Tangana & Calamaro: aguas peligrosas


¿Quién me hubiera dicho a mí que me iba a encontrar de madrugada analizando el nuevo disco de C. Tangana? ¿Quién me hubiera avisado de que la imagen superaría a la ficción sonora y que habría que visionar dos videoclips como si fueran capítulos de una serie virtual para entender un concepto en el que Tangana no aporta más que escenario y créditos y donde lo que más impresiona es ver fumar a San Jorge Drexler un pitillo con la gracia de un Zitarrosa postmoderno? No sé si el viaje merecerá la pena, pero a veces el Motel tiene que abrirse a la actualidad y uno que vive de huevos de pascua (‘easter eggs’ dicen los que no vieron una referencia al ‘Todopoderoso’ en el penúltimo capítulo de Wandavision), guiños y casualidades. ¿Quién es C. Tangana? ¿Importa? No se puede despreciar al que organiza la fiesta o te esconderá el whisky bueno.


Hasta hace 48 horas -sí, esto ya empieza a parecer una película noventera con aire a Tarantino-, era un tipo que había compuesto un hit subterráneo que se llamaba igual que una canción maravillosa de los Sencillos, Mala mujer. Luego no negaremos que ser novio de Rosalía (que, por cierto, se hizo famosa con un tema que tenía nombre de grupo aragonés de los noventa, Malamente, búsquenlo por internet, sonaban de maravilla) pudo dar empaque a popularidad. La fama ha vuelto solo unos días después de publicar un disco lleno de featuring (volviendo a lo anterior, colaboraciones y duetos, como se ha dicho siempre, pero en trap y en las músicas urbanas el spanglish funciona mejor -aprovecho esta entrada para volver a lanzar una petición al cada vez más escaso número de críticos musicales con conocimientos, gusto y sapiencia para que me expliquen qué es una mixtape-). La canción es un «ripio’s blues», con rima en consonante, con rima sonrojante.

¿Es Andrés Calamaro un personaje o el personaje es Andrés Calamaro? Cuando en mitad del videoclip protagonizado por Jorge Drexler llega en coche recorriendo ese Madrid fantasmal de avenidas iluminadas por el recuerdo de los muertos hasta una especie de mercado de abasto uno duda si haría más genial al personaje que hubiera elegido él mismo ese abrigo de piel sintético que le coloca en el Olimpo de una especie de revival de Blackexplotation, una especie de Shaft de Avellaneda, parapetado tras las gafas de sol y más escaso de pelo de lo que uno esperaría. Recorren pescaderías y otros puestos cerrados hasta llegar a un bar que es todo un reservado. Aquí uno recuerda aquella frase de Andrés, cuando presentando la biografía de los Rodríguez, Sol y sombra, de Kike Turrón y Kike Babas, hablaba de una inspiración fundamental en los compactos de Anagrama y, en general, de toda aquella literatura norteamericana que alimentó a jóvenes y menos jóvenes cuando el siglo perdía su virtud. Es sencillo pensar en Charles Bukowsky, pero más que en el original sería Chuck Palahniuk o en la Broma infinita de David Foster Wallace. Todos apilados, succionando las primeras dosis de oxicodona con receta.


Andrés Calamaro besa a la mujer que hace de dueña del garito y ella le susurra al oído que hacía mucho que no le veía en horario de poeta. Pícaro en la sonrisa, Calamaro avanza y besa, pero sin sangre, a los otros dos protagonistas, Tangana y Drexler. Recuerden, queridos invitados al Motel, que seguimos en el videoclip de Drexler, aturdidos todavía por el ripio’s blues con el que nos han castigado unos minutos antes. Andrés lleva una camisa elegante, una barriga que ya no se puede considerar incipiente, pero la dignidad del faso se ha perdido y dice sí a un whisky en vaso bajo sin hielo. ¿Llevas unas letras? Llevo unas letras, llevo un poco de todo, como siempre. No es leyenda, repito, es pura picaresca. No parecer impostado, es Umbral y es Pipo Cipollati, es Moris y José Luis Garci. ¿De qué habla? De una faria por fumar o un gramo de coca. Las letras van manuscritas.


El final del primer vídeo termina con Calamaro amagando rapear un fragmento de Jugo de tomate frío de los Manal. La parte de “O elegiste ser un tipo capo/Siempre serio y que da temor” funciona perfectamente bajo lacerante movimiento manual de Calamaro imitando a un Ice Cube con sobrepeso -siendo esto último una evidencia en cualquiera de los sentidos que busques-. La canción la escribió Javier Martínez y se publicó en 1970, en los albores de lo que luego se llamaría ‘rock nacional’ argentino. En aquella época Charly García iba en dúo folk a lo Simon & Garfunkel de disquera en disquera con Nito Mestre al lado, pelo largo lacio y con una sobriedad manifiestamente mejorable. Aún vivía Tanguito, que escribiría la primera frase de La balsa con Lito Nebbia mientras buscaba Pervitin para inyectarse. Muy groso que le hicieran un biopic noventero a un tipo que se pinchaba la anfetamina de los nazis. Suben los dos, Calamaro y Tangana, en el ascensor y Calamaro canta Jugo de tomate frío y, evidentemente, Tangana no se la sabe.

Un corte breve, lo que cuesta cambiar el carrete de película y engancharlo al proyector y volvemos a la misma toma, el mismo encuadre. Pero todo está más calmado. Calamaro y Tangana suben. Aún pueden subir más. Ya es el momento de Andrés. Pero ambos envidian la elegancia de Drexler. Jorge, le llaman. Calamaro pide un Oscar para él y Tangana le dice que ya se lo han dado. ¿Ya se lo han dado? Replica Andrés. Se encoge de hombros. “Vamos a tomar un poco el aire, relajarnos”. Todo bien, hasta la guitarra eléctrica limpia de Drexler… ¿Y la canción? Paremos un segundo, o dos. En la época del Salmón, Calamaro grababa en cintas TDK de 60 minutos demos y maquetas en un estudio portátil de ocho pistas. Muchos de los que pasaron por allí a llevar sustancias y repuestos fungibles están muertos y sus espíritus se quedaron atrapados en aquellos temas. Eran aguas peligrosas. En aquella época Calamaro se creía que era Marlon Brando en Apocalipsis Now, improvisaba el papel de su vida con el gusto de los tocados por una varita. La del Mago Merlín. Uno de aquellos temas -que luego cantaría con Loquillo en un bonus track de Cuero español, un LP de retales de los Trogloditas-, hacía rimar al mago Merlín con el Muro de Berlín y a Sammy Davis con Angela Davis. Andrés Calamaro en aquella época de Deep Cambo ya era capaz de expulsar de su cuerpo una media de siete temas diarios. El tema que le hace cantar Tangana quedaría entre el quinto y el sexto de un día cualquiera. Calamaro mandaba a sus acólitos por todos los bazares chinos de la zona buscando cintas TDK de 60 minutos y con el celofán transparente veía elevarse un aroma de opio fresco, como recién salido de las levaduras que florecían en la oscuridad de los dedos de los pies del Diego.

En la parte de arriba del edificio se adivina Madrid. Pero Andrés quiere hablar de Hong-Kong y uno piensa en películas de artes marciales malas, en el Elvis pata negra de los setenta, intercambiando armas de fuego con el presidente Nixon como quien cambia a Ruggeri por José Luis Brown camino del cielo. Calamaro está en modo “señora mayor, suélteme del brazo” mientras le cuenta a Tangana que cuando publicaron Mil horas todo el mundo se volvió loco en la Argentina, su nombre en neón dorado en la avenida Corrientes, las minas succionando los restos de una noche como súcubos mientras él soñaba con el rizado pelo de Andy Cherniavsky. Mil horas cantada por Marcela Ferrari, Mil horas en cumbia, Mil hora’ en una cabina del Regimiento de Infantería Paracaidista 14, en Córdoba, en la Pascua de 1987. Madrid es una ciudad zombi, escribe el bisnieto de Dámaso Alonso, se ha quitado la mascarilla FPP2 y fuma mientras le sobran dedos de todas las manos en el conteo. Entre 1989 y 1990 Calamaro aterriza en Madrid y lo recoge Ariel Rot, con el que había grabado varios discos solistas en la Argentina. Ariel compondrá y grabará una década más tarde un tema para su disco Cenizas en el aire que se llamará Geishas en Madrid.


“Aquello fue peor que Puerto Hurraco”. El 26 de agosto de 1990 se produjo la matanza de Puerto Hurraco. Calamaro llevaba unos pocos meses en Madrid, yo cumpliría 12 años al día siguiente y habíamos pasado el verano recorriendo Castilla en el Peugeot 405 de mi padre. Habíamos estado en Nava de la Asunción, de donde era Jaime Gil de Biedma. Hacía calor aquel verano. La final del Mundial se había repetido y nadie entiende el porqué de que no tirara Lothar Matthaus el penalti para Alemania y se lo dejara a Andreas Brehme. Brehme vino a jugar después a Zaragoza porque su mujer era aragonesa. Decir que vino a jugar quizá es demasiado. Simplemente vino. Carlos Saura hizo una película sobre Puerto Hurraco con guion de Ray Loriga. Hacía mucho calor aquel verano. Alfonso Arús imitaba a las hermanas Ángela y Luciana Izquierdo en su programa Al ataque y nadie se escandalizaba. Utilizaban extractos de las declaraciones para mofarse del retraso o de la locura de aquella gente y encima nos reíamos y nos seguimos riendo porque no sabíamos que estaba mal, que era pecado. Reitero, en 2021 es más violento ver a San Jorge Drexler fumándose un pitillo – que le está sabiendo a gloria- que volver a escuchar a Andrés Calamaro hacer apología de la cocaína en un tema. Escuchen la letra: “Peinábamos perico con navaja/ en el salpicadero de tu coche”. En el año 1999 Calamaro cantaba en Clonazepan y circo: “Pastillas la última esperanza negra. Podés pedirle pastillas a tu suegra”. Diazepan para los dolores, tramadol para seguir sonriendo, lormetazepam para intentar dormir sin dolores. No pruebo una gota de alcohol desde antes del COVID. Películas de mafiosos de los noventa, Joe Pesci es igual al Joe Pesci de la peli anterior y con una cuchilla afilada obtenían finas láminas de ajo para la salsa de la pasta. “Que parezca un accidente”.


Calamaro juró la Constitución española y dijo que los que atacaban al Rey eran unos impresentables. Calamaro va a los toros con Jaime Urrutia y a veces solo, con un faria entre los dientes, Calamaro no es de VOX. Calamaro está más cerca de Fabio MacNamara que de la dentadura postiza nueva que le ha pagado Palito Ortega a Charly García. En el minuto 2 y segundo 11 Tangana pone los ojos en blanco y levanta los puños, no es Northern Soul es verbena de Nando Dixcontrol. Tres bellezas en vestido corto de una pieza y Andrés agarrándose los genitales como el Cid Campeador, Tangana no podría ser palmero de Peret, pero Calamaro podría lanzarse por Sevillanas en la Feria de Abril de una línea temporal alternativa en la que el traspaso de Finidi al Sevilla había terminado con la fusión nuclear entre Lopera y González Caldas y un único equipo llamado Atlético Nervión dominaba con mano dura los terrenos de juego de toda Europa. Calamaro bailando el robot e imitando a la gallina Caponata, con un ángel en la frente y unas alas bajo la americana.


El final del vídeo, con Andrés subido a la tarima tocando la batería, nos devuelve a Laura Ramos, aquella cronista del Buenos Aires canalla de la época posterior a la dictadura, cuando todo era sushi, champán y merca y la paridad del peso y el dólar hacía que fuera más barato comprar zapatos de piel -de cuero vacuno, piénselo un momento-, en Brasil que en Argentina. Era la época entre Fabiana y Cecilia, con Fito Páez escribiendo el Amor después del amor y el ojo avizor de Andrés grabando Nadie sale vivo de aquí antes de marchar a España. Laura cuenta que Andrés subía a zapar con el Fabián ‘El Zorrito’ Von Quintero -que había sido el cuarto Soda y tecladista de Charly García cuando Charly estuvo a punto de conquistar Nueva York- al bajo y muchos días subía Claudio Gabis y tocaban ‘Popotitos’.


Después de todo esto, ¿qué nos queda? Dientes que se caen, un poco de fernet con coca cola zero, buscar en IMDB a las protagonistas femeninas de los vídeos, comprar una caja de ritmos o un pad o lo que demonios amague con tocar Tangana sobre la mesa de billar y esperar que se nos ocurra una buena rima consonante. Aquel poema que acababa diciendo: “Tan bello como escuchar a Man Ray cantando Señal que te he perdido”, aquellos dos vídeoclips encadenados. La imagen es todo y Andrés Calamaro un personaje en la búsqueda de un autor a su nivel para que narre lo que todavía le queda por vivir.


En agradecimientos Javier de Sola, Enrique Cebrián, Pablo Ferrer, Juan Luis Saldaña y David Giménez (que lleva poemas en los bolsillos, así son las cosas, es el cambio de estaciones).

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