Dices que todo fue un sueño: Lapido antes de la primera sangre

Escribí todo esto aquellos días. No recuerdo qué bruma ocultaba el incendio. Sí que una noche pinchaba en el Páramo y él no apareció. No importa, el tiempo ha convertido las tormentas en mascotas y la electricidad en pantano. Soy un muerto elegante que no puede cerrarse la americana. Dame tiempo, volveré. No sé muy bien dónde, la verdad.

El alma dormida de 2017

Me preguntaste sobre la luz, qué elegirías si quisiera una victoria que quedara para siempre impregnando la canción, quizá “Mañana quién sabe”. Hay tantas ciudades como canciones de Lapido, tantas como guitarras de Tom Petty abandonadas en la autopista de “Los dinosaurios”. Dime que eres un buen chico y Rachel Welch vendrá a visitarte de noche y te traerá un juego de cuerdas nueva para la acústica. Un poco más a la derecha, un poco más arriba, elije las teclas adecuadas y notarás cómo la frontera entró en la banda y cubre las zonas desconocidas de “Lo que llega y se nos va”, entre el neon y el arrabal hay un término medio que nos alimenta, un cementerio de recuerdos, donde nadie quiere reciclar, donde el que entra se sabe “Estrella del purgatorio” y cantar rockabilly sentado como J.J. Cale. Imagina que alguien quiera un trozo de lo que muestras bajo la camisa, aunque a ti te parezca que tuvo mejor aspecto unas décadas atrás, el hambre es algo muy poco selectivo. En la lista de la compra, como siempre que parece que se acaba, hay apuntado un nuevo incendio, uno que rezuma metano de las almas saliendo del pantano, suerte tienes si no te roba Lapido los sueños para ponerle letra a sus canciones. Escucha “Escalera de incendios” y comenzarás a sospechar de todos.

Formas de matar el tiempo 2013

El Apocalipisis eléctrico ha llegado. Todas las gotas que mojaron nuestras botas se están evaporando…la lava amenaza con regurgitar nuestras lágrimas con más fuerzas. Así abre la caja de los truenos con Día de perros. Susurro acústico, casi a pelo, comienza Muy lejos de aquí. Enésima canción confesional del maestro Lapido. Ninguna cansa, porque cuando jugamos en la misma liga los recuerdos de los momentos buenos son alimento para el alma: Somos noctámbulos en noche de tormenta, versos estremecedores para una canción que se columpia entre los pianos imaginativos y las percusiones celosas. Alas de moscas transparentes perfilan nuestra vida: soplamos y el hammond resiste el envite, porque es el momento de enchufar los amplificadores y llegar a Cuando por fin. La misma didáctica de siempre, veteranos curtidos en la carretera y el negocio destilando en un alambique bien engrasado algunas buenas canciones. Cosas por hacer recupera esa lírica mesiánica, bíblica, de cantautor beatnik en la que tan bien se maneja Lapido. Rugoso rockandroll de escuela americana pero tan familiar que se filtra hasta el tuétano. 40 días en el desierto está escrita para ser cantada mientras respiras la mezcla de la gasolina y el cuerpo de Gram Parsons. No hay vuelta atrás, en medio tiempo, más al oeste que al este, con un órgano nutritivo y un ritmo de camino sin retorno. La ciudad que nunca existió incide en esa electricidad de los vagabundos del Dharma y nos trae la herencia granadina, esa que mezcla a los Clash con el color blanco del Albaicín. Delicioso el tono íntimo de Desvaríos, de nuevo en la onda de nada madura, con batería sutil: la reina de Saba, Salomón, Lapido mira de cara a la postmodernidad…él siempre fue más de formación clásica. Magnífico Está que arde, poesía de alto octanaje, plomo en las venas, esa veta rockabilly, desafiante: no hay lugar para escapar, así que mejor nos quedamos aquí mirando al enemigo de frente. El cierre, con Al azar, nos deja claro que no hay normas, solamente podemos esperar.

Este nuevo disco de Lapido es como una copa en un garito de confianza, es como tomarse un bourbon en el Páramo: sabes que el hielo estará a la temperatura correcta y la música que sonará cuando le eches el primer trago será la adecuada. No engaña y no da sorpresas, bajo batería, electricidad, hammond, acústicas confesionales y una voz.

Lo de que Lapido es un letrista superlativo no deja de ser un tópico inevitable cada vez que se habla del compositor granadino pero es que en este, su quinto LP en solitario, afina su voz hasta rebasar con la lija del tiempo una garganta que ya no puede ser considerada precaria. Un disco pulcro, preciso, como un mármol pulido por el cincel del rock, no hay palabras que lo expliquen, solo contar los días para poder verlo en directo.

De sombras y sueños de 2010

Fui un “Lapidiano” tardío, lo confieso, pero un día compré un saldo de 091, de esos con los que las compañías, como monstruos de Lovecraft, extienden sus reptantes miserias. Amalgama de canciones que sonaban a lo que tenía que sonar la vida. Luego vi una antigua foto de Jose Lapuente con una camiseta de la banda de Granada y una noche me explicó que Lapido había marcado la línea y que a partir de entonces sólo nos quedaba caminar sobre ella. En estos tiempos consumibles los discos no se escuchan, sólo dejas pasar rápido las canciones y las olvidas. Los de Lapido han vertebrado mi imaginería durante años, En otro tiempo, en otro lugar es una obra magnífica y con este De sombras y sueños, he visto la película más de una docena de veces. Se abre con El más allá, un tema por el que Nacho Vegas mataría. Lapido no quiere convencernos que vive a la orilla del Missisipi, todo lo que tiene te lo enseña con cada acorde. Una banda muy engrasada, básica y eficiente, con la hermosa pincelada de Eva Amaral en Doble salto mortal, casi de cajita de música, de nana amarga o en Antes de morir de pena, que tiene un poso narrativo tan deslumbrante que casi asusta.

Señor Lapido, con su permiso, me llevo sus canciones a la carretera, creo que no hay ley escrita que lo impida, escucharé Sueños que dejamos ir mientras trato de recordar dónde están las cassettes de Roy Orbison que mi padre me regaló. Claro, todo el mundo habla de Kike González y yo no lo entiendo, me gusta tu estilo, pero eres demasiado joven como para entenderlo. Asumamos que La hora de los lamentos es superior a A hard rain is gonna fall y que Miguel Ríos puede ser el ángel que nos salve de la debacle. Canción del año, con la épica justa para golpear la pared hasta la extenuación. Olvidé decirte que te quiero, con su candencia de blues terminal, recuerda el tiempo en el que nos juntábamos en las encrucijadas y susurrábamos versos antiguos esperando convocar a los demonio del delta. Las imágenes de Cansado me hacen recordar por qué disfruto con Manolo Tarancón o Hendrik Roever pero siempre espero que el poeta eléctrico vuelva.

El Lapido más rockero hace su aparición en Lo creas o no, con el fantasma de Strummer sobrevolando los amplificadores, hazlo fácil, pero hazlo con sinceridad, es lo único que te pido. Es el momento de volver a tomar la acústica y reivindicar la parte más narcótica de la vida, ¿existe lo mesiánico en lo cotidiano? , algo así nos cuenta Nadie espera. Algo falla, volvemos a finales de los ochenta, camisas de lunares blancos y patillas fuera de onda, el día que grabaste en VHS el último baile y pensaste que la su ausencia (la de ella) era tu particular Nofuture.

«Dime que camine despacio a tu lado y te silbaré tonadas que rebotarán contra Paredes invisibles, una vez que pasó el huracán uno no sabe qué hacer, los escombros tienen mala pinta y tu locutor favorito hace mucho que dejó de emitir.Tú que hiciste aullar a los profetas, diste aguardiente a los ancianos y regalaste frutos secos a los niños, que se haga la luz a tu alrededor para que así veamos que has vuelto a esconderte».

Cuando hablé con el maestro Lapido

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