Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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El Club de los Mentirosos

La gente miente. Miente mucho. Más aún si no conoce de nada al mentido y aún más si sabe que no volverá a verle jamás. Por eso los taxis son el medio ideal: Suben, viajan y fingen llevar una vida que no es la suya (se les nota cuando mienten por sus gestos, sus contradicciones o sus lapsus).

El mentiroso actúa siempre solo (o en compañía de otros recién conocidos a los que también pretende «impresionar») y suele dirigir sus mentiras a lo material, a lo que dice que tiene pero no tiene:

– ¿Me lleva al taller Porsche de la calle (…)? Me han llamado para recogerlo – me dijo uno ayer mismo. Al dejarle en la puerta del taller y alejarme pude comprobar a través del espejo cómo cruzaba la calle y entraba en otro taller distinto de otra marca mucho menos exclusiva.

Visto esto me pregunté: ¿Y a mí qué me importa el coche que tenga aquel tipo? ¿por qué necesita «presumir» de coche ante un completo desconocido? ¿necesitamos «ser», acaso, el coche que tenemos o nuestra cuenta bancaria por encima de todo lo demás?

¿Por qué nadie enfoca sus mentiras hacia el campo del intelecto o del alma? ¿por qué nadie dice ser más inteligente de lo que realmente es, o más místico, o más feliz (porque sí, sin patrimonios), o más propenso a amar y ser amado?

Ya sólo veo sinceridad en el odio que demuestran cuando hablan de temas sensibles para ellos. Cuando hablan de política, religión, inmigración o cualquier otro que precise posicionarse y emitir un juicio sea del bando que sea. Ahí, en el odio o en la ira, siempre son sinceros, nunca mienten. Me inquieta esto.

Yo, puta

El hombre, tan elegante como borracho, me pagó los 5,35€ del taxímetro chivato.

Cerró su puerta y justo antes de iniciar la marcha, de súbito, alguien (que no era él) golpeó mi ventanilla:

Toc, toc, toc…

Era un hombre de aspecto siniestro con chaqueta de cuero y un walkie-talkie en su mano derecha. Le di al botón con el dedo temblante:

– ¿No te quedas a cobrar tu comisión? – me dijo. Por su acento parecía del Este.

– ¿Disculpe?

– El tío que has traído… es cliente nuestro. Si te esperas a que me den el ok los de dentro, te damos tu parte.

– ¿Qué parte? – pregunté incrédulo.

– Si el cliente se toma una copa, te llevas 10€. Y si folla, 60.

Puede que me sintiera intimidado por aquel tipo, o puede que expectante también por saber si aquel usuario follaba o no; el caso es que me quedé esperando.

Diez minutos después, volvió el del walkie.

– Pasa dentro con un recibo en blanco.

Con mi recibo en la mano, salí del taxi en dirección al burdel. Llamé al timbre que me indicó el portero y abrió la puerta una mujer de medidas idílicas, con bata de seda y pechos antigravitatorios.

– Hola, cariño… – me dijo con tono sensual.

– Soy el… taxista – solté acongojado.

– Ah. Pasa. La tercera puerta a la derecha – dijo ahora cambiando el tono a gélido y distante.

Al fondo de un pasillo rojo satán con olor a sexo dulce se encontraba un tipo muy serio sentado tras una cajita metálica.

– ¿El taxista? – me dijo.

Afirmé con la cabeza.

– Hazme un recibo de 60€ con tu nombre y tu número de teléfono.

Tras rellenarlo el tipo me entregó un billete de 50€ arrugado y otro de 10.

– Ya sabes dónde tienes que llevar a tus clientes cuando te pidan algún club con buenas chicas…

– Eh… ¡claro!

……………………………………………………………………………………………………..

Ya en casa puse los dos billetes sobre la mesilla de noche, me tumbé y clavé la mirada en ellos, desconfiando como si estuvieran vivos, durmiendo y a punto de despertar para saltarme a la cara.

Aceptar dinero de un Club de Alterne, para mi ética de andar por casa (de ateo practicante hecho a sí mismo), suponía entrar en el juego de la prostitución. Sin embargo, de haber rechazado esos 60€ sin duda habrían servido para retroalimentar el negocio.

Y en ese bucle me quedé, sin poder pegar ojo en toda la noche.

Los billetes siguen ahí, sobre la mesilla. No sé qué hacer con ellos.

El millonario y Cortázar

Al alcanzar el acceso a su mansión de interminables setos, en el epicentro de La Moraleja, el usuario me dijo:

– ¿Le importaría entrar? Aun queda un buen trecho hasta la casa, y con las maletas…

Entonces sacó de su cartera (de piel de prepucio de ballena, supuse) un mando a distancia y, al accionarlo, se abrieron dos enormes puertas verdes (a juego con el color de los ojos de su señora esposa, supuse).

Giré despacio para luego atravesar un camino asfaltado de unos 300 metros secundado por su correspondiente hilera de árboles frondosísimos y estupendos. Detrás de los árboles pude distinguir un jardín que parecía no acabar nunca, y más allá una piscina más que olímpica con forma de algo que sólo se podría distinguir a vista de pájaro.

Al fondo, un par de jardineros trabajaban atusándole el cabello al césped.

El camino moría en una rotonda cual plaza de toros (sin toros, pero con un Aston Martin, un Jaguar y un Audi aparcados en línea). Y en el centro de la rotonda, como no podía ser menos, una fuente con su par de chorros (como homenaje a los pezones de su señora esposa, supuse).

Después de todo aquel despliegue vegetal se alzaba, al fin, una mansión de tres plantas, a diez ventanas por planta (viento en popa, a toda vela…), con su entrada escoltada por cuatro pilares de mármol, su escalinata blanca y virgen, y unos enormes macetones a cada lado.

Al bajar y abrir el maletero para sacar sus dos maletas (de piel de párpado de koala, supuse), el muy cabrón soltó no exento de mofa:

– Qué… ¿envidia?

– ¿Envidia?. Yo nunca envidio a quien no conozco de nada, caballero. Que pase un buen día.

Al marcharme pensé en la envidia, ¿qué es la envidia?, ¿a quién envidio?, y de súbito me vino la imagen de Julio Cortázar. De Rayuela.

Recuerdo la primera vez que leí ese famoso capítulo 7Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…»). Recuerdo que, al terminar de leerlo, cerré el libro con furia y solté en voz alta:

– ¡Qué hijoputa!

Así entiendo la envidia. ¿Para qué podría necesitar siete cuartos de baño por planta si pudiera escribir libros como ese? ¿Quién coño necesita siete cuartos de baño por planta y una piscina con forma de Ñu? ¿Habráse visto semejante horterada?