Dijo ser Catedrático de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Y allá fuimos. Desde la calle Bravo Murillo hasta la susodicha U.A.M.
Yo le dije que también había estudiado en la U.A.M., pero en otra U.A.M.:
– Estudié en la Universidad Asfáltica de Madrid – le dije.
– Je, je…
Los filósofos también ríen, pensé.
Varias frases de rigor después el tipo comenzó a contarme algo que llamó poderosamente mi atención:
– El otro día les hice a mis alumnos de primer curso una prueba sorpresa. Nada más entrar en el aula les hice tomar dos folios en blanco para que respondieran de forma clara y precisa la siguiente pregunta: ¿Por qué?
– ¿Por qué… qué? – le pregunté.
– ¿Por qué?. Nada más que eso: ¿Por qué? Les dejé ahí, redactando sus respuestas. Y yo me fui a tomar un café.
– ¿Por qué?… ¿Y cuál es la respuesta?
– Media hora después regresé al aula y me encontré lo que ya me esperaba: la mayoría de mis alumnos había llenado sus dos folios (por ambas caras) con elucubraciones absurdas acerca del origen de la vida, el origen de las palabras o el origen de la razón.
– ¿Alguien respondió lo correcto? – le pregunté intrigado.
– Una chica. Fue una chica de apenas veinte años quien más se aproximó al sentido de la pregunta. Me entregó (muy sonriente, por cierto) una sola hoja con una sola línea redactada: Su respuesta era otra pregunta.
– ¿Cuál?
El filósofo mantuvo la intriga hasta el mismo momento de alcanzar su destino.
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Pregunta simpulso: ¿Cuál podría haber sido la respuesta perfecta a esa pregunta, en tres palabras?
no se por qué ni por qué no…era por ocupar el comentario numero cien
03 mayo 2008 | 12:45
La respuesta es sencilla:»A quién le importa¿?»
05 mayo 2008 | 02:09
Por mi
06 agosto 2008 | 16:19