Archivo de marzo, 2023

Algunas palabras sobre El regalo de Zoe Maeve

La editorial Alpha Decay presenta una obra gráfica excelsa, una delicadeza monocromática que mezcla sensibilidad e historia.

El heredero tiene sangre azul. Demasiado azul. Como una tinta de desprestigio. Un microscosmos dibujado que avanza en el tiempo y la decadencia. La narración se ancla y se desancla, es lustrosa en los juegos del azul. Azul de frío, de nobleza, azul de alejamiento. Solo espacio para el blanco, aséptico y breve, nieve de grano duro, alejamiento de guardianes, setas y más guardias, que miran al interior como un circo, como un zoo en el que pronto sacrificarán los animales. Una prisión con las puertas abiertas. ¿Qué le puedes regalar a alguien que es dueño de todo? Un zar y cuatro hijas. Un sello. Una estampa.

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Dices que todo fue un sueño: Lapido antes de la primera sangre

Escribí todo esto aquellos días. No recuerdo qué bruma ocultaba el incendio. Sí que una noche pinchaba en el Páramo y él no apareció. No importa, el tiempo ha convertido las tormentas en mascotas y la electricidad en pantano. Soy un muerto elegante que no puede cerrarse la americana. Dame tiempo, volveré. No sé muy bien dónde, la verdad.

El alma dormida de 2017

Me preguntaste sobre la luz, qué elegirías si quisiera una victoria que quedara para siempre impregnando la canción, quizá “Mañana quién sabe”. Hay tantas ciudades como canciones de Lapido, tantas como guitarras de Tom Petty abandonadas en la autopista de “Los dinosaurios”. Dime que eres un buen chico y Rachel Welch vendrá a visitarte de noche y te traerá un juego de cuerdas nueva para la acústica. Un poco más a la derecha, un poco más arriba, elije las teclas adecuadas y notarás cómo la frontera entró en la banda y cubre las zonas desconocidas de “Lo que llega y se nos va”, entre el neon y el arrabal hay un término medio que nos alimenta, un cementerio de recuerdos, donde nadie quiere reciclar, donde el que entra se sabe “Estrella del purgatorio” y cantar rockabilly sentado como J.J. Cale. Imagina que alguien quiera un trozo de lo que muestras bajo la camisa, aunque a ti te parezca que tuvo mejor aspecto unas décadas atrás, el hambre es algo muy poco selectivo. En la lista de la compra, como siempre que parece que se acaba, hay apuntado un nuevo incendio, uno que rezuma metano de las almas saliendo del pantano, suerte tienes si no te roba Lapido los sueños para ponerle letra a sus canciones. Escucha “Escalera de incendios” y comenzarás a sospechar de todos.

Formas de matar el tiempo 2013

El Apocalipisis eléctrico ha llegado. Todas las gotas que mojaron nuestras botas se están evaporando…la lava amenaza con regurgitar nuestras lágrimas con más fuerzas. Así abre la caja de los truenos con Día de perros. Susurro acústico, casi a pelo, comienza Muy lejos de aquí. Enésima canción confesional del maestro Lapido. Ninguna cansa, porque cuando jugamos en la misma liga los recuerdos de los momentos buenos son alimento para el alma: Somos noctámbulos en noche de tormenta, versos estremecedores para una canción que se columpia entre los pianos imaginativos y las percusiones celosas. Alas de moscas transparentes perfilan nuestra vida: soplamos y el hammond resiste el envite, porque es el momento de enchufar los amplificadores y llegar a Cuando por fin. La misma didáctica de siempre, veteranos curtidos en la carretera y el negocio destilando en un alambique bien engrasado algunas buenas canciones. Cosas por hacer recupera esa lírica mesiánica, bíblica, de cantautor beatnik en la que tan bien se maneja Lapido. Rugoso rockandroll de escuela americana pero tan familiar que se filtra hasta el tuétano. 40 días en el desierto está escrita para ser cantada mientras respiras la mezcla de la gasolina y el cuerpo de Gram Parsons. No hay vuelta atrás, en medio tiempo, más al oeste que al este, con un órgano nutritivo y un ritmo de camino sin retorno. La ciudad que nunca existió incide en esa electricidad de los vagabundos del Dharma y nos trae la herencia granadina, esa que mezcla a los Clash con el color blanco del Albaicín. Delicioso el tono íntimo de Desvaríos, de nuevo en la onda de nada madura, con batería sutil: la reina de Saba, Salomón, Lapido mira de cara a la postmodernidad…él siempre fue más de formación clásica. Magnífico Está que arde, poesía de alto octanaje, plomo en las venas, esa veta rockabilly, desafiante: no hay lugar para escapar, así que mejor nos quedamos aquí mirando al enemigo de frente. El cierre, con Al azar, nos deja claro que no hay normas, solamente podemos esperar.

Este nuevo disco de Lapido es como una copa en un garito de confianza, es como tomarse un bourbon en el Páramo: sabes que el hielo estará a la temperatura correcta y la música que sonará cuando le eches el primer trago será la adecuada. No engaña y no da sorpresas, bajo batería, electricidad, hammond, acústicas confesionales y una voz.

Lo de que Lapido es un letrista superlativo no deja de ser un tópico inevitable cada vez que se habla del compositor granadino pero es que en este, su quinto LP en solitario, afina su voz hasta rebasar con la lija del tiempo una garganta que ya no puede ser considerada precaria. Un disco pulcro, preciso, como un mármol pulido por el cincel del rock, no hay palabras que lo expliquen, solo contar los días para poder verlo en directo.

De sombras y sueños de 2010

Fui un “Lapidiano” tardío, lo confieso, pero un día compré un saldo de 091, de esos con los que las compañías, como monstruos de Lovecraft, extienden sus reptantes miserias. Amalgama de canciones que sonaban a lo que tenía que sonar la vida. Luego vi una antigua foto de Jose Lapuente con una camiseta de la banda de Granada y una noche me explicó que Lapido había marcado la línea y que a partir de entonces sólo nos quedaba caminar sobre ella. En estos tiempos consumibles los discos no se escuchan, sólo dejas pasar rápido las canciones y las olvidas. Los de Lapido han vertebrado mi imaginería durante años, En otro tiempo, en otro lugar es una obra magnífica y con este De sombras y sueños, he visto la película más de una docena de veces. Se abre con El más allá, un tema por el que Nacho Vegas mataría. Lapido no quiere convencernos que vive a la orilla del Missisipi, todo lo que tiene te lo enseña con cada acorde. Una banda muy engrasada, básica y eficiente, con la hermosa pincelada de Eva Amaral en Doble salto mortal, casi de cajita de música, de nana amarga o en Antes de morir de pena, que tiene un poso narrativo tan deslumbrante que casi asusta.

Señor Lapido, con su permiso, me llevo sus canciones a la carretera, creo que no hay ley escrita que lo impida, escucharé Sueños que dejamos ir mientras trato de recordar dónde están las cassettes de Roy Orbison que mi padre me regaló. Claro, todo el mundo habla de Kike González y yo no lo entiendo, me gusta tu estilo, pero eres demasiado joven como para entenderlo. Asumamos que La hora de los lamentos es superior a A hard rain is gonna fall y que Miguel Ríos puede ser el ángel que nos salve de la debacle. Canción del año, con la épica justa para golpear la pared hasta la extenuación. Olvidé decirte que te quiero, con su candencia de blues terminal, recuerda el tiempo en el que nos juntábamos en las encrucijadas y susurrábamos versos antiguos esperando convocar a los demonio del delta. Las imágenes de Cansado me hacen recordar por qué disfruto con Manolo Tarancón o Hendrik Roever pero siempre espero que el poeta eléctrico vuelva.

El Lapido más rockero hace su aparición en Lo creas o no, con el fantasma de Strummer sobrevolando los amplificadores, hazlo fácil, pero hazlo con sinceridad, es lo único que te pido. Es el momento de volver a tomar la acústica y reivindicar la parte más narcótica de la vida, ¿existe lo mesiánico en lo cotidiano? , algo así nos cuenta Nadie espera. Algo falla, volvemos a finales de los ochenta, camisas de lunares blancos y patillas fuera de onda, el día que grabaste en VHS el último baile y pensaste que la su ausencia (la de ella) era tu particular Nofuture.

«Dime que camine despacio a tu lado y te silbaré tonadas que rebotarán contra Paredes invisibles, una vez que pasó el huracán uno no sabe qué hacer, los escombros tienen mala pinta y tu locutor favorito hace mucho que dejó de emitir.Tú que hiciste aullar a los profetas, diste aguardiente a los ancianos y regalaste frutos secos a los niños, que se haga la luz a tu alrededor para que así veamos que has vuelto a esconderte».

Cuando hablé con el maestro Lapido

A primera sangre de José Ignacio Lapido (2023)

Antes de comenzar, si quieres leer algunas de las reseñas de los discos anteriores de Lapido, antes de Motel Margot, antes de casi todo: De sombras y sueños de 2010, Formas de matar el tiempo de 2013 y El alma dormida de 2017.

Con Lapido no puedes evitar sentirte siempre a su lado. Guitarra y pluma, pluma y guitarra. Nobleza de una ciudad que arde, el penúltimo aliento que cubrirá de ceniza el Albaicín. No hay más muertos que los que viven en esta sociedad de sesión continua. Pero hoy, hoy es tiempo de volver a ladrar. Al amanecer, al primer toque, una gotita de sangre en lo blanco del paladar. Dices que estás “Curado de espanto” y yo escucho que cantas sin miedo a ver a los ángeles aparecer en los cielos o a los demonios agarrándote desde debajo de la cama. Ya sabes qué te van a decir, ya sabes que el licor casero los mareará lo suficiente para que se confunden y acaben cada uno en tierras ajenas. Una vez más, solo una más y comienzo otra vez a contar. En la encrucijada de Robert Johnson te encontrarás, con una guitarra española de saldo, ahí marcarás con el pie un ritmo de tren, una puntada con hilo, cierra la boca, esto es un cuerpo viejo, como las maderas que se dejaron llevar ante la tempestad. Suave como el beso en la boca de dos ancianos que ya no recuerdan los años que llevan besándose, así suena “Arrasando”

Estoy escuchando “Malos pensamientos” y me doy cuenta que del pantano sembrado de malas semillas que Lapido ha alimentado estos años han surgido sus canciones pero también monstruos hambrientos como Guadalupe Plata o Leone, porque de Granada vamos a Almería y, entre medio, hay una Virgen que entiende el sarcasmo de la percusión y la medida de pasión que en su muslo ha anudado. No puedes buscar influencias en un disco de Lapido porque él mismo es el canon, los demás copian. Claro, me hablarás de Joe Strummer o, más adelante, quizá, de las guitarras de Gram Parsons mirando el cielo del desierto del Joshua Tree. Pero eso, está muy visto. Hasta la cantante de Boss Hog miraba con apetito a Lapido aún teniendo a su diestra a Jon Spencer. Quizá marchar más atrás, velorio y callejuelas sin asfaltar, radios y coplas, ahí está la pared donde apoyar tu alma cuando escuchas “De cuando no había nacido”, donde solo la voz cálida se eleva sobre las pinceladas de piano y guitarra, la señora Piquer electrificada. Ya lo hizo el amo de los venenos, don Javier, cuando visitaba a Juanito Valderrama y le ponía por guitarra y tormento sus tonadas.

Sí, claro, los Flying Burrito Brothers, en el desierto los pedales de metal se oxidan por el uso, hay una guitarra rítmica que promete futuros inesperados en “Antes de que acabe el día” que se entremezclan con armonías de voces: tres acordes, dos lunas en el cielo, Federico García Lorca resuelve ecuaciones que modelizan el infinito que está por llegar. “Creo que me he perdido algo”, un poco de Joe Bataan, algo de Harlem, cuando Willie de Ville cambiaba su sangre con los demonios y ellos salían perdiendo. Mira qué gamberro el maestro Lapido con las percusiones mientras sostiene una nota en su guitarra eléctrica afinada según las enseñanzas del ratón Jorge Santana. Estoy en “De noche la verdad” y vuelvo al cielo, a los ángeles, a la picazón del terreno baldío. Tres razones: amor, alcohol y luna. Pienso que el desierto no es más que mar que acabó bebiéndose todo por pena. Escuchar el órgano hammond, como un mentiroso en un guariche, haciendo pagar la cuenta a las guitarras acústicas. El lugar se ha encendido como si los hermanos Fogerty se volvieran a encontrar y decidieran dejar atrás los malos humos de los años. Estoy con “Nadie en su sano juicio” y tú ves unicornios, yo políticos incorruptos, como santos que se quedaron atrapados en una isla del Pacífico. Un burro y una bolsa para aguantar la resaca en el avión.

Escucho “No hay nada más” y me doy cuenta de que el ruido y la furia siguen siendo el combustible básico, grupo electrógeno para cuando llegue el apocalipsis global, el piano y la guitarra, carbón milenario que se convierte en diamante. Millones de años para convertir en preciada una mina de lápiz. Poco queda que no sea una cuartilla: donde el sueño es un animal herido, allí donde los versos llegan hambrientos. A medio camino, tropezamos en el final, “Uno y lo contrario”, Lapido sigue buscando sus propias tablas de la Ley. Escarba con la guitarra, escarba con la pluma, descarga sus dedos eléctricos en el terruño en busca de algo con lo que estar de acuerdo. En su ciudad cada día busca la verdad, en cada vía muerta, en cada garaje abandonado, llantas que arden y se rodean de perros todavía rabiosos, a pesar de la edad. ¿Sigues buscando luces de ciudades en llamas? No es una canción pop sin más. Es tu canción, maestro.

Y te despides, como siempre, cada cierto tiempo. Volverás a la carretera, cantarás los viejos blues y las nuevas tonadas, pero el disco, el momento íntimo entre el acetato y el oyente, entre tu voz atrapada y mi oído enganchado al alma… eso se acaba. Cierre con básicos arpegios de guitarra, un profundo calvario, con la suave batería, el piano fantasmal, el soniquete de la nana. “Tiempo muerto”, como si nos pidiera un segundo de tregua. José Ignacio, maestro, llevas conmigo toda la vida, y más vidas con otros como yo y con otros que se fueron y otros que vendrán. En algunas canciones me conoces mejor que yo mismo, ahí, entre los versos y las sustancias, hay un diario listo para ser quemado.

Algunas palabras sobre Otro tipo de música de Colombina Parra

«Ella vio a los gendarmes cargando esposas brillantes. No sabía si querían atraparte o besarlas, cubiertas de oscuridad. Esposas que atrapan, esposas que aman. Fragmentos de tragedias cotidianas, canciones que ya no volverán a tocarse, besos amarrados en playas llenas de congrios muertos y merca de mala calidad. En cuarentena la definición de aplauso es algo que te ahoga. Aplaudíamos para agitar el aire, para refrescar el corral de las lágrimas y el miedo a la bacteria».

Colombina Parra fue punk en los noventa. Tan punk como si podía ser en los noventa. Prisioneros y Ley. Y muy cerca estaba Gustavo y Zeta y Charly. Los hijos de Gustavo nacieron en Santiago. Pero en los vinilos de su banda se han quedado atrapadas las canciones de las que hablábamos arriba, en discos piratas, en bootlegs, en casetes que se vendían en los tianguis de Aguascalientes con la otra cara llena de demos de bandas que nunca insistieron. ¿Tu música de quién es? ¿De los cables? El silencio es lo opuesto del arte, pero lo puedes escuchar a través de un teléfono. Hoy publica Otro tipo de música con Random House en la estupenda colección Mapa de Lenguas.

En la playa, volvemos a la playa, las muertas se acumulan como si pudieran recoger restos de almas que los vivos lanzaron en un momento de euforia, todos tenemos la misma edad cuando estamos muertos. Todos empezamos a contar al revés. Mujer que saca migas de pan, migas de pan infinitas, como los muertos y los días que pasan desde que alguien muerte. Esos días nunca se detienen. Migas de pan infinitas. Aunque no acabe así el cuento. Tu cuento, él te dice: “Si todas tus canciones son de amor” Pero la gente siente distinto. Busco tus canciones. Voy a buscar el amor en tus canciones. Los monos no usan teléfonos móviles, ¿Murieron los poetas en la cuarentena? ¿y las postales? ¿Se salvaron los monos? Nadie hacía zoom con ellos. ¿Los cuidadores eran parte de los servicios mínimos, servicios básicos? Primates en cuarentena.

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Tettsui de Mainline Magic Orchestra (2021)

12 pulgadas de Primavera Labels&Public Possesion. Cuatro temas que son un catálogo de paroxismo y bombo a negras. Hipnotismo electrónico, sampleados sinusoidales que controlan la mente y hacen que las chispas de las sinapsis lleven fuego a las piernas provocando el baile. Mainline Magic Orchestra es electrónica pánica, es punk de rave pirateada en tiempos de redes sociales.

(MMO Theme) House bien entendido de raíces latinas, los Gibson Brothers del S.XX, mucho más que robots con corazón, robot que usan proclamas para que se tengan en cuenta sus sentimientos. Planetas, amor, cajas de ritmo y esa manera de percusión digital que nos enamora por su sabor a maxi-single.

(XUMBA XUMBA) Repetición mántrica que nos hará felices. El mejor sampleado posible para el ulular de un pájaro indeterminado que acaba siendo una melodía de juguete. Llegaremos al punto donde la vida sea hipnosis. Y la hipnosis un estado de realidad.

(OKILELE) Somos adictos al selvático animal, tomamos muestras de percusión y vileza y las repetimos colocando en un altar el bombo a negras. No necesitamos más que un poco de garganta para conocer al que remezclaba a New Order en sus canciones gamberras para los mundiales de fútbol. Entre Underworld y Paul Gascoigne nos queda Tracy Lords en la primera entrega de Blade.

(Jack Sparrow) Teclados ochenteros, la voz de ron que llama a las sirenas, las sirenas que siguen de rave, impulsadas por algas anfetamínicas que solo ellas conocen, un subidón acuático, desde los más profundo, un subidón abisal, el Kraken está hambriento y la trompeta es ácida, repitiéndose de manera fractal hasta el infinito.

Algunas palabras sobre Redención de David Refoyo (2022)

Editado por La Bella Varsovia, el nuevo libro de David Refoyo es un diario del presente. Del que se ha quedado. Hay alguien aquí. Hay alguien que no está aquí. Una muerto. Sabemos la estación pero no el año. Porque cuando llega así no importa el calendario cuantitativo, solo el cualitativo. El fuego de los coches, el choque del fuego: en las películas americanas nunca sucede nada, todo es como el grácil vuelo de una paloma. Seattle. Luego hablaremos de Seattle. Un pastor. ¿Qué palabras usó? Esto es un un libro, David. Pero los olores son más penetrantes que las palabras. Se instalan en las almas cansadas y ciegan los ojos con los que detectamos lo escrito. ¿Es el cadáver el cuerpo abandonado por un vivo? ¿es el cadáver el cuerpo que busca un muerto?

La vida, cuando se supone feliz, solo es un juego de manos. Son sombras chinescas cuando el padre se convierte en el maestro. Trilera, la vida es trilera. ¿Dónde está la bolita? Eso sí, siempre el miedo: “La oscuridad sacrifica el recuerdo/que solo puedan ver lo que queramos que vean”. “Poderosos mientras hubiera una razón para estar juntos”. Minúsculos mensajes de adiós lanzados al mar de la noche, a las dunas de los tiempos, ¿Qué hacemos con los tiempos que han pasado? ¿madre e hijo cuando el desorden hace más terrible la muerte?: “Un hijo solo una: nunca estarás preparado para verme morir. Una hija, solo una: nunca estaré preparado para verte morir».

“Mi hija no te conoce. ¿Por qué no puedo nombrarte?” En las calles que conoces, en las calles que compartes siempre estás esperando que él ocupe su lugar. Que al doblar la esquina la vida se como un verso de una canción de Peret, un fantasma que vuelve a la vida, que no estaba muerto, que estaba de parranda, la gran broma final. Tan sencillo, demasiado sencillo.

Un rostro desfigurado, una manos que se convierten en las de un alfarero, atrapadas por el dolor, el mal tiene hoy la boca cerrada y tú querrías buscar a Lázaro para preguntarle el teléfono de Dios. De un Dios, de cualquier Dios. Un número es número hasta que llega la muerte: “Un futuro de más de treinta días no podría vislumbrarse entonces”.

La naturaleza, siempre parece hambrienta, la naturaleza olvida pronto: “La grieta mezcló los órganos con el pasto: agua en el agua”. La muerte es el niño al que tus padres no dejaron que invitaras a tu cumpleaños. Así que, cuando lo viste llegar por primera vez, no supiste cómo tratarle: ¿le hablo de usted? ¿tiene apetito? Siempre viene con hambre atrasada, como la naturaleza. Camisas a cuadros, pastores, miga y sebo. Kurt Cobain descubriéndole al mundo que hubo alguien dispuesto a venderlo.

Tú eres el cromo que podría haber cambiado al muerte con la vida. Tú eres el que se quedó atrás, el repetido. “No existe arena suficiente para sepultar los rubios mechones de tu hijo”. Tu madre y la suya no son tan distintas. Una madre y la otra. Aquellos días no conocías, David, la historia de Gram Parsons en el desierto de Mojave. Yo tampoco. Quizás estos días sean diferentes. “Los dedos de tu hijo asoman entre las flores frescas: nos señalan

Una muerte que detiene una vida: “Tenía miedo de encontrar tu cadáver entre la arena”. Esconderse, abrir los ojos con fuerza, pellizcarse deseando que todo sea un sueño: “Si nunca dices adiós, nada se pierde”. En el instante en el que todo termina la amistad se convierte en recuerdo. La electricidad de los cables es una música distinta. No hay ciencia que encuentre un teorema válido que explique la muerte. Cuando tachas, el tiempo se convierte en distancia. Cuando corriges sin sabe qué corriges. Siempre tendrá veinte años, David. Y Sergio siempre tendrá 38. Y nosotros… de nosotros dirán que somos más viejos pero no será cierto. Siempre viviremos agazapados detrás, esperando que todo se evapore como la calada de un cigarrillo.

Todos los sitios donde bailaron, bebieron y escucharon sus canciones han cerrado. Todas aquellas bandas se han separado y algunos de sus cantantes han también están muertos. ¿Y las chicas? Algunas podrían haber sido más, menos o igual de felices con él. Si hubiera seguido vivo: “Las máquinas arrasaron el primer pecado/la carretera nueva también se llevó la culpa”.

Ante la perspectiva de un páramo de La Jetée (2022)


Editada por la imprescindible discográfica Clifford Records, el disco de La Jetée es un compendio de silencios y electricidad, de ambientes y soledad: diez temas donde los instrumentos tienen alma, son ángeles perdidos que buscan espaciar el tiempo, estirarlo para que los salmos de la voz encuentren su eco. De la clandestinidad creativa surgida por la distopía de 2020, los temas de Ante la perspectiva de un páramo son la agonía de una sociedad que duda. No sabe si entregarse al ser solitario o cantar para que el mundo no olvide que hay millones de personas tras las puertas.

Los sintetizadores cósmicos de Buenaventura o la sobriedad del recuerdo de Pero cuenta conmigo son parte de la construcción no verbal de un muro con agujeros estratégicos. La delicadeza de Horario de verano la vida prende por acumulación de recortes, luna de sexo y piano, pedazos de vidas ajenas en el vaho que era vida. Un bajo afterpunk en Dos veces breve es el momento vampírico, sin finales, como esos escritores que acumulan comienzos y personajes para terminar sintiéndose incompletos: “Debe de haber alguna forma”. Las voces se acumulan, desgranan el tiempo, nos hacen preguntas antes de llevarnos de la mano a una microscópica pista de baile: “¿No recuerdan ustedes haber viajado por una carretera desierta, quizá con un antiguo parque de atracciones en la vereda? ¿un colegio vacío donde solo hay sombras de niños pintadas en las paredes del recreo?”. Épica bien entendida, una colección desolada de cabinas rotas desde las que nunca más podrás llamar para decir “Te quiero”. El manejo de nuevo de los sintes en Más vale perdonar, las guitarras acústicas, como un esqueleto modelado, la madera seca que se acumula, ¿habrá algo de incendio entre las cenizas de lo vuestro? Permafrost es un hit absoluto, atrapado bajo las capas sensibles hasta que se eleva como el virus definitivo. No tiene nada de malo ser contaminado por él: libros que colocan sobre la menos la cartografía nocturna de ciudades que no existieron. La instrumentación funciona de manera contenida y elegante, con detalles de carácter. Los pinceles de La Jetée nos ofrecen melancolía sin hacer trampa. Nos acercamos al final con Copiloto, palmas y algo de melodía lúdica. En la canción está escondida la historia que nos lleva hasta el final, recuerda que lo importante no es el comienzo ni el destino, es el arcoiris que hay entre medio. Apátridas de teclados y ambientes, alguien dejó abandonado el miedo en la gasolinera. Tal vez volar tiene algo de Japan y esos ochenta orientales con lluvia y ramen, guitarras que se deslizan, dispuestas a pasar de siglo con juegos de voces oscuros, como A Flock Of Seagulls sin artificios ni ensayos previos. El final, La certeza de un cambio una guitarra que rasga, una voz que es eco, lejos como el cómplice que ha huido, pero sabemos, tú y yo -permíteme que te tutee-, que cada puente que arde es el recuerdo de un amor perdido. Enamorarse o fingir amor por cualquier que te encuentres la noche antes de tu partida.

El frío de la vida se combate con la tibieza de los labios, por el calor que exhala la aguja sobre el vinilo, por las farolas de una ciudad antigua que se encienden al ritmo de las toses de un anciano tísico. Todo suma, todo es belleza contra la bruma.

Algunas palabras sobre El mundo abajo de Patricio Jara (2022)

La editorial Jeckyll&Hill nos trae este libro de relatos del autor Patricio Jara: la realidad de un planeta que no tiene que mostrar sus secretos más oscuros en forma de monstruos o triángulos misteriosos para provocar el terror. La voracidad de la Tierra en sus zonas no mapeadas, en sus puntos negros, lugares que siempre han existido y donde ni siquiera el electromagnetismo digital y sus redes con G´s variables se puede imponer. Una masa monstruosa que encuentra su poder en la Ley de Newton, en la gravedad que es una prisión con las puertas abiertas. La Tierra que se impone, científica y milimétrica, veterana y atonal, vívida consorte del Sol y madre de la Luna. Suena sencillo, calor y fuego, hielo y frío. Pero la Tierra es tibia como el aliento de sus depredadores y nosotros, humanos multicelulares, somos, como nos recuerda Patricio Jara, simples simbiontes minúsculos que, en cualquier momento, podemos mutar a incómodos parásitos a los ojos de GAIA.

Unos tres grados que separan la vida de la no vida. Porque la muerte es algo que se reserva a lo que hay fuera de la literatura. Ella planifica el espacio aéreo como si fuera ajedrez en tres o cuatro dimensiones. Si el avión fuera un auto que viaja de noche, IREMI equivale al sitio en el cual el conductor apaga las luces y avanza por la carretera en plena oscuridad. Elimina la franja del Audioperú. Tira el cartón con tu letra, arrójalo a la papelera igual que él se lanzó al mar. El agua respira por ti, el agua abisal no entiende de presiones parciales ni de almanaques. Cuando el terror llega, llega también la locura y la concentración de oxígeno es un cuchillo que se abre paso sobre el sistema circulatorio, una muesca en la fina red de arterias y venas. No puedes vencer a la física, porque la física está definida para aquí y ahora, para la superficie terráquea, para la presión de una atmósfera, 760 milímetros de mercurio. Fuera de allí es todo pesadilla no euclídea, abisales tribunos de Cthulhu: sombra que entra en cuadro y lo oscurece y luego las burbujas y luego una risa lejana de los llegados de Aldebarán. Un lugar donde las cosas no permanecen alrededor de los límites de la cordura es el fondo del mar, Leviatanes y cocodrilos de 15 metros. Pero la muerte está, en realidad, sobre todo, sega sobre todo: una burbuja es el aviso de la realidad que se va a rasgar. ¿Pero qué realidad es? Zonas no mapeadas, Stephen King y bandas que no existen, la sensación de que el narrador, en realidad, ha dejado al protagonista ABAJO.

Entre 5 y 20km bajo el agua es ahora todo desierto, las olas dejaron los restos de la cumbia ancestral, cubrir las cabezas del monstruo con la sal del tiempo. LOA. Mediciones de la concentración, producto que lleva al precipitado, compra VODKA, es el último elemento de la civilización. Más allá de muestras y mecanismos hay un cadáver. Un hombre o un cadáver. Según el tiempo transcurrido la diferencia no nos alcanza para distinguir uno de otro. Un cadáver antiguo ya no es un hombre. Es una osamenta, son sales minerales, con combinaciones de zonas bajas de la tabla periódica. Me das un palo y me callo. Me das cinco y contemplo el cuerpo con mi propio cuerpo. Momia de la Hammer, senderos que se iluminan, Pacos y milicos. Yo prefiero el paco para fumar, una momia no es expolio si no la puedes vender. Al Museo Británico o a su madre, al Museo de Nadie. No tengo plata, no tengo ahorros.

Blowin in the wild, Dylan en una cinta de casete comprado en un tianguis de Guayaquil. En la Facultad de Ingeniería siempre te animaban a cambiar de perspectiva o de ejes de referencia antes de rendirte ante un problema. Fuego y agua es una unidad básica para entender las paralelas y el vapor. Cocinando las papas y las patitas de los humanos. El sonido del caso es una una cuestión de primero de física, campos y ondas. Magia con frecuencias comparadas. Profesores alcoholizados, escritores frustados, Pacos con nombre de mala novela de Bob Dylan. Sí, volvemos a Dylan y a Tarántula. Tizas con forma fálica. Lloros y dolor. Tarántula como la inconexa literatura de Dylan, basada, como esa reseña, en la repetición mántrica, casi de beatniks. Recuerdos de la docencia y, en la pared, el caso. Solo queda uno del gang vivo. No fuiste tú el primero en morir.

Martín no es de la banda de Tarántula, tiene la electricidad en los cables, cuando pase el temblor, de los Jaivas a la muerte por altura, merca y rumba de Cerati. Cerati, la rumba de la rumba. Pedro murió de cabeza suena a banda telonera de los Gemelos Bang-Bang. Sonidos de guitarras, aullidos destemplados, El chavo del ocho aportando percusiones a 1000 kilómetros de cualquier sitio, cualquiera puede volverse loco con una simple alteración de la temperatura o la precisión de la luz. No música en el walkman. Solo voces de Raudive en la radio. No somos capaces de ir más allá del infinito. Los fostatos y el don de los camioneros para beberse la nafta o echársela por encima. No importa, nada importa. En mitad de ningún lugar, a la misma distancia de todos los sitios, la Ciudad Esqueleto. Búfalo es el recuerdo pútrido de la Chile pinochista, chocolate sobre chocolate, arte contemporáneo, experimentos de gestión centralizada como ordenados del tamaño de habitaciones: si excluyes los grandes monstruos de la Tierra, solo queda los seres mecánicos y , tanto cuando los conviertes en juguetes nunca tienen la escala adecuada. Pedro murió de cabeza graba su primer EP con un cuatro pistas. Una sola toma, ciencia ficción del otro lado, en el tercer planeta, haitianos en lo más bajo de la pirámide social. Como en un cementerio, las piezas son los restos de los Transformers de la primeras ediciones de Fórum o la comida metálica de los tianguis de piezas, te sientes un scavenger latino, sonido de futuro, pesadilla en Elm Street, la distopía electrónica que hubiera salvado la república socialista de Allende. El Búfalo es un personaje sacado del universo de Amores Perros (no se rían hasta haber leído el libro), aquel lugar, aquel momento era un instante serio en el que nos asomamos al abismo, en los noventa, precipicio de hummus latino y supimos que los Control Machete eran la verdad. Fuera de allí, los dientes quebrados de Pappo y los Prisioneros en aquel engendro llamado Napster.

«Canción Animal. Un último empujón hasta las salinas del su. Giramos por el interior en búsqueda de belleza. Nadie nos espera, nadie nos deseaa. Unas tajadas de carne, agua podrida, agua que se mezcla con la sangre de nuestro rostro, la suciedad de la piel, que se lixivia y acaba TIERRA ADENTRO, MUNDO ABAJO».

Patricio Jara tiene a Rodrigo Fresán de su lado, a Rodrigo Cortés, al César Aira steampunk: sus relatos tienen un punto de extraña unción de la sociedad que nos rodea, occidente es una pasión. Pasión por el monstruo donde vivimos, un monstruo, Tierra o Gaia, que se controla, que controla sus perfiles abisales, la naturaleza que terminará por enojarse. No queda tanto.

Algunas palabras de Esta vez venimos a golpear de Fran G. Matute

Fran G. Matute nos ofrece un somero repaso de los Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural (1965-1968). En Sevilla la revuelta empezó de manera subterránea, primero en locales de cal blanca, paisajes como La cuadra, 1966, de un lugar a otro, mientras la sospecha de vagos y delincuentes cierran los oasis, la geografía de Sevilla deja que crezcan buganvillas de libertad: flamencos vestidos de yeyé y arte no figurativo que escapa de la censura. Radio popular, algo de jazz y más flamenco. Es un momento del cambio. Paco Lira, el PCE, el Bar Giralda y Alfonso Grosso. En el Centro Cultural Tartesos se busca la Atlántida de la libertad. 5000 pesetas para un relato. Francisco Umbral viaja hasta el sur sin quitarse el foulard. Busco el cuento en sus obras completas y no lo encuentro. Caballero Bonald y Casteller. Antifranquistas en su exilio interior. Sus voces aparecerán cuando la cosa se ponga más sencilla. Manuel Ferrand adelanta un capítulo de su premio Planeta y se lleva las pelas. Sigo buscando el cuento de Umbral. Lee el resto de la entrada »

Regreso al futuro de Charnego (2023)

Estoy escuchando a Charnego y me ilumino, sé que hay algo de sangre en los dientes, no sé si es escorbuto o un puñetazo, le pregunto a Frágil (niño de leche) y recuerdo a Vírgenes Adolescentes, la banda de Javier Almendral donde las ambulancias del amor también las conducía el mal. Y, claro, aquel cerdo punk que criaban Mar Otra Vez para que buscara alimento entre el óxido es el que disfruta de Macho Beta .Seguimos surfeando en la búsqueda de sirenas que alimenten con speed hecho de algas los cuerpos fríos de Leon Benavente con esa vocalización extrema que tiene algo del spoken word de Adolfo Luxúria Canibal, de Jorge Ilegal trasegando ron con Melville, en un ocho pistas, grabando salmos, consumidores de lo que quede, de cualquier cosa. Así te lo digo, Preferiría hacerlo.

Punk de pussycats, muerto viviente adicto a los cerebros de los consumidores de katovit, vudú y tropicalismo, un estribillo que surge del fondo de un tubo de Bustaid. Cuerpo, la fuerza de los bares es una salvaje antropología de los bares, un estribillo que te permite levantarte sin resaca, con aliento a humanidad y queroseno. (Sergio Dalma+Seguridad Social). Territorio es una rabia punk ininteligible que demuestra, como hacía Pleasure Fuckers, que no hace faltan palabras para transmitir rabia. Suavidad para lo políticamente incorregible, Enric Swag Juliana, de las pesadillas de Manolo y Genías, un mantra que nos lleva desde Mahoma hasta la montaña. Te pone dura la opinión formada mientras imaginas el dolor de Juliana al salir en una canción junto a la palabra España. The Cramps para Fernando Arrival o las tetas de Tere, o la mesa que se va a caer si no se baja de ella el patafísico supremo. Arrabal le dijo a Houellebecq que le habían puesto droja en el coñac y los Franz Ferdinard te lo pueden corroborar. El cierre para Nueva movilidad urbana, una rítmica sincopada que me recuerda a Pablo de Les Conches Velasques y Picore, con su trazo propio (“Anécdotas, no”), dopamina para Cosmic Wacho o cumbia de Arnaldo Baptista con sabor a microdosis bajo la lengua. Felación Cuti y lateros de madrugada.

Enorme este disco de Charnego, Repetidor, como siempre, en la vanguardia del terror y la belleza.