Cronovisor : La matanza de Texas 2 (segunda parte)

Aquí se puede leer la primera parte

Seguimos con la segunda y última parte del cronovisor dedicado a la segunda parte de La Matanza de Texas. Habíamos dejado la historia en su primer acto, con la música sonado a todo tren en la emisora de FM y el comienzo del flirteo entre la locutora y el incomprendido de la motosierra, Leatherface. Pero no podemos olvidar de uno de los personajes imprescindibles para entender toda la idiosincrasia familiar y carnívora de la saga, el único de los personajes que aparece en las dos primeras entregas: el actor Jim Siedow como el carismático Drayton Sawyer. El cabeza de familia, más bien el primo mayor, el cocinero de la familia, capaz de ganar durante varios años seguidos el Campeonato de Chile del estado de Texas utilizando como ingrediente fundamental la carne humana. Las personas que desaparecen, de manera aparentemente aleatoria, en las poco transitadas carreteras y autopistas del estado de Texas, son asesinadas y su cuerpo utilizado como elemento diferencial en una receta macabra. Drayton Sawyer —y el director, claro—, utiliza la deriva social de la década de los ochenta, el despego familiar heredado tras la decepción del “Verano del amor” que convierte a los que huyen de su propia entorno fáciles víctimas por las que nadie va a preguntar. No existen porque nadie los busca.

«La única familia, como unidad y por muy disfuncional que resulte, es la que forman los primos caníbales y los abuelos momificados. Y solo uno es Drayton, el menos estrambótico de todos, el que se integra en la sociedad y expone su locura y su depravación a la vista de todos.»

Cualquier persona que vea una de estas películas vive en la misma duda, ¿existe algún discurso detrás de este tipo de largometrajes o es una simple sucesión de comportamientos absurdos? ¿hay un homenaje a los tres chiflados en la parte de la persecución, la parte del humor físico? Chop Top sostiene la momia su primo ¿existe una continuidad con la primera parte? ¿Es necesario revisarlo teniendo en cuenta la desordenada sucesión de secuelas y reinicios que tiene la saga? Pero ahí está. En el tercer acto se desarrolla en un matadero con purpurina y luces de colores, casi feriante, un parque de atracciones limpio, donde la sangre se acumula y las vísceras son las golosinas que se acumulan de manera sombría en cada esquina. Para ello, por cierto, Tobe Hooper recurre a uno de los referentes de la época, el mago Tom Savini, maestro de la melaza, el kétchup y lo sanguinolento, aliado habitual de George A. Romero cuando hay que sacar a los muertos a caminar. No es su mejor obra, pero sale bien parado, un profesional que cumple.

Un Centro de Interpretación redneck, donde Leatherface se pone su propia máscara arrancada y un sombrero. Sentirse cercano a la protagonista, buscando una complicidad primaria en la que se mezcla lo maternal y lo sexual, elementos siempre corrosivo en la narrativa y el discurso de las películas de asesinos en serie, que perturba en su visionario actual pero que no es más que un elemento anecdótico en el visionario de los años ochenta. Leatherface hace bailar a la protagonista, la acerca a su cuerpo, se humaniza. El lugar es un remedo de tren de la bruja, con la decoración habitual de personajes sin piel, cadavéricos, sin piel. La duda constante que uno tiene al entrar en una de esas atracciones que siempre parecen mostrar los muñecos…¿serán de verdad? No, es imposible. Parte de esta Leyenda Urbana. Leyenda urbana muy de los ochenta y noventa.


Los personajes tienen una especie de carta de naturaleza de dibujo animado, se desarrollan difuminados, avanzan saltando de dimensión en dimensión, en una decoración sobrecargada de las que evidentemente se ha alimentado Rob Zombie en su renovación del cine de terror ─con parte del Planet Terror, aquel maravilloso ejercicio de sesión doble/triple entre Robert Rodríguez y Tarantino─, con esa explosión de colores cálidos con tonalidades apagadas. Donde la sangre es sirope y las víscera, explosiones de Pollock como grafitis de Basquiat. Volvemos a la idea de la ciudad sumergida en la narrativa de Candyman y volvemos a la leyenda urbana.

Volviendo al personaje del Ranger alcoholizado, «Lefty» Enright, interprestado por Hooper ─vuelvo, disculpen la pesadez, a la imagen icónica de cómo se arma con dos sierras a la vez en una estampa que recuperará Sam Raimi para su Cambell en Evil Dead─, que no necesita ningún método de interpretación especial, solo dejar que le hagan efecto los múltiples estupefacientes y los destilados que trasegaba de manera diaria el buen Dennis por aquella época. Los ojos inyectados en sangre, el marlboro a punto de prender fuego a cualquier resto de gasolina que escape de un grupo electrógeno y la idea de la venganza, encontrar quién asesinó a sus sobrinos, dos de los personajes de la primera parte, Sally y Franklin.

En una de las escenas encuentra el cuerpo de Sally y Hopper se zambulle todavía más en el camino de la locura. Está claro que es una más entre los elementos de la narrativa de la época, el descenso a la locura del protagonista o del héroe, que ante el horror que sale a su paso, alcanza la demencia que existía en la parte más reptilinea y reprimida y que saldrá a la luz hasta ser complicado distinguir al monstruo del héroe. Colocándose a la misma altura que el resto de los psicópatas de la película.

«Este tipo de actuaciones, de personajes que evolucionan hacia el gris, patético, lanzallamas de parque de atracciones baratos, de laberinto o casa de terror. Donde las luces cálidas esconden verdaderos monstruos y cadáveres, lo espantoso, lo que se oculta a los niños.»

Una excusa narrativa de tercera. Lo mejor del personaje y su desarrollo ─porque lo tiene, es Hopper y Hopper puesto hasta las orejas siempre lo hará mejor que Javier Bardem─ es que se convierte en un antihéroe de manual, de modo que el público, el espectador, tiene serios problemas para sentirse identificado con uno de los dos bandos en litigio.

El descubrimiento del abuelo, con sus 137 años, momificado pero vivo, que sufrió los avances de los procesos de mecanizado industrial en los mataderos y que lo llevaron a la locura, es una especie de crítica a la metamorfosis del tejido industrial norteamericano, que terminará destruyendo a las grandes empresas y sus procesamientos manufacturados poco eficientes: en esos años los Detroit Pistons empezaban su camino hacia la gloria en la NBA mientras las fábricas de utilitarios norteamericanos del este producían y daban trabajo a una población que vivía el sueño americano de cerveza, casa con jardín y la gasolina más barata que el agua. El pobre abuelo, que si uno ve las distintas entregas, continuaciones y revisiones, siempre termina en la misma situación: llevado al límite por sus sobrinos, por sus nietos, que se niegan a admitir que la capacidad como materife del patriarca ya no es la que era.

Los instrumentos para ejecutar al ganado ─uno de los elementos que con más fuerza han influenciado en el terror del S. XXI, como armas cargadas de un ciertos regusto clásico y que podemos ver, por ejemplo, en varios momentos de la saga de La purga, concretamente en la última de las entregas, La purga eterna que transcurre, precisamente, en Texas─ con pistolas de aire comprimido y la elipsis en el uso del gancho me permiten recordar a Cortázar, sí, Don Julio. Piensen en El incidente del Puente del Búho de Ambrose Bierce y su relación con Julio Cortázar. Hoy cumplo una pequeña venganza, tiene sentido tratándose de una película de asesinos en serie donde el protagonista lo que intenta es vengar a su familia muerta. Hace muchos años en una asignatura de “Cine y literatura” en la Facultad de Ingeniería me tiraron atrás la analogía en el examen. Hoy, libre por fin de cerrazón teórica, aquí lo dejo y abro el debate.

Hemos llegado hasta aquí sin trabajar las referencias freudianas de la Matanza de Texas. ¿Cómo ha podido suceder? No se preocupen: La inevitable tensión sexual entre Bestia y Bella, entre Franskenstein y niña junto al lago, es algo que no puede faltar en cualquier saga de asesinos ochenteros ─excepto las del perverso Freddy, claro, que se enmarcan en la pederastia─, desde Jason hasta Michael, en todos ellos el deseo sexual tiene un componente freudiano que lleva a tratar de utilizar la fuerza para consumar el acto de una manera torpe pero que no es más que un patética búsqueda de cariño. De todos modos me jugaría mi colección de muñecos de acción, es más, PERMITIRÍA QUE ME HIJO DE CUATRO AÑOS ABRIERA MI COLECCIÓN DE MUÑECOS DE ACCIÓN, si alguien me demostrara que el director o el guionista de estas sagas y sus distintas secuelas y reboots pensó en algún momento en las connotaciones de frustación sexual existentes entre los protagonistas y los antagonistas, entre el asesino tras la máscara.

«Siempre la máscara, siempre la desfiguración, siempre “El fantasma de la ópera”, repitiendo esquemas de la narrativa universal─ y la última chica, la chica final, la que grita y corre y acaba venciendo. La máscara, en Michel Myers ─que no es más que una máscara para disfrazarse del Capitán Kirk, el protagonista de la serie original de Star Trek en la Noche de Todos los Santos─ o la de Jason Vooerhes, que es la de un portero de hockey, las tres son elementos básicos para un slasher ochentero, pero que no deja de ser la representación simbólica de la idea del hombre del saco, el hombre de la calabaza, que oculta su rostro para asegurar el miedo de lo que no se puede identificar.»

En La matanza de Texas el personaje directamente tiene el nombre de “Leatherface”, cara de cuero y tiene una estructura familiar, que por mi disfuncional que suponga, no deja de ser un rara avis frente a la soledad habitual de los protagonistas de Halloween, Viernes 13 o el propio Freddy Krueger de Pesadilla en Elm Street. Una familia, por otro lado, basada en la miseria incestuosa del redneck norteamericano, el “paleto” rural de un país tan inmenso que la distancia social y cultural entre un neoyorquino y un habitante de un estado del Sur profundo abismalmente cualitativa.

La escena final en la que la locutora escapa hacia una torre que sobresale entre el laberíntico escondite de la familia. Allí encuentra a una momia más, la matriarca de la familia, la abuela. Durante unos instantes dudas de si sigue existiendo un hálito de vida en ella. Esa desecación de los cuerpos ha permitido generar una atmósfera de terror constante.

«La protagonista, la chica del final, cubierta de sangre, empuñando una sierra mecánica, grita con salvajismo, es el simio junto al monolito de Odisea del Espacio y también Bruce Cambell con su prótesis en El ejército de las tinieblas. ¿Copia u homenaje de Sam Raimi?»

Final abierto, divertido, una victoria animal que te lleva a pensar que, finalmente, todos han alcanzado un estado de avanzada locura. No hay buenos ni malos, solo dementes familiares y dementes vengativos, tan absurdo que el espectador no acaba de saber quién vive y quién ha muerto. Dejemos todas las posibles permutaciones y combinaciones para posteriores secuelas en lo referente a personajes y escenarios.

Para terminar me van a permitir un guiño a los fans de las películas rosas de amistad y patillas cortadas muy por encima de las orejas. Todos aquellos que disfrutamos con La chica de Rosa o St.Elmo, punto de encuentro , las películas protagonizadas por el denominado “Brat Pack” ─que escondía, como en una de sus películas, la adaptación de Menos que cero de Bret Easton Ellis, una situación límite de adicciones, abusos y enfermedades mentales, pero oye, eran los ochenta y todo se podía solucionar con vodka, valium y cocaína─, y es que el cartel promocional de esta segunda parte de La matanza de Tejas remite en su composición al de El club de los cinco.

Hay que tener el colmillo muy afilado o conocer bien el percal tóxico que rodeaba aquellos rostros angelicales. Quien dice colmillo dice diente de sierra. Si han llegado hasta aquí enhorabuena, ahora miren hacia atrás, eso que escuchan no es que el aire acondicionado o el ventilador necesite ser engrasado, lo siento, pero para poder conseguir toda esta información he tenido que traer a un invitado al Motel. No se preocupen, tengo jabón para quitar las manchas de sangre de la pantalla de sus móviles, portátiles y tablets.

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