Uno puede amar en silencio o ser por dentro un puto lío y no entenderse y disfrutar, sin embargo, buscando la metáfora perfecta que resuma sus contradicciones. Uno puede intentar ser John Fante, Burroughs, Bukowski, Miller y destruirse con la única intención de construir arte, o de usar el arte como excusa para guardar el equilibrio. Uno puede hacerle un simpa a la puta más sórdida en una pensión con olor a lejía, o mear en la tumba de su propio padre, o conducir borracho un taxi y estamparlo adrede en la puerta de la SGAE y metastatizar el arte que desprenda todo esto. Pero no serás más que un imitador de Bukowski o de Fante o de Burroughs o de Miller, y esa sombra nublará tus escritos, y al final comprenderás que nunca fuiste valedor de una esencia innata, que pasaste por la vida de puntillas. Como un turista.
No hay nada más jodido que imitar al desolado. Imita a un mediocre, si quieres, pero no al que sufre. El artista que sufre no quiere ser artista, sólo busca no sufrir mediante el arte. O al menos anestesiar el sufrimiento, o engañarlo. Un artista atormentado hubiera preferido ser bombero, o embalsamador. Hubiera preferido ser la puta que sólo folla por dinero y mantiene su alma intacta en la mesilla, bien planchada entre los salmos de una biblia.
«Te imitas la mar de bien». Así empieza Lunar Park, de Bret Easton Ellis. Suena pretencioso, pero al menos es honesto. Intento hablar de eso: de imitarse a uno mismo. De encontrar tu propia voz aunque tengas que buscarla en un espejo, o en el eco de otra boca que se preste a la causa. Acércate a esa chica y búscate a través de ella, por ejemplo. Yo lo hice, y al menos perdí el miedo. Sufro lo justo, quiero decir. Me acerqué a la chica apropiada y ahora es ella la que sostiene mi espejo y lo acerca o lo aleja por el bien de los dos. Como quien conecta un ladrón para obtener más enchufes con el mismo voltaje. Y sigo conduciendo mi taxi por las calles que me da la gana, y si no me choco adrede sólo es por no perder la oportunidad de seguir avanzando.
¿Acaso no es el amor, precisamente, el fin último del arte?
El valor se demuestra imitando al del espejo. Supongo.
17 marzo 2014 | 22:19
Me confunde ser hoy la primera en escribir.
Particularmente a mi, jamás me ha gustado imitar a nadie, ni verme en el espejo de otro.
Soy quien soy, mal o bien, pero soy yo quien dirige mi vida, y el retrovisor de la vida, ni para mirar hacía tras.
Me gusta leerte, en el espejo del presente, de mi ordenador.
18 marzo 2014 | 08:46
Verse realmente reflajado en un espejo no es fácil. A veces vemos cosas que no querríamos ver en nosotros mismos.
http://areaestudiantis.com
18 marzo 2014 | 08:52
La imagen que se refleja
en el espejo estando a solas
es una copia tan exacta
que en realidad eres… tú mismo.
A solas antes el espejo
no actuamos, no fingimos
y a veces para ocultar
imperfecciones cutáneas
nos maquillamos un poquito
pero, no nos engañamos,
sabemos lo que tenemos,
lo que somos y hasta diría
que también, lo que seremos.
Engañarnos? Es imposible
cada cual sabe muy bien
lo que en el saco llevamos,
y los jirones y botanas
del pellejo que nos cubre.
¿Imitarnos? ¿Para qué?
Si somos ya nosotros mismos.
18 marzo 2014 | 09:17
Para mi el arte y la belleza en el amor es esto: http://xurl.es/q63hc
18 marzo 2014 | 10:19
Mirarse sin miedos en el espejo es un acto de valentía.
Ser yo misma es mi reto diario ¬¬
18 marzo 2014 | 10:53
Yo, con el tipo del espejo, hasta la fecha, tengo una relación de amor-odio. Hasta los 25 años, nunca dejó de sorprenderme. De los 25 a los 35 esa relación fue fluida, cómplice: una sola mirada y los dos entendíamos lo que queríamos. De los 35 a los 45, empezó a tocarme un poco las pelotas. En la actualidad intento tener la mínima relación con él. Y de aquí a 10 años, imagino, volveremos a empezar de cero; él no me reconocerá a mí, ni yo a él.
18 marzo 2014 | 20:23