Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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La mancha

No era una usuaria habitual del taxi, o al menos no demostró la soltura de quien toma taxis con asiduidad. Me mandó parar como con miedo, y al indicarme el destino, sólo alguien novato lo detalla con tanta precisión: «calle tal, número cual, dos portales después del restaurante x, ¿lo conoce?, si quiere yo le indico». Por otra parte el trayecto coincidía con la ruta de la línea 73 de autobuses, el mismo autobús que pasó segundos después de pararme. La mujer podría haber tomado el autobús en lugar de mi taxi: el trayecto era corto, apenas ganamos tiempo, y a efectos prácticos se acabó gastando 5,35€ en lugar de los 1,50€ del billete. Por todo esto supuse que había un motivo oculto en aquella decisión.

Casi de inmediato, su postura al sentarse me dio la respuesta:

La mujer no adoptó una postura cómoda. Nadie viaja en taxi cubriéndose el pecho con el brazo plegado y la mano en el hombro opuesto, como abrazándose. Aun así, ella intentaba mostrar cierta naturalidad, mirando la calle distraída a través del cristal. Ahí me di cuenta que detrás de ese gesto ocultaba algo. Por eso mismo, por intentar descifrar qué ocultaba su brazo, frené en seco y entonces ella reaccionó estirando las manos para no darse con el respaldo del asiento. Justo ahí vi la mancha de su blusa. Una mancha violeta, como de vino, a la altura de su pecho izquierdo.

Me disculpé por el frenazo: «¡Uf! Se cruzó un gato», mentí, y al instante ella volvió a cubrirse la mancha con el brazo.

Luego llegamos a su destino, sacó el monedero del bolso y al abrirlo y tenderme un billete de 10€ me fijé en su Abono Transporte. En efecto, había tomado mi taxi para evitar la vergüenza de mostrar aquella mancha en un autobús repleto de viajeros.

No me pareció extraño. Ciertas manchas, más si destacan sobre el fondo blanco impoluto de la camisa, nos hacen sentir sucios, incómodos, torpes, no podemos evitar construir un mundo a alrededor de ellas, no podemos evitar pensar en otra cosa hasta el punto de creernos el centro de atención de conocidos y desconocidos. Contamos los minutos que faltan para llegar a casa y despojarnos de la prenda del delito. Y hasta somos capaces de pagar un suplemento por evitar miradas que reflotan el pudor, aquí el ejemplo.

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Nota: Con la intención de fomentar el uso del taxi y, por consiguiente, de reactivar el consumo, te propongo que manches las camisas de tus compañeros de trabajo. Haz como que se te cae el café encima del de Contabilidad, o tropieza con un rotulador en la mano delante del de Recursos Humanos. Recuerda que somos, los taxistas, el motor económico del país y este pequeño gesto por tu parte podría sacarnos a todos de la crisis. Gracias.