Algunas palabras sobre Barcelona fantasma de Ramón de España (Vegueta Ediciones) Segunda parte

Aquí se puede leer la primera parte y aquí la mixtape que acompaña la lectura

«Tebeos, rock, garrafón y corbatas. Alguna anfeta, algún imperdible, algún libro de materialismo histórico sin abrir. Billetes que se extendían, billetes que soñaban con ser algún día enrollados en manos de un rico vicioso, cromos, series de televisión, postales. Todo duraba más, había continuidad, menos estrés, te daba tiempo a pasar la resaca con calma, ser disciplinado en la ingesta, corregir el artículo, mandarlo por carta o con un mensajero que llegaba a media tarde en moto».

Ahora solo puedes cruzar los dedos y que la colección por fascículos que has empezado en septiembre llegue a Navidad. En el Zig Zag ponían buena música, siempre con los Pretenders. Atentos a la mixtape que alimenta esta lectura, ya va por las cuarenta canciones largas. Me gusta la idea de jugar borracho a los bolos pero todavía más que John Foxx (que luego saldrá en el texto antes que Deborah Harry y eso es tener mérito, poner su cuerpo antes que del de ella), cuando vino a tocar a Barcelona, utilizaron El Boliche, con su planta baja para jugar bien mojado a los bolos, la que usaron de escenario para la sesión de fotos promocional. Busco una versión de Miqui Puig de Europa después de la lluvia. No es el mejor inglés del mundo pero la gabardina hubiera colado en la Zeleste, en la Bikini y si te descuidas en Zig Zag.

 

Engancho a Miqui con Gato Pérez. Porque ellos abren y cierran la cinta que he grabado. Una biografía de película. Escribo a Rubén Scaramuzzino, de Zona de Obras, que me ha pedido unas reseñas de unos discos de hiphop que me asusta solo ver la portada, le mando como respuesta un doble sí y la versión en rumba de La balsa de Tanguito&Lito Nebbia, la canción fundacional del rock argentino, que el Gato grabó en uno de sus discos. Entre el tango y la rumba terminó en Barcelona. Como un faro previo al advenimiento de Sergio Makaroff. El humor y la elegancia rebelde. Cuando los payasos tristes de pañuelo de seda evitan Madrid por razones ignotas. Decían del Gato que trasegaba con oficio sentado en la barra de un bar de gitanos, callado y escuchando, en busca del secreto último del ventilador. Imagina la noche con Ramón de España, el Gato Pérez y José Agustín Goytisolo. Cada uno entrenando su propia muerte, como la canción de Claude François, “A su manera”.

Hablar de la STAR… mira, aquí dejo unos cuantos recortes para que veáis que yo era tan moderno que en una feria del libro antiguo de Zaragoza me gasté los cuartos en un retapado con varios números originales. Ahora es uno de mis tesoros más preciados. El momento y la época. Todo era más sencillo. Menos referentes y darle vueltas siempre a lo mismo: homosexualidad, heroína, Keoruac y William S. Burroughs, The Doors, la mescalina, el porro, la ciencia ficción científica, Burning y la Banda Trapera del Río y mucho, mucho, pero mucho Lou Reed. En las páginas de esa STAR y en la de Disco Express reseñaban una y otra vez el disco de Velvet Underground&Nico y eso que había salido casi diez años antes. Y uno de los números de la STAR, el que salen los macarras que fotografió Alberto García-Alix, en un breve, aparece la noticia de que Iggy Pop y David Bowie se han marchado un tiempo a Berlín. Supongo que aprovecharían el tiempo.

Marisa Ciento que nunca aprendió catalán porque era de Burgos, pero con ella la ciudad, Barcelona, que es de lo que el libro no prescinde, fue una ciudad mucho mejor de lo que es ahora. Galeristas de la época del tránsito, más allá de la Transición, José María Martín Font que expuso a Ocaña y Mariscal. El Cine Oriente. La Barcelona de Peter Handke y Wim Wenders, la de Krafwert, la Barcelona que todavía seducía a Félix Romeo cuando se marchó de su estancia de la Residencia de Estudiantes en Madrid. En 1992 su amigo Chusé Izuel se tira por la ventana de su piso compartido. De ahí surge su novela Amarillo. Luego volveremos a Félix. Aunque solo sea para una comida en Sant Jordi.

Los macarrones del Caballo Blanco. Los padres triperos. Los hijos triperos. Los digestivos de después. Dice que los jueves Sisa y Ramón se iban de menú del día porque era la jornada de paella en Barcelona. En Zaragoza, los jueves tocaba cocido, como muy bien sabe el poeta Ángel Gracia. Todos con hambre y mujeres en la maleta. Talleres Tejada, como un bar de taxistas, como el reducto del loro, como el churro y las migas, cuando el hipnotismo alcohólico no te deja sentirte vulnerable. Un camionero, reforzado a base de vinazo mañanero, saca su rencor social y armado de un objeto cortante se levanta de la mesa para apuñalar a Enrique Vila-Matas o Jorge Herralde, que siguen el cachondeo y la juerga, ¿Qué hubiera sido de la literatura española si se hubieran llevado a alguno por delante? Menuda ucronía. Lo de literatura española con perdón, por supuesto.

Una de las últimas veces que estuve en Barcelona con una novieta que era de allí, de padres andaluces, vivía en Cornellá y Joan Tardá en el instituto se había dedicada a hacer a las alumnas de ADN adecuado adeptas a ERC, pero yo me fijaba en otras cosas en la época, no se distingue la política en la parte lúcida de la lubricidad… el tema es que estaba con ella en Barcelona y, a la vez, mi amiga Rocío, sobrina del poeta Ángel Guinda, también disfrutaba de la noche de la Ciudad Condal. Me estuvo mandando mensajes toda la noche para que fuera a El Cangrejo, que estaba con sus amigas y había actuación de Carmen de Mairena. Pero yo no sé si enchochado o perezoso nunca llegué a moverme de la casa aquella muchacha que me dejó a las pocas semanas. Quizá no sea una epopeya comparable a El hombre que casi conoció a Michi Panero pero yo, ahora, por Carmen de Mairena hubiera matado. Ocaña, Nazario, Camilo, Violeta la Burra y Paca la Tomate.

El Sepu como origen de las escaleras mecánicas en toda España, modernidad y compra a plazos, ropa asequible y bolsas de plástico con el logo impreso. Pajes de los Reyes Magos, modernidad. En Barcelona primero, en Zaragoza después. Todavía hay un solar al lado del Mercado Central que la gente de mi ciudad utiliza como referencia: “al lado de donde estuvo el SEPU” “Pasado el sitio donde estuvo el SEPU”.

Aunque más tarde hablaremos de Manuel Huerga y Francisco Casavella, las casualidades hacen que todo se entremezcle. En la misma época que se estrenaba Antártida, un jovencísimo Leonardo DiCaprio se ponía en la piel de Jim Carrol en Diario de un rebelde -porque el título original The Basketball Diaries, podía llevar a equívoco y alguien pensarse que saldría Larry Bird haciendo de entrenador en Indiana- , era 1995 y acababa con aquel tema: People who died. Del que luego haría una versión magnífica John Cale en la banda sonora de Antartida, también en 1995.

Estábamos todos en el filo a mediados de los noventa. Pero con elegancia adolescente. Me quedaba un año para empezar la universidad y aún no había entrado en mi vida el Katovit. Eso sí, los Juegos Olímpicos ya me habían producido vergüenza ajena. Estaba en mi época comunista-española. Pronto se me quitaría la tontuna. Los diarios del baloncesto, aquel libro mítico sobre el que se basó la película, fue editado por los legendarios Star Books de la revista STAR.

El videoclub, como un animal mitológico, como el límite temporal y cultural entre generaciones. Mi padre se vio todas las películas del estante del terror del que había en el Corte Inglés. Seres desaparecidos como las cigarreras y los kioskos donde se cambiaban los tebeos. Ramón de España nos habla del primer videoclub que hubo en Barcelona, el primero de España, de 1980 hasta 2018, desde que nazco yo hasta que nace mi hijo. ¿Quién acabó con ellos? ¿la inmediatez y la pereza? Ahora, como todo lo extraños, es pasto de vídeos en redes sociales. Gente que busca el último Blockbuster como acabarán buscando la última tienda de videojuegos. Os reisteis del vinilo y ahora os quejáis de que los de segunda mano tienen poco gramaje. El VHS es la única verdad y yo resisto, ya os lo digo, esperando la vuelta de lo analógico. Decían que Pere Vall del Fotogramas vivía allí y que Miguel Gila, cuando no escapaba del franquismo y de su mujer con una querida, también era un habitual del Vídeo Insta.

Amo el Ajoblanco en la distancia. Lo amo como todas las barricadas reales, como los muertos vivientes que muerden a todo lo que se mueve, en cada una de sus iteraciones, en cada una de sus encarnaciones. En 1980 cuando la purpurina se acercaba desde Madrid para llevarse por delante las chapas de los Jam y las corbatas estrechas, cuando el centro de gravedad permanente se movía por el Puente Aéreo, allí veía Pepe Ribas como caía Ajoblanco y DiscoExpress y STAR. Solo quedaría Maradona, el Diego de la Gente, que llegaría después de Naranjito, para demostrar que en la noche, como en el campo, hay que moverse bien pegado a la raya. Ajoblanco siempre, recalcitrante, Ajoblanco, los que sacaron Lo que queda de España de Federico Jiménez Losantos, el del tiro en la pierna, el que daba clases en institutos hasta la purga. Pepe Ribas y su frase centenaria: <>

Entrar en coma emocional al ver que Vázquez dibujaba viñetas eróticas con él mismo de protagonista. Vázquez, el mejor pícaro de Barcelona, Barcelona, la mejor fábrica de pícaros de España. La película de Óscar Aibar y Santiago Segura no sé si le hará justicia al sableador profesional pero por lo menos lo disfruté más que Pepe Rubiales haciendo de Makinavaja -creo que hay partes de este texto que se repiten, ya me disculparán las fobias y las filias-. Las hermanas Gilda y la Familia Trapisonda… aunque su mejor personajes fue él mismo.

En el Studio 54 de Barcelona puedes ver fotos de Loquillo sentado con Gay Mercader en la que se nota roña en el suelo en plena nocturnidad y con la excusa de la poca luz de la cámara analógica. Para eso se busca otro abrevadero. Nunca fuiste al Molino y yo estuve una vez en La Paloma. En algún momento hablaremos de la película Sinatra, de cómo Joaquín Sabina estuvo a punto de debutar como protagonista y dejó Los perros del amanecer, lastrado de baterías electrónicas y un riff marca blanca de Bruce Springsteen, pero con la gracia y el salero del que sabe cambiar de tercio. Dicen que el mundo hubiera cambiado si Serrat hubiera agarrado una guitarra eléctrica. Me conformo conque Miqui Puig saque un disco cada dos años.

 

Pobre Rosa María Sardá, que le dio un hijo a Mainat antes de Operación Triunfo y de guionizar su propia vida como un personaje de Vázquez -lean hacia arriba-, cogió un tren hacia un cielo laico donde nadie pide permiso para entrar ni para salir. Progre de manual, demostró que la estupidez no entiende de política, solo de bondad o maldad. Que a la Sardá la acusaran de botifler solo demuestra que algunos lazis son sonajeros andantes. Ramón de España escribe: <>. Defiende Ramón de España que a la resistencia se hubiera unido Perich y Terenci-Moix, puesto que lo que más les sacaba de quicio era la estupidez y con el pruses es lo que más abunda en la ciudad de Barcelona.

Qué hermoso resulta para varias generaciones descubrir que las localizaciones de la canción Cádillac Solitario existen todavía. A pesar del impulso muyahidín del ayuntamiento de Barcelona por eliminar todo lo que resulte hermoso y más si tiene un cierto aroma a españolazo, como el pobre Sabino Méndez, que se pagó alguna matrícula en Filología Hispánica y muchas chutas con los derechos de autor de la canción. Sería una buena venganza ver pasar a los Mevotos de Loquillo subidos al tranvía del Tibidabo y bebiendo un martini en Merbeyé. Y todo con cartelitos y un cádillac de cartón y un figurante con peluca rubia y otro con tupé. Dice Ramón de España que estos lugares, aunque estén vivos, se consideran fantasmas. Quizá volver en vuelto en un lazo amarillo, porque, como todo el mundo sabe, al igual que Cristobal Colón, Sabino Méndez es catalán y sigue siéndolo.

La belleza es una lápida sin vandalizar, uno que ya no pide mucho más. La verdad. Imagino a la Tía Conchita (Concepción Zendrera), sacando a bailar a Hergé en Bolonia y, tras esa acción tan sensual y mediterránea, poder disfrutar de los tebeos de Tintín. Porque la Tía Conchita, que murió con cien años y de COVID, fue, además la encargada de las traducciones de los textos, la que hizo que el capitán Haddock expusiera el mayor catálogo de maldiciones permitidas a niños y mayores de la historia del español. (¡Qué semana, eh!, solo es miércoles, capitán).

Mi parte favorita del libro, que es mía y solamente mía, es la de Javier Tomeo. Parte de la Internacional Baturra, Ramón de España describe un encuentro en la cumbre entre el ogro Tomeo, el observador Ignacio Martínez Pisón y mi admirado y querido Félix Romeo. Era un Sant Jordi y estoy seguro de que Félix acabaría convenciendo a Ramón de España de que todos los escritores del mundo son aragoneses, él incluido. Por lo menos, esta vez, no lo hemos hecho mal y Javier Tomeo tiene una calle en Zaragoza. Aunque no se la hayan puesto en Barcelona. Hablando de la Internacional Baturra descubro que Paco Martínez Soria tuvo un hijo cura y que Ramón de España sufrió en sus carnes y sus oídos la matraca del susodicho. Entre fragmentos de Perich y vinilos de su padre contando chistes. Chistes, claro, baturros.

Para mí el Canet Rock será Ocaña subido a un carromato casi de circo. Me han contado la historia dos personas que estuvieron allí. Una me echó de su revista a patadas de una manera que resultaba entrañable por el procedimiento de depuración ideológica clásica y el otro es como un padre para mí. Como un hermano mayor. Las dos cosas a la vez. A él le debo un libro como este sobre Zaragoza, sobre mi Zaragoza. Lo curioso es que los dos fueron a ese Canet juntos. Veo a Pau Riba cantando Licors durante unos minutos y luego paso al siguiente vídeo de youtube. No es su problema, es el mío. Prefiero el cuerpo de Deborah Harry saliendo de la pantalla de Cronenberg y cómo luce Europa después de la lluvia.

«Esperar en 1978 a que salieran los finos dandies de Ultravox es un ejercicio solo parecido al que sufrió mi pobre madre a la que prometieron a mediados de julio de 1978 que yo estaba a punto de nacer y hasta el 27 de agosto no me dio por llegar al mundo. Desde entonces no me he ido. Sigo esperando la vuelta de lo analógico».

En Cadaqués uno solo puede estar leyendo artículos de Félix Romeo (que ya ha aparecido en este texto, otro muerto más, otro fantasma, aunque no fue el primero de su camada) y avisando a los parroquianos de L´Escala que tienes las llaves de la batería -la de marina, no la sección rítmica- porque es parte de la herencia que te dejó tu abuelo. Mi madre nacida en Melilla y hablando catalán cerrado al volver a Zaragoza. Aquel día hacía calor mientras nos esperaba un oso disecado en la casa de Salvador Dalí y yo pensaba en el Jesús de Pasolini muy poco. Sí que lo hacía en el poeta José Luis Rodríguez García y lo que le gustaba a la izquierda oficialista de la época calzarse las medias y echar una pachanga. Dicen que el Jesús de Pasolini se dio de alta en Podemos en 2014 pero, y cito textualmente: <>.

Se termina con un rastro del vegetal llamado David Fernández, sin carnet de conducir, pero afanado lamebotas. Prefiere uno ser chófer de Pujol y Otegui antes que ejercer el noble oficio de palanganero. Me doy cuenta de lo sencillo que es escribir así a unos cientos de kilómetros de Barcelona. Como Ajoblanco organizando Jornadas de Pensamiento Libertario en 1977 y en 1979 siendo los únicos valientes que publicaron Lo que queda de España de Federico Jiménez Losantos, que no sabemos si cecea por el tiro recibido en su momento o por algún mordisco que se dio en mal momento en la lengua. Me gusta la idea que defiende Ramón de España para ese periodo en el que la gente iba del revés y fraguaba proyectos que no se sostenían a la mañana siguiente. La idea es sencilla: <<Hacíamos lo que queríamos porque no teníamos muy claro qué estaba prohibido y qué no>>. Lo que diga Felipe. Felipe González es amigo mío. Al final estoy imitando el estilo de Ramón de España. Espero que con más o menos acierto.

 

Me encuentro en el final del libro dos autores, dos escritores de esos que piden a gritos exploración y anecdotario riguroso. Primero Raúl Nuñez, que vino porteño y se hizo chino. Del Barrio Chino, digo. Una de sus novelas, compradas a precio de lance, dio lugar a uno de los primeros artículos de este Motel Margot. Me doy cuenta de que la STAR lo que sigue reluciendo. Y luego, claro, Francisco Casavella. Sé que este verano parece largo y que podría prometerlo. Compré Quédate en el VIP´s de la Plaza Aragón de Zaragoza cuando todavía vendían libros. Salía un rockero en la portada y nombraba el Turó Park como una canción de Loquillo. Ya había visto en el cine Antártida pero no relacionaba a María Caníbal con él. Incluso tengo en cedé la banda sonora de John Cale con una versión de “Antartida starts here” preciosa, solo con piano. Y también con otra de Cale cantando People Who Died de Jim Carroll que aparece si no en este artículo en el libro de Ramón de España. El Enano lo robé de la biblioteca y el Día del Watusi está esperando que alguien me regalé una semana de exilio con latas de atún y una olivetti con poca tinta. Pero Casavella me lo han arrebatado siempre, un trozo los modernos de Barcelona y otro los chupatintas de Zaragoza. Endogámicos premiados.

Y yo dando clase de matemáticas en un instituto a cien kilómetros de cualquier sitio y escribiendo estos artículos sobre fantasmas y para fantasmas. Revienta jugando al Risk con botones, escancia hasta que parezca un abrevadero, la verdad solo conozco a Pedro Burruezo porque todos mis amigos de Huesca dicen que podría haberme cambiado la vida. Es más fácil que lo haga Don Ramón. El de España. Después del sol pago yo el agua con gas. Podría pegarme un homenaje y citar a Jaime Gil de Biedma pero prefiero imaginármelo pasando la mano por su calva masculina mientras le pone ojitos a un bajista sustituto de Último Resorte. Adios, Gato, te espero por aquí.

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