Con traducción de Cristina Sánchez-Andrade e ilustraciones de Xulio Maside la editorial Impedimenta recupera uno de los libros de cuentos más explosivos de los años sesenta en nuestro país. En 1967 Carlos Casares dejó caer las llaves de la modernidad en el abismo que todavía era España. Literatura del S.XX que se ha perdido para el público español por la intimidad de la distribución de la narrativa gallega. Ahora, por fin, llega hasta nosotros. Y nos golpea. Como tiene que hacer un libro. Da igual los años que pasen. Dictadores, libertadores, monstruos, verdugos y salvapatrias. Galicia es tierra de muerte y de ánimas, pero también de esperanza y verde de lluvia. Escribía Gonzalo Ballester sobre este libro y, en sus palabras, había semilla, porque del ingenio lúdico crecía la flor de la literatura. Son como cortes rápidos, de lectura breve, son personajes universales que no necesitan más trasfondo que un día, unas horas. Historias que son universales en manera de arder intensamente, consumirse y dejar una ceniza que es, a la vez, recuerdo y sustento para que, permitan que insista, volver a ver crecer otras historias. ¿Repetir lo malvado o escapar hacia el lujo de la inconsciencia?
«Crueldad infantil, venganza perenne, alcohol mal digerido, miseria y lujuria, represión y soledad, calles pútridas donde la esperanza es un personaje que nunca es bien recibido. Venganza, sangre, canciones populares, ¿he hablado ya de miseria? ¿y de la muchacha del circo? ¿y de los lindes de la tierra como una muralla de Jericó son trompetas?»
Hermanado con otros cuentistas del realismo social de la época como la gente de Madrid de Juan García-Hortelano, los conspiradores de Daniel Sueiro o más alejados, como José Suárez Carreño y la magnífica obra Las afueras de Luis Goytisolo, de 1958, pero que empasta perfectamente con la manera en la que contempla a la sociedad española, una sociedad detenida en décadas que transcurren monótonas. Incluso en 1973, El viento se acuesta al atardecer de José Luis Martín Abril puede servir como cierre de una línea invisible pero robusta de cuentistas, de narradores, de escritores que hacen de lo anécdota mínima, atrapada en ámbar, una suerte de explosiva semblanza que queda marcada, como si fuera el resultado de una explosión nuclear, en las paredes de la sociedad que se desmorona. Un recordatorio de la misera, desde Galicia hasta Andalucía, pasando por la lírica urbana de Umbral, la cinegética de Delibes o la experimental de Cela. Trío seductor y que contaba con una mayor inmunidad para desarrollar sus experimentos críticos.
Publicado en 1967, Viento herido, no importa nada, la intensidad de la luz, de la oscuridad viajando a otra velocidad, el pasado ya está aquí y viene con hambre atrasada. Un escalofrío que te devuelve a la realidad.