama a la policía. Yo sólo quiero verlos crecer, ¡son mis hijos! También se quedó con el piso, claro. Y yo a la puta calle, a mis cuarenta y tres años y viviendo desde hace siete en un piso compartido con dos estudiantes y un parado. Con mi sueldo de conductor de autobuses, imagínate. Imposible rehacer mi vida. Normal que de vez en cuando me den crisis de ansiedad y tenga que ir a urgencias a que me den algo. Ahora mismo vengo de urgencias, y el médico me ha recomendado reposo. También quería darme la baja laboral durante un par de semanas, pero soy autónomo, y no me puedo permitir estar de baja. Me darían menos de lo que gano currando; igual que tú en tu taxi, supongo. Te juro que a veces me dan ganas de hacer una locura. No lo justifico en ningún caso, y menos cuando hay niños de por medio; me horripila la violencia, pero te juro que a veces entiendo a esos hombres que se lían a tiros por venganza y luego se quitan de en medio. Y que dios me perdone por lo que acabo de decir, que dios me perdone. Pero muchos en mi lugar, con lo que estoy pasando y sin esperanzas de nada, sin ayudas, sin ganas de seguir, ya lo habrían hecho».

Las chicas con los chicos

FOTO: Gwendalin Niles

FOTO: Gwendalin Niles

Chico A conoce a Chica B en una de esas webs de contactos para buscar pareja. Ambos se citan en la estatua del Oso y el Madroño de la Puerta del Sol, típico punto de encuentro de chicos y chicas en Madrid. De hecho, mientras Chica B espera a Chico A, se encuentra con Chico C, otro contacto de la web de con quien ya quedó hace un par de semanas,  el cual a su vez está esperando a otra nueva chica de la web de contactos: Chica D. Al reencontrarse, Chica B y Chico C comienzan a charlar más por compromiso que otra cosa: aquella cita que tuvieron fue un desastre. No hubo química.

Al rato llega la cita de Chica B, es decir, Chico A. Chica B le presenta a Chico C. «Un amigo que encontré por casualidad», le dice. En realidad no se acuerda de su nombre. Acto seguido llega la cuarta en discordia, Chica D, que resulta que también conoce a Chico A: tuvieron otra cita en la misma web, y en este caso la noche acabó en sexo; después de aquello Chico A desapareció a pesar de la insistencia de Chica D por volver a quedar con él. Casualidades de la vida, el destino vuelve a cruzarles. En cualquier caso, nada más verse, prefieren actuar como dos desconocidos.

Llega el momento de despedirse y separarse cada cual con su nueva pareja. Sin embargo Chica D, la despechada, propone al resto salir todos juntos a tomar algo. Ella, en realidad, sólo busca joderle la cita al otro. Chico A, por supuesto, dice que no, pero el resto se abstiene. Para arrastrarles, Chica D decide parar un taxi y hacerles señas. «Vamos, subid», les dice.

Es mi taxi.

Chico A monta a mi lado. B, C y D, detrás. No se ponen de acuerdo dónde ir, así que me preguntan por un sitio con buena música donde tomar algo y charlar tranquilamente. Decido llevarles al garito de un amigo mío en Malasaña.

Chico A se muestra tenso y callado. Chica D no deja de mirarle con cierta inquina a través del espejo. Chica B y chico C hablan del tiempo y poco más. Se respira tensión, en cualquier caso.

Les dejo en el garito de mi amigo. Paga Chico A.

Al día siguiente llamo por teléfono a mi amigo. Le pregunto si anoche llegó a fijarse en dos parejas que entraron en su bar sobre las once y media. Le describo a los cuatro por encima. «Ya lo creo», me dice. «A los dos chicos… tuve que sacarles del garito porque acabaron a puñetazo limpio. Ellas sin embargo pasaron de irse con ellos. Se quedaron las dos y estuvieron bebiendo en la barra y charlando sin parar hasta el cierre».

Gente inmóvil

FOTO: Wikipedia

FOTO: Wikipedia

Gente que camina atenta al móvil. Gente que teclea y sonríe y camina. Gente que se choca por andar pendiente del móvil. Gente que tropieza, se hace sangre, y cuelga la brecha en Instagram. Gente que escribe y que lee más que nunca. Mensajes cortos vía Whatsapp, actualizaciones en el muro de Facebook, tuits del tipo «Buenos días». Gente que envía emoticonos cuando las palabras no bastan o no se ven capaces de encontrar la palabra apropiada. Berenjenas, un mono con los ojos tapados, un anillo, un puño. Gente que comparte vídeos. Gente que se mete en el cuarto de baño de la oficina para ver el vídeo que le envió Paco el de contabilidad. Atrocidades, accidentes, parodias, parafilias. Gente que se cruza con Paco y sonríe. Y Paco le devuelve la sonrisa. Sonrisa cómplice. O le pregunta: «¿De dónde sacaste ese vídeo?». Y Paco responde: «Mi cuñao. Tiene miles». Y ahí queda todo. O gente más soft compartiendo vídeos de gatitos y de bebés que cantan.

Gente seleccionada en grupos. Grupo «Hermanos», grupo «Curro», grupo «Amigos curro», grupo «Amigos urba», Grupo «Amigos pueblo». Grupos que comparten chistes, copiapegas. Risas enlatadas. Miles y miles de gigas de información dedicada al entretenimiento para pasar el rato. Para los tiempos muertos. Para los trayectos en autobús. O en mi taxi. O en el andén, o en los semáforos. O en los anuncios de la tele. O mientras se dora la pizza. O en el baño. O en un funeral. O cuando ella duerme. O en los pasillos del trabajo, o en la cama, o en el ascensor, o caminando. Caminando. Gente que consulta su venérea en Google. Gente que confía en cambiar el mundo desde un sofá STOCKHOLM. Gente que siente el poder en sus pulgares. Gente cool, gente in, gente móvil. Ingente gente inmóvil.

Búscate

FOTO: Wikipedia Commonds

FOTO: Wikipedia Commonds

Piénsalo así: tal vez estés equivocado. Puede que la ciudad no cambie tanto como tú te crees. Es más: Puede que la ciudad no cambie en absoluto y seas tú el cambiante y la ciudad sólo se amolde al color del cristal con que la miras. Digo esto porque a veces crees que todo el mundo está triste. Viajas en el Metro y te fijas en el chico de ojos tristes sentado a tu lado, o sigues con la mirada al mendigo que pide limosna  hasta el punto de meterte en su piel y sentir frío, o te quedas clavado en el músico del largo pasillo que toca en clave melancolía. Y otros días, sin embargo, te da por alzar la vista y observas el tono fuego y blando de las nubes en pleno ocaso mientras piensas: qué maravilla. O te fijas en un edificio al azar y analizas sus detalles con asombro, o te cruzas con la chica más guapa a este lado del Manzanares y aprietas los puños en señal de intentar mantener la intensidad del momento, o todas las canciones de la radio te parecen profundas y agilizan e iluminan tu mente. Son las mismas canciones de tus días tristes, la misma chica guapa o el mismo cielo, pero tú lo tomas de otro modo, lo interpretas de otro modo.

Siento decepcionarte, pero el mundo, tu ciudad, no gira en torno a ti. Es tu estado de ánimo el que a veces se mueve a contramano y oscurece el color de tus cristales, o te hace enfocar la mirada a objetivos que sólo afianzan tu tristeza, ¿no es cierto? ¿Quieres un consejo? Anota todo cuanto llame tu atención visual cuando estás de buen humor y fuérzate a observar lo anotado cuando estés triste. Oblígate a admirar el color exacto de las nubes. Busca chicas guapas cada día. Presta atención a los edificios, a las canciones. Habla con el taxista de los mismos temas. Las charlas de ascensor no son casuales: hablar del tiempo te sume en un estado de neutralidad que a veces, sin querer, te ayuda a salir del pozo, o a olvidarte del pozo.

Hay un bar en el centro al que voy siempre que ando flojo de ánimo. A veces atravieso en mi taxi toda la ciudad con la única intención de parar ahí un momento. Sirven el mejor pincho de tortilla de la ciudad, y la camarera es de las pocas que conozco que te mira a los ojos mientras te sirve el café. Su tortilla y su mirada me dan la vida cuando creo que mi vida vale poco o menosprecio la vida en su conjunto. No te diré dónde está ese bar. Busca el tuyo, o tu motivo, o tu momento, y tira de él cuando te vengan mal dadas. Lo importante es eso: buscar.

Escribir para combatir el frío

FOTO: Andrea Wright

FOTO: Andrea Wright

Me estoy empeñando a fondo en escribir algo bueno de verdad. Algo que nunca antes se había escrito, algo que sin duda romperá con todo lo que podáis haber leído hasta el momento. Es una mezcla de furia y ganas y amor comprimido en forma de novela verborreica cuya trama llevo meses rumiando y presionándome el cráneo como un aneurisma literario, si es que eso existe. Siento decirlo, pero es un hecho: El taxi agoniza, está muerto. Cada mes hay menos trabajo que el mismo mes del año anterior (y ya van cinco), y a pesar del cínico optimismo del gobierno popular, todo indica que el uso del taxi no aumentará con el tiempo sino al contrario: tomar un taxi será considerado un bien de lujo sólo apto para un sector cada vez más reducido y privilegiado. Serán los mismos taxis, 16.000 sólo en Madrid, y cada vez menos clientes.

Aparte del taxi, este blog, mis columnas (cada lunes en 20minutos), un par de colaboraciones en la radio (Hoy por Hoy Madrid y Hablar por Hablar, ambas en la Cadena SER) y alguna ocasional en la tele, apenas sé hacer nada más que escribir. De hecho todo lo que hago, en cierto modo, gira en torno a lo mismo. Ni sé, ni quiero hacer otra cosa más que escribir. Mis estudios como técnico de sonido están obsoletos (curré de técnico en radio, en estudios de grabación y en conciertos, pero hace años de eso), y mi experiencia como Dj ya ni te cuento (levantas un adoquín en Malasaña y aparecen quince modernos que pinchan lo que se tercie a cambio de un par de copas). Y me niego a desprenderme de mi taxi: si muere, lo hará conmigo dentro.

Ahora gano un 60% menos que en 2006, año que empecé con este blog. Y los gastos siguen en aumento. A la subida de la cesta de la compra, el IBI (en Madrid ha subido un 222% en los últimos 10 años), la luz (ha subido un 70% en los últimos 6 años), el gasoil (un 70% en los últimos 10 años), las tasas, inspecciones, IVA del taxi, etc. ahora hay que añadirle una nueva subida en las cuotas a los seguros sociales que pagamos los autónomos. Esta ha sido la penúltima ocurrencia de un gobierno que sigue mintiendo acerca del milagro económico de España.

Pero no hay mal que por bien no venga. La bilis, la impotencia, en cierto modo que es buena si sabes cómo canalizarla. Para escribir hace falta rabia, quiero decir. Cagarte en algo, en lo que sea, buscar enemigos, conflictos, y transformar en palabras la ansiedad resultante. Para escribir conviene vivir obsesionado, enamorado de la idea precisa para que salte al fin la chispa de todo lo demás. Y buscar tiempo, claro. Me verás escribiendo en cualquier parada de Madrid. Búscame y tal vez te transforme en personaje de la trama. Va sobre un taxista. Y una venganza.

Quererte me apartó de quemar contenedores

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Uno puede vivir instalado en el desánimo, acumulando penas como pelos en el desagüe. Uno puede creer que ya ha tocado fondo, y acostumbrarse a la sombra y al fango de ese fondo, y construirse un loft en ese fondo con vistas al muro de las lamentaciones. Uno puede ser taxista y conducir su taxi lánguido, agachando la cabeza cuando sube la mujer de sus sueños, o moviendo el espejo hacia el techo cuando alguien se atreve a mirarle a los ojos. Uno puede sumirse en la tristeza y convertir la risa en eco, o creerse más frágil que el resto, o en un mundo distinto, más pequeño, más diáfano, y hacerse el derrotado antes incluso de iniciar cualquier guerra.

Pero hay una batalla dentro que te empuja a lo contrario. Despertar a las tres y once minutos de la noche, abrir los ojos y ver la nuca de ella en tu misma almohada. Saber que duerme y que, al otro lado de su rubio cráneo, hay amor; un amor incombustible a prueba de bomberos pirómanos, de leyes misóginas, o de fantasmas franquistas. Un amor que nació espontaneo y ningún dios inventado podrá moldearlo o amordazarlo, ni habrá liberado sindical capaz de organizar una huelga en sus latidos, ni piquetes en su forma de quererte. Acercarte a ella y notar que respira suave, como si su aliento sirviera de filtro para tus desdichas. Inspira (tu mala sangre), sus pulmones purifican tu deseo de venganza y, por último, expira (la vida oxigenada que te queda por delante).

Y entonces crees que, si aún no te quemaste a lo bonzo a las puertas del Congreso, es por ella. Y que si nadie hasta ahora se quemó a lo bonzo en las puertas del Congreso, es porque hay más ellas como ella, o ellos como él, y que todas las energías y que todos los impulsos y esa ira se acaba transformando y canaliza en una sola dirección. En fliparlo con tu misma vida que es la suma de la suya dividida entre dos, o más concretamente le diste a ella el 51% y ahora gobierna tu mente por mayoría simple. Y tú feliz en minoría, libre en tu 49%, como el hijo del dueño de los autos de choque.