Félix Romeo: «Mi futuro es el pasado»

«Me temo que soy un escritor del 98. Me duele Aragón y eso. Estoy con Joaquín Costa
en vez de con Ray Loriga. Mi futuro es el pasado”.
Félix Romeo

¿Qué pasaba por tu cabeza cuando escribías Dibujos animados? Lo he leído muchas veces, pero si abro al azar cualquiera de las ediciones por una página cualquiera el capítulo parece nuevo. Es como el libro de las arenas de Borges. Me hubiera gustado hablar de los números reales, de las habitaciones de hoteles y de cómo fragmentar un libro es hacer de él una vida nueva cada vez. ¿En qué año aparece Dibujos animados? Las fuentes oficiales hablan de 1994. Pero la primera edición de Plaza y Janés, la que tiene al Coyote armado con una pistola, viendo el funeral de su amigo en la televisión es de 1996.

Yo no tenía dinero y lo leía en la sección de librería de El Corte Inglés. Por entonces estaba en la planta baja y antes de entrar a nadar en la piscina cubierta que había en Residencial Paraíso leía unos trozos. Iba todos los días a la piscina. Era un adolescente con sobrepeso. Dibujos animados es una aventura temporal y espacial. El mismo año 1994, Ismael Grasa había editado De Madrid al cielo e iba a aparecer el segundo LP de Las Novias, Todo/Nada sigue igual, producido por Enrique Bunbury. Las Novias le habían dedicado a Chusé Juntos en el paraíso. Félix había tocado el bajo en una de las primeras encarnaciones de la banda.

También es el año del estreno de Tan Lejos/Tan Cerca de Wim Wenders, la continuación de El cielo sobre Berlín, con guión de Peter Handke. Tú soñaste con derribar el Muro y los niños de la democracia pudieron viajar hasta Berlín y sentir el aliento de los ángeles en el cogote. Los hijos de esos niños aprendieron a ponerse mascarillas desechables y calcular a ojo distancias de seguridad. Cuando Dibujos animados termina yo sigo escribiendo. Sigo escribiendo ese libro como si fuera un poco mío. Escribo: «Todo podría haberse solucionado con el agua de Lola. Lola y Paco eran como la ir a Lourdes, pero más cerca. Andalucía o por allí abajo. Donde la gente se queda ciega y vuelve a ver como si los ojos tuvieran cremallera. Nos trajimos un montón de agua bendecida por Lola y por Paco en recipientes que eran como figuras de la Virgen. No sé de qué Virgen. Había una cesta en el suelo, como las que pasaban los curas en misa. Paco la tenía controlada y aunque aquellos donativos eran voluntarios, de allí no se iba nadie sin echar al menos un billete de quinientas pelas».

Como si fuera interino en una plaza que nunca saldrá a concurso. Cuando la historia termina siempre hay un hijo y un padre. El hijo le hace volver al principio. Escribo: «En algún momento de tu vida tienes que volver a Uri Geller. Todo el mundo recuerda dónde estaba la primera vez que salió por la televisión, la original, la de José María Íñigo. Íñigo y su pelucón. Calvo como solo pueden estar las estrellas de la televisión. Íñigo con traductor y Geller, judío y zahorí enmarcando en la memoria un simple momento de magia. España detenida frente al televisor con una cucharilla de plata, un reloj estropeado. Años después volvió Uri Geller al a televisión. Mi padre acababa de comprar uno de los primeros vídeos VHS, de cinta grande. No había manera de poner el reloj en hora. En aquella época poner la hora del reloj era una misión casi tan complicada como programar la grabación de una película. Mi padre creía, yo creía en mi padre, en la segunda venida de Uri Geller. El vídeo sin hora, las cucharas en ristre, no habían terminado los ochenta».

Lo mejor de Dibujos Animados es que es auténtico. Moderno en su estructura, arriesgado en lo fragmentario, toma las corrientes que se imponen, pero las lleva al terreno natural y emocional de su autor, lo que hace todavía más bello al libro: Zaragoza, su familia, sus miedos, Perico Fernández, los juguetes, los sanadores, el franquismo que se diluye como un personaje animado, la gordura, el fútbol, los coches sin aire acondicionado. Un arma que dispara y dispara hasta provocar emociones y hacer saltar chispas en los recuerdos del lector, en su educación emocional. Dibujos animados obtuvo el Premio Ícaro por «la fuerza narrativa del libro, su inteligente sentido del humor y la novedad de sus aportaciones».

Dos años antes habías traducido para Olifante una selección de poemas del poeta José Viale Moutinho, Un caballo en la niebla. Lo compré de segunda mano en Iberlibro. El primer poema empieza así: «El colegio, nos acordamos del colegio y sonreímos/porque todo estaba pintado de amarillo». También está la traducción de Trabajos forzados que hiciste para Impedimenta o la maravilla que es Sagitario de Natalia Ginzburg. Traduces para Xordica dos libros Biblioteca de Gonçalo Tavares y Y si mañana el miedo de Ondjaki.

Cuando se me acabaron los relatos inéditos empecé con las traducciones. Era una manera de no perder tu voz del todo. En 1994 habías coordinado la edición de los relatos de tu amigo Chusé Izuel, el libro se llamó Todo sigue tranquilo. Lo sacaron Ediciones Libertarias con esas portadas en papel satinado que eran tan de los noventa. Mi primer libro de poemas de Leopoldo María Panero fue una antología de Ediciones Libertarias. Hubo un concierto el viernes 26 de febrero en el Centro Cívico Delicias, en la Avenida Navarra. Antes de que existiera la GRAN ESTACIÓN DE TREN Y AUTOBÚS si tú decías que ibas a Delicias todo el mundo entendía que esa noche había concierto. Tocaron Las Novias y tocó Club Eléctrico. También tocaron Sick Brains y Avenida Glub. De Avenida Glub no sé absolutamente nada. He buscado información en la red y solamente he encontrado el nombre de su cantante. La anticipada costaba 800 pesetas y en taquilla 1000 pesetas. Aquel 26 de febrero de 1993 tocarían canciones de su primer disco y seguramente algunas de las que ya estaban maquetando para el segundo.

En el año 2001 aparece Discothèque. El libro tiene algo de realismo mágico baturro, es sórdido pero creíble, amoroso y apestoso, como si en la rima consonante uno encontrara la salvación. En el verano de 2021 la gente seguirá tosiendo y los hombres que son padres abrazarán a sus hijos y llorarán porque no sabrán qué mundo les van a dejar en herencia. La historia va a durar más que este y aquel verano, cambiaremos de escenario, iremos de pueblo en pueblo y nunca nos detendremos en un motel de carretera porque en España no hay moteles, eso son cosas de películas de David Lynch con guiones de Barry Gifford. En España hay sitios para que coman los camioneros y se echen una cabezada. Todos los padres españoles les dicen a su mujer que aguante un poco, que total es mejor llegar y dormir en casa. Por eso no hay moteles de carretera en España. En España no hay moteles, son hostales. En el pueblo donde vivo antes pasaban muchos camiones, porque la carretera nacional era la mejor manera de ir de Madrid a Zaragoza, quizá el único posible antes de las autovías. La Nacional cruzaba los pueblos por el medio y han dejado los carteles de hostales como recuerdo. Carteles en los que pone ‘Habitaciones’ y debajo ‘Rooms’, para darle un aspecto más internacional.

En tu generación todos escribían esperando que sus libros parecieran escritos por Sam Shepard y que Win Wenders se interesar por dirigirlo. Pero no se dan cuentas de que las mejores están cogidas. Las historias y las habitaciones, digo. Aquellos chicos escribían historias sobre desgraciados que vivían a un millón de kilómetros pero que les parecían muy interesantes a tus vecinos. En el libro aparece un tatuador y un locutor evangélico que se llama Joäo Henrique, el nombre del boxeador brasileño que perdió con Perico Fernández en la defensa del título mundial en 1975. En la letra de Hermosos y vencidos del disco Flamingos de Enrique Bunbury se escucha a un locutor de radio narrando el final de la velada. En el libro aparece todavía los timos piramidales por carta de los que una vez me habló mi abuelo Matías, antes de las cadenas de correos electrónico. En 2001 existía internet, pero era una forma de investigación muy novedosa. En los autores que hay en la casa de Lisandro hay libros de esoterismo y ciencia ficción, hay revistas sobre historia alternativa. Félix sigue conectado con su infancia, con la de Uri Geller y Erich von Däniken. Mi padre leía a JJ Benítez y mirábamos el cielo en busca de luces sin explicación. Estoy escribiendo y volviendo a leer a Félix. En el libro nombra al matemático Pedro Ciruelo, cita su libro Reprobación de las supersticiones y hechicerías y yo, que me dejo atrapar por las casualidades, me doy cuenta de que hace una semana me nombraron vocal de la Asociación Aragonesa de Profesores de Matemáticas que lleva el nombre Pedro Ciruelo.

Vuelve a aparecer la ciudad de Ginebra. En el próximo Motel Margot hablo de las maquetas, de las demos que escribió Félix para ir montando Discothèque. Una canción italina: Basta chiudere gli occhi de Gino de Paoli. Gino Paoli salía en las cintas de casete que escuchábamos con mis padres camino de Salou en el Renault 12 verde. Era una cinta doble, se llamaba Sapore di te, la editaron solamente en España en el año 1990. Pienso que si apareció en ese año, justo cuando mi padre se compró un coche nuevo, un Peugeot 405. El verano de 2020 leí Imán de Ramón J. Sénder. Quería saber más sobre la guerra del Ifni. Sabía que leer a Sénder era como leer a Félix, como leer a Félix leyendo a Sénder e imaginando al padre de Torosantos. Félix hablaba de la sangre y de las moscas pegadas a las tripas de los caídos en el Ifni. Carlitos Seral se queda a dormir en la Pensión El Paso de la calle Rusiñol.

Una vez fui con el escritor Rodolfo Notivol a que me enseñar a la calle Rusiñol. Había una guardería cerrada, con dibujos falsos de famosos personajes de cine y televisión decorando la pared exterior. Imitación de personajes, como si tuvieras que pagar derechos de autor en una calle en mitad de ningún sitio, en Montemolín o en las Fuentes, dos barrios de Zaragoza. La calle Rusiñol es peatonal y el suelo está bastante sucio, no hay casi sombra, las hojas son como restos famélicos de vidas que pisamos y volvemos a pisar. Los sitios que Rodolfo recordaba están en lugares diferentes, como si alguien se entretuviera dando vueltas a su memoria. No había Pensión, era un bar, el Bar El Paso. Servían raciones de bravas, vino con gaseosa, cervezas y fantas de naranja, llenas de azúcar. No como ahora. Azúcar y azúcar, de la lengua al corazón. Vuelvo a leer el libro y en la dedicatoria descubro que me lo firmaste en marzo de 2011. Seguías dibujando tu rostro cubierto con un gorro de lana. El mayo de 2001 aparece una entrevista en el periódico Ciclo, es el número 19. La entrevista te la hace David Mayor. Por una errata en el índice de la primera página pone Féliz Romeo. Hablas de mundo franquicia y de márgenes. Nombras a Bolaño, Cortázar, Bohumil Hrabal, Raymond Carver, Robert Coover y Marguerite Dumars. Viajo del desierto de los Monegros al Casino Montesblancos de Alfajarín.

Mi ejemplar de Amarillo está dedicado el 12 de enero de 2008. Estábamos en la Estación del Silencio y habías cumplido cuarenta años. Nos regalaste un libro a todos los invitados de tu cumpleaños. La primera edición está fechada en enero de 2008 pero tiene copyright de 2007. En mi blog escribo una entrada el 15 de enero con el texto de una reseña que aparecería en el número 10 de la revista Eclipse en junio de ese mismo año. Lo titulaba En los sótanos del cielo como una canción de Club Eléctrico. Jesús López escribía las canciones de Lágrimas de Mermelada, Club Eléctrico y El Galgo Rebelde: «Un libro que habla de una generación ahogada». No la de esos ochenta tan míticos; en Zeta las cosas se empezaron a mover cuando apenas despuntaba la última década del siglo, unos iban y otros volvían, pero aquí somos siempre un poco más tardanos, el Cierzo aleja las cosas y las enclaustra entre cuatro paredes de las que no salimos más que para buscar una garrafa de vino cuando éste escasea. Félix Romeo habla de un amigo, pero también lo hace de las personas que lo rodearon, unas personas que, como en todas las generaciones, sobreviven a sus fracasos sin manual de instrucciones y deseando con todas sus fuerzas que sus esperanzas no se derrumben presa de las risas de ese monstruo amalgamado que son los padres, la familia, las fábricas y los horarios metódicos de los transportes públicos.

Chusé Izuel escuchaba a Club Eléctrico y -como a mí- le gustaba. Cantaba Jesús López «dónde guardan los versos, tampoco todos es el cielo», mientras Chusé Izuel, distinto como las líneas de los años, como uno de los niños perdidos- en su acepción sajona Lost Boys-, se descubría como un escritor que bebía las palabras y las escupía haciéndolas suyas, como si subrayándolas quedara constancia de lo que pensaba. Félix Romeo no quiere completar ni cantar, ni hacer arabescos de malditismo entre las columnas estrechas del libro. No es un vano ejercicio de alguienteníaquecontar, es el deseo de mantener cerca de los que se han ido mediante el simple hecho de la memoria. Las personas siguen vivas mientras haya quien las recuerde. Es allí donde el autor deja claro que lo más doloroso no es el instante justo de la muerte, lo más terrible es lo rápido con lo uno se vuelve a la normalidad, a la hipoteca, a la novia, al trabajo, a preocuparse de cualquier otra cosa o más bien por todas las otras cosas; las Novias, los Héroes, Zaragoza antes de ser Zeta, Zuma, los tebeos de la Marvel, las bolsas de plástico, Ángel Guinda antes de ser uno más entre los que buscan el destierro, la escritora reproductiva y automática. Es Amarillo un libro violentamente evocador no una biografía al uso. Y allí está su belleza. Mientras, Jesús López sigue cantando aquello de «los ángeles vuelvan bajo mientras juegan las ratas en las estrellas”.

Noche de los enamorados es una novela póstuma. Pediste ayuda a algunos amigos periodistas de Zaragoza para que te echaran una mano con la documentación. El libro cabe en una mano. María Isabel nació en Larache, protectorado español en Marruecos. Mi madre nació en Melilla. No sé cómo se lo explicaré a mi hijo cuando tenga esa edad en la que lo preguntan todo. Por alguna razón todo vuelve a estar conectado. La historia de tu compañero de celda, Santiago Dulong, ya había aparecido en DISCOTHEQUE. Como con los relatos anteriores a la historia de Torosantos habías probado Noche de los enamorados en Discoteque. También hay un momento para una peluca rubia, pero para eso hay que leer mucho a Félix Romeo. Vuelvo a leer la novela y vuelvo a leer Noche de los enamorados. En la primera todo parece más dulce, Dulong parece dejarse llevar por las circunstancias. En tu última novela los culpables se señalan con el dedo. Por eso hay notas de periódico, hay documentos oficiales, hay definiciones sacadas de diccionarios -insolvente, erosión, interfecta, hacer el ganso-. Zaragoza devora lo que queda, cambia, sus siniestros edificios se convierten en ludotecas. Un abuelo republicano, la falange, el dolor de próstata, la cárcel de Torrero, el cementerio.

Las cárceles más terribles del mundo son la que salen en las canciones o en las películas. Las de las islas. Fernando Poo aparece en Joselito de Kiko Veneno y también la Guayana Francesa, los departamentos de ultramar, Papillon. La prisión de Salto del Negro, en Gran Canaria. Allí estuvo Troitiño, que era palentino y estuvo 22 años en la cárcel por 24 asesinatos. Antonio Troitiño salió de la cárcel el 19 de abril de 2011. Seis meses antes de que se te parara el corazón. Miguel Mena habla de él en su libro Piedad. A Miguel le mandabas cartas desde la cárcel como si fueras un preso de dibujos animados, con una bola de acero atada a la pierna con una cadena. Tus amigos sabían que estabas muy asustado por entrar en la cárcel, aunque bromearas con ello. Troitiño no intentó fingir ser buena persona, no intentó arrepentirse. Hablas de fingir la muerte como de fingir estar dormido. No sé si cuando escribías Noche de los enamorados pensabas en el arrepentimiento de Dulong. Falangista y de una cofradía, como Eric, el de los Planetas, que se metió para aprender a tocar la batería. “Sabemos que no había perdido la capacidad de sentir culpa y además se atrevía a pedir perdón”. Ella sí que mostraba arrepentimiento, se disculpaba con sus vecinos. “El fuego sin fuego”, a Chusé Izuel y a María Isabel fueron los bomberos los que certificaron su muerte. ¿Qué hizo Santiago Dulong cuando salió de la cárcel? ¿Volvió al mismo piso donde había asesinado a su mujer? ¿Cómo se lo encontró? ¿Había restos del crimen o alguien lo había limpiado? ¿Quién lo podría haber limpiado? En las películas americanas, en sus series, cualquier nimiedad relacionada con la violencia se convierte en historia, tienen detalles para todos los procesos desde el primer momento hasta el final. En España no hay moteles, hay hostales y en España la sangre y el pelo de una víctima de asesinato lo puede llegar a recoger su propio asesino una vez que ha cumplido condena o los de la inmobiliaria si quieren volver a alquilar el lugar o algún familiar muy lejano de la muerta, alguien que casi no la conoce y a la que la ley le obliga a trasladarse a Zaragoza y recoger los restos de una vida. ¿Qué es mejor? ¿Hay algo de dignidad en cualquiera de las opciones?

Cuando apareció Noche de los enamorados ya estabas muerto. Imaginé tu muerte. Tumbado en el sofá de la casa de Aloma. Dando la vuelta en mitad de la noche. Escuchando el camión de la basura. Te habías quedado dormido muy tarde. Te quedaban tres o cuatro horas de sueño más como mucho. Piensas en San Sebastián y en Lisboa. Piensas en aprender a tocar la guitarra eléctrica y en tatuar sobre tu piel algún recuerdo. Buscas el lado fresco del sofá y te viene a la mente Yocasta, como en una canción de Rafael Berrio. Los pechos de metal y la vagina plateada. Recuerdas a todos esos boxeadores que contemplaban las marea esperando mejorar sus pasos de baile al acercarse la luna. Si subías la manta para cubrirte la tripa, las pantorrillas se quedaban solas frente a la noche. Libia, Paolo Conte, Morrissey. Piensas en México. Tus ojos se han acostumbrado a la oscuridad del cuarto de estar y la luz de la calle, las farolas de Madrid entran por las ventanas. Buscas un vaso a medio beber sobre la mesa y tragas con avidez el agua tibia que queda. Sé que te enterrarán tan profundo tu corazón que no podré escuchar cómo se despide.

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