Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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A la mitad del trayecto rompiste a llorar procurando que no se notara (no conozco lágrimas más sinceras que esas: las que surgen sin quererlo y se intentan esconder, las que no suenan o suenan sordas porque te muerdes los labios, porque no quieres que ningún desconocido te pregunte ni se preocupe por ti ni sepa siquiera que existes).

Tus gafas ahumadas me impidieron ver el foco de esas lágrimas, pero no su rastro: Las gotas saladas también se rigen por la Ley de la Gravedad, aunque la gravedad de tus motivos intentara retenerlas dentro. Por eso, cuando tu primera lágrima rebasó el telón de tus gafas, te apresuraste a arrastrarla con el dedo (cual limpiaparabrisas del dolor) y luego te secaste el dedo con disimulo en la tapicería de tu asiento trasero de mi taxi.

Y aquello tuvo que calar en mi taxi que soy yo, porque de súbito a mi también se me empañaron los ojos. Yo también llevaba gafas y también usé mi dedo para disimular el rastro de mi primera lágrima. Yo también sequé mi dedo en la base de mi asiento.

Y aquello tuvo que calarte, porque la siguiente lágrima fue tuya, y volviste a secarte el dedo en tu asiento y me llegó de nuevo tu nueva lágrima que lloré yo, y luego tú la mía y yo la próxima tuya. Y así comenzamos a llorar cada uno lo del otro a través del filtro de mi taxi hasta alcanzar tu destino: Paseo de los Melancólicos, su nombre.

Allí nos perdimos el rastro pero no el rostro ni el por qué de las lágrimas del otro. Me chupé el dedo de tu última lágrima y entonces supe (del verbo saber) que Carlos te había dejado después de cinco años de convivencia. 

Ahora sólo espero volver a verte y que me cuentes si tú también te chupaste el dedo al salir de mi taxi. Necesito que me digas por qué estoy tan triste.