Algunas palabras sobre Ballard Reloaded de Beatriz García Guirado y Andreu Navarra

Leo «Los pies fríos» de Beatriz García Guirao. En ese libro se ha escondido Ballard. Ahora recargo, recargo porque hay mucho, demasiado. Voy con el oso a buscar la miel. Sloper es el cielo y su editor está encerrado en un edificio. El más alto de Mallorca. Los agentes de la ley quieren derribarlo. Va contra todo. Pero para poder entrar tienes que recitar a Livio Andrónico en esperanto. Pide ayuda a Luis Alberto de Cuenca. O sigue leyendo este artículo, Ballard Reloaded de Beatriz García Guirado y Andreu Navarra editado por HURTADO Y ORTEGA EDITORES.

Cierto tipo de pornografía. Nacho Vidal arremete contra el taboo. De dos a tres de la mañana no es vicio, es una manera de vivir. Nino Bravo y Crash. ¿Da Crash para acto onanista? Desde 1973, el año que ganó Eddy Merckx la Vuelta a España hasta 1990, el año que no sabíamos qué hacer. Ahora me dices que Ballard escribió «El imperio del sol». No sé que he estado haciendo todos estos años imitando a los grandes, imitando a Ballard. Me subo, digo adiós al avión. Confundes el final de la película con un anuncio de los ochenta de coches. Otra vez los coches. Y el bebé oriental haciendo el signo de la victoria con los dedos. Se hizo tarde, muy tarde. El escritor murió ahogado bajo una monumental biografía de William Borroughts carente de índice onomástico mientras buscaba referencias a Ballard. Peligrosos gorriones se acercaron a las partes de su rostro que no estaban cubiertas de hojas y de encuadernación y picotearon. Peligrosos Gorriones era una banda de rock argentina de los noventa. Mucho sónico, mucho. No mueves demasiadas letras y pasas de Gorriones a Gorrinos. Me costaba concentrarme.

Vi en Youtube un resumen de 10 minutos de Titane. Me da miedo engancharme a eso. Ha descendido me capacidad de atención. No te puedo pedir que leas este artículo hasta el final. Es enorme, es muy largo y yo no puedo ver dos horas de película, cuarenta minutos de serie, diez minutos de resumen de películas. Una detrás de otra, un resumen tras otro: Titane no me produjo desazón porque en Youtube para que no les tiren abajo los vídeos tienen que difuminar todo lo que pueda resultar grosero o afectar la sensibilidad. La sensibilidad está muy baja y acabaremos viendo vídeos en Youtube totalmente codificados, como el porno en Canal + en los noventa. Ya estamos otra vez en el porno, los noventa y las imágenes. Aloma, mi amiga Aloma escribe en su última novela «Puro glamour», un libro que frisa la autoficción, que ha visto Titane. No parece aturdida por la experiencia. Sigue escribiendo como quien ha visto una de Tom Cruise. Todo está inundado, es de color verde, es libro en formato bolsillo, la vida explicada en un número digital del Reader´s Digest. Vuelta contra la tecnología, como en una novela de Mairal.

Hay tres genios en occidente. Max Ernst, Salvador Dalí y William Borroughts. Vi el documental de Woodstock 1999. Adolescentes con infecciones en los labios, propias de lugares insalubres, aguas contaminadas, adolescentes con reseca de metaanfetamina y los labios purulentos, felices, saludando a la cámara. No había móviles, pero sí aguas oscuras. Cierra el festival un vídeo de Hendrix. Un Jimmy Hendrix monstruoso y plano. Son las cuatro de la mañana. Las hordas se alimentan del calor y arrasan con todo lo que encuentran. Pienso en una película que le encantaba a mi madre: «Cuando ruge la marabunta». Flea en pelotas, el pene de Flea, Flea en Obi-Wan Kenobi.

Caminamos hacia del Museo Dalí en Figueras. No sé si nos hemos perdido o es una prueba para fans de Dalí. La carretera bajo el sol, caminamos, un western de Tarantino, nadie se subiría a un coche que nos ofreciera llevarnos. Recuerdo estar en el casino de Cadaqués, habíamos ido a visitar la casa de Salvador Dalí. Recuerdo que para llegar tuvimos que recorrer una recta larguísima en una autopista donde el sol pegaba tan fuerte que parecíamos estar en una película de Robert Rodríguez. Llevaba un libro de Félix Romeo en la mochila. Lo saqué mientras bebía un café con hielo. Me metí los hielos en la boca como hacía Félix con los de la gaseosa. Me emocioné al leer un artículo. No recuerdo cuál. No es lo importante. Tuve que dejar de leer. Reíamos pensando en el oso de Dalí, en las fotos que nos hicimos en su jardín.

«¿En una película de Tarantino o en una de Robert Rodríguez? Aquel oso polar en la puerta, los lugares exactos donde rebotaba el sonido. El jardín como un parque de atracciones abandonado, lleno de anuncios pop con mugres. Parte del texto anterior está incluido en una novela inédita que nunca termino, porque sigue creciendo y creciendo, como un hongo, como una hiedra».

No puedo estar seguro de que Ballard estuviera obsesionado con los Parques de Atracciones ni con la muerte de Kennedy. No lo he leído tanto. Sí que lo estaban George Saunders con «Guerracivilandia en llamas» o DeLillo con sus propuesta de parque temático sobre Hitler en una segunda parte nunca escrita de «Ruido de fondo» (¿Ruido blanco? Compré el libro en una tienda de El Escorial, bastante cerca de donde se vinieron abajo las obras de Jesús Gil). Si vuelvo a leer a a Palahniuk seguro que encuentro algo. Algo que se arrastra, algo que se esconde, algo que suene a Parque de Atracciones (Where is my mind? La primera bomba la puso el Guasón bajo la montaña rusa). Stephen King e IT. El comienzo de IT. El verdadero comienzo de IT. Los chicos vuelven de una celebración en una feria. Eso cuenta. Y el asesinato de Kennedy. Kennedy elegante como un yonqui con dinero. Con el traje perfecto para que no se le noten los pinchazos de anfetamina. Lou Reed, cuando era más mito que broma, copiándole el menú a Kennedy.

Todos los viajes en el tiempo, todas las series de televisión, todas las grandes conspiraciones, todos concurren en Dallas: Futurama, eEl Comediante de Watchmen resolviendo un problema (en la película es Neggan antes de The Walking Dead, curiosamente en el largometraje de Snyder está mucho más envejecido que en la serie de AMC), Fringe, Expediente-X: la mujer rubia escandinava viajera temporal sin comas. Todos reunidos en un bar en otra corriente temporal, en una dimensión paralela que ocupa el mismo espacio pero vibrando en una frecuencia distinta a nuestra tierra, la tierra de Ballard, bebiendo, casi no se cabe, hay que pedir invitación. Un Kennedy alternativo entra en el bar y saca un arma y dispara, pero solo sale bourbon y todos celebran la broma hasta que descubren que no es bourbon, que es ácido fluorhídrico. Busquen, busquen en wikipedia. Compiten el momento con Jesucristo amigo de los muertos vivientes (Lazarus Bowie Dead) (Dead man walking) y en el Calvario, con tres luces alrededor, Caballo de Troya, Juan José Benítez. Nadie viaja nunca al momento previo de la muerte de Lennon, nadie para al asesino de Lennon.

Lista de cosas que tengo que fotografiar para el artículo (I parte): mis libros y mi biografía de Borroughts, la edición de bolsillo verde del único libro de Ballard que tengo, el otro libro de Beatriz que publicó con Sloper, unas capturas de mi inmensa colección de libros de ciencia ficción de Bruguera y aledaños, una foto de Jesús Gil junto a Walter Berry en el equipo de baloncesto del Atlético de Madrid de la 90-91 entre mis revistas de la Gigantes del Basket, 52 puntos en un partido. El deuvedé de Todo va bien de Jean Luc Godard.

YO estuve en la toma del Capitolio, ahora mismo adjunto unas fotos que lo demuestran. No lo recordaba. Empezaron a llegar las imágenes. Busqué a Julia Louis-Dreyfus, quería besarla, quería estar con VEEP. Es ella, siempre el mismo personaje, desde Seinfeld. Es su Antonio Resines. Ahora será la condesa Valentina Allegra de Fontaine, el personaje que habitaba los sueños lascivos de Nick Furia cuando lo dibujaba Jim Steranko.

«Una pregunta antes de seguir: ¿El odio completo hacia la especie humana excluye que el odiador/sintiente se considere a sí mismo o por los demás racista? No es para mí, es para un amigo».

Tú sabías lo que iba a pasar, Jesús. Metiste una de cal y cien de arena. Se vino todo abajo. Las ruina s de aquel complejo, en lo Ángeles de San Rafael. Estuviste en la cárcel. Te hicieron una serie. El tráiler era prometedor. Paolo Futre y el caballo haciendo las alineaciones. Jesús Gil es Barrabás o un demonio Sumerio. Es el Pazuzu ibérico, el que salía en la segunda parte del Exorcista, la mosca del Exorcista. Richard Burton conservado en whisky, con temblores que hacían más creíble su actuación. Un demonio sumerio. Iker Jiménez hablando de «Los ángeles de Jesús Gil». Artistas que regalan estatuas a Ballard de Jesús Gil y las colocan en su jardín.

Revisamos los fichajes de Jesús Gil para el Atlético de Madrid. Unos chicos subsaharianos. Debía 2700 millones de pesetas. Cedió los derechos sobre cuatro jugadores. Los jugadores no existían, perdón, existían pero no eran futbolistas.

Copio y pego: «Cuatro personas de raza negra, Abbas Lawal, Limamou Mbengue (‘Lima’), Maximiliano de Oliveira (‘Maxi’) y Bernardo Matias Djana, fueron contratados siendo adolescentes como jóvenes talentos por un valor de 2.740 millones de pesetas (unos 16 millones de euros) a la empresa «Promociones futbolísticas», controlada por los Gil, según la Fiscalía Anticorrupción, por lo que estaba habiendo un vaciado patrimonial por esa cantidad simulado como un activo ficticio».

Maxi no era africano, era brasileño y había sido albañil en Marina D´or. Un templo. Uno cualquiera. Al G.I.L lo pararon los masones, Fuerza Nueva y el Rey Hassan cuando estaba consolidando su poder en Ceuta y Melilla. A pesar de tener la simiente fresca de William Burroughs extendida por todo Tánger, sus huevas en los lavaderos de dinero de la familia Gil. Más que una secta debería ser un grupo de hijos bastardos como los de Lee Marvin. Jesús Gil diciendo que le iba a cortar la cabeza al negro, al Tren Valencia. Un acto sexual andante, el Tren Valencia. Jesús Gil diciendo que Pacho Maturana daba farlopa a los jugadores del Atlético para que corrieran. Ahí nadie entrenaba.

En el verano de 1991, «Las noches de tal y tal», con Gil en un Jacuzzi. Con Andrés Calamaro componiendo las canciones de éxito de Los Rodríguez. Si alguna vez pensaste que los ochenta fueron excesivos es que no has visto a Calamaro saliendo del Plan Austral camino de Madrid a encontrarse con Daniel Melingo y Ariel Rot. Dan para paja aquellos recuerdos. En una esquina una modelo desparecida, Oliva y en la otra el buda negro, GIL.

Sálvame, hoy, ayer. Una desconocida en bikini avisa de la segunda venida de Jesús Gil. Belén Esteban en el hospital. Belén Esteban en la resistencia. Hay un crack. Hay crack para todos. También para los seguidores del Atlético de Madrid que convierten Londres en el sueño lúbrico de Alan Moore, explosión punk sonando los Sex Pistols por una banda de chicas en francés.

El sudoroso presidente Nixon discutiendo con el señor Burns en un episodio de los Simpsons. Vuelve Reagan a la presidencia y le cuesta reconocer a su mujer, la llama Nancy Kennedy, la llama Nancy Sinatra, la llama la muñeca Nancy (modelo Nancy Reagan con una grabación que dice «No a las drogas»). Unos años más tarde un humorista, invitado habitual de la Resistencia, lleva una camiseta que dice «Say perhaps to the drugs». Todos le ríen la gracia. Estoy haciendo una guardia en 4ºde la ESO y los alumnos sueltan chascarrillos sobre sustancias tóxicas para provocarme. Si superieran el amplio abanico de estupefacientes ilegales consumidos previamente a la docencia y la cantidad que siguen dentro del cuerto, todas con receta, todas para mantener las estabilidad química. Es muy importante mantener las concentraciones en los valores adecuados. Resinas, polvos o pastillas. Dame una roja, dame una blanca y conquistaré Gibraltar.

Romperás el cristal. Usarás las cartas de Brian Eno. Usarás la foto de Bowie y William Burroughs y la harás pedazos. En un Atari, en un PC de 5 y 1/4, ahí esconderás el alma. Tu alma sigue duermiendo la siesta y los Standstill piden elecciones justas para presidentes de la escalera. La escena de Dodi metiéndose cocaína en la última temporada de The Crown. No sé si fue un sueño o realidad. No sé si me lo inventé, las sinapsis afectadas por la lectura de Ballard pueden ser muy traidoras. Revisas las películas producidas por Dodi y descubres que la más importante no es la que ganó el Oscar, no. No te confundas. Nada como descubrir que Dodi produjo FX Efectos Mortales. Una cara que se funde. Y el protagonista, Bryan Brown, le quita la novia a Tom Cruise en Cocktail. Ya están todos los cines y todos los videoclubs donde se podría visionar o alquilar el largometraje. Ahí escondieron a Lady Di, a Dodi y un suministros continuado de cocaína.

Es tu mujer. Es Barcelona. Es Bowie. Es Mies Van Der Rohe. El escroto de Mies, el sótano del pabellón, la silla más incómoda del mundo. Los niños de San Ildefonso. El estudio de la probabilidad se ha convertido en algo distinto. El mundo ha cambiado de las probabilidades discretas a las funciones de distribución. Ahora calculas un intervalo de probabilidad. Te ha tocado ser jurado de las oposiciones. Dirás tribunal. Escucha, escucha (suéltame del brazo, por favor), a Albert Camus lo mandó matar la KGB y los franceses, era proargelino y anticomunista. Vamos al 50%. Grace Jones entre Piazzolla, Iggy Pop y Edith Piaf. Grace Jones con Camilo José Cela recorriendo por tercera vez la Alcarria. El pop adora a Ballard más que Ballard al pop.

Busco en Filmin Subway de Luc Besson. Recuerdo el impacto del neón en la carátula del videoclub. De todos los videoclubs del mundo. Lambert antes de la bizquera, o con la bizquera bien llevada, antes de los inmortales… tenían mucho rollo la carátula. El animal perfecto, como lo son las cantantes, las susurrantes seguidoras de Gainsbourg. Grabó un disco en 1983 con canciones de Gainsbourg. Isabelle Adjani Pienso en encuentros en la tercera fase, en el puré de patata y en Truffaut. Pienso en Mad Max y en Mad Max 2. Hay que darle una vuelta. Porque el salto en la saga es cualitativo. En la primera la sociedad, decadente, enferma, se mantiene: hay ORDEN. En la segunda es el caos, la gasolina australiana, el agua mezclada con el barro. Qué ha pasado entre medio, no lo sé. Mel Gibson salió una noche y, a la mañana siguiente, se despertó con una resaca de espanto y Australia en llamas. Nunca una saga evolucionó tanto de la primera a la segund parte. ¿Una cuestión de prespuesto? Kiko Rivera en Mad Max IV, más allá de la cúpula. ¿La cúpula del trueno es un guiño a Ballard o a AC/DC?

«En el primer FNAC en el que entré estaba en unos bajos de una avenida de París. Todo parecía impoluto y aséptico. Era como un hospital. De pronto entraron dos jóvenes negros y sin mediar palabras comenzaron una pelea. Una pelea de verdad, sin empujones, solo puñetazos. Una pelea prácticamente en silencio. Los clientes del FNAC hicieron caso omiso de lo que estaba pasando y solo yo, el único español de la tienda, me acerqué a contemplar el espectáculo circense. Nadie propuso organizar una algarabía. Siguieron con sus compras. Los boxeadores siguieron zurrándose un tiempo. Luego llegó la seguridad y se los llevó. Fue todo muy Ballard, claro. Violencia aséptica. Violencia europea. No sé si recalcar que los que se golpeaban eran negros me convierte en racista. El año en el que lo vi no lo hubiera sido, hoy posiblemente sí. Repito: «¿el odio completo hacia la especie humano me excluye como racista sintiente?»

¿No es el caos un reset del un sistema que hace aguas? Empaquetar lo básico, cerrar, apagar la luz, cortar el agua, bajar los plomos, una canción de Charly García («El día que apagaron la luz»). El agua es un suro básico, es la disolución ácida donde pasa toda la riqueza, la descomposición de lo natural, convertirse en aminoácidos esenciales, recomponernos en un nuevo puzze con la mejor de las apariencias. Empezar por las esquinas y las zonas que tienen todas el mismo color.

Marina Enríquez se despide de Ballard en 2009 desde las páginas de Radar. Me recomienda a Barrientos. Es un año más joven que yo. En los mitos del futuro están Chirico y Magritte. Escribo sobre ellos en otro libro inédito que se llama «Postales». Ya van dos libros inéditos e inacabados. Igual si no escribiera estos artículos me daría tiempo. Pero son buenos libros, igual los editores que lean estos artículos se muestren interesados. Uno se llama «Interino» y el otro «Postales». Cuántas casualidades. Cuando aparecen me siento observado, me siento fuera de juego. Perseguido, vigilado para que cumpla con mis obligaciones. Marina Enríquez no cree en Soda Stereo pero sí en Ballard. 26 de abril de 2009, una semana después de la muerte de Ballard. Fresán está en la sala. La despedida se llamaba «El hombre que inventó el futuro».

Cerrarse y encerrarse. Ballard es el escritor de las cúpulas y los micromundos. Ballard que quiere registrarlo todo y necesita que sea cuantitativamente posible, así que en vez de aumentar la potencia de registro, reduce la cantidad de los registros. Aquí la canción de Nick Cave.

¿El pájaro superior de Max Ernst?

Hacemos Zapping, entre la «Zona muerta» de Stephen King y la descusión de si Ballard fue Lee Oswald o, simplemente, un hijo más de Lee Marvin. La leyenda es mejor cuando la cuenta el Sr.Chinarro, Antonio Luque, con náuticos y fabricando donuts. Antes de que se hiciera una película con el nieto de Darth Vader y una nube tóxica, ya sabíamos que DeLillo y Easton Ellis estaban copiándose las tareas de Ballard, pero… luego hablaré de listas y diccionarios truncados.

Hagamos otra vez zapping, volvamos a Netflix. En un episodio de la segunda temporada de Death&Robots adaptan «The Drowned Giant», el gigante ahogado. Cuando lo vi (es el octavo y último capítulo de la temporada), no sabía que estaba basado en un cuento de Ballard. Me impresiona. Está claro que los liliputienses somos nosotros.

Recuperar Gibraltar. Recuperar España. Adoradores de Gil, en un ferry requisado y procedente de Tetuán desembarca en Marbella. Lo veo. Un comando de yonquis adoradores del Padre Murphy. Los nuevos hermanos almorávidades. Y Michel Houllebecq protesta sin mucho énfasis desde Albacete, a donde ha acudido para darle un abrigo de ostias al humoristas de la camiseta de «di quizá a las drogas». Mientras lo hace le canta «Lenny Bruce» de Bob Dylan. Pero sin ganas.

Cuando daba clases de conducción de carretillas elevadoras tuve a un alumno, ya bastante mayor, que se había quedado sin su único trabajo, el de toda su vida. Trataba de reciclarse, emprender una nueva aventura en un almacén con pallets. Llevaba más de treinta años dedicándose a arreglar el aspecto de los cadáveres antes de que los vieran sus familiares. Treinta años en una funeraria. Se quejaba, claro, del horario -siempre tenía que estar dispuesto a acudir a la llamada de su jefe, era como ser ginecólogo y trabajar en partos, pero justo al revés, no sé si me explico- y el olor. El olor a muerto y a las sustancias que se usaban para embalsamar. Fumaba de manera compulsiva. Entré sin haber probado un cigarrillo en mi vida, me dijo, pero aquello era más de lo que una persona podía soportar. Así que fumábamos para atontar por completo el olfato. El autobús de línea se detuvo y yo me bajé rápidamente, casi sin despedirme. Lo primero que hice fue encenderme un pitIllo.

 

Ray Loriga intenta ser Ballard pero no lo consigue. Le dieron un premio por una novela Ballardista, llena de futurismos aséptico y cúpulas. Muy simbólica. Con sus domos y sus espacios desinfectados. Ray Loriga solo es Ballard en las fajas de sus libros. Ahí todos dicen que es Ballard. No descarto que en este Motel Margot se le haya comparado con Ballard en alguna ocasión. Y Palahniuk, también. Escribes y escribes. Así que yo escribo sobre un libro de Ballard, un libro sobre Ballard, más bien. Y escribo sobre escritores que quieren ser Ballard. Que lo imitan, que tratan de acercarse lo suficiente. No sé si llamarlo balladistas o ballardianos. No acabarás la reseña a tiempo, Octavio. No acabo porque el tiempo se está imponiendo a la reseña.

«El otro puede estar viviendo en el piso de al lado». (Pero si vives solo en un pueblo, un lugar de menos de dos mil habitantes, el Salem´s Lot de la frontera con Castilla, tú, nadie más. Entonces EL OTRO ERES TÚ)»

En 2010 Félix Romeo me mandó un artículo sobre ciencia ficción, un diccionario truncado con algunos de sus fetiches. Quedó inédito hasta que en 2021 Daniel Gascón recogió el guante y lo publicó en el número de agosto de Letras Libres. No puede ser casualidad, nada es casualidad: el momento histórico (nunca antes estuvimos tan cerca del colapso social ballardiano) y las historias que yo escribí aquellos días. En el diccionario aparecía varias veces Ballards.

Ahora mismo lo fotografía, capturo y pego. Ballard, por cierto, era aragonés.

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