Letristas de la Orquesta Mondragón (Parte II): la broma asesina

El 26 de enero de 1988 comienza a emitirse en la primera cadena de TVE el programa Viaje con nosotros que aparecerá en pantalla hasta el 31 de diciembre. El día de fin de año de 1988 los espectadores de televisión española contemplaron uno de los programas más delirantes de nuestra historia. Javier Gurruchaga y su corte de freaks -que incluía, por supuesto, a Popotxo, pero también a Hervé Villechaize, que había sido uno de los villanos de James Bond en El hombre de la pistola de oro y que poseía un intrigante parecido por el, por entonces, perenne presidente del Gobierno de España, Felipe González- con él mismo travestido en un diálogo que deja las matrimoniadas como un recopilatorio de cintas de casete de carretera, había viajado con sus letristas de cabecera, con su admirada Sara Montiel, con un Camilo José Cela que dejaba a James Belushi como un monaguillo o el mismísimo Elton John. El título de aquel monográfico fue La última cena y mientras España se preparaba para las uvas, ventosidades y provocación de cabaret subterráneo desfilaba por la pantalla. Entonces fue un escándalo, hoy podría haber llevado a Gurruchaga a la cárcel.

Después de aquella aventura televisiva Gurruchaba, para bien o para mal, estaba bajo todos los focos de los medios de comunicación españoles. Y tocaba grabar un disco. Y lo grabó. En 1989 aparece Una sonrisa por favor. Su portada era un homenaje a La broma asesina , la novela gráfica escrita por el mítico guionista Alan Moore con los personajes del universo de superhéroes de la editorial DC, en concreto Batman. La portada sustituía la imagen del Jóker, el archienemigo del hombre murciélago, por Gurruchaga.

La broma asesina es considerada una de las obras cumbres del tebeo de los años ochenta y, en realidad, de toda la historia del cómic pero lo más impactante es que la primera edición de la misma había sido en marzo de 1988 y en España la editorial Zinco había puesto en los kioskos españoles su versión traducida solo unos pocos meses después. Una sonrisa por favor repite alguno de los defectos clásicos de los discos de la Orquesta Mondragón, como es la elección de un insulso y verbenero single de adelanto, I wanna dance que eclipsa la profundidad del resto de los temas: Raymond Carver, Dashiell Hammett o Martin Scorsese conviven entre los surcos del LP. Entre los letristas vuelve el trío Fernando Gonzalez De Canales-Javier Gurruchaga-Luis Alberto De Cuenca que entregan una miniatura de amor de verano en A pleno sol muy en la onda de los poemas incluidos en libros como La caja de plata de De Cuenca, la ansiedad de la dama rica en decadencia de Dónde estás o la melancólica y nocturna Una sonrisa por favor, sentida interpretación de un Javier Gurruchaga al que uno puede imaginar caminando por Madrid tratando de reconciliarse con un presente disfuncional.

Joaquín Sabina está sobresaliente esta vez, su lucidez de final de los ochenta -semejante a la que mostrará diez años más tarde con el final de la década de los noventa-, le permite entregar temas que se ajustan como un guante a la impetuosa interpretación de Gurruchaga como en Tic/Tac o Igual que el sueño y la sed –donde volvemos al mito del vampiro, presente en toda la discografía de la Orquesta Mondragón-y, sobre todo, con Lolita, interpretación cargada de lascivia y dobles intenciones basada en el clásico de Nabokov, un tema que podría perfectamente haberse incluido en el repertorio del cantautor jienense pero que exige unas dotes de perversión interpretativa solamente al alcance de un camaleón como Gurruchaga.

El resto de los temas, los firmados por Moncho Alpuente, Sube al taxi que se introduce en el imaginario de las malas calles neoyorquinas o Solo, prima hermana de la desesperación del que no encuentra su lugar en su propia ciudad, encajan perfectamente con los escritos por Vicente Molina Foix Sácame esta noche o el periodista Ángel Sánchez Harguindey, Engáñame.

Aunque el disco es magnífico el éxito comercial decae ligeramente y Javier Gurruchaga decide parar la Orquesta Mondragón y publicar su primer y, hasta ahora, único disco en solitario. Música para camaleones con título tomado de Truman Capote y editado por CBS en 1990 es una rareza en su carrera pero una de las obras más complejas de su trayectoria. ‘ Música para camaleones es un disco donde el cine está más presente que nunca en la temática de las letras, donde Gurruchaga canta a los Beatles revisando Drive my car junto a Ana Belén y reivindica a los Doors y a Jim Morrison con una acertadísima adaptación al español del Roadhouse blues firmada por Moncho Alpuente como El Blues del Motel.

Mientras faltaban unos años para que Pearl Jam abriera con ese tema sus conciertos o Billy Idol ahogara sus penas en cuartuchos de motel soñando con escribir la oración americana definitiva, Gurruchaga ya abría latas de cerveza para desayunar o, al menos, eso cantaba. El disco se abre con Hoy soñé, un recorrido por la época dorada de Hollywood, el del lamé, las listas negras, los peluquines y los grandes estudios, firman Joaquín Sabina y Gloria Varona, la hermana del guitarrista Pancho Varona. Un rock potente de electricidad desaforada que deja claro el contenido del disco y su amplia paleta en lo referente al continente. El fraseo más intenso de Gurruchaga y su voz sobresaliente se eleva con Tiburones de la noche, con texto del Angel Sánchez Harguindey que introduce algunas metáforas que funcionan en el contexto del amor de pago, tema que se retoma en Lucy, una manera de jugar contra la noche que firma Gloria Varona en solitario. Si la letra no desentonaría en el más vulgar de los discos de Sabina, lo cierto es que la parte musical funciona en el ambiente de Cotton Club que sobrevuela como humo de camel sin filtro todo el disco. Lo mismo sucede con Dame tu fuego, apoyado en coros soul, metales y una cita al estándar Stormy weather y más mujeres fatales, amores pagados y revólveres sacados de malas novelas de Philip Marlowe, aquí se nota la presencia de Luis Alberto de Cuenca, que vuelve a la Mondragón por la puerta grande junto con Gonzáles Canales.

Maravillosa, otra de las grandes letras es Una cita a las diez con las obsesiones de Luis Alberto De Cuenca pasadas por el tamiz de Gurruchaga. Una de sus mejores colaboraciones que no se incluye en todas las versiones del disco. En aquella época tenías el vinilo, el cedé y el casete y cada una podía contener un número limito de temas. Ganaré con palabras de Vicente Molina Foix es un rock plano con letra esquelética y un buen estribillo que, a veces es, con lo que uno tiene que conformarse. Después de la versión del blues del motel el disco comienza a coger fuerza con un tema de Sabina con música de Javier Vargas, Noches de tormenta, donde el gusto por el blues de guitarra y letrista funciona de manera exquisita en la garganta de Gurruchaga. Es uno de los mejores textos de Sabina, que no se conforma con acomodar palabra y melodía y saca de la saca de los versos buenos algunos para la ocasión.

El dúo de compositores continúa con otra gran canción: Marylin es un guiño en forma de vodevil a la tortuosa Walking on the wild side de Lou Reed con trasfondo castizo. Arthur Miller y un Guardia Civil en una combinación que solo el jienense es capaz de introducir en un tema sin provocar sonrojo. La trilogía que sustenta el disco se cierra con No llores más, una típica exaltación de la soledad urbana que, si no hubiéramos escuchado ya miles de veces en las obras anteriores de la Mondragón podría acabar emocionando. Las palabras, en este caso, las aporta Moncho Alpuente.

En la versión casete, que es la que tenía yo originalmente, no se incluía Te puedo hacer feliz, también de Alpuente, muy floja. Una cita a las diez de Gloria Varona, que se incorpora a la nómina habitual de letristas de Gurruchaga no termina de estar acertada con Si tú eres el mejor, un texto plano que podría funcionar en directo pero que no es más que una anécdota dentro del alto nivel general del disco. Varona cierra el disco con El Halcón Maltés, un club con nombre de novela Dashiell Hammett pero que tiene algunas sonrojantes rimas en consonante.

Un disco, Música para camaleones, que busca distanciarse de la excesiva popularidad mediática de Gurruchaga y dotar a su obra de un poso más intelectual pero que se queda a medio camino a pesar de tener una producción impecable y un equipo de compositores de primer nivel. Pero, cuánto se extraña en el final de los ochenta una mayor presencia de la pluma de Luis Alberto de Cuenca. Eduardo Haro-Ibars, que había fallecido en agosto de 1988, manteniendo una relación con la música rock, sobre todo con los Gabinete Caligari, que utilizaron el título de un poema suyo, Pecados más dulces que un zapato de raso y el de su libro de poemas Pérdidas blancas como inspiración para sendos temas de la banda de liderada por Jaime Urrutia. Luis Antonio de Villena, que también ha dejado de escribir para la Mondragón, inmortaliza a Eduardo en varias de sus novelas: está presente en Madrid ha muerto y Malditos y se mantiene apartado del rock hasta que el músico argentino Andy Chango le pide ayuda en la adaptación de los textos del trompetista, ingeniero y patafísico Boris Vian para el disco del mismo título de 2008, en el que también colaboró Javier Krahe.


El último disco antes del primer gran parón musical de la Orquesta Mondragón se edita en 1992 y lleva por título El huevo de Colón. El Gurruchaga más bufón en el año olímpico, en el aniversario del descubrimiento de América, caracterizado como un Cristóbal Colón desubicado en un LP en el que las letras son todas de Joaquín Sabina, que como hemos comentado antes se encuentra en su primer pico de creatividad absoluta y es capaz de componer maravillas como y entregar una serie de textos muy notables. Es el mismo año de edición de uno de sus mejores discos, Física y química y todavía le da tiempo para firmar todos los textos del LP de la Mondragón, aunque la sensación de estar ante un compendio de metáforas de segunda e ideas repetidas nos deja una sensación de colección de descartes. Los dos temas con los que se abren sendas caras del vinilo son mediocres, A mil por hora y Money, money, rock eléctrico de garrafón, mejora con París Boulevard, con la obsesión con la Nouvelle Vague, Truffaut, Godard y el existencialismo de salón que es una constante en el cantautor medio español (busquen en la obra de Luis Eduardo Aute o Joan Manuel Serrat temas semejantes) y en la Hora del rock and roll tira de tópicos pero por alguna razón funciona a pesar esas guitarras eléctricas de música de ascensor que ejecuta Jaime Stinus -y que valdrían para los Rebeldes o Miguel Ríos por igual-, la temática la repetirá con mayor acierto poético Joaquín Sabina en varios temas de Yo, mí, me, contigo. Nos saltamos la habitual bufonada-single-excusa, El huevo de colón, que encima aparece dos veces, la segunda en un reprise que cierra el vinilo. Después del dueto de Música para camaleones con Ana Belén en la versión del Drive me car de los Beatles, repiten con Ángel, demostrando que la cantante madrileña cuando quiere puede sonar sensual -sobre todo si no comparte micrófono con su marido- en un tema que se acerca al morbo de Lolita pero con mucha más contención.

Seguimos con canciones primas hermanas con Rosita (házmelo), canciones sobre la prostitución como si fuera algo divertido y canallita, el divertido Sabina de la época políticamente incorrecto. Entonces, ¿qué se salva de este LP? Poca cosa, muy por debajo de Música para camaleones, suena repetitivo, forzado y edulcorado. Quizá recuperar otra de las grandes obsesiones de Gurruchaga, el asesino serial que se esconde tras el rostro del vecino perfecto, en este caso Johny, un descuartizador de 47 personas en la Inglaterra de la última época de la Thatcher -en Champú rojo de Bon Voyage ya se había recreado otra serie de asesinatos, también en Brighton, como los de Johny, esta vez en el verano de 1965 y a cargo de las hermanas Davidson, famosas peluqueras de la localidad- y sobre todo el mejor tema del LP, Dos amigos y una mujer, un bolero perfecto, trágico y efectivo, donde escuchamos por primera vez a Antonio Banderas -antes del tequila blanco y el mariachi- en la voz solista, con un gusto que empasta perfectamente con la de Gurruchaga. Un tema muy poco conocido pero que recomiendo su escucha.

Con el mismo título del disco y aprovechando el año olímpico, la Expo de Sevilla y el quinto centenario, Gurruchaga presentará en la Telecinco de las Mamma-Chico y de Jesús Gil en el Jacuzzi un programa de variedades, su último gran proyecto televisivo y en el que lo único destacable es una aparición de Christina Rosenvinge promocionando su primer disco con los Subterráneos, Que me parta un rayo.


Después de Música para camaleones, ambicioso proyecto solista con aroma a jazz e intelectualidad clásica, pero con poco éxito comercial y el poco recorrido del Huevo de Colón, a pesar de tener tras de sí a la enorme maquinaria comercial de Don Lucena Management, la oficina del entonces todopoderoso Joaquín Sabina, Gurruchaga echa el freno musical a la Orquesta Mondragón para dedicarse a otros proyectos más relacionados con la interpretación. En 1993 estrena la obra Golfos de Roma junto con Gabino Diego y con dirección de Mario Gas y Las obras completas de William Shakespeare (abreviadas) con Guillermo Montesinos y Josu Ormaetxe en el año 1997. Esta última tuve oportunidad de verla en el Teatro Principal de Zaragoza, en una de esas butacas baratas con “visibilidad reducida” en el gallinero, pero fue la única vez en la que he podido escuchar a Javier Gurruchaga en directo, interpretando entre medio de los textos distintos números musicales, como una versión maravillosa del Stand by me que ya había llevado de repertorio en el directo Rock and roll Circus. En 1991 había realizado una de sus mejores interpretaciones como el Conde-Duque de Olivares en En el rey pasmado y había sido parte del despropósito Supernova estrenado en el año 1992 con Marta Sánchez de protagonista. Mucho mejor parado sale en sus papeles en Tirano Banderas, inspirada en la obra de Ramón María del Valle-Inclán, de 1993 o en Siempre hay un camino a la derecha de 1997.


En 1995 vuelve con la Orquesta Mondragón grabando su segundo disco en directo, un básico de la época, Memorias de una vaca, un disco que nos presenta a un Javier Gurruchaga hinchado y ligeramente desorientado en su propuesta, quizá afectado por su implicación -de la que fue completamente absuelto en los tribunales tres años más tarde- en el “Caso Arny”. En Memorias de una vaca el repertorio sorprende a sus seguidores: seis temas de su primer LP, Muñeca hinchable, incluyendo el que da título, Ponte la peluca, El hotel azula y El hombre de los caramelos, tres temas de John Lennon&Beatles en versiones muy mejorables, You know my name, Give a peace a chance y un muy olvidable dueto, sí, otra vez, con Ana Belén de Imagine. Lo mejor una contundente versión del Blues del Motel de The Doors, recuperar la versión de Adiós, adiós junto a Joaquín Sabina de los tiempos del directo de 1986 junto a Viceversa y el amago de versión que hace con Andrés Calamaro de Corazón de Neón. Las canciones nuevas van firmadas en su mayoría por Moncho Alpuente, Control inspirada en 1984 de George Orwell, Condon club y Akelarre una especie de simpatía por el diablo que se queda en tierra de nadie con la colaboración de Kepa Junquera. Para mejorar la cosa Víctor Manuel escribe la edulcorada ‘Dime una mentira’. Si uno se quiere reír por lo menos puede echar mano de Memorias de una vaca que, a pesar de tomar un título de un libro de Bernardo Atxaga y ser el autor vasco el encargado de la letra, es una especie de biografía de Sara Montiel como si la diva fuera una vaca. Sí, una vaca. Hay otra letra de Atxaga, Ni hooligan, escrita en euskera, la primera vez que Gurruchaga canta en vascuence. Un disco flojo pero que recupera temas que tienen más de quince años y nos recuerda los buenos tiempos junto a Haro-Ibars.


Después del básico, que es el primer disco con BMG Ariola y el último con una multinacional -La Orquesta Mondragón estuvo con EMI desde el principio para grabar El huevo de Colón con DRO-, tendrán que pasar cinco años y en el 2000 se cierra la historia original de la Orquesta Mondragón con un último LP, Tómatelo Con Calma. Durante esos cinco años la Orquesta Mondragón prácticamente no ha girado por España y Gurruchaga ha permanecido fuera de los focos, dedicándose sobre todo al teatro. El disco cuenta con la incorporación a la nómina de letristas de un aragonés, Gonzalo de la Figuera, que, a través del productor Gonzalo Lasheras, aporta su experiencia como autor de textos de bandas como Especialistas, Fernando Illán o los Rosillos.

Gonzalo de la Figuera, con sus modos tropicales y cargados de sensualidad, aporta un tema de corte clásico, como es la historia de Jekyll Y Hyde (El Hombre De Las Mil Caras) y la cálida Los sueños viven, una delicada ensoñación que mezcla la inocencia de la infancia, el recuerdo maternal, un momento bellísimo con un gusto exquisito acompañados de coros y metales. A medias con Gonzalo debuta en Se acabó la gasolina Manolo Tena, líder de Alarma y solista consagrado en los noventa. El tema es puro Mondragón, tanto por el planteamiento del saxo y ese regusto a rock clásico cincuentero mezclado con Nelson Riddle y los coros de la imprescindible Michelle McCain. El compositor pacense se encarga, en su debut como letrista, del grueso de los textos originales: Chocolate Y Ron y No me acuerdo con su ritmo de maracas y su sabor a La Habana de Batista, las melancólicas Notre dame y Los domingos siempre llueve. Aparte de Gonzalo y Manolo Tena, debutan como letristas Andrés Calamaro y con letra y música, Pancho Varona en Palabras‘ habitual compinche, junto a Antonio García de Diego, de Joaquín Sabina.

Moncho Alpuente está bastante inspirado en la adaptación de Get Ready de Smokey Robinson y hay otras dos versiones, una tropical revisión del Light my fire de The Doors, llevando a José Feliciano todavía más al territorio de Xavier Cugat y un clásico hecho por cientos de artistas, Alabama Song de Weill-Brecht, que también habían hecho The Doors o David Bowies. Podríamos considerar como versión el tema Es mentira que había grabado Joaquín Sabina en su disco Yo, mí, me, contigo pero aquí hay un guiño claro al cantante original con el que iba a ser registrado: en el disco de Sabina es Charly García, el mito argentino, quien hace el dueto, pero en el videoclip de la canción Javier Gurruchaga aparece como actor, vestido de pirata. Quizá el planteamiento inicial era que fuera el donostiarra el que hiciera las voces en el disco de Sabina -aquel disco, lo recordarán los fans del cantautor de Úbeda, está repleto de duetos y colaboraciones-, pero al ponerse toda una estrella como Charly y tener la perspectiva de las giras por América tan presentes, les resultó más interesante la voz del líder de Seru Girán. Aquel disco nos pilló por sorpresa a todos los seguidores de la Orquesta Mondragón, recuerdo alquilarlo en una tienda de discos de la Plaza de San Francisco de Zaragoza y grabarlo en una primitiva grabadora de audio, que era algo carísimo y escucharlo bastante, sobre todo por las versiones -la de Light my fire de los Doors me acompañó en mis sesiones como pinchadiscos durante años-y la presencia de un aragonés, de un personaje de nuestra escena al que admiraba y respetaba como letrista y crítico musical como era Gonzalo de la Figuera.

¿El final de la Orquesta Mondragón? Ni mucho menos. Gurruchaga ha seguido sacando discos que mezclan versiones de Elvis Presley y The Beatles con regrabaciones de sus éxitos junto a cantantes de la escena española y latinoamericana e incluso ha dedicado un tema a Donald Trump, pero su época clásica, sus dos décadas de gloria terminan con este último disco. Mientras tanto siguen los directos, Gurruchaga es muy activo en redes como Facebook y a un servidor siempre le queda el deseo último de poder verlo en directo, con la electricidad, los metales y el repertorio más salvaje y enfermo posible. Pasión y poesía, Mondragón siempre.

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