Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Entradas etiquetadas como ‘orejas’

Sintonía adolescente

Siete y treinta de la tarde, seis cincuenta de taxímetro. Cielo forzado. En el asiento trasero de mi taxi, madre en el centro y dos hijas. La menor, de unos siete años, habla para su madre que sólo asiente, dice ahá, ahá, pero no escucha. La niña intenta una y otra vez atraer su atención: «¿Has visto ese señor de ahí? El del sombrero. Qué raro, ¿verdad?» dice señalando a un transeúnte. «Ahá», contesta la madre sin siquiera girar la cabeza, mirando siempre al frente.

Inmersa en sus problemas, supongo.

Pero llama más mi atención su otra hija, de unos trece o catorce años. Ésta lleva puestos unos cascos, la barbilla apoyada en su mano y el codo en el reposabrazos de la puerta, mirando a la calle por mirar algo, con gesto aburrido. Bajo el volumen de la radio y me doy cuenta que la música que escupen sus cascos corresponde a la misma emisora que llevo sintonizada en mi taxi. Ahora suena un tema de Placebo. Buen gusto el suyo.

Tal vez supiera que su música y la del taxi era la misma y aun así optara por llevar los cascos más por aislarse de su madre y de su hermana. Con esa edad, en plena adolescencia, nadie parece decir nada que interese, al menos nadie de su entorno forzoso. La familia fue impuesta, ella no eligió a su madre o a la cursi de su hermana. Por tanto, aunque se viera obligada a acompañarlas en este trayecto, no tenía por qué soportar a ninguna de las dos más allá de lo preciso. Y lo preciso siempre era egoísta, pataletas de una incomprendida: Dame la paga o déjame llegar más tarde, que los padres de Sonia dejan a Sonia llegar a las once. Si ya es difícil que una madre se ponga en la piel de su hija adolescente, resulta del todo imposible al contrario. Un auténtico abismo entre ambas. La niña jamás entenderá por qué su madre impone normas tan absurdas, contradictorias a veces. Pero la madre es la madre. La autoridad (in)competente. Sólo queda asumirlo con resignación.

Miré a la hija. Me miró. Fruncí el ceño para llamar su atención. Ella alzó el suyo. En esto, subí el volumen de la radio. Lo subí a un volumen estridente, justo en el estribillo de la siguiente canción. La niña se quitó un casco y sonrió.

-¿Está usted loco?- me gritó la madre.

Pero yo me hice el sordo.

Born to be wild

«Dile a José Ángel que me espere, y busca también al de recursos humanos, ¿cómo se llama… ¿Víctor?, ¿Velasco? (…) Eso: Bruno. Pues que me esperen los dos en la sala de juntas. No, espera: mejor en la sala azul, en la otra planta. Prefiero que no se enteren los de gastos. Yo estoy llegando. Llego en cinco minutos. (…) ¿Que aún no tiene el balance de cuentas? ¿y a qué coño espera el hijoputa ese? Se lo pedí hace tres días, TRES DÍAS (…). Claro, pero como no lo tenga en mi mesa a las cinco, dime a ver qué coño les digo yo a los de arriba. (…) ¿Quieres que me coma yo el marrón por culpa del incompetente ese? (…) Me importa una mierda que sea el sobrino del jefe. Si no vale, pues a la puta ca… (…) Bueno, escucha, que lo haga el otro. (…) El becario, sí. Y así lo aprende para la próxima. (…) No, no. No te confundas. Yo aquí soy uno más. Si te pido las cosas ya sabes por lo que es. Sabes que si yo estoy jodido, tú estás jodido. ¿Te has enterado de lo de… ya sabes? (…) Eso es. Otros quince a la calle antes del verano. Así que o me ayudas en esto, o nos vemos los dos en la cola del paro. (…) Bien. Chao».

El usuario colgó el teléfono. Suspiró. Se ajustó la corbata. Luego me miró a través del espejo. Le miré yo a él. Cruzamos las miradas. Justo en ese instante comenzó a sonar por la radio «Born to be wild», de los Steppenwolf. Me gusta esa canción. Despegué la mano del volante y subí el volumen. El hombre siguió con los ojos la trayectoria de mi mano y ahí se quedó, con la mirada fija en el dial de la radio. Parecía gustarle también. Bajé la ventanilla. El viento lo despeinó.

Detuve mi taxi a las puertas de su oficina. Me giré hacia él.

-¿Qué te debo?- me preguntó peinándose con la mano.

-Ocho cincuenta. ¿Quiere el recibo?

-No. Esto no me lo paga la empresa. Salí tarde de una reunión, y ahora tengo otra, y no llegaba a tiempo… por cierto, ¿qué hora tienes?

-Ninguna. No llevo reloj.

Me pagó y salió del taxi con prisa. Guardé su dinero en el bolsillo y reanudé la marcha. Giré la próxima calle a la derecha. O a la izquierda. No lo recuerdo.

Recuerdo, eso sí, el color de su corbata. Era azul.

Tirar del hilo de tu voz

Dijeron tu nombre en la radio y después llegó tu voz. Eras tú. No había duda. El locutor te presentó como la actriz protagonista de un cortometraje nominado a no sé qué premio europeo. En cierto modo, no me sorprendió. Siempre supe que acabarías cumpliendo ese sueño. Cuando estábamos juntos, ya apuntabas maneras en aquella escuela de teatro. Yo siempre te animaba a continuar: eras buena, tenías futuro. Incluso llegué a escribir monólogos sólo para ti, ¿recuerdas? Para ayudarte a ensayar el texto, yo hacía de público (me ponía un bigote postizo) mientras tú interpretabas. ¿Recuerdas aquel de la cajera transexual del Pryca? ¿o el de la monja embarazada? Al final yo te aplaudía, y luego tú te sentabas sobre mí, me abrazabas fuerte y me besabas el bigote postizo. Lo pasábamos bien. Nos quisimos mucho, mientras duró.

No me sorprendió, como digo, que varios años después te escuchara aparecer en la radio. En esos instantes yo me encontraba conduciendo mi taxi libre por el Paseo de la Castellana y, de súbito, tu voz comenzó a evocarme decenas de recuerdos como flashes sorprendentemente nítidos. De hecho, tal vez siguiendo tus cantos de sirena o arrastrado por el hilo del recuerdo, cuando quise darme cuenta, ya me había dirigido a las inmediaciones de la radio en la que estabas (Cadena SER, Gran Vía 32). Acabó tu intervención y en los minutos siguientes yo, en Gran Vía, aminoré la marcha por intentar coincidir con tu salida de la radio. Tenía curiosidad por saber, aunque fuera de lejos, cómo te había sentado el paso de los años. 

Me detuve en un semáforo y, de repente, te vi salir tan guapa como siempre o más que nunca. Pero en lugar de marcharte caminando te acercaste a la acera y alzaste el brazo al primer taxi libre de la calle, que resultó ser el mío. 

Respiré hondo. Y antes de que se abriera el semáforo, saqué mi bigote postizo de la guantera.     

No me sirve ForoCoches

Mi taxi me dejó tirado en plena calle de Alcalá. Sonó un po, po, pó y entró en parada taxiocirculatoria. Aprovechando la inercia de la marcha me eché a un lado, accioné los intermitentes de emergencia, coloqué los triángulos y estrené el chaleco reflectante de Emporio Armani que me regaló un lector allá por mi post nº 1000. Como buen escritor no tengo ni puta idea de mecánica, así que en lugar de mancharme las manos abriendo el capó y observar el motor como quien toca con un palo el cadáver de un Ñu, llamé directamente a la grúa.

Apenas tardó diez minutos en llegar. El gruista abrió el capó y aun sin poder ver nada (los motores de ahora están cubiertos por una tapa que imposibilita cualquier acceso) me dijo, en tono chulesco, que «tenía toda la pinta de haberse jodido un cojinete del árbol de levas». Lo soltó así. Sin epidural.

Ya con el taxi en la grúa le dije al ingeniero que lo llevara a un taller especializado en «cojinetes».

– Descuida. Conozco el muy mejor taller de la ciudá – me contestó el licenciado.

Y allá que fuimos. El muy mejor taller de la ciudá resultó ser una fría nave del extrarradio con dos grasientos mecánicos (supongo que la grasa de sus barrigas supuró) que dejaron de jugar al fútbol con una lata de cerveza vacía nada más ver entrar nuestra grúa. Me saludaron con un característico «quélapasáo» y al instante, antes incluso de decirles en su argot «ni puta idea» subieron mi taxi al elevador y comenzaron a desmontar piezas como si no hubiera un mañana.

Tres horas y mucha más grasa después aún no habían dado con el problema. Incluso consultaron en la web de ForoCoches, adjuntando en su consulta el «po, po, pó» que yo les había descrito, pero las miles de respuestas que al instante llegaron tampoco dieron con la solución. 

Desesperados, los mecánicos se marcharon a tomar su bocadillo de las 11:39. Yo aproveché que no estaban y me asomé a los bajos del taxi. Tomé una linterna y enfoqué tanto el grueso del motor como sus aledaños. Entonces llamó mi atención un cúmulo de mierda que se había formado en la parte anversa del salpicadero, justo alrededor de los cables de salida de la radio. Tomé un pincel grueso para limpiar la mugre y al darle comenzó a sonar por los altavoces del taxi el discurso de investidura de Rajoy. Seguí limpiando y continuaron, una por una y a todo volumen, las declaraciones de distintos miembros del PP negando por activa y por pasiva una futura subida de impuestos, incluida aquella de González Pons: “El Partido Popular se opondrá a cualquier subida de impuestos que proponga Zapatero porque significan más paro y más recesión”.

Una vez retirados los posos de mentiras de mi radio, bajé mi taxi del elevador y, en efecto, lo arranqué a la primera. Me marché del taller sin esperar siquiera a los mecánicos, no sin antes escribir en ForoCoches: «No tenéis ni puta idea».

Entre pájaros y mariposas

Apenas me fijé en ella cuando subió a mi taxi. Yo estaba inmerso en otras cosas, inventando migas de pan para los pájaros de mi cabeza. Tan sólo escuché que me dijo: «Buenas noches. A la estación de Atocha, por favor» y por inercia accioné el taxímetro e inicié la marcha. Los pájaros continuaban picoteándome el cráneo, así que decidí matarlos a cañonazos echando mano de mi propio kit de supervivencia: una carpeta con CDs de música.

Aprovechando el siguiente semáforo tomé un CD al azar y lo introduje por el sexo del equipo. Al instante comenzó a sonar, a un volumen que no esperaba, los primeros acordes del Are you gonna be my girl.  

En esto la usuaria comenzó a percutir con su pie el suelo del taxi, siguiendo el ritmo de la música.

– Me encanta este tema. ¿Podrías subirlo un poco? – me dijo.

– ¿Más?

– Sí. Por favor.

Subí el volumen a un nivel obsceno y entonces la chica comenzó a mover la cabeza y los hombros. Contagiado por su necesidad de seguir el ritmo, comencé yo también a percutir las manos sobre el volante. Y luego a mover el cuello, y luego el tronco. Y a cantar con ella.

– ¡Wow! Dan ganas de salir a la calle a bailar – me gritó.

En un arranque de simpulsismo, frené el taxi en plena calle Serrano y abrí mi puerta.

– Sal conmigo. Bailemos – dije.

La chica me sonrió y sin pensarlo siquiera abrió su puerta y salió a la calle. Ambos comenzamos a bailar alrededor del coche hasta quedarnos delante, aprovechando la luz de los faros como dos rockstars en el clamor de la noche. Me miraba y yo a ella, sonriendo los dos, moviéndonos pero ahora sin quitarnos los ojos del otro de encima, como unidos sendos iris con cadenas. Tampoco nos importaban los curiosos que poco a poco se iban acercando. No existían. Era guapa. Profundamente guapa. Ahí lo supe.

Se acabó la canción y empezó al instante Please, please, please, let me get what I want, de los Smiths, un tema mucho más lento y riguroso que ella, para mi asombro, también conocía. Y entonces ella comenzó a cantarla acercándose a mí, y yo también. Y quise abrazarla, o tal vez besarla, pero en esto apareció un coche de la policía que, como siempre, rompió la magia.

…………………………………………………………………………………..

Nota: Quince disculpas después reiniciamos la marcha hasta llegar a Atocha. Ella se tenía que marchar, perdía el AVE. Tampoco me dio su teléfono.

A efectos prácticos su AVE se llevó mis pájaros, sí. Pero son peores las mariposas.

Juego de llaves

– Voy un segundo a la farmacia y ahora vuelvo. Le dejo aquí las cosas.

La usuaria bajó del taxi sólo con su monedero y marchó corriendo a la farmacia. Instantes después, desde las tripas de su bolso, comenzó a sonar un teléfono móvil. En cualquier otra circunstancia lo habría dejado estar, pero ya eran las nueve de la noche y aún me encontraba seco de anécdotas para este blog. Corroído por la ausencia de musas metí la mano en su bolso, saqué el teléfono y descolgué.

No dije nada. Se adelantó la voz de un hombre:

– No vengas a mi casa, Carla. Lo he pensado mejor y he decidido volver a intentarlo con mi mujer. Acabo de hablar con ella y está de camino. Te llamo para advertirte. Lo nuestro no tiene sentido, entiéndelo. En realidad, nunca lo tuvo. 

Ahí colgué. Sobresaltado, volví a meter el móvil en el bolso. Al instante entró Carla con una bolsita de la farmacia. No llegué a distinguir qué contenía.

– Ahora vamos al Paseo de la Habana esquina Castellana – me dijo.

Reinicié la marcha y circulamos en silencio. Su rostro parecía jovial.

Un puñado de semáforos después, al llegar a su destino, Carla me pagó y bajó del taxi con un juego de llaves en la mano. Supuse que serían las llaves de la casa de él, lo cual le añadió cierto suspense al asunto. También me fijé en el llavero: era medio corazón de metal con una «M» grabada.

Entró en el portal y yo me quedé parado, en el mismo sitio. Algo me decía que apenas tardaría un momento en bajar y buscar otro taxi.

Pero a los cinco minutos, en lugar de ella, salió otra mujer. Y al ver mi taxi, me hizo una seña y subió dando luego un portazo. Tenía los ojos vidriosos y el rímel corrido.

– Al Hotel Urban, por favor.

En esto metió un juego de llaves en su bolso. Su llavero también era el mismo medio corazón de metal, pero con otra letra grabada. En este caso la letra «C».

Cortometraje basado en un relato del blog nilibreniocupado

TÍTULO: OTRA EXTRAORDINARIA HISTORIA MÁS.

Cortometraje realizado como práctica final del primer curso de Realización de Audiovisuales y Espectáculos de Cesur Málaga. 

– Dirección: Marco Takashi
– Reparto: Paco Roma, Fran Millán y Patri Fernández
Guión: Basado en una historia del blog «nilibreniocupado»
– Montaje: Marco Takashi y Jose Carlos Mendoza
– Sonido: Álvaro Guerrero
– Fotografía: Elena Garnés
– Producción: Alejandro García
– Making of: Jesús Moreno
– Cámara: Alexis López
– Subtitulado: Patricia Rueda

………………………………………………………………………

Relato original aquí. // Enlace al video aquí. //Making-of aquí.

El test de embarazo

Limpiando el habitáculo del taxi me encontré debajo de mi asiento una bolsita de farmacia y, dentro de la bolsa, un test de embarazo. En su caja había un número de teléfono escrito a boli. 

Movido más por la curiosidad que por mi deber de localizar a su dueña para advertirle del extravío, llamé. Era un móvil, con el 6 delante. Descolgó en seguida:

– ¿Dígame? – dijo una voz de hombre.

– Hola. ¿Con quién hablo? – pregunté.

– ¿Quién es usted?

– Soy un taxista. Tengo algo que… le pertenece.

– Vale. Lo que sea déjelo en paquetería. En la sede del Partido Popular de la calle Génova. A nombre de xxxxx xxx.

– Bien, pero…

– No se preocupe. Cuando llegue, entregue un recibo con el importe del taxi y ahí se lo pagan.

– No, no… Lo que quería decirle es que tengo es un… test de embarazo con su número de teléfono anotado en la caja. Por eso le he llamado a usted.

(Silencio)

– ¿Sigue ahí? – dije.

– Jo-der…

– ¿Algún problema?

– Ufff…

– ¿Se encuentra bien?

– Ahora le llamo. Adiós.

Supuse que, dicho esto, me colgaría el teléfono. Pero no colgó. Tal vez le diera a la tecla equivocada. Sonó un clock, como si hubiera dejado el teléfono sobre la mesa y de fondo comencé a escuchar una conversación entre él y otro hombre.

– Cierra la puerta.

– ¿Qué pasa?

– ¿Recuerdas a esa tía que me llevé a casa, después del Pleno?

– ¿La del PSOE?

– Sí.

– ¿Esa que te hizo lo de…?

– Sí. Esa. Me acabo de enterar de que podría estar embarazada.

– ¡No jodas! ¿Pero no tomasteis precauciones?

– Me dijo que tomaba la píldora, ¡y yo qué sé!

– ¡Menuda movida! Y a menos de dos meses para las elecciones…

– ¿Qué hago?

– Déjame pensar… Habla con ella. No creo que se arriesgara a tenerlo. Sería el fin de su carrera y de la tuya. Plantéaselo así.

 – Vale. Trataré de localizarla.

Sonó un ruido como del hombre cogiendo de nuevo el teléfono. Entonces colgué.

Mapa del comportamiento humano

Conmigo Virginia es correcta, tirando a tímida. Hablamos solapando temas: del Eurobasket a su casero, del nuevo disco de Amaral al estramonio. Todo mediante frases asépticas, neutrales, prudentes; se cuida muy mucho de no contradecir mi opinión, de no profundizar demasiado, de respetar los turnos. Emplea un tono de voz tirando a grave. Serio. Tirante. Es difícil ahondar en ella.

Pero luego recogemos a su amiga Cris. Cris es más jovial, natural, descarada. Al entrar nada sabe del tono empleado entre Virginia y yo (en cierto modo, no soy más que un taxista). Comienza a hablarle a Virginia ignorando el clima previo, en un lenguaje más directo, muchos «tía, tía, tía» espídicos, en voz alta y aguda. Habla deprisa, sin dejar espacio para la réplica.

Ahora entran en juego las dos Virginias. Cómo pasar del tono que empleó conmigo al tono que empleará con su amiga sin que yo note un cambio demasiado brusco. Virginia sabe que estaré escuchando aunque no intervenga en su conversación. Me tiene en cuenta porque ya creamos cierto vínculo antes de Cris, el suficiente para crearnos un somero mapa del comportamiento en público del otro. Tal vez por ello, cuando al fin consigue meter baza en el monólogo de Cris, Virginia no se muestra tan natural como la otra espera. Habla alegre y rápido, sí, pero algo más forzada que su amiga.

Cris se da cuenta del tono de Virginia y me mira a través del espejo. Ahora Cris es consciente de mí por primera vez en lo que va de trayecto. Ahora sabe que hay una tercera persona que mantuvo, antes que ella, una conversación con Virginia, con la Virginia neutral y anónima. Por ello tensa también su tono y guarda más cuidado en lo que dice. Ahora Cris ya no es Cris para Virginia, ni Virginia es Virginia para Cris. Sin duda cada cual volverá a interpretar su papel cuando salgan del taxi pero ahora, y en lo que dure el trayecto, nadie será tal y como presume ser. O, al menos, no del todo.  

La naturalidad, en fin, sólo se muestra ante un reducido número de personas. Y no siempre. No en cualquier situación.

Todos somos varios. Todos somos actores.

………………………………………………………………………………

Video-reportaje de mi taxi en La Trinchera. Gracias, Luis.

Hip hop taxial

Hoy me ha dado por experimentar con el Hip hop. Te propongo darle al Play y frasear los versos que he escrito sobre la base rítmica (a ver qué sale).

¡Ojo! ¡Cuádralo a tu antojo! 

Cáncer son las calles

mi taxi es quimio

y simio ese petulante del volante que adelanta sin mirar atrás

¿de qué vas?

no eres mi mundo

tu Golf no es eco de mi voz (voz, voz, voz, voz…)

Busco cábalas

encuentro sílabas

salivas sueltas

mentes abiertas

asfalto vivo y no consigo descifrar el acertijo

alguien dijo: «déjalo y vente conmigo» y no le sigo, no.

Sólo persigo tu reflejo en el espejo perplejo, ¡pendejo!

Y no me quejo ni me alejo

ni a tu complejo le dejo photoshopear

y tu coser es mi cantar

y ahí lo dejo.