Algunas palabras sobre La mejor aplicación para senderistas de Sebas Puente

Sebas Puente obtuvo con este libro el Premio de poesía Isabel de Portugal en su edición del año 2022. Editado por Veruela Poesía, continúa con una obra que alcanza poco a poco su mayoría de edad, consolidándose como una de las voces más exportables de la región. Aquí se puede leer un texto sobre su libro Escalinata editado en 2017 por Baile del Sol y aquí, en este mismo Motel Margot, otras palabras sobre su obra Tren de Vida que apareció en PUZ en el año 2021.

El poeta abre su catálogo con Holy Motors. Limusinas blancas y el mundo en marcha. Papel de plata para años de persecución. La ciudad parece distinta a través de la ventanilla de un taxi: “Hacemos tasaciones/al único precio posible:/la voluntad”. Pueblos que se arrepienten después de beber el agua de la empresa, el licor del estado. ¿A dónde nos lleva Sebas Puente? Él conoce los campos magnéticos que han escapado al veneno de la existencia: “Otros lograron escapar/nadando y aseguran/ que al fondo vieron máquinas/que ya no se fabrican”. Un libro de madurez, padres e hijos, se ha terminado la huida. Cuando el poeta busca trucar el octanaje para cruzar con mayor rapidez la noche. La segunda parte, La recolecta, nos recuerda la importancia de alimentarse tras disfrutar del hambre salvaje. Así la casa escarba en la piedra como una nueva forma sólida, volver, cazar, el paso del nómada al sedentario. Lee “Las dos puertas” para recordar que la muerte nos ha robado demasiados libros. Había muchos libros hermosos entre sus manos frías, amigo: “La diferencia entre querer/conservar todo y querer/prenderle fuego a todo”. Fuego que se alimenta de un combustible inventado (hablamos de él hace un momento, incendio de queroseno), un combustible que promete más que da, una gasolina que pudre los pulmones y de su fuego no habrá ceniza que devuelva el sabor a la copa que no se ha bebido. Tres acúfenos, el oído que es música, entre la exposición y la bala, el tiempo es infinito. La vida se propaga como un sonido despistado y busca alguien que disfrute: “tímpano, un muro de ladrillo/o una pared de piedra,/algo que atravesar”.

Patricio Pron amarrado a la sangre de los ferroviarios, alma de noche que te sisan los bolsillos, artistas que imitan los sueños de Bob Dylan, el Dylan que ponía nombre a los animales. La libertad es cartón piedra, solo la compañía podría salvarnos. El poeta primitivo recoge la belleza allí donde se nos olvida que había caído. Paredes donde los espíritus sembraron la oscuridad: ¿se besaron los estudiantes, los arqueólogos, los neandertales… todos a escondidas, sin luz, en las cuevas? “También nosotros/tenemos una historia antigua/por delante”. En la geometría euclídea solo el que estudió arte es capaz de competir con el matemático. Ambos bebieron -abrevaron más bien-, hasta dejar las superficies de la noche completamente vacías. Ahora cierran con tiza, buscan la complicidad del encantamiento, ya no se odia, solamente se reserva el espacio mínimo al círculo de confianza: “En sus hogares/con la luz apagada/esperan el incendio”. Ellos, tú, nosotros. Celebradores natos, aburridos devenidos en cobardes, santos y difuntos: “Lo que apagan el fuego/y aquellos que se apagan”.

Me dices en tu Guía de perplejos: “Hacemos sombra a la vida/que nos aleja del mundo”. Las vidas se construyen sobre arte clásico, sólido como una columna, repite el triunvirato del que muchos extrajeron amor y así, poco a poco, escapa del mundo donde la modernidad se intuye como algo peligroso, algo pasivo/agresivo. Estamentos arcaicos donde el salto nos permite esquivar las lesiones. El poeta lanza una piedra sobre el agua y espera que llegue la onda que cambie el mundo. Recoge con sed y la devuelve con gusto. Es una pequeña sístole para una sociedad con el corazón detenido: “Le dedicamos un adiós al tiempo/el nuestro que ensayábamos ayer”. Sal, bosque y lengua. Ventana desde donde contemplar el apagar sistemático de las ciudades. Muros de cemento y malas hierbas que crecen sobre el asfalto. El frío como una luz que nos guía en mitad del invierno, el dolor es una manera, como otra cualquiera, de estar vivo. Documenta el poeta todas nuestras vidas de manera cualitativa, escupiendo sobre el frío bestiario de las máquinas, desvarío cuantitativo e inerte.

Y el cierre con el Manifiesto senderista, donde las palabras resumen la vida, una vida que se concentra en no romper el círculo, porque unido al camino hay un sendero y del sendero se sale al camino. Fases distintas que se repiten, la vida plácida tiene algo de monotonía. “Da igual lo que nos digan/si no está en nuestras manos el avance/ni el retroceso”.

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