Warren Ellis y ‘Planetary’: canto a la cultura pulp

Imaginen a un chico de veintidós años frente al escaparate una tienda de tebeos. Lleva disfrutando de la noche y los excesos lo que le permiten los estudios y el dinero. Poco éxito con las mujeres, muchas mañanas de resaca y una carrera que avanza sin sobresaltos. Le quedan dos años para marcharse a Buenos Aires y enamorarse por primera vez. Pero también le sobra una década en la que ha abandonado una de sus pasiones más intensas, los tebeos. Es hora de volver a ella. Una adicción maravillosa, que siempre te lleva un paso más allá, que te abre mundos más complejos. Igual que las resinas te llevan a los granulados, las viñetas te marcan el camino a los libros, a las películas, la canción pop, el arte.

En el escaparate de SAGA -así se llamaba la librería-, destacaban varios títulos de una nueva línea que no pertenecía a las clásicas Marvel y DC que, a través de Fórum y Zinco, habían sido las principales suministradoras de sueños de los adolescentes españoles en los años ochenta. La década de los superhéroes musculados en mallas había hecho mucho daño y solamente los guionistas ingleses como Neil Gaiman o Alan Moore habían salvado el honor del tebeo como algo más allá que una explosión de escotes y diálogos absurdos.

La Gran Bretaña suministraba el mejor material: Jamie Delano, Grant Morrison, Mark Millar, Steve Dillon o Garth Ennis. Además del sello Vértigo de DC destacaba las series de WildStorm, Sleeper de Ed Brubaker y las que llevaban el sello de uno de los mayores genios de la historia del tebeo y, por ende, de la literatura, Warren Ellis. Suyos son los últimos números de Stormwatch que se convertirán en la obra magna The Autorithy o pequeñas miniaturas como Global Frecuency. Ellis había empezado guionizando algunos arcos del grupo británico por antonomasia de Marvel, Excalibur, ya en decadencia como serie regular; también había sido capaz de redefinir el cyberpunk desde la perspectiva del periodismo gonzo en la onda de Hunter S. Thompson -lean Miedo y asco en Las Vegas y se harán una idea – con su personaje Spider Jerusalem y su serie Transmetropolitan pero para mí su obra cumbre son los 27 números y los tres especiales de Planetary. Y de ellos vamos a hablar hoy. Del trío y del cuarto hombre, de los guiños al pulp, a los orígenes de los superhéroes, de los homenajes a Julio Verne, a los kaiju, los seriales de radio o la serie B de los cincuenta, de un planeta Tierra y de su verdadera historia, oculta para el ojo ordinario y almacenada en almanaques anuales. Prepárense para acompañar a los arqueólogos de lo imposible en su misión de proteger a la Tierra de sí misma y sus enemigos potenciales.

 

El número 1 se abre con una cafetería como las de las obras de Edward Hopper pero en mitad del desierto. Una misteriosa mujer recluta a un todavía más misterioso hombre para una organización llamada Planetary. El hombre se llama Elijah Snow, va siempre vestido de blanco y tiene la particularidad de haber nacido el 1 de enero de 1900, además del poder de bajar la temperatura en pequeños entornos a su alrededor. Es una serie donde hay gente con poderes, pero les aseguro que es lo de menos. Ya en este primer número hacen su aparición siete superhéroes extraídos de los seriales pulp de los años cuarenta erigiéndose como adelantados visionarios de la computerización fractal y generando suficientes mundos paralelos como para que de ellos surja una versión oscura de la Liga de la Justicia de DC Cómics. Siete personajes sin nombre entre los que podemos distinguir a remedos de Fu-Manchú, Tarzán con un traje a medida, Thomas Alva Edison, un millonario con el seudónimo de ‘La araña’ que es una mezcla del Avispón Verde y La sombra, el agente cinco, que es un James Bond pero que por su acento americano y su traje azul se acerca más a Spirit, el ‘Aviador’ podría ser The Phantom (El hombre enmascarado) o un Antoine de Saint-Exupéry con ganas de salvar el mundo, además de un Doc Brass que no es más que un sosías de Doc Savage -ahora mismo se están volviendo a editar aventuras de este personaje creado entre la década de los 30 y los 40 como el resto de los personajes. El segundo número nos lleva a la Isla Cero, el pedazo de Japón más cerca de Eurasia y es un homenaje al cine de kaiju, respondiendo a la pregunta de qué se hacía con Godzilla, Mothra o el dragón de tres cabezas, King Ghidorah, la gente de los estudios cuando dejaron de estar de moda las películas de monstruos. Fácil, los llevaron a una isla para que fallecieran de inanición. Warren Elllis va más allá e introduce un personaje que evoca la figura de Yukio Mishima, como un enloquecido gurú de una secta que quiere recuperar la supremacía del Japón tradicional con un grupo de acólitos puestos hasta arriba de cocaína. Lo mejor de todo el capítulo, además de su viñeta final, es dar una explicación alternativa a la aparición de los monstruos, producto de un rasgado interdimensional tras la explosión de la bomba atómica en Hiroshima.

El número 3 y el 4 echa un poco el freno, desarrollando los personajes a través del folklore asiático, con un espíritu de la venganza que uno puede encontrar en las leyendas coreanas o de Hong-Kong y que ha alimentado el terror oriental las últimas décadas y la aparición de un nave comercial interdimensional que en un accidente fortuito provocó la desaparición de los dinosaurios y de la que saldrá otro personaje, en el que uno puede encontrar pinceladas del Capitán Marvel o lo que ahora conocemos como Shazam. En el quinto número se nos revela algo más del Doc Brass y su historia antes de que lo encontrar Planetary: cómo convenció a Fu-Manchú para dejar de ser enemigos y luchar juntos por la Tierra, cómo junto a sus aliados pelean con los demonitas-que es una manera de introducir Planetary en el Universo Wildstorm, puesto que esos demonitas son una raza de extraterrestres que llevan en el planeta cientos de años según la continuidad establecida en otras colecciones del sello- y protegen el mundo de sus enemigos interiores y exteriores.

El sexto número es fundamental en el desarrollo de la serie, se presenta a ‘los cuatro’, los antagonistas de Planetary. Un grupo paralelo heredero de los científicos nazis reclutados por los norteamericanos al final de la Segunda Guerra Mundial y que con el proyecto Artemis fueron capaces de llegar a la Luna cinco años antes de la fecha oficial. La existencia de ese proyecto se suponía tan secreta que había que estar “en las esferas más altas del gobierno estadounidense, que se encuentran unos 35 escalones por encima del presidente”. No habría S. XXI si una buena conspiración detrás. ‘Los cuatro’ incluían a una de las hijas de los cerebros alemanes, a un ingeniero que había sido uno de los últimos en pilotar el Nautilus en 1954 -luego volverá Jules Verne, no se preocupen-, un tipo que se convirtió en un monstruo en el viaje a la luna y un oscuro físico con un coeficiente intelectual mayor que el de Einstein. ‘Los cuatro’ no son más que los ‘Cuatro fantásticos’ de la Marvel, la familia perfecta con la que empezó una era, la de los superhéroes, pero pasados por un prisma maquiavélico. El séptimo número es un homenaje a esa hornada de escritores ingleses que revolucionaron el tebeo en los ochenta de la que he hablado al comienzo. La muerte de un personaje con gabardina, poderes mágicos y tabaquismo y que recuerda al John Constantine de Hellblazer nos devuelve al reinado de Margaret Thatcher, cuando los que mandaban eran Echo & the Bunnymen y los Neo-Druidas. Hay cameos del Hombre Cosa de Alan Moore o de Sandman y su hermana Muerte, los eternos surgidos de la mente privilegiada de Neil Gaiman. Es un tebeo en el que hay anticristos eliminados de manera preventiva por divisiones del MI6 que nadie conoce, superhéroes creados a partir de ADN de atletas arios y prostitutas enanas de Hitler y un guiño desconcertante a Spider Jerusalem, un autohomenaje a su serie Transmetropolitan, con la que Ellis quiere dejar claro que para él todo ha terminado, los ochenta y los noventa.

Pero si el anterior número es una pequeña obra de arte, el siguiente no se queda atrás. Con el título de El día que la Tierra se ralentizó, el homenaje en este caso es a las películas de serie B, a las dobles sesiones y al terror nuclear de la Guerra Fría. Hormigas gigantes, hombres de más de 40 pies con cerebros de tamaño normal, mezclas de mujeres e insectos y todo narrado por una Marilyn Monroe que en vez de morir es trasladada junto a todo sospechoso de ser comunista en la paranoica América de los años cincuenta a un campo de concentración denominado «ciudad cero”. Allí entre experimentos atómicos y olor a ozono, se rodaban las películas y la mujer que se acostó con los hombres que no debía, se convirtió en una mujer con vida media radioactiva de 50 años, un isótopo rubio andante. Las sustancias radioactivas emiten energía y su capacidad de seguir activa se mide en periodos de semidesintegración, el tiempo que cuesta que la mitad de su radiactividad desaparezca. Suele utilizarse la letra griega lambda para referirse a ello.

Llegamos al número nueve y hace su aparición en una escena retrospectiva Ambrose Chace, el que había sido tercer miembro del equipo de campo de Planetary y sobre el que vemos que empieza a pivotar la historia. Chace muere cuando tratan de detener a unos científicos bajo el mando de ‘los cuatro’ que han creado un mundo de ficción como el que se ve en las películas, en los libros o en los videojuegos. La extracción de muestras y de personas de esa realidad inventada no acaba bien, en realidad es terrorífica, pero lo mejor del tebeo es que se construye sin que veamos en ningún momento ni un fotograma de ese planeta inventado. El diez vuelve a poner de manifiesto la influencia de ‘los cuatro’ en el devenir de la historia del planeta: ¿Qué hubiera sucedido si las defensas aéreas secretas del planeta, mucho más adelantadas que las oficiales hubieran detectado la entrada a la atmósfera de la pequeña cápsula donde viajaba Kal-El desde Krypton y un equipo especial se hubiera encargado de eliminar al bebé sin dejar rastro? ¿Y si hubieran descubierto que existe una sociedad secreta exclusivamente femenina con setecientos años de adelanto tecnológico capaz de perdurar a través de la clonación evitando el deterioro genético? ¿Podrían resistir el ataque y esterilización por parte de los cuatro’? ¿Cuánto valdría en el mercado negro la linterna negra que le extirpa a uno de los policías cósmicos que patrullan nuestro distrito espacial? ¿Estaría contento Henry Bendix si Randall Dowling? Una revisión a las bases de toda la mitología del Universo DC narrada con una fuerza visual escalofriante y que encima permite avanzar en el relato con mucha elegancia.

En el número 11 hay un fragmento que resulta escalofriante, el remedo de James Bond señala una foto en una taberna perdida en mitad de la nada: “ése es un grupo de antiguos técnicos nucleares soviéticos acampando cerca de aquí. La de al lado es un grupo de investigadores que demostró que el alma humana es un campo electromagnético. Dicen haber descubierto a dónde van las almas. Que el cielo y el infierno no son más que máquinas de asedio en guerra constante la una con la otra y que las almas son su combustible. Esta taberna es el sitio donde se engaña al más allá. Verás, los campos magnéticos se rompen con una explosión nuclear. Aquí los investigadores se toman la última copa y después se atan a una de las bombas nucleares que se prueban bajo tierra. Por los muertos triunfantes”. ¿Quién puede decir después de leer esto que los tebeos son cosas de niños? Por cierto aparece en otra escena retrospectiva una enemiga de James Bond que parece Emma Frost con modificaciones cibernéticas al modo de las que llevaría 007 después de pasar por las manos de Q. Vuelve a aparecer el Nautilus – y nos hacer recordar que por esa misma época Alan Moore está planteando algo parecido a Planetary en su obra magna, ‘La liga de los seres extraordinarios’, que espero tenga una habitación dedicada en este motel también pronto-, y Elijah Snow comienza a descubrir quién es y cómo ha llegado hasta ese momento recorriendo el siglo. El número 12 supone la primera eclosión de Planetary, una especie de final del primer acto, se descubren las Guías Planetarias, almanaques que recogen todas las actividades y sucesos anormales del mundo durante un año, Elijah Snow recuerda que conoció a Sherlock Holmes y que el cuarto hombre y el tercero se parecen mucho. Justo en ese instante, en España, freno brusco. Estamos en marzo de 2001 y tras doce entregas la serie deja de publicarse.

En diciembre de 2004 aparece el volumen dos, que comienza con un nuevo número uno. Nosotros seguiremos los capítulos americanos, porque ahora mismo la edición en grapa es inencontrable y uno tiene que conformarse con los tomos recopilatorios que ECC Comics va reeditando cada cierto tiempo. Bueno, en realidad, en los sótanos del Motel guardo la colección completa de los dos volúmenes, pero eso será una visita muy exclusiva y reservada. El capítulo 13 comienza con la visita de Elijah a un castillo en Alemania en 1919 donde descubre lo que cualquier lector de terror con capacidad para el pensamiento científico habría considerado, que para que el monstruo del Doctor Frankenstein volviera a la vida tuvo que haber primero unos cuantos ensayos fallidos. Después viaja hasta Londres, llega a Baker Street donde después de revelar a Sherlock Holmes que fue John Griffin -sí, el hombre invisible-, el que lo puso en su pista del mejor detective del mundo. Tras derrotar al guardaespaldas de Holmes, que no es el Doctor Watson, es el vampiro más famoso de la historia, Snow se convierte en su aprendiz, recogiendo el saber y la historia secreta del S.XIX durante el siguiente lustro. El número incluye guiños y homenajes a Edward Ellis y su inocente, pero muy avanzada para 1868, historia de El hombre de vapor de las praderas, al Robur de Robur-le-Conquérant de Jules Verne, a un científico de apellido Wells y al primer detective de lo oculto Thomas Carnacki, obra del británico William H. Hodgson, autor, entre otras, de las sobresalientes La casa en el confín de la tierra o La nave abandonada, resultando una guía de entretenimiento perdido para los iniciados en el universo de novelas por entregas y cultura pulp de Warren Ellis. Este número 13 es uno de los más bellos de la serie.

Si en números anteriores se hace referencias nada veladas a la mitología de los tebeos de DC, en el número 14 tenemos un momento Marvel con un bastón que se transforma en un martillo y que lleva a Snow a un mundo en otra dimensión. En este número aparece por primera vez la sosías de Susan Richards, la mujer invisible, pero solo para descubrirnos la derrota del equipo Planetary original a manos de ‘los cuatro’. El capítulo 15 es un delicado homenaje a las leyendas australianas, al tiempo del sueño, una dimensión denominada Altjeringa -que por cierto tratará uno de mis actuales guionistas de cabecera, Jonathan Hickman en su serie God is dead- creada por gigantescos seres totémicos. Inevitable pensar en aquel personaje, Pórtico, que aparecía en la Patrulla-X cuando trasladan su base precisamente a Australia tras la saga de La caída de los mutantes. Es un número este de transición pero que nos presenta a un explorador, Carlton Marvell que por su aspecto nos recuerda a Flash Gordon y por su apellido, lógicamente, al alienígena kree que traicionó a los suyos por proteger a los terrestres y acabó muriendo de cáncer en una de las novelas gráficas más bellas de la historia del Universo Marvel. En el número 16 se incorpora la hija del original Hark (Fu-Manchú) que había aparecido brevemente en el capítulo dedicado a Ciudad Cero y llegamos en el 17 a otro de las mejores entregas del Planetary de Warren Ellis, En la ciudad perdida de Opak-Re, una aventura en la que se mezcla uno de los posibles orígenes de la Atlántica situada en África, con estudio del pasado del aristócrata que aparece en el primer número como sosías de Tarzán e incluso parece que Ellis se adelanta a la presencia mediática que tiene ahora mismo un elemento de la geografía imaginaria de Marvel como es Wakanda presentándonos una civilización avanzada tecnológica y socialmente en mitad del continente negro. El número 18 es el homenaje a Julio Verne que uno espera desde el principio de la serie. Con el título de El club balístico se narra el día después -más bien las décadas después- del lanzamiento de una esfera con destino selenita. Lanzados a la Luna con la única tecnología disponible, hierro y explosivos, un viaje sin posibilidad de comunicarse con la Tierra y sin mecanismo de regreso. Las viñetas en blanco y negro que retrotraen al momento de la despedida y el lanzamiento resultan trágicas y a la vez entrañables.

Y de un episodio de ciencia ficción científica, casi steam-punk, a Misterio en el espacio, donde se mezcla la influencia de 2001, Odisea en el espacio con una estructura cósmica con reminiscencias marvelianas: la llegada de un sosías de Galactus y su enorme nave, angelicales heraldos que solamente se dedican a recoger información, la saga de John Byrne en la Zona Negativa en los 4EFE de los ochenta, además de un guiño a una invasión frustrada alienígena en 1951, el año del supuesto incidente de Roswell. Warren Ellis encaja todas las piezas del puzle y lo hace con una aparente despreocupación, como si todo marchara según unos parámetros determinados y realistas. También nos viene a la cabeza los Celestiales, la creación de Jack Kirby que bebía de las teorías de Erich von Däniken. La historia de la nave continúa en el siguiente número, cuando vemos en una viñeta a página completa el aspecto que tendría Ben Grimm si los rayos cósmicos lo hubieran hecho mutar en un mundo “de verdad”. El final demuestra que la guerra entre Planetary y ‘Los cuatro’ va en serio y se acerca a su acto final. En este número termina el volumen 2 de la edición española, dejando a los fanáticos del universo de Warren Ellis totalmente abandonados. Tuvimos que esperar a las ediciones posteriores en tomo de Norma Comics para conocer el final de la historia.

El capítulo 21 titulado Muerte, máquina, telemetría tiene algo de transición al tercer acto final. Esta vez Warren Ellis se vuelca en el chamanismo a través de la experimentación con ayahuasca -o un té especial con los mismos efectos-, pero no es todo magia, las microescalas siempre han sido un misterio para la ciencia, desde Richar Feymann -que tocaba los bongos mientras realizaba los estudios que le llevarían a ganar el premio Nobel- hasta K. Eric Drexler, teórico de la nanotecnología, sus beneficios y peligros. En las escalas más pequeñas de la materia, donde todo ese prácticamente vacío, existen algunas partículas y otros “deben de existir” para mantener la estructura lógica del Universo. Las fuerzas que intervienen son tan poderosas que son las responsables de mantener conexa la realidad, enterramos a los muertos y sus almas sirven de alimento a las plantas que exhalan etileno, el componente básico de la pneuma, fundamental en los procesos de adivinación de los oráculos en la cultura grecolatina. ATGC. Intercambien las iniciales y tendrán la secuencia de la vida y de los organismos que la destruyen.

El acto final comienza en el capítulo 22, cuando la historia se retrotrae al salvaje Oeste americano, donde vemos la relación entre la familia de líder de ‘los cuatro’, los Dowling -una especie de Dalton pero más serios-, con la de su compañero Willian Leather, que termina convirtiéndose en un remedo del origen del fantasmal Llanero solitario-y donde descubrimos la razón química de las peligrosas balas de plata y del porqué de no usar ya termómetros de mercurio-, y nos muestra cómo ‘La araña’, que tiene un poco de Batman y de los referentes que hablamos en los primeros números, no es más que un pobre hombre obsesionado con la justicia. El capítulo 23 nos descubre el origen de ‘El baterista’, uno de los agentes de campo de Planetary, que estuvo en el comienzo de Internet moldeando la realidad de la información a su antojo. En el capítulo 24 viajan a la sede de Planetary en Brasil, donde Elijah Snow les muestra a sus compañeros las guías planetarias de las que se ha hablado en capítulos anteriores y descubre a Jakita Wagner quién fueron sus verdaderos padres. Justo cuando les comunica que van a salvar a Ambrose Chase lo que queda de ‘los cuatro’ desencadenan un ataque final. La respuesta de Planetary es comenzar la caza. Quedan tres números. Primero irán a por ‘los cuatro’ y después se encargarán de Chase. En el capítulo 25 volvemos a la taberna perdida donde los científicos hacían explosionar sus almas y allí está esperando el sosía de James Bond, que, como todos suponíamos, era un agente doble. Un homenaje sorpresa a la serie británica Zarpa de acero que fue publicada por la editorial Vértice en España en los años 60 -y que se incorpora al universo Wildstorm de la mano de Alan Moore en la serie ‘Albion’ más o menos por esa época-, es uno de esos guiños pulp que estábamos esperando. En el capítulo se descubre qué hicieron ‘los cuatro’ en su accidentado viaje de 1961, su objetivo real y qué pasaría en al año 2001, cuando tuvieran que pagar una deuda contraída a cambio de poder y conocimiento.

Los dos últimos capítulos de la serie funcionan a modo de cierre de los dos temas fundamentales de la serie: en el 26 hay una vuelta al comienzo -el lugar perdido del desierto donde Jakita fue a buscar a Elijah en el primer capítulo- y una derrota de los malos que emparenta definitivamente a Planetary con el Universo Wildstorm utilizando el concepto de la ‘Sangría’, una especie de espacio interdimensional e interplanetario que sirve de autopista entre dimensiones. El último capítulo de Planetary, el 27, supone la búsqueda de Ambrose Chase. Para ello Warren Ellis hace un alarde de conocimiento de física cuántica y la teoría básica de los viajes en el tiempo para la cual cita de manera soterrada a Werner Heisenberg -los que estudiamos química y física en el COU de los ochenta no podremos olvidar la belleza de su “Principio de incertidumbre”: no puedes conocer a la vez la posición y la velocidad de un electrón porque al “iluminarlo” con un fotón para poder “verlo” ya estás alterando su movimiento al “empujarlo”-y a Erwin Schrödinger -del científico austriaco es más conocida su paradoja del gato encerrado, que existe en un estado de vivo/muerto a la vez- y nos recuerda una de las realidades que no siempre se tienen en cuenta en la ciencia-ficción no científica: cuando uno utiliza el viaje en el tiempo utilizando una máquina, lo más atrás hacia donde puede desplazarse es el mismo momento en el que se puso en marcha esa máquina.

Planetary fue un experimento tan clásico que era vanguardista, un tebeo que buscaba asimilar referencia de la cultura pop de un siglo completo. Fue el tebeo definitivo porque especuló en clave tecnológica y todo lo realista que era posible sobre la base de las historias de superhéroes en un ejercicio que es a la vez una compilación y un homenaje sentido. Planetary es la excusa para hacernos entender que todo está permitido, que Ed Wood utilizaba vampiros de verdad en sus películas y que la bella Mujer Invisible necesitaría unas gafas especiales para ver cuando usara sus poderes porque la luz también atravesaría sus retinas. Cuento los días para que mi hijo tenga edad de leer Planetary y, mientras tanto, voy contándole alguna de sus historias.

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Cita Previa SOC

    Coleccioné miles y miles de tebeos de Spiderman y Batman que a lo largo de mi vida fui perdiendo. Ahora valdrían oro.

    23 febrero 2021 | 1:36 pm

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