Una poetisa escocesa, adoptada, la única adolescente negra en un vecindario de decadencia latente, se esconde en su habitación y coloca una y otra vez una recopilación de Bessie Smith. Quiere volar, quiere masticar con sus dientes las palabras que provocaban sangre en la que fue llamada la Emperatriz del Blues. He doblado páginas y he grabado una mixtape, usando cilindros de cera para que puedan escuchar en su voz y en la de otros que han rendido pleitesía a la nobleza….
Abro el libro por Chattanooga, abro el libro por Glasgow. Estoy muy lejos de Zaragoza. En tiempos donde la velocidad es algo relativo pensar en otras épocas donde lo que mandaba era la geografía resulta, cuanto menos, curioso. Estamos en Tenesse. No ha terminado el siglo. El siglo XIX. El mundo sigue prácticamente en la Edad Media. No hay penicilina pero sí esclavismo. Recuerdo la canción, “Strange fruit”, recuerdo incluso haber pinchado una remezcla en el Bacharach. Ahora descubro que la fruta extraña eran los cuerpos de los que hablaban demasiado o, simplemente, estaban en el lugar equivocado en el peor momento.
Bessie, desde el principio, no ha tenido que hacer un pacto con el diablo. Ella es una superviviente y no hay dioses ni demonios que puedan imponer su voluntad. Enharinando corazones de gallinas y bebiendo destilado de maíz o patata da forma y fuego a su garganta. Doble aguardiente y triple lija. Con su hermano en la guitarra, en una calle sin asfaltar, más barro que calle, es el comienzo de un camino que la llevará por todo Estados Unidos. Es el blues. El blues montado en un tren: Florida, Nashville, Chicago o la Costa del Golfo. Las carpas de Minstrel, con sus negros pintados de negro, como circos ambulantes, como vendedores de crecepelo, como Bob Dylan conduciendo su propio camión ochenta años más tarde, también maquillado el rostro, pero el suyo de blanco. Hay algo de pantano en el blues o de blues en el pantano. Todo lo que vendrá lleva un tiempo siendo semilla en el interior de la tierra. Las reinas vudú son las que desde Nueva Orleans abren el camino, con resinas y perfumes: Marie Laveau y Ma Rainey interpretan a dúo el final de los tiempos.
«Bessie se pasa a los clubes. Ella llena el cartel. Ella es la noche y entre tema y tema trasiega un trago de tóxico traslúcido. Es una fuerza de la naturaleza. Ama a la mujer y es golpeada por el hombre. Su marido, Jack Gee, la somete a un régimen de terror que solo provoca que ella se convierta en una bestia desatada. El dinero para los que llevan la misera en el ADN es un veneno dulzón. Un maldito hombre que habita la mayor parte de los blues que canta Bessie. Golpes, envidias, salvajismo… «
Vivió en un tren. Hizo del viaje y la promiscuidad sus faros. No había escapatoria cuando el final es el único destino. Cuando besa a una de sus coristas, cuando devora el pollo frito, cuando regala bellos vestidos a sus primas… Bessie necesita una noche más, la noche de la noche, la rumba de la rumba. Y cuando se acaba el dolor retorna para ayudarle a componer el siguiente tema. Frente a un gramófono de grabación empieza a era del blues y los singles. Empieza Harlem y se ve el jazz en el amanecer. Ama con la misma pasión con la que canta. Ama a otras mujeres y no baja la mirada ante nadie. Louis Armstrong le pedía permiso para entrar en el tema con su arreglo, acudía a las rent parties hasta convertirse en una especie de luz en mitad de la noche brumosa de la historia.
Los hermosos textos en cursiva de Jackie Kay son cartas llenas de pasión. Una especie de mezcla entre devocionario y amor total por Bessie Smith. Van mucho más allá que una pura biografía al uso. Es una recreación lírica que demuestra la literatura llena de transpiración y lágrimas que hay detrás de la tormenta que fue la vida de Bessie Smith.