En la mente de otro

Siempre he fantaseado con la idea de poder entrar en la cabeza de los demás para saber en qué piensan o qué sienten.

Me encantaría, por ejemplo, poder entrar en la cabeza de un usuario de mi taxi (y él en la mía, para compensar). Si pudiera hacerlo sabría qué piensa cada vez que me mira la nuca o, mejor aún, controlaría también sus impulsos y acariciaría con su mano mi propio cuello para saber cómo interpreta él su propio sentido del tacto. Mientras, el usuario conduciría mi taxi desde mi mismo cuerpo y me llevaría a su destino que ahora sería el mío.

Le pagaría con su dinero y saldría de mi taxi en dirección a su casa para comer con su mujer y charlar de nuestras cosas, jugar luego un rato con sus hijos, y acostarme pronto porque mañana tendría una reunión a primera hora (joder, madrugar…) con Paco, el de Recursos Humanos, para tratar el tema de la fusión con esa otra empresa papelera, momento que aprovecharía para meterme a su vez en la cabeza de Paco y así saber de una puta vez si me mira mal porque me tiene envidia (gano más que él) o sólo son ilusiones mías.

Y ya que estoy en la cabeza de Paco iría a ver a Susana, la de contabilidad, y con un par de huevos (los suyos) trataría de quedar con ella para llevármela a la cama. De conseguirlo, gracias a MIS méritos, al fin podría catar los pechos más codiciados de toda la oficina (a través de la lengua de Paco) y también sabría si es verdad lo que dice Ricardo, el de ventas (ya entraré otro día en su cabeza), que tiene una serpiente tatuada a la altura del pubis.

De no conseguirlo sería fallo de Paco. Se sentiría avergonzado él, no yo, que sólo soy un humilde taxista.

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