– TANGA, MENTIRAS Y AMORES DE VIDRIO –
Durante gran parte de la noche permanecí atento a la tienda de campaña de la pareja de españoles. Llegué incluso a acercarme con sigilo y pegar la oreja en su lona, pero no escuché ni vi nada especial. Sólo ronquidos (de él, supuse). El tanga de la alemana que introduje la tarde anterior en el saco de la española, por el momento, no había causado el efecto deseado.
Me pasé la mañana escribiendo en el bar, tecleando el grueso de un relato cuya trama se me ocurrió ayer, a raiz de la conversación que mantuve con Leyna (la esposa de Roger). Ya tengo el boceto y un título: «Todos somos Norman Bates». Durante el proceso, la misma Leyna se ocupó de rellenarme una y otra vez la taza de café, así como de vaciarme con la misma frecuencia el cenicero. En una de estas idas y venidas se plantó delante de mi mesa y me dijo:
– Tienes ojos y manos de artista. A partir de ahora serás Mr. Taxritor: El taxista que escribe.
(Me asombró su forma de decir «Taxritor». Por mucho que lo intentara después, no fui capaz de pronunciar la R después de esa X: taXRitor. Prueba. ¡Es imposible!)
Después de comer y reposar la paella del bar me acerqué a la playa. Allí me sorprendió ver al español sin la española, sentado en la arena, bajo una sombrilla raquítica y con una lata de 50 cl. de cerveza en la mano. El tamaño de la cerveza no era casual. Lo normal siempre es beber en latas de 33 cl. (aunque sean varias seguidas). Quien opta adrede por una lata de 50 cl. o es choni y lleva chándal, o está rumiando algún problema ocasional. Ahora sólo me faltaba saber si su problema estaba o no relacionado con el tanga que yo mismo introduje en el saco de dormir de su mujer.
Para acercarme a él sin parecer un gayer usé un método tan varonil como efectivo. Me acerqué al Market del camping, compré un par de cervezas de 50 cl. y agarrándolas como si fueran falos erectos volví a la playa y me senté a su lado. Sin mediar palabra le tendí una de las cervezas, la cual tomó y abrió de forma automática, sin mirarme.
– Tú eres el rarito del bungalow, ¿verdad? – me dijo con acento ébrio (bajo sus pies pude ver otros tres botes vacíos semienterrados en la arena).
– Daniel – le tendí la mano.
– Carlos. Carlos jota punto. Puedes llamarme Jota – al tenderme su mano desparramó sobre la arena un chorro de cerveza. Estaba más borracho de lo que yo pensaba.
– Encantado, Jota. Vas fino, ¿eh?
– Psí.
– El caso es que me ha llamado la atención verte aquí solo, sin tu mujer…
– ¿Mi mujer? ¿te refieres a esa guarra? – me dijo señalando en dirección al camping.
– ¿Guarra? – pregunté confundido.
– Llevo más de 3 años viviendo con ella; más de 3 años con la mosca detrás de la oreja.
– ¿Problemas?
– Antes de estar conmigo estuvo con una mujer. ¿Te lo puedes creer? Le gusta ese rollo, tú ya me entiendes. Ella dice que es bisexual, que no se enamora de un hombre o de una mujer, sino de «la persona» que hay detrás. Yo no me lo creo, claro. O te gusta la carne o te gusta el pescao; pero las dos cosas… – le dió un largo sorbo a su cerveza.
– Si ella lo dice… puede que sea verdad – dije en tono conciliador.
– Na. Y encima creo que me la está pegando aquí con otra, fíjate. Anoche mismo me encontré un tanga que no era suyo dentro de mi saco de dormir – me dijo.
(¡El saco rosa no era de ella, sino de él!, pensé).
– ¿Crees que te la está pegando con otra en este mismo camping? – volví yo.
– Joder, no lo sé. Yo por si acaso no he dicho nada de lo del tanga. Me lo guardé – en esto sacó el tanga del bolsillo y hundió su nariz en él – Huele a limpio. Raro, ¿no?
Me lo tendió para que yo también lo oliera.
– Sí. Huele a limpio. Mejor será que lo olvides.
– Tienes razón.
En esto Jota comenzó a escabar con las manos lo que acabó siendo un profundo hoyo en la arena. Tiró el tanga y lo enterró. Hecho esto me propuso un brindis:
– Por el amor bisexual.
– Por el amor bisexual.
Bebimos y entonces Jota se acercó a mí y antes de que pudiera zafarme me dio un beso en la boca.
– Te quiero, Pedro.
– Mi nombre es Daniel.
– Te quiero, Daniel.
Me marché de allí confundido.
Nota: Tres horas y cinco cervezas después de sucederme esto, caminando desde el bar a mi bungalow, me sorprendió ver en la parcela de unos franceses unas cuerdas de tender sólo con un tanga negro y letras borrosas sujeto por dos pinzas. Me acerqué y leí: «Ich liebe dich». Era el mismo tanga, con rastros de arena. No entiendo nada.
……………………………………………………………………………..
Sigue mis inquietantes «31 días conmigo mismo» en Twitter.