Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Si te soy sincero nunca hubo tres Beatrices sino una, la primera, y dos copias, dos sustitutas, dos parches. La primera abrió la caja de mis truenos, diseccionó en mil pedazos al Daniel que antes era y nunca volveré a ser sin ella (aunque me empeñe en seguir intentando recomponer mis cachitos esnifando pegamento o lamiendo salivas y fluidos ajenos que pegan pero no reconstruyen: las vetas me delatan).

Lo sé porque su recuerdo ahora es nítido y duele y ahoga más que un puñetazo a traición en la nuez. Un recuerdo que me transporta sin querer a su cama y a su espalda desnuda grapada a mi pecho, los dos girados siempre al norte y mis brazos protegiendo su sueño que era el mío despierto. Latidos coordinados, pan y cebolla y mi reloj atado al suyo dentro del congelador.

Había un proyecto en común pero también celos y la inseguridad de haber encontrado a la recta mujer de mi curva vida, de dedicarle mi oxígeno a sus pulmones y viceversa y mandarlo todo a tomar por culo, taxi libertario incluido.

Me quedé sin ella pero con mi taxi y ahora uso el taxi para buscarla a ella por las calles de Madrid. Sé que ha conseguido recomponer los pedazos de su vida como lo hice yo, mediante parches. Sé que ahora duerme protegida por los brazos corruptos de otro soñando que son mis brazos, y que no se quita el reloj de la muñeca por si las horas perdidas.

Sé o necesito saberlo para seguir soñando con palillos en los ojos. Y a quien me lleve la contraria, lo mato.

Mens sana in corpore chungo

Llevo todo el santo día con la carta en la mano, conduciendo mi taxi con ella a mi vera o dejándola, como quien no quiere la cosa, en el asiento trasero por si algún cliente se la pudiera llevar por error y olvidarme de ella y dejar atrás mis dudas: ¿Abro la maldita carta? ¿quemo la carta?

Flashback: El martes de la semana pasada, tras un obsceno número de noches vagando de bar en bar (entre servilletas con versos escritos por ambas caras, cigarrillos atrapa-musas y cervezas ahoga-penas), mi hígado sacó bandera blanca y le dijo a mis pulmones que, o cambiaba yo de vida, o él cambiaría de cuerpo. Por eso, para contentar a ambos tres (hígado no hay más que uno y pulmones los tengo a pares), acudí a ese «Club de los simples mortales» que hacen llamar Hospital y me hice un chequeo.

La carta cerrada que, desde esta misma mañana, tengo entre mis manos contiene los resultados del chequeo en cuestión: Transaminasas, colesterol, plaquetas y demás parafernalia humana (que no divina). Si la abro y leo lo que espero, unos malos resultados, me sugestionaré (soy muy aprensivo) y acabaría obsesionado por los yogures con Bifidus, las dietas sin sal, los paseos en bici, las pulseras Power Balance y los Planes de Pensiones. Y claro, en cuanto mis musas me vieran con mayas, camiseta de tirantes y una cinta en la cabeza, se irían con otro.

Pero, si no la abro…

¿Qué hago?