Editado por La Bella Varsovia, el nuevo libro de David Refoyo es un diario del presente. Del que se ha quedado. Hay alguien aquí. Hay alguien que no está aquí. Una muerto. Sabemos la estación pero no el año. Porque cuando llega así no importa el calendario cuantitativo, solo el cualitativo. El fuego de los coches, el choque del fuego: en las películas americanas nunca sucede nada, todo es como el grácil vuelo de una paloma. Seattle. Luego hablaremos de Seattle. Un pastor. ¿Qué palabras usó? Esto es un un libro, David. Pero los olores son más penetrantes que las palabras. Se instalan en las almas cansadas y ciegan los ojos con los que detectamos lo escrito. ¿Es el cadáver el cuerpo abandonado por un vivo? ¿es el cadáver el cuerpo que busca un muerto?
La vida, cuando se supone feliz, solo es un juego de manos. Son sombras chinescas cuando el padre se convierte en el maestro. Trilera, la vida es trilera. ¿Dónde está la bolita? Eso sí, siempre el miedo: “La oscuridad sacrifica el recuerdo/que solo puedan ver lo que queramos que vean”. “Poderosos mientras hubiera una razón para estar juntos”. Minúsculos mensajes de adiós lanzados al mar de la noche, a las dunas de los tiempos, ¿Qué hacemos con los tiempos que han pasado? ¿madre e hijo cuando el desorden hace más terrible la muerte?: “Un hijo solo una: nunca estarás preparado para verme morir. Una hija, solo una: nunca estaré preparado para verte morir».
“Mi hija no te conoce. ¿Por qué no puedo nombrarte?” En las calles que conoces, en las calles que compartes siempre estás esperando que él ocupe su lugar. Que al doblar la esquina la vida se como un verso de una canción de Peret, un fantasma que vuelve a la vida, que no estaba muerto, que estaba de parranda, la gran broma final. Tan sencillo, demasiado sencillo.
Un rostro desfigurado, una manos que se convierten en las de un alfarero, atrapadas por el dolor, el mal tiene hoy la boca cerrada y tú querrías buscar a Lázaro para preguntarle el teléfono de Dios. De un Dios, de cualquier Dios. Un número es número hasta que llega la muerte: “Un futuro de más de treinta días no podría vislumbrarse entonces”.
La naturaleza, siempre parece hambrienta, la naturaleza olvida pronto: “La grieta mezcló los órganos con el pasto: agua en el agua”. La muerte es el niño al que tus padres no dejaron que invitaras a tu cumpleaños. Así que, cuando lo viste llegar por primera vez, no supiste cómo tratarle: ¿le hablo de usted? ¿tiene apetito? Siempre viene con hambre atrasada, como la naturaleza. Camisas a cuadros, pastores, miga y sebo. Kurt Cobain descubriéndole al mundo que hubo alguien dispuesto a venderlo.
Tú eres el cromo que podría haber cambiado al muerte con la vida. Tú eres el que se quedó atrás, el repetido. “No existe arena suficiente para sepultar los rubios mechones de tu hijo”. Tu madre y la suya no son tan distintas. Una madre y la otra. Aquellos días no conocías, David, la historia de Gram Parsons en el desierto de Mojave. Yo tampoco. Quizás estos días sean diferentes. “Los dedos de tu hijo asoman entre las flores frescas: nos señalan”
Una muerte que detiene una vida: “Tenía miedo de encontrar tu cadáver entre la arena”. Esconderse, abrir los ojos con fuerza, pellizcarse deseando que todo sea un sueño: “Si nunca dices adiós, nada se pierde”. En el instante en el que todo termina la amistad se convierte en recuerdo. La electricidad de los cables es una música distinta. No hay ciencia que encuentre un teorema válido que explique la muerte. Cuando tachas, el tiempo se convierte en distancia. Cuando corriges sin sabe qué corriges. Siempre tendrá veinte años, David. Y Sergio siempre tendrá 38. Y nosotros… de nosotros dirán que somos más viejos pero no será cierto. Siempre viviremos agazapados detrás, esperando que todo se evapore como la calada de un cigarrillo.
Todos los sitios donde bailaron, bebieron y escucharon sus canciones han cerrado. Todas aquellas bandas se han separado y algunos de sus cantantes han también están muertos. ¿Y las chicas? Algunas podrían haber sido más, menos o igual de felices con él. Si hubiera seguido vivo: “Las máquinas arrasaron el primer pecado/la carretera nueva también se llevó la culpa”.