Archivo de abril, 2023

Algunas palabras sobre Ronson de César Sebastián

Una edición majestuosa la de Autsider Comics, una editorial que está comprometida con la belleza del costumbrismo a la vez que con la contracultura más salvaje. Pocas propuestas editoriales son tan eclécticas y se dejan guiar por la aventura y el buen gusto. En Ronson tenemos contenido y continente, una novela gráfica que atrapa en el ámbar un estadio social. Una España rural de las décadas terribles. Pero lo terrible también puede ser feliz en la bruma de la inocencia.

El tiempo está detenido. Los apellidos se heredan, los motes se convierten en anécdotas perdidas en el camino que separa las bocas y los recuerdos. Cines que alimentan sueños, cines que son como la visita de los dioses antiguos, dejando una huella en el alma, tan lejanos que no pueden ser reales. Y las colecciones de cromos, lo más cercano a la cultura pop entre los adolescentes que se encienden de hormonas y futuros inconexos. El pasado llega tarde al presente pero hay niños, muchos niños, suficientes como para dar sangre a la tierra sedienta. No existe la pobreza cuando no hay nada con lo que medir, no hay orgullo cuando no se tiene con quién comparar.

Un cambio generacional, el siguiente y el siguiente. Cuesta avanzar, pero el pueblo es un cuesta abajo que se sostiene por la sequía. El terruño tose y vuelve a toser. Espera un poco de vinazo, cigarrillos de picadura, el cura, la Guardia Civil, el maestro que mira de reojo a las mozas casaderas. El maestro, la especie extinta, la especie de mis padres. Una sexualidad inaccesible, un enrojecimiento de mejillas, los caídos por España, los levantados, los que siguen caminando. El coche de línea, una línea entrecortada y afónica de pedir ayuda a gritos.

España es un telar roto que se construye con el esfuerzo de la familia, del dolor, del cansancio. No entiendes de ocio si solo sabes trabajar. Y los niños, maltratando con pureza a los demás niños, a los pequeños animales, una pureza antigua. Situacionismo en viñetas. El color, el color que usa César Sebastián, mostaza, miel, trigo, amarillo sol que es el amarillo del cansancio..
, del sudor que se mezcla con el polvo. La misma belleza de la desesperación es en contrato no firmado con la esperanza.

Algunas palabras sobre La poesía es un arma que carga el diablo de Vicente Muñoz Álvarez

Vuelve Vicente Muñoz, el último beat, el fanzinero salvaje, percusión leonesa, batería en agreste, agitador introspectivo, amante y amigo. Su libro, La poesía es un arma que carga el diablo está editado por LcLibros. Vuelve en esta Primavera sin luz, la primera parte del libro, para contar, recitar, buscar tablas de la ley, unidades distintas, el camino, el coche, el oficio, la distancia y el desierto, a la vez prisión: “A cuatro kilómetros de distancia” vs “Cuento/desde mi celda/las horas”.

Escucho sus canciones, nuestras canciones, en la alegría/tristeza de la poesía, una mixtape siempre abierta. Como antes había hablado de ti: Haga lo que haga en la tierra de 2020, Animales perdidos del año 2013, Cult Movies del 2011, hablando de los mohicanos de la era postal y de Vinalia Trippers y Regresiones y Regresiones II.

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Magnus Imperial Club EP (Hotel Records, 2023)

Dame once minutos y yo te devolveré un universo. Uno paralelo, donde las feromonas se transmitan por acordes y la atmósfera esté cargada de sintetizadores. Escribí unos folios, se los dí de comer a un Atari y me devolvió Weege. Hablé con Alberto. Yo no movía los labios. Las letras aparecían en la pantalla. ¿Seguimos siendo los mismos, Fuxedo? Dime que esta iteración nos ha hecho mejores. Dime que esos dedos que se postran sobre el Korg o sobre el Rhodes son dedos del norte, dedos construidos sobre la memoria de la especie que se escinde en el momento de superar el límite Chadwich de generaciones. Más allá de ese número es mejor no recordar qué nos hizo salir del planeta, cuál era la razón de aquel viaje de relevos sin retorno.

Entonces escucho a Eduardo y escucho a David y parecen hombres, no como “La velo machine”, donde estaba el italo-disco del futuro, Battiato pasado por Ferdinard, percusiones con formas geométricas, amor analógico. Había en la boca de restos de morse y los autómatas de comunicación contestaron de inmediato: hemos viajado al pasado, estamos en Luxemburgo. El cohete de Miguel, el olvido de Pedro. Como una venganza. No puede ser casualidad. “Homedeus” aire y cristal sintéticos, moléculas fabricadas con una mezcla calculada y precisa del aire promedio de una ciudad, el mes, el día, el año de la muerte, más los restos que se pueden llorar con algoritmos e interpolaciones.

Como la simulación perfecta de un mar que llega a una playa de aglomerado y deposita los cadáveres de las sirenas. Actualicé mis sentidos básicos. Los cinco primeros. Quería que recibieran “Hallucigenia” como merecía. Lo hice como si me labor fuera probar y no escribir. Ramón y Cajal puesto de Gerronema. Afónicos creadores, arquitectos de los pedales y el bombo, bajo y teclas. Eso las había convertido primero en elementos controvertidos, más tarde prohibidos y, finalmente perseguidos. CUALQUIER MELODÍA EFÍMERA ES COMO UNA CERILLA QUE SE RESISTE A DESAPARECER.

Algunas palabras sobre Palacio mental de Guillaume Contré (2022)

Un detective, un ayudante, un escenario de un crimen. Un universo que se hace añicos, que se deshilacha. Nadie detecta las costuras, el comisario espera fuera. Un ladrillo en la pared que no se mueve. Un ladrillo detenido. Un ladrido. Un ladrillo. Dos risas. Los ladrillos en la pared son inmutables, como lo es la muerte. La estadística es contraria al asesinato. Cuantitativamente opuesta: “La muerte es siempre una sorpresa, aunque sucede todos los días”. Baños sales, detectives y policías. Como una canción de los Clash tocada por Bach. “Imperaba un silencio tan prístico que se hubiera podido decir que la ciudad entera estaba vacía. Pero no lo estaba. La ciudad entera estaba llena”. Un magnífico libro editado por Pre-Textos.

¿Estaba muerto el muerto? Hay algo en la novela que descarta por completo la necesidad de conocer la verdad sobre este particular. La muertes es contagiosa. Uno, ya lo escribe el autor, no se puede quitar la muerte lavándose las manos. También escribe que uno puede ver muchos hombres vivos y olvidarlos todos, pero uno puede ver un cadáver y no olvidarlo nunca. Añado yo: uno puede ver muchos cadáveres, sin rostro ni número, sin clasificación posible. Y olvidarlos también todos.

Afuera la noche estaba terminando de bajar su pesada cortina de hierro, que hizo un ruido seco al tocar el suelo. Al tocar el sueño. Los patrones demuestran que las casualidades no existen. El detective frente al edificio. Un edificio que ha vivido tiempo mejores. Pero también vivirá peores, porque el aspecto es una cuestión de comparativa temporal. Tiene que haber un pasado, un presente y un futuro para exaltar lo perdido y llorar lo que está por perderse. El mismo tiempo que excluye a los hombres, ya que proseguía con indiferencia su camino, dejándolos como juguetes que un niño abandona conforme crece.

Un muerto, y la he escrito, es un número, una estadística. No hay análisis del ahora científico y aséptico. Libre de las más emociones, buscando únicamente las precisas para no resultar robótico. Volvemos al silencio de la ciudad. La ciudad está vacía o viceversa, la ciudad puede estar llena y el murmuro de sus vivos es una manera de no dormir: no nos podemos dejar guiar por esas impresiones. La impresión de un cuerpo sin vida frente a muchos cuerpos con vida.

El detective pensó en una pared infinita tan alta que tapaba la verdad. Se preguntó de qué lado estaba. Él y la verdad. De qué lado estaba la verdad, de qué lado estaba él y no supo encontrar la verdad. Se encontraría la verdad y no sabría qué preguntarle. Necesitaba prepararse y se dio cuenta de que no sabía nada. Lados y encuentros.

El quejido del muerto, la velocidad a la hora de morir, una vez que mueres ¿existe alguna prisa real? Para ti, cadáver, para ti muerto, seguro que no. Los que dejaste atrás tienen ganas de olvidarte, de acabar el papeleo y los lloros. Lágrimas para los que se quedan, los que tienen que echar arena, rellenar el agujero en la tierra bajo la lluvia. Gotas y lágrimas que se mezclan y nadie tiene ganas de escribir ningún aleluya.

Ciudad al otro lado, el número de ladrillos, ladrillos de arenas, motas o granos de arenas, inabarcables, infinitos, transfinitos, de densidad variable, las cortaduras de Dedekind sin conocerse entre sí, ¿Dónde está el comienzo del laberinto? No no puede perderse en él si no se encuentra primero. Encontrarse, encontrar una entrada para perderse en un laberinto. Plano y mapa que se despliega. Enhebra gangrena, óxido, gente en el periódico desconocida, mucha más gente desconocida que conocida. Una pared, una mancha, las formas de las manchas son innumerables, continentes de cuadros abstractos: un catálogo de manchas realizadas con la lógica del azar, imprudentes, aspiradoras al funcionariado formal de un catálogo general de formas reales.

Es un libro de pensamiento. Es un libro de manchas y automatismo. De huellas. De lo que hay tras las huellas, las pupilas, los archipiélagos que completan las islas. La aridez de una mente que no quiere esperar ni ser esperada. Las páginas borbotean. Las frases ayudan a otras frases, el detective podrá resolver tu nudo, escritor. Te escribe a ti, Guillaume Contré, que conoce los entresijos del Buenos Aires de César Aira y del Montevideo de Mario Levrero. Ausente de guías, la ciudad se pliega sobre sí misma, como Lisboa en Muñoz Molina o Venecia en Agustín Fernández-Mallo. Los pliegues se repiten un millón de veces, de manera fractal, hasta terminar ocupando una sola habitación, ni una más. Los minutos de las páginas de este “Palacio Mental” son mínimos. Llegas a dudar de si los personajes ejecutan alguna acción. Tus ojos no se detienen. Tu mente analiza cada sentencia. Porque en este libro maravilloso cada frase esconde una historia, cada párrafo una novela distinta. Las dimensiones del mundo son excusa para el encaje de las cosas. Un Universo con una teoría completa, consistente, una teoría que solo se cumple dentro de la habitación.

«Mancha-culpa-ladrillo-tabaco-muerto (¡Qué atrás en esta sucesión/lista!)-teléfono (último hilo que nos mantiene unidos a la cordura social). “Acaso su asistente era realmente un lazarillo y él un pobre ciego perdido en un mundo de apariencias”. Tres páginas después se llega la negrura de la noche, aunque al detective le pareció oír el crujir de la ciudad aplastada por la oscuridad. Manos frías-mármol-civilizaciones agotadas-muerte-vivo de manos frías».

Un listado de huesos en la Tierra. Tantos como novelas inacabadas, como relatos sin final, huesos que atraviesan el corazón de los enamorados no correspondidos “Existían pasillos para meterse en las paredes de los otros?” De los huesos a los dedos que tocan un cuchillo, son más que los que besan unos labios al azar. No los labios de una mujer bella o los de una abuela con cientos de nietos. Unos labios cualquiera entrelazados a los dedos que abrazaron alguna vez un cuchillo. Una sucesión de dudas que conforman la construcción del detective: “Se preguntó si el tiempo sin tiempo de los muertos era mejor que el tiempo largo de los vivos y no supo reaccionar”. Si hemos de comparar dedos sobre cuchillos, labios que besan, día de un muerto contra la suma de todos los días de la tierra (usar el adjetivo largo que me produce una cierta extrañeza).

Casualidades, en la lucha de la realidad con la estadística termina imponiéndose el sueño. Otro mango. Una pistola. Limpiar de polvo con más polvo. Que el olvido reine. Una pistola es una de las cosas que divide al mundo, a las personas: los que han sostenido una y los que no lo han hecho. No importa la intención, duración o carga. Solo sostenerla. Yo sí he sostenido una. Yo la sostuve. Pero esa es una historia que va en una de esas novelas que sin concluir que el frío de la noche, que el viento de la ciudad, destapa cada día. “Solo los vivos tenían derecho a quejarse de la muerte”.

«Y la historia se va hacia el humo. Pipa, paz y tabaco. El humo es parte de la ilusión, del truco barato que es una novela. Esta novela marca la velocidad de las cosas, la del cerebro del lector. Es difícil distinguir sueño de vida. ¿Estaba muerto el muerto? ¿Y qué sucede con nosotros, Contré?»

Vivimos en un mundo de misteriosos rostros intercambiables, donde las posibilidades son infinitas y toda la estadística aumenta hasta caer sobre ti con la fuerza de la distribución estocástica, resulta inquietante porque la vida es inquietud y tu risa molesta. No parece la tuya. Todo acabará unificado y los rasgos no serán definitorios. Se dijo que la simetría no lo justificaba todo. Razonamiento sobre la simetría tendría que ser simétrico, equilibrado, sin atributos que destaquen. Platillo que sostiene ideas, platillo que se deja llevar, que se descompensa cuando las ideas que sostiene son distintas.

De pronto, un camino. De pronto no es todo habitación. Su palacio mental tiene ventanas y puertas, pero el frío y el calor derretían los recuerdos y los moldeaban al gusto de alguien que permanecía ausente. ¿pero quién podría ausentarse si solo era él quien podía acceder a aquel lugar? (“UN SILENCIO NEUTRO COMO LA PINTURA FRESCA”). Dentro de sí flotar es la única opción, porque tocar el suelo con su cuerpo, en sí mismo, provocaría una revuelta en los axiomas de la existencia. Tres meses de mareo. Prisión para los que desean estar encerrados.

Un libro excepcional, una prosa densa y nutritiva, un autor salvaje que no tiene que acudir a la ametralladora ni a las poses sobre el teclado, solo la mente atrapada, solamente las sinapsis hechas literatura.El tiempo detenido entre el interruptor y la luz.

Marinero sentimiento EP de Ripoll (2023)

El salvajismo bien entendido acaba por ser vampirismo: anarquismo para revueltas que están perdidas antes de empezar. Ripoll abre con “Marinero sentimiento”, con Raúl Querido de comparsa, empezando con un susurro propio de la gente abollada para realizar un viraje hacia el pop acelerado, salto va y salto viene, la agresividad de los Leon Benavente, me hace desear una nueva oración. Pasamos, dejando el suelo cubierto de guitarras como botellas de ron reventadas. Salud de guitarra acústica con “Podemos seguir”, castañuelas y percusiones, mientras el disco es una tormenta que no tiene deseos de detenerse.

Ripoll se acompaña con arreglos originales, de cuerdas y percusión, escapando de los esquemas hieráticos del pop. Una mentira repetida es una gran verdad: bajo oscuro, sonidos de sirenas y de mar hambriento. Esperas que el dial sea mejor que un valium, la cama tiene un hueco que nadie va a cubrir. Estoy en la ciudad esqueleto y mirar por la ventana se parece demasiado a un espejo roto. En el sur de Madrid, me gusta la situación, me gusta la parte confesional de “Insomnio”. El cierre del EP con “Tienen que arder” funciona con guiño a las décadas de rock y punk en Granada o a los últimos discos de amor y odio de los Leone. Algo de frontera para acabar gritando insultos al cielo, al universo, esperando que te conteste. Baterías trémulas que dejan que se asome una instrumentación de bolero deformado.

Un notable disco, los cuatro temas de Ripoll nos ayudan a convivir con nuestros propios fantasmas. Edita Lunar Discos

El 22 de abril actúan en la sala Fotomatón de Madrid.

Chicuelita de David Giménez y Ultramarinos Basalto de Sergio Grao

Editados por Los libros de la Imperdible en diciembre de 2022 dentro de su colección Corte y Edición, no son plaquettes, no son miniaturas, no son arquetipos poéticos. Son poemas sobre papel, belleza de mano, para llevar en el bolsillo. Porque todo poeta que se precie debe llevar poemas en el bolsillo.

Recuerdo el paraguas de Praga como el impermeable de Nueva York, David juega con sus palabras y las amansa, quiere que sean dóciles en el papel y salvajes si se convierten en cartas de amor. Dice: «En el cuarto bajo no hay tierra ni agua/en el cuarto bajo no hay amor ni aire«. El amor es algo «Que me hace duelo tirar«. Abejas muertas y soñar con playas que se alejan. El poeta, al despertar, tiene arena en las manos, pero no distingue si son restos del sueño que no pudo atrapar o el polvo que la soledad se empeña en acumular.

David sabe que la muerte es negra. NEGRA. Pero no negra como el blues o el jazz, es negra como las temperas de un niño, como la plastilina de colores cuando se mezcla y ya no hay manera de separar los colores: «La muerte es el silencio más completo«. Entre la fruta y la macedonia griega solo hay un beso de diferencia. Mezcla todas las frutas y algunas están pasadas, otras olvidadas y todas son dulces. El poeta que habla con el sabor de las cosas pequeñas en la boca es un poeta grande. Repite conmigo. Un poeta grande.

«Mientras se inventaron las guerras» yo fui muy pobre. Yendo de la cama al living, bebiendo de los pezones de una mujer que no era la mía. Eso es también serenidad y amor. O jeta. Los lugares inexplorados se acercan poco a poco: Ártico, Canadá, Praga, Admusen, Lovecraft y Basora. Porque los escritores son también lugares extraños y lejanos. Aquellas bestias que Borges dibujaba con sus ojos ciegos son sus únicos habitantes. Oriundos, como los argentinos que traían los equipos españoles en los setenta. En la playa de Gros se deslizan los tupés y las centralitas. Allí construiremos fortalezas de la soledad. Pero todo será un poquito mentira. Lo haremos para dar pena a las chicas, una excusa para que vengan a calentarnos los pies con sus cuerpos de agua caliente.

El fuego de la poesía es un endecasílabo, un pasajes arrasado, un hombre que baila con calentura, el patio del colegio donde juegas con un amigo al que olvidarás, un amigo que quiere ser bombero de mayor. Uno de los mejores poemas de David Musgo quedará atrapado para siempre aquí, entre los otros poemas: ha muerto un poema y los versos son dorados: «Mi esposo el poeta el poeta nunca escribiría esos versos/Diré,/Él no, no era de escribir así».

Chicuelita es una excusa porque, al final, todas las mujeres bellas usan el nombre que desean usar. Solo si deciden, tu soplete podrá acceder a su acero impenetrable. Ya nos contarás, mariachi de la Ribera.

Beber llanto en latas (abierto 7/24 ó 24/7) es un postmoderno sin miedo a ser acusado de Don Delillo, un Bukowsky valiente que no necesita acudir al alcohol para intoxicarse, porque calienta su corazón con versos y una sed diferente.

Un chicle gastado, Nina Simone: «No habrá bises» pero habrá lluvia que recoja la voz de la Simone y será una lluvia de meteoritos. «Mientras dure la guerra/las banderas estarán sucias». Un cepo que atrape miserias: «Seré un loco desmesurado/y nunca nadie vendrá a buscarme». Sergio es hábil practicamente del extrañamiento, de la ausencia de mar para el artista de interior. Crisis habitual entre poetas que se ajustan el corazón con el deseo de sus pies embriagados de arena mojada.

Decide tu lugar porque tu lugar ya te ha elegido: «Vivo en las afueras/de las puertas del campo». En aquel sendero el fondo es un montaje y son «Allí donde el mundo/es un punto y aparte/y la vida no mengua». Mi álbum de cromos está lleno de días repetidos y no sé si encontraré a alguien con quien pueda cambiarlos. Odín y Zeus saltan de mis tebeos y bailan cumbia. Menú del día y suscripción, volvemos a los días que parecen repetidos. Solo la salvan «las chucherías teñidas de saudade». Sardinas de cubo, regaliz de palo, calcomanías, ULTRAMARINOS BASALTO. La resistencia de los que todavía guardan sus dientes de leche por si hay que empeñárselos al ratoncito Pérez.

Pupilaje es una palabra hermosa, Sergio. El Midi-Libre de 1970, una de las primeras carreras que ganó Luis Ocaña. La crono terminaba en Carcasona. Poesía sería encontrar una puerta en tu castillo que nos hiciera viajar en el tiempo hasta ese día. Mitómanos sin mito. Poesía en pesetas, poesía en ULTRAMARINOS BASALTO.

Algunas palabras sobre Pasos en el corredor de Roger Wolfe

Una daga en el corazón para sentirse Jack London en mitad de la tundra. Escondido en su habitación, a Roger Wolfe le duele al tragar de tanto fumar. Entre todas las líneas que ha escrito se esconde su testamento. Roger Wolfe ha publicado Pasos en el corredor en la editorial Renacimiento.

Hazlo: cuando en España una copa de coñac valía cuatro pesetas y Luis Cernuda (tan guapo y moderno) ya solo es olvido. Luis y Jorge Luis Borges, los dos habitantes del olvido, los dos caminantes del olvido hacia la odisea espacial (una cápsula hacia el espacio exterior que lleve discos de oro con canciones de Chuck Berry grabadas en código binario). La belleza se acelera rápido, camareras y alumnos, prefiero el cigarrillo al cuerpo. El cuerpo se estropea, el cigarrillo sigue allí, no envejece. (Hace treinta y cinco años, 1997, el Patio de la Infanta, la Ibercaja, Zaragoza: “El infierno está en el mundo/no cabe duda de eso: pero también, sin duda, el paraíso”. Roger Wolfe dejó los manuscritos del qunram aquella tarde bajo su asiento en la mesa de la poesía contemporánea)

Tortillas y trajes. Trajes que envejecen: “Arderemos lentamente en la llama/arder en la llama es nuestra única responsabilidad”: ¿Quién escribe hoy, Roger? ¿Puedes ver la hora con tu móvil manchado de pintura? Eres un punk cuando el punk ya no quiere más miembros. El punk está jubilando a su segunda generación. No hay casa ni ácido, ni ácido en la casa. Las noches son como “Lentos animales cansados que regresan al cobijo de su plazas de garaje”.

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Crónica del concierto de Gabriel Sopeña en el Teatro Principal de Zaragoza (03-04-23)

Foto de Fernando Rojano

De pronto me encuentro, otra vez, en el camino del Dharma, junto a Gabriel, en las camas duras de la vida, en la electricidad que anima nuestros corazones, en las doce cuerdas que el sudor del mundo se afana por desafinar. Me encuentro con Sopeña en el Teatro Principal, rodeado de amigos, de los suyos y los míos, comprobando que coinciden con la fuerza suficiente de un ejército que no quiere guerra, solo una revuelta tranquila tras la que se imponga la belleza. Y lo consiguió. Durante dos horas, las horas de Lunes Santo, de las viejas escrituras, de su cuerpo entregado a ocho lustros de penitencia gustosa al servicio de Hank Williams y Leonard Cohen, de Mauricio y Labordeta, de él contra el mundo… Gabriel descubre el telón, se abre con una máquina armada de carbón y sangre, como en sus versos en blanco: buen tiempo para el deshielo, maestro.

Es una declaración de intenciones, es como partir la vida en dos trozos: abrir con “Brillar y brillar”, como si quisiera colocar las estrellas en el firmamento. Sopeña ya se ha ganado ese derecho. Una casete. San Sebastián y Barcelona. El magnetismo de una cinta manuscrita. Son mis mejores palabras, son tus mejores palabras. ¿Y después? Después a la montaña oscura de rojo y negro, anarquista y ermitaño, “Como antorchas”, flores que solo crecen donde nadie más quiere crecer. Eran los ochenta y Bruce Springsteen tenía algo de Steinbeck y de Mesías con pañuelo lleno de grasa de coche. Hizo Gabriel “Un corazón como tú” y no había escenario para bailar. Cuando una banda suena así los errores de la época se convierten en endorfinas del hoy. Ese piano de Óscar Carreras, que es la pieza que convierte a un puzle en una obra de arte. Sonaba como sonaba Billy Preston, la misma sonrisa, la misma manera del placer en los dedos. Seguimos haciendo hoy lo que prometimos encumbrar ayer: “Resaca”. Seguimos con el sonido E-Street Band. Sin tregua, solo con la asfixia del que ofrece su aire a los demás. Un clásico de Ferrobós. Todo el concierto tuvo sangre sobre las espinas y alcohol bien digerido. Ahora sabemos nuestros límites. Y todo encaja. Encaja desde el 87 al 2017. Salto, vasos comunicantes, “Queda tan lejos el cielo”, con su alma de plegaria, con la percusión de Fletes, con la voz descomunal de Eva Lago. Pensé en “Máquina fósil”, aquel poemario que nos devolvió a Gabriel, aquel en el que Magdalena Lasala estuvo tan presente, aquellas notas de vida y viaje, como siempre lo han sido en el caso de Sopeña.

Fue poderosa la continuación, primero con el arrebato que supone “Por los ojos de Raquel”, aquella imagen, como un fantasmal espectro del delirio humano y que, armado solo con una foto y una guitarra, llevo a Sopeña a componer un tema que apareció en “Mil kilómetros de sueños”, aquel primer disco solista de su carrera. No ir a lo obvio es la ventaja de un repertorio mastodóntico y una banda para la que la palabra solvente se queda corta. ¿Qué decir de “Lisboa”? Recordar aquella “Noche del Becerro”, aquellos años noventa de juventud atronadora… es ese parpadeo entre el joven compositor que se enamora de una ciudad que sabe a ginebra y ceniza y el hombre que se transmuta en Scott Walker para llevar su voz al límite. Cualquier canción portuaria exige el mejor ron (o el peor, con eso siempre hay discusiones) y, volvemos a un Jorge Gascón en la guitarra, inmenso, las percusiones de Eva Lago, Fletes que cuando deja por un momento la batería alcanza niveles rítmicos que lo acercan al folk y, claro, Guillermo Mata…pero es que Mata es el hombre, el contrabajo, el contramaestre… Mata y su dirección hace que, aunque las ciudades se olviden de los puertos estos no agonicen. “Orillas”; una de las letras más hermosas de una época de transición de Sopeña, sus discos corales, donde, generoso, ponía su capacidad como arreglista y compositor al servicio de los demás, “Mujeres de ambas orillas”, con la sorpresa de dejar la voz solista a Eva Lago, que salió airosa del envite, con la banda detrás, saltando de un lado al otro del océano e, incluso, de algún continente extra. Volví a recordar a nuestra poetisa, a Magdalena Lasala, que tantas letras ha aportado en la carrera de Gabriel y que, a través de sus poemas, destila el aceite esencial de las culturas y civilizaciones de nuestra Zaragoza.

Mi parte favorita del concierto llegó en el siguiente bloque, con el regusto ligero que la pasión por Rubén Blades me había dejado, y entramos en territorio prohibido, Mink de Ville y 1992, demasiado corazón que quiere latir demasiado deprisa, una canción aparentemente menor del repertorio de Mas Birras como es “Por llegar a ti” del “Tierra quemada”, un disco, para mí, el mejor de la banda de Mauricio Aznar. Y luego los arpegios de “No volveré a ser joven”, pero el arreglo, la guitarra que se deja acariciar, deslizando metal contra nylon, olvidándose de la armónica, dejando el escenario de la obra, las dimensiones del teatro, el poema de Jaime Gil de Biedma, siendo abordado por su guitarra Julio Calvo Alonso.

«Reflexionar sobre la trascendencia de este poema y de la grabación y adaptación que se realizó en los noventa nos ocuparía un espacio que no es el de la crítica del concierto… pero que esta España de desolados alquimistas de lo fatuo aparten la sencillez universal de Gil de Biedma de los alumnos de Bachillerato, de los matemáticos y las médicos, de todos los que acudirían al brebaje de esa belleza y se la están ocultando…espero que sobre ellos caigan mil maldiciones…»

Cuando esas generaciones se recuperen podrán encontrar en “Acto de fé” otro pilar fundamental para entender la belleza. Y la interpretación superó la de Loquillo, la de “Sangre sierra”, superó a Gram Parsons montado en los caballos salvajes camino del Joshua Tree: la guitarra acústica de Jorge Gascón -uno de los pocos momentos en los que la tomó-, la armónica de Sopeña, en el tono en el que se afinan los ángeles que deciden caer motu proprio en carne mortal, la voz… ojalá besar con esa fuerza detrás.

Dos banquetas, Gabriel y Eva, una banda, un poema, el de “Mai” de Ánchel Conte, una de las composiciones que Sopeña compuso para José Antonio Labordeta -nunca olvidar que Labordeta permitió a Gabriel y únicamente a Gabriel, prebendas como poner música a sus poemas o los de su hermano Miguel- y que Manolo García descubrió e interpretó con una sensibilidad inusitada. Desde todas las partes de España escuchan el canto a la Madre, la Madre es tierra aragonesa, es norte agreste, son olores que se desbrozan en un alma cariacontecida. Calostro para el terruño, amor de madre. Y la guitarra desde Alloza, el pueblo de mis abuelos, ahí donde el mar es un sueño, como un cuadro de José Orús, “Me gustaría darte el mar”, cuánta sed en este planeta de sarmientos secos donde construimos los recuerdos, donde cierran algunas noches demasiado pronto. Pensé en Gran Bob y su banjo y las migas y Vinos Chueca y esa manera de acompañar con el entusiasmo de los grandes. Y me sentí feliz un segundo porque los fantasmas dejan detrás instantáneas que se reproducen como un acorde sencillo, de los que emocionan. Y cómo no emocionarse con “Cantores”. Desde aquel disco de El Frente. Noches de radio en mi caso, subiendo la arteria a saludar con la entrada de la voz de Mauricio Aznar. Esa manera, ese tono, ese instante de violín en la grabación que era del verde de los Dexys Midnight Runners. Con la guitarra de Mauricio, como dijo Gabriel: “Mauricio no espera, vamos allá”. Es la letra, es el fraseo, es la vida, así, sin más.

Se acercaba el final, pero todavía quedaba algún asalto, recuperando un tema del repertorio de Loquillo, “Cuando fuimos los mejores” y pasando después a otro momento cumbre: “Con elegancia”. Compren en cancionero que ha sacado Pregunta y conocerán la historia de este tema. Solo decir que hace unas noches, tras unas copas de vino, el poeta Manuel Martínez Forega y yo hablábamos de La Marquesas, de cómo Jacques Brel, con un solo pulmón ya y un paquete de gitanes, acudió a escondidas a París para dejar su testamento sonoro. Lo hizo, como no podía ser de otro modo, con la misma madurez que contempla toda la vida de lucha e inspiración que ha llevado a Sopeña hasta la noche del lunes en el Principal. Y de Brel a Perico Fernández. Sin más que fajar y pensar en aquel personaje de José Luis Garci, Germán Areta, para cantar “Soltando lastre”. Eso es lo que hay. Un ejercicio de estilo, con gusto, como elegir “El hombre del tambor y la armónica”, el dylaniano homenaje de Aznar&Sopeña a los Monegros, al bajo Aragón, a esas bandas que sabían que del polvo de los desiertos aragoneses se podían sacar las mejores canciones del mundo. Calanda, los Byrds, Shepard o Mariano Gistaín.

Tocaban los bises y ahí no hubo sorpresas: el poeta de las cien pipas se apareció en esta fiesta de ausentes/presentes, el maestro José Luis Rodríguez García, viajero hasta el final de cualquier noche, la más larga y la más verde, son Sopeña haciendo Cass, haciendo Cass otra vez, pero de manera diferente, porque son todas las chicas distintas, son todas las tristezas perennes. Y luego, atrás, bastante atrás, cuando se escribió el Antiguo Testamento, el Eclesiastés. “Otro lugar bajo el sol”, entre Kerouac y la demolición de las tradiciones. Volvimos a paladear una banda orgánica, una banda que llevó el tema grabado en el cruce de caminos de los ochenta y noventa (y sus baterías de platos geométricos) hacia el estado que se merece, junto al río, donde todo el mundo está ardiendo, cuando no sabes si eres el que persigue o el fugitivo. ¿Y el final? ¿tú me lo preguntas? El final fue, claro, Apuesta por el rock and roll. Y a partir de aquí, pide la primera ronda.

Todas las canciones están contenidas en el cancionero Cantar cuarenta de Gabriel Sopeña editado por Pregunta Ediciones. Obra magna que recoge todo lo somos y nos queda por ser, con la compañía de Gabriel, el ángel que se quedó entre nosotros, con las manos doloridas de tanto abrazar.

Algunas palabras sobre Almuerzo en el Café Gotham de Stephen King con ilustraciones de Javier Olivares

La maravillosa versión del relato de Stephen King incluido en su clásico Todo es eventual (2002), en esos tomos compactos de letra pequeña, letra que siempre te daba la sensación de estar a punto de saltar sobre ti, llega en forma de adaptación gráfica. No es una novela gráfica, no es un tebeo, no es un relato ilustrado… es algo más. Es soñar con el cuento de Stephen King y poner color a las pesadillas. La mano de Javier Olivares nos traslada a un mundo de verdes oscuros, de lugares comunes a punto de dejar paso al infierno… esa pequeña mota roja, roja de sangre que abrirá la grieta por la que entrará la locura en lo cotidiano. El maestro y los aprendices. Almuerzo en el Café Gotham está editado por Nórdica Libros.

El tabaco y el divorcio, las grandes obsesiones de Stephen King. Fruto de la amoralidad y el exceso. Como sus sesiones de listerine en una caravana. Sabe que volver a los olores tiene algo de redención. Pero el aire que hay en las páginas trae el ozono previo a la explosión de muerte y terror que los libros de Stephen King siempre ofrecen. No es carnaza, es cebo. Soledad en la ciudad de las luces siempre encendidas, teléfonos fijos que parecen burlarse cuando suena el timbre, abogados sudorosos… un camarero, un maître con una mancha. Divorcio y café. Abogados sudorosos, eso ya lo he dicho. Los olores, el aliento a alcohol. Se ve la tormenta desde lejos, se nota la llegada de las nubes grises.

Salmón, curvas de mujer, dibujos huidizos, que no buscan seleccionar, solo delimitar la cárcel con las puertas abiertas, mostrar la jaula de la cordura. Nombre, Gotham. Ciudad Gótica, como la de Bruce Wayne. Parafilia. El Pingüino en su restaurante favorito. Salmón con costra crujiente, café italiano, cuchillos de filo imposible. Ring, ring, ring. Los personajes de King en los setenta y ochenta eran una sociedad sencilla que buscaba quitarse los malos hábitos a base de descargas eléctricas. Entre Alderete y el horror me quedo con Olivares. Sucinto en su forma de atrapar la locura. Retratista de trazos deformes. Rompe el telón, rompe la cuarta pared.

La locura, el aluminio alrededor de la cabeza, los empastes que atrapan las señales de radio, la locura, la canción de Lou Reed, esa en la que un tipo se mete en una caja y se envía por correo. Sí, esa canción, búsquenla. O el disco entero, el de Coney Island Baby. Allí habrá una habitación siempre en nuestro Motel Margot. Un libro que es un objeto, un objeto que contiene un universo completo.

Algunas palabras sobre Puro Glamour de Aloma Rodríguez

Escribe Aloma y escribe con el fantasma de la Natalia Ginzburg y la luz de la Annie Ernaux, pero no quieres ser evidente, no quieres comprar la primera casa que veas, quieres comprar un anuncio en un lugar con nombre de etapa de la Tirreno-Adriático. Lo llamas autoficción o diario de vida, o escape y puesta de largo. Madrid y Zaragoza. La vida es una sucesión de errores que los salva el sexo, los buffet libre, las risas de los hijos y algún libro. Cada esquina tiene un recuerdo atrapado, cada hoja, bajo la tinta de las palabras, te los devuelvo. Yo rasco, como si fuera a tocarme un premio. Aloma Rodríguez ha editado Puro Glamour con La Navaja Suiza Editores.

El mapa de Zaragoza es el nuevo laberinto del minotauro. No está Sergio, que era el otro fantasma que nos perseguía, escondido en las esquinas, a punto de aparecer en la Plaza Santa Cruz, recién duchado y con problemas para ponerse las lentillas. Pero es Casta Álvarez y un piso en la Magdalena. La primera vez que fui a un notario firmé un papel por el que rechazaba toda la riqueza de mi mujer. No sé si era mucha, pero lo rechacé todo. La segunda fue en la boda de mi hermana y llevaba la misma camisa con la que presenté un libro en un librería que ya no existe. En verano toda la ropa queda peor. Llegaste tarde, porque el Blues de George Costanza te persigue. Alguno de los días que aparecen entre las hojas de los libros recibías mis mensajes desde cientos de kilómetros en los que criticábamos y nos reíamos de nuestra vida de palurdos.

Siempre nos equivocamos de puerta o de estación, pero superamos a la vida, porque respiramos y tenemos apetito. Muchos apetitos. Aloma es una escritora con apetito, eso se puede ver en cada página. Se ata con documentos o se ata con las cuerdas que usa su hija para un traje de preso. Yo qué sé si hay traje de presos. Me disfracé de Jedi con un albornoz negro y unas botas. Y salí a la calle y me encontré a mis alumnos. Un albornoz negro y unas gafas sucias. Y el pequeño disfrazado de Grogu. Señales que no cambian nunca, amiga. La furgoneta es un personaje más. Un vehículo que define al personaje Aloma. Cuando conduce, cuando no se marea, cuando no se enfada si alguien se marea, cuando enumera la comida que lleva para pasar el día de excursión. Todo tiene buena pinta si va en una fresquera. Viajes de tortilla de patata y viajes a celebrar el recuerdo -que es una manera de celebrar la muerte en los pueblos-, Zaragoza y Madrid, pero también Teruel. Los pueblos de nombres bellos de Teruel, el otro Teruel, fuera de la capital de los funcionarios, fuera de los pueblos momumentales, el Teruel Hardcore, en el que todo tiene color mostaza, donde cualquier cosa importa un instante para olvidarse al siguiente.

«Lee Aloma un libro de Charles Simic. En estos últimos meses en todos los libros que leo, en todos los libros que reseño, alguien tiene un libro de un autor que muere. Todos los autores acabarán muriendo, pero no durante mi lectura: David González mientras leía a Roger Wolfe o Enrique Syms y Colombina Parra (y Marina Enríquez) y ahora Simic. No es fácil. Los escritores escriben sobre sus buenas lecturas y los buenos libros tienen a sus autores muertos hace mucho tiempo. ¿Entonces por qué estás leyendo un libro de Aloma? ¿Podría hacerte la misma pregunta?»

Un café en Ejulve. Barreiros mirando tutoriales de Youtube. Peleando con los gremios. Manchándose de polvo y barro y arena de obra. Ahora escucho la tos, el fraseo del ventolín, la saturación de oxígeno. Lo escucho mientras leo a Aloma, lo escucho mientras tose mi hijo. Mientras nuestros hijos, la generación de las mascarillas, sobreviven a la inflamación de los bronquios. Nosotros que bailábamos en bares que están muertos, porque los que sobreviven en el recuerdo acaban transformándose hasta ser Xanadús ideales donde todo es tan bello que no se parece a lo que fue. Solo a lo que quisimos que fuera. Compré durante la pandemia un medidor de saturación de oxígeno en Amazon. Cuando llegó me pasé una mañana entera tratando de hacerlo funcionar. Cinco años de ingeniería química y uno de proyecto final de carrera para acabar poniendo el dedo al revés. No marcaba nada. Mi tío, que es pediatra, se lo pone a mi hijo y marca 70%. Los dos asumimos que está mal. Mi hijo está claramente vivo y con esa concentración no lo estaría. Mi tío lo frota contra su manga, el medidor y el dedo de mi hijo. Ya satura. Cuando nadie me mira me pego algún chute de ventolín y salgo a la bicicleta estática para darle fuerte… Aloma se reirá al leer esto, como yo me he reído leyendo su libro. La manera en la que baja al barro y sale de él manchada pero digna demuestra que la inteligencia se demuestra así.

Estábamos presentando su libro anterior y ella no hablaba de Box, esa palabra maldita que suena a partido de derechas y diccionario de latín, esa palabra que suena a incomodidad y terrible calor. Mis hijos, tus hijos, mi padre, tus padres. El miedo que nace el primer día, y tú has tenido tres días, tres primeros días. No sé, imagino un personaje de Don DeLillo, acumulando hijos propios y ajenos. Uno, no sé el porqué, uno de tus hijos disfrazado de Ziggy Stardust. Un hijo disfrazado de castor. Las madres progres que no quieren que sus hijas se disfracen de princesas. Esas son las que reciben el castigo del filonazi Disney y sus largos brazos de Frozen.

Aloma ya les habrá contado a sus hijos que bordaba el baile imitando a Marisol. Y ahora descubrimos que es una fiera haciendo guitarras de cartón para la E-Street Band. Aloma siempre aguanta el tipo y toma notas mentales, marcha a congresos donde va con lo puesto, una muda y un portátil. Siempre escasa de fuentes de energía. Todo se queda en su cabeza. Aloma Madre que duerme poco, Aloma Novia que le gustaría dormir menos. Aloma en Letras Libres por videoconferencia mientras sus hijos la rodean sin entender que está formando parte de la guerra cultural desde la redacción de una revista que aboga por la libertad. Debería escribir libertad con mayúsculas. Aloma en sus libros, Aloma en su vida, deja hacer mientras no le hagan nada. Esa es la mejor definición que se me ocurre de libertad. Es una literatura para los que no quieren imposiciones. ¿No te gusta? No me leas. Pero si te paras conmigo frente a una heladería…invítame a un helado, no seas soso. Cantar en playback con Sergio vivo. Con Sergio cuando no estaba. Nosotros éramos un poco chiquillos en aquel bar que tendrá su libro algún día. Todas las Alomas se acumulan, cada parte aporta un trozo al puzzle (¿cuándo se convierte un puzzle en un collage?), todos sus hijos tienen sed mientras escribe y les va dando vasos de agua en orden.

Seleccionado canciones. Aloma también. Aloma picotea con gusto. No hace tanto tiempo también las grababa. Todos hemos soñado con ser estrellitas del rock. Rafael Berrio, Fran Nixon y Javier Aquilué. Aquilué no sale en el libro pero pronto saldrá. En este o en el siguiente o los pasará bajo mano a sus alumnos. Todos enseñamos a los más jóvenes. Los primeros nuestros hijos. Ponemos cara de que sabemos lo que estamos haciendo. Tratamos de aguantar la risa para que no se nos noto y, otras veces, tratamos de aguantar el llanto. Somos buenos en eso, en fingir, escribir sobre nosotros, sobre los demas, salir corriendo de las presentaciones, de las nuestras y de las de los demás. Ir por la calle Alfonso. En eso también somos buenos. Mirar hacia delante, como si nunca nos hubiéramos perdido en las calles que se abren, lujuriosas y prometedoras a los lados, con ese picante olor a cerveza caliente. La mejor cerveza del mundo es la que se bebe. Somos buenos con el ventolína, con la estilsona, con las nebulizaciones por ultrasonidos.

«Mientras escribo esta reseña le he dado ventolín y estilsona. También Flutox. Cada vez que le doy jarabe para la tos a mi hijo me acuerdo de John Cale, que se hizo adicto a la codeína por la humedad de su Gales natal y que le provocaba tos continuada desde niño. Fue el comienzo de una enorme carrera acumulando probatinas y sustancias. Duermo junto a mi hijo. Como en la pandemia. Cuando ni el valium me ayudaba a descansar. Es una conexión. Si valium. Solo cortisona para los bronquios y bronquiolos. Días grandes de Aloma».

La entrada a Alcañiz, ir a Candanchú sin saber esquiar, un bar de carretera de Arse. La correlación y la casualidad. Las presentaciones provocan un bajón físico en los autores. Tanto que te duele la garganta, que te deja al borde de la enfermedad. No puedes tomar gintónic ni dormir hasta tarde. Eso sí que es malditismo. Tres hijos no permiten el malditismo en la literatura: lo provocan. La familia tiene defensas comunes. Antes las presentaciones, si tenías suerte, igual ligabas. Ahora, tienes suerte si no te quedas afónico o te despiertas con unas décimas de fiebre que vas repartiendo entre tú y tus hijos. La revista, así sin más. En el Círculo de Bellas Artes. La serie de los Rompecorazones. Que estaban rodada en Australia. En un episodio uno de los gemelos, el chico rubio, caía en las drogas mientras jugaba en los salones recreativos. Se hacía llamar Iceman. Luego estaba aquel moreno con un piercing en la ceja. Eran todos unos guaperas. La genética de Oceanía.

La pozas. Luesia. Un verano. Ángel Guinda. Mi padre. Mi padre dando clases en Luesia antes de Guinda. Una visita al momento en el que Aloma olvida sus llaves dentro de casa. Pocas veces para lo que podría esperar. Entiendo tan poco del mudéjar que también todo me recuerda a Indiana Jones y la última cruzada. Llevo dándoles la matraca a mis alumnos con la relación entre Indiana Jones y Jorge Luis Borges. Recuerdo hablar con Aloma de cómo estaba leyendo a Bárbara Mingo. En Valencia hay muchas tiendas de lance. Leo un ensayo de Ballard. Todo el mundo dice que Titane es muy Ballard. Leo hasta el final. Porque si te dan un libro no parar hasta el final es feo. Es como cuando eras joven y no te querías ir a casa o no querías dejar de salir un sábado por si te perdías algo. Nunca te perdías nada. Leer en diagonal. La crítica, como dice Alberto Olmos, ha desaparecido. Ahora solo hay reseñas. Ya no escribo ni reseñas. Lo que hago es escribir cartas a los autores. A ti, Aloma, más todavía.

Vainica Doble y Kiev cuando nieva. Un buffet libre. Prometerle a tu marido una noche de pasión en un hotel y que tu marido pregunte si hay buffet libre. Me representa. Las pozas de Pígalo. Mi padre nos insistía. Es raro, mi padre nunca insiste. Por supuesto no fuimos. No me gusta el agua encharcada y me siento Mary Santpere en bañador. Pero no diría que no a la tortilla de la furgoneta. De Luesia por Remolinos, viendo la mina de sal. No sabía que había pinturas de Goya. Sí que hay un museo. Un museo Enlatamus. ¿Isabelle Hubert estuvo liada con Gainsbourg o solamente le escribió canciones? Podría buscarlo en wikipedia. Pero prefiero el mito a la realidad. Mi familia en Santoña. Mi madre me trae anchoas. Mi madre me trae queso. Mi tío Rafa tiene una casa en Santoña. Mi tío conoció a Perico Fernández. Aparece Soria y aparece “Ensayo sobre el Jukebox”. Un día preparaba pasta para toda la familia. Me corté con un cuchillo. Todo parecía una broma. Pero aquello no paraba. Estaba asustado. Acabé en el centro médico del pueblo. Parecía que no era el único. Varios me habían precedido. Me echaron nitrato de plata. No quise parecer todavía más tonto comentando que era ingeniero químico y que conocía su capacidad de cicatrización.

¿Estás escribiendo ahora? No. No seas mentirosilla. Invítame a un higo chumbo, por favor.