Archivo de diciembre, 2020

Tres espíritus para una ciudad: órganos Hammond retumbando en Casa Botines Vicente Muñoz y el Elosúa León

León es una ciudad gótica, salvaje, tiene río y pólvora, sabe a órgano Hammond y bongos de recitales beat. León tiene la energía de lo analógico, el misterio de los locales cerrados, el vino pesado en las encías. En su último poemario Vicente Muñoz escribe:

Como si hubiera
envejecido mil años
en solo unos días
perdido
en mi laberinto

En esta ocasión en Motel Margot abrimos tres habitaciones para una misma ciudad. Tres espíritus que la definen, el escritor Vicente Muñoz Álvarez, el grupo Los Flechazos y el equipo de baloncesto Elosúa León. Déjense llevar en esta guía de viaje sin salir del motel. Vicente Muñoz acaba de editar Haga lo que haga en la tierra con Canalla Ediciones. Son poemas tras la tormenta, un poemario distópico que atrapa lo que le rodea, ahora todo humo y lágrimas y lo convierte en el misterio de la vida. El tiempo, el cambio, la vida como una mutación salvaje que acabará en muerte, la fortuna como un contrincante que juega con los dados cargados: “La solicitud como una condena que asfixia tu corazón”. Jean Grey enamorada del cuervo de Poe, la entropía como brújula para los que quieren perderse con conocimiento de causa, la tripulación que canta, muy borracha, la lista de los capitanes que se perdieron en el camino a Ítaca.

Guardo fotografías junto a Vicente en un encuentro en Teruel organizado por Nacho Escuín, «la piedra en el charco», era primera hora de la tarde y los dos estábamos exultantes. Nos habíamos escrito en aquellos correos electrónicos primerizos que eran como cartas: largos y sesudos. Nada de la inmediatez de las aplicaciones para conversar que hay ahora. Casi imaginaba su voz sin conocerla. Una voz cálida, amarrada a la vida, de corsario siempre al borde de la jubilación, de vagabundo a punto de poner una colada. Vicente Muñoz fue parte de aquella rebeldía con la que se alimentó el comienzo del siglo. Coordinó unos cuantos libros colectivos que reflejaban la situación de la literatura española contemporánea, unos volúmenes en los que si estabas eras “alguien” en el panorama nacional: Golpes, ficciones de la crueldad social, con Eloy Fernández Porta, fue la primera, editada por DVD en 2004, que fue la primera, después llegó Hank Over: Resaca. Un homenaje a Charles Bukowski junto con Patxi Irurzun, que apareció en 2008 con el sello de Caballo de Troya y una portada excepcional de Miguel Ángel Martín -que volverá a aparecer en este motel en algún momento próximo- y que fue un éxito absoluto. Es imposible obviar el fenómeno que supuso 23 Pandoras: Poesía alternativa española que apareció bajo el auspicio de Baile del Sol en 2009, donde Vicente se atrevía -porque les aseguro que nunca estuvo más sobre el alambre- a seleccionar a sus poetisas favoritas de la década. La mayor parte de aquel listado se ha convertido en un canon de nuestra poesía y su trayectoria posterior demuestra el buen gusto y el profundo conocimiento que Vicente tenía de aquel presente lírico. No se puede olvidar el homenaje al movimiento beat que apareció en el año 2011, Beatitud: Visiones de la Beat Generatión, allí contaba con Ignacio Escuín como aliado y la edición de Baladí mezcló rockeros, poetas y gente que seguía con exquisita devoción los preceptos de Sam Shepard cuando se convirtió a la Iglesia del Bob Dylan del Dharma.

A la vez fueron apareciendo algunas obras propias que reflejaban un universo particular: el del corredor de fondo que escapa para volver cuanto antes a sus orígenes. Vicente es un autor contradictorio, capaz de pasar una buena parte de su vida conduciendo por carreteras secundarias: de sus primeros libros de narrativa, me siguen fascinando El merodeador y Mi vida en la penumbra editados en años consecutivos, 2007 y 2008, por dos de las más avanzadas editoriales de la época, Baile del Sol y Eclipsados.

Vicente ha escrito mucha poesía y ha seguido con sus relatos y sus antologías, pero ha alcanzado un sello propio en la trilogía de ensayos sobre películas de espanto y culto: Cult Movies 1: Películas para llevarse al infierno (Eutelequia, 2011, LcLibros, 2018), Cult Movies 2: Películas para la penumbra (Excodra, 2015, LcLibros, 2018) y Películas que erizan la piel (Canalla Ediciones, 2019). Imaginen el vídeado de la Naranja mecánica o el gancho de La matanza de Texas, todo da como resultado una lógica transitiva que nos permite tirar de un hilo imaginario que genera una cosmogonía fragmentada de la contracultura. Desde los destellos pulp de la Nouvelle Vague hasta los excesos visuales del hippismo más tóxicos, las adaptaciones académicas de Edgard Allan Poe, el Giallo italiano o el fantaterror patrio, la mezcla con alto contenido en absenta y celuloide, permite un festín para el que busca historias en los márgenes del celuloide, en las sesiones dobles o en las machacadas cintas de VHS de alguna tienda de segunda mano. La trilogía nos devuelve, la pasión por el cine diferente, aquel que busca impactar, emocionar, que ha escapado a la monstruosidad obsesiva y extenuante de las plataformas digitales.

Muchas de esas obsesiones se reflejan en el proyecto más ambicioso de Vicente, la segunda época del fanzine Vinalia Trippers. Un fanzine hecho libro, una revista que daba sentido a un momento y un lugar. A partir de una temática concreta una serie de fuera de la ley, drugos, aspirantes a funcionarios e, incluso, futuros políticos, escribían e ilustraban a caballo entre la grapa en blanco y negro y la antología pura. Fueron buenos tiempos, hubo ciencia-ficción, oeste, rollo quinqui, terror… siempre con Miguel Ángel Martín en la portada. Yo recuerdo que escribí sobre rumba catalana, Ámsterdam, un pueblo del que no se podía salir llamado Canciones Tristes, cintas de casete y vinilos y un viaje en el tiempo muy especial, el que llevaba al Bob Dylan que grababa con Johny Cash viejos clásicos del folk hasta el Bob Dylan ochentero, de chaleco de cuero sin camiseta y pantalones por dentro de las botas saludando a Jesucristo junto con Tom Petty. No creo que nadie me hubiera permitido semejantes veleidades.

Pero la gran obra de Vicente Muñoz sigue siendo su libro Regresiones. Aparecido en 2015, puedes llamarlo narrativa agónica o dietario de un superviviente. León es el amor al que uno vuelve, resucitando una vida que eclosiona a finales de los setenta con el final de la pesadilla y el comienzo del salvajismo. De los Burning a los tebeos de Vértice -revisen otras habitaciones, están empezando a comunicarse entre ella-, el Barrio Húmedo, Casa Botines, Lovecraft y Poe, siempre Poe. Vicente estuvo en el último concierto que dieron Parálisis Permanente. De León al infierno. Regresiones es un libro que emociona porque son polaroids de un tipo que lleva tres décadas de autenticidad y amor a sus espaldas, un corazón inmenso que sigue teniendo la rabia a flor de piel. Regresiones llevó a León y me deja tener siempre cerca a Vicente Muñoz.

Viajamos a León y nos escribimos unos días antes. Me mandó recomendaciones para tiendas de discos, garitos de bocados apetitosos y secretos que ocultaba cada esquina. León era para mí un lugar con un punto mítico, en los tiempos en los que Miqui Puig me invitaba cada semana a su Can Tuyus, a su bodega particular en la Xarxa Radio de Barcelona, me había hablado de que León era un paraíso inamovible donde la belleza te asaltaba y las formas de elegancia eran variadas y nadie la discutía. León ciudad MOD, León la ciudad de Los Flechazos. La peregrinación de las lambrettas, los punk rockers enamorados también tenían su sitio. En León, en Regresiones, que es León puro, ya hablaba de eso Vicente Muñoz; y quería también hablar de Veredicto Final, mi propia banda ochentera, en la que yo tocaba la batería, y de grupos afines de aquel tiempo, Deicidas, Opera Prima, Flechazos, Positivos, Los Vagos, Abogado del diablo, Salamanders, etc..

Quizá el grupo más conocido de la ciudad son Los Flechazos. Con Alejandro Díez a la cabeza comenzaron su andadura en 1987 y se disolvieron en 1998 dejando tras de sí hits como Viviendo en la era pop -toda una declaración de intenciones- o La chica de Mel de su disco 1989, En el club. Alex Díez y la organista Elena Iglesias organizan y coordinan un festival referente para la cultura mod y el sonido beat en nuestro país durante toda la década de los noventa, el Purple Weekend. Un fin de semana donde la mezcla de latin jazz, psicodelia, sixties sound o garage eran especias que nunca faltaban para aderezar los sonidos extraídos de amplificadores de válvulas, singles de vinilo y corazones puramente analógicos. Aunque uno siempre tiene sus favoritos y no puedo olvidar una banda como Los Cardíacos y temas como Noches de Toison que recoge en poco más de tres minutos y medio la idea de un garito como lugar sagrado de la noche de una ciudad. Esos sitios que crecen y se agarran a tu corazón y tu memoria siempre tienen su sitio en este Motel Margot. Por cierto, antes de abrir la tercera puerta no quiero olvidar la carrera en solitario de Alejandro Díez al frente de su proyecto Cooper en un proceso continuado de destilado absoluto del concepto de canción pop. Cooper es la honestidad hecha melodía, como él mismo dijo antes de retirarse: “Una figura de la resistencia sonora de este país”

La trilogía leonesa termina con un equipo de baloncesto mítico. El Elosúa León de los noventa. Porque el baloncesto de la primera mitad de los noventa es el último aliento de la autenticidad. Más allá solamente hay aburrimiento, cupos y nacionalizados.

Elosúa León asciende a la ACB en la temporada 90/91 y monta un quinteto titular en el que el base era Ferrán Heras, que venía del desaparecido Cacaolat Granollers, el escolta un anotador compulsivo que iba a hacer historia en el FCB Barcelona en los años siguiente, Xavi Fernández y con dos americanos contrastados, Ben Coleman y uno de los mejores extranjeros de la historia de la ACB, Mike Schlegel, que hizo pareja con Anicet Lavodrama en los años dorados del Clesa Ferrol. Coleman se marchó la siguiente temporada al Barcelona para cubrir las bajas de Audie Norris y llegó a debutar en la primera liga europea de la historia, la del triple de Djordjevic contra el Joventut. El quinto era un cuatro bajito de dos metros de los que se llevaban por entonces, del que todavía guardo cromo de cuando jugaba en el Magia de Huesca, el vallisoletano Félix De la Fuente. En la siguiente temporada el equipo que dirige Gustavo Aranzana se convierte en la revelación de la competición, llegando a ser líder durante algunas jornadas y terminando segundo en la temporada regular. El quinteto se completa con Xavi Crespo, en el alero alto, que viene de jugar desde finales de los ochenta entre el Barcelona y el Joventut de Badalona y los dos norteamericanos que marcarán época: Raymond Brown, un pívot de dos metros y poco y un cuatro, Reginald Johnson, mito del Joventut de Badalona y con el que estuvieron a punto de ser grandes. A ese quinteto titular casi inamovible se unen dos suplentes que harán historia en el baloncesto español, aunque sea de modo distinto: el sexto hombre es un escolta cedido por el CAI Zaragoza, Alberto Angulo, uno de los mejores jugadores de la cantera aragonesa y que sería pieza clave del Real Madrid de final de siglo y también Willy Villar, uno de los directores deportivos más importantes de nuestro baloncesto. Aquel año el equipo de Aranzana es eliminado en cuartos de final por el Estudiantes y se clasifica para la Copa Korac.

En la temporada 92-93, Heras vuelve a Cataluña y ficha por el Valvi Girona, es la temporada del tercer extranjero y lo sustituye un americano explosivo, Mark Tillmon, con sus movimientos eléctricos y sus medias subidas por encima de las rodillas. Dura poco más de veinte jornadas hasta que es cortado y se incorpora un trotamundos de la competición, Michael Anderson, que había debutado en el Real Madrid de la temporada 89-90, la de la muerte de Fernando Martín y que después jugaría en Zaragoza, Gerona y Murcia hasta encumbrarse como mito en el Caja San Fernando de Sevilla, subcampeón de la ACB en la 95-96. Decir que desde el banquillo el sexto hombre es Silvano Bustos , eterna promesa del baloncesto español, con sus dos diez de altura, que no había aprendido casi nada de Arvydas Sabonis en su larga temporada en Valladolid y que probaría las mieles de la internacionalidad únicamente por tener unos pocos centímetros menos que Fernando Romay. El León aguanta en la ACB y obtiene una meritoria octava posición, pero es en Europa donde brilla, superando la fase de grupos y siendo eliminado en cuartos de final por la Philips de Milán, posteriormente campeón de la competición, a pesar de haber ganado el partido de ida por once puntos. En la siguiente temporada Xavi Crespo al Barcelona y solamente quedan Xavi Fernández y Reggie Johnson del equipo que hizo soñar a León en el año olímpico. Los de Gustavo Aranzana cambian su patrocinador a Elmar León y dan la oportunidad de debutar en ACB a Harper Williams, que recorrerá el resto de la década entre Estudiantes y Manresa, volviendo un par de veces a la disciplina leonesa. Imposible olvidar en el cinco a Joe Wolf, un pívot blanco con pasado NBA que realizó una notable temporada antes de volver a Estados Unidos ni tampoco a otro mito, José Antonio Paraíso, que solamente jugaría veinte partidos en el equipo después de salir por la puerta de atrás del Barcelona antes de marcharse al Cáceres donde se haría grande. Y terminamos en la temporada 94-95, simplemente por ser el momento en el que el Baloncesto León, sin patrocinador, pierde a su último símbolo, Xavi Fernández y solo se mantiene Gustavo Aranzana como entrenador del equipo que había hecho historia. De todos modos, esa temporada se demuestra que León siempre había sido un conjunto de cábalas y casualidades. Recoge y da amor a algunos de los grandes mitos de los ochenta y esa temporada corta a Reginald Johnson con 37 años y vuelve a juntar en el mismo equipo a Harold Pressley y Corny Thompson, la pareja con la que el Joventut había roto la hegemonía del Madrid y Barcelona con dos ligas consecutivas a principio de los noventa.

¿Qué os puede decir un zaragozano como yo cuando revisa viejos partidos y ve saliendo a Alberto Angulo del banquillo y martilleando con su pelo ya escaso y su formación pilarista el aro contrario? Que siento amor, porque los hermanos Angulo nos hubieran hecho grandes. A los de Zaragoza, digo.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí, Octavio? No lo sé, prometo que lo dejo con esta foto de un montón de piedras en el suelo del MUSAC. Dicen que es arte contemporáneo. Me imagino que ustedes, queridos lectores, que son gente formada lo entenderá mejor que yo. León, donde el fanzine se encuentra con el psicobilly y el vino es la medicina de los beatniks. León, donde uno sueña con ser Edgard Allan Poe vestido para salir en la portada de un disco de Style Council. Donde uno canta el blues del frío, mortal luz que nunca se apagará.

Cuando el Etna despertó, Battiato seguía así: diez canciones (más una) que lo explican todo

Si entre tus cien canciones favoritas no hay una de Franco Battiato algo estás haciendo mal. Si estás leyendo esto en el 2030 y no has bailado en una verbena de verano un tema suyo es que la pandemia ha vencido definitivamente. Battiato, después de una trayectoria previa en su Italia natal como compositor de música concreta, investigador de las posibilidades de la electrónica y el ruidismo, evoluciona hasta que en 1979 rompe con todo y se acerca a la música pop con L’era del cinghiale bianco. En 1985 Franco Battiato graba algunos de sus éxitos en español. El disco se llama Ecos de Danzas Sufí y en 1987, un año después de su éxito en España, Nómadas, que incluye la canción homónima compuesta exclusivamente para el mercado español. La Bola de Cristal, Isabel Gemio y unos años más tarde una aparición en el mítico programa La Mandrágora dirigido por el escritor Félix Romeo, uno de sus más rendidos admiradores.

Hoy en el Motel Margot abrimos una habitación para Franco Battiato, para diez de sus canciones, pero también para sus admiradores, que quieren estar cerca de él: escritores, músicos, artistas…que se dejan atrapar por la propuesta, piden una llave y nos muestran sus propios fetiches. Son nuestros primeros invitados.

Empezamos:

Despertar en primavera: ¿Es el Mediterráneo una historia inconclusa? ¿Se puede hacer una canción sobre las Dos Sicilias, uno de los últimos territorios independientes antes de la llegada de Garibaldi a la península itálica? La infamia como un arma política, el estrecho de Messina, Vincenzo Nibali y un viejo amigo que se marchó a estudiar derecho a Catania y que me escribía en sus cartas que en las posadas dejaban entrar a los españoles. Teniendo en cuenta que la primera universidad en Sicilia la fundó Alfonso V de Aragón, aquellos españoles hablarían con acento maño o con el catalán del Reino de Aragón. Turcos, castellanos y napolitanos viendo bailar flamenco exportado desde las Columnas de Hércules. Cerrar los ojos y despertar enamorado. Quédate junto a mí, soy un extraño en mitad de la noche. Alberto Contador derramando en la subida del Etna. Era el año 2011, yo ya estaba enamorado.

Alexander Platz: Antes de que U2 grabar Achtung Baby junto al Muro de Berlín, Battiato sentía el frío del Checkpoint Charlie. Años después camino junto a Pablo Malatesta por las calles buscando el club donde Nick Cave cantaba ‘The Carny’ en las películas de Win Wenders. Battiato besaba a Marlen Dietrich y añoraba la República de Weimar. Y el frío que deja la vida cuando se aleja un tren. Unos acordes de Franz Schubert y Lady Day ofrece una fruta extraña que amarga, pero prolonga la existencia. Mucho antes de los Hansa Studios, de Brian Eno y los bloques de apartamentos construidos como una colmena abandonada. Te espero allí, en la línea 5 del U-Bahn, llevaré bufanda gris. Como el resto de los que esperan.

La estación de los amores: Battiato captura el parpadeo de una vida con un sintetizador analógico, acumula las revueltas frustradas con acordes de un korg desvencijado, las llamadas no hechas que se quedaron atrapadas en los ping de un VCS3, retumbando en un eco oscilatorio, como una psicofonía de fantasmas que se resisten a ser olvidados, esperando que la mañana les limpie las lágrimas de todas las oportunidades perdidas. Dicen que uno no se transforma en vampiro hasta que se hace de día y que siempre quedan billetes en la estación de los amores. Nadie asegura que el horario que amarillea en el cruce siga vigente, pero la espera merece la pena.

Vía Láctea: Cantos de la lejana Tierra en el primer tema pop steam punk. Llegaremos a las estrellas utilizando solamente calderas y trajes, todo velcro y cremalleras, diseñados por Robert Hooke, cosidos con más voluntad que hermetismo. Un viaje a las estrellas, donde los astronautas más que aventureros son peregrinos, fuman en la sala de control y se preparan para formar una familia selenita o llegar hasta las puertas de Sirio, como si la búsqueda del vellocina la hubiera soñado Jules Verne y los cálculos realizados a cuatro manos entre Domingo de Soto y Léon Foucault mientras Pierra Laplace estima el lugar del aterrizaje a base de la probalidad suministrada por una máquina analítica y poética manejada por Ada Lovelace. Como Rodrigo Fresán en su libro ‘El fondo del cielo’, Battiato hace del pulp sacramento, de la ucronía canon mientras Warren Ellis escucha tocar los bongos a Richard Feynman. Vapor y volcanes, las catapultas preparadas en Córcega.


Nómadas: No es la pluma de Battiato, es la de Juri Camisasca -que abrió su concierto en Jardín Botánico en Madrid en el verano de 2017, cuando el mundo abría su última fruta fresca-, la que enamora a los niños que se embriagan de los bailes erráticos del italiano en la Bola de Cristal mientras de fondo los coches abandonan una ciudad mortecina que sabe que no va a contemplar el siguiente amanecer. Nómadas es la ley del desierto, es Lawrence de Arabia en Tatooine, Michael Caine en El hombre que pudo reinar, los vagabundos del Dharma mojando sus pies en el Atlántico.


Bandera blanca: Una misiva al hombre del tambor y la armónica, un descarado Battiato sabe que nadar entre las liras nunca será alimento suficiente para él. En una Italia convulsa, la canción aparece en su disco de 1981, La voce del padrone, el primer disco de que supera el millón de copias en el país transalpino y cuando Battiato se convierte en una estrella del rock, se ríe de las gafas de sol, de los programas de televisión, de los amos de la EMI a los que ha hecho todavía más ricos. Los coros de voces soviéticas y las percusiones exculpan al cantante en su pretensión de evitar a los crooners o los compositores de música culta, Battiato que viene de la música concreta es ahora un icono que se alimenta de aceites esenciales y uvas pasas. Parece una canción política pero no es más que la petición de socorro de alguien que se sienta solo en una discoteca mientras suena su último éxito.

Centro de gravedad: Una de las dos canciones culmen, imitadas hasta la saciedad, el éxito de la música disco con la letra más compleja de la historia. El saxo como un machete que se abre a través de la historia de la humanidad y convierte el baile en algo sagrado. De nuevo esos coros universales, ese oficialismo que mezcla el inglés y las programaciones primitivas. Verano del 68, la muerte de Pasolini y la traducción del italiano al español para que el fraseo suene natural: “Non sopporto i cori russi/La musica finto rock la new wave italiana il free jazz punk inglese/ Neanche la nera africana” (No soporto los coros rusos, la nueva ola italiana, el free jazz, el punk inglés y la monserga africana). Políticamente incorrecto mientras baila, en su versión española carga contra la “Movida madrileña” y el afrobeat que vuelve loco a Paul Simon y trata de reducir el sentimiento de culpa colonial a las antiguas metrópolis. Y termina con una salmodia que encajaría en el repertorio básico de Cole Porter o el Aute que cantaría años después “quiero bailar un «slow» with you tonight, tonight.”


Carta al gobernador de Libia: una pequeña lección de geografía política, los territorios libios se dividieron entre el Imperio Romano de oriente y el de occidente y la belleza resistió hasta la llegada del Islam que arrasó con la cultura bereber. Battiato desde el sur de Italia soñaba con el norte de África y aburridos traficantes y ministros conquistan territorios sin valor solamente por el deseo de ir más allá. ¿Quién conoce a Omar Al-Mukhtar? A veces uno duda de qué hubiera sucedido si el Rey Idris hubiera amado a Mónica Vitti entre los restos de los tanques de la 39.ª sección Panzerjäger del Afrika Korps. Entre tanto, seguimos viendo cómo muchachas de ojos tristes cubren sus cabellos por decisión divina. Ay, qué sed de mal.


Perspectiva Nevski: Una nana en mitad del frente ruso, allí donde no venció Napoleón, junto a las jóvenes en bicicleta que resistían la llegada de los invasores, Battiato saca a bailar a Baba Yagá sin miedo a ser arrastrado por el aliento del fuego que emana de la hoguera donde Mijaíl Bulgákov quema el primer manuscrito de ‘El maestro y margarita’. La bailarina de ‘Hansel y Gretel” haciéndose la toilette mientras envidia la danza que Nijinsky escribió para Till. Nijinsky olvidando el amor en un teatro de la calle Corrientes, la nieve cubriendo sus recuerdos y el recuerdo de Kiev, el Indio Solari escribiendo la letra de ‘Divina Tv. Führer’ mientras arde la catedral de La Plata. Al final, nieve y lava, olvido y sueño, distopía y utopía, ya nadie salta por el aire, aunque el sol, con el alba, parezca estar tan cerca.


Yo quiero verte danzar: Cerramos este listado con el segundo de los grandes éxitos de Franco Battiato en la década de los ochenta. En este caso la acumulación de referentes es tan grande que uno puede viajar a lo largo del mundo durante décadas escuchando esta habitación en la soledad de su cuarto. Con una rítmica zíngara, es imposible no pensar en la world music que triunfaría dos décadas más tarde en todo el mundo, reivindicando las distintas formas rítmicas tanto de marera lúdica como espiritual: ¿Quién no ha cantado eso de Radio Tirana y música balcánica o ha soñado con la Irlanda del Norte donde las gaitas se apilaban junto a las armas automáticas? Canciones que son mantras, verbenas que son el único escape para los que trabajan toda la semana, las melodías que son el recuerdo de los pueblos que habitaron antes la tierra que pisas… todo eso y un Battiato levitando mientras el pinchadiscos mezcla el final con Wild Boys en una década de sublime indiferencia y exceso.

Hay otras canciones, claro, No time, no space, que nos lleva al Battiato cósmico de su primera época de música concreta, la Era del jabalí blanco que tiene un aire pagano dentro de su melodía festiva, la revoltosa y inocente boutade antiburguesa que es Up patriots to arms o Mal de África con esos aires a biografía de Karen Blixen, pero nunca olviden que uno es fan de Battiato pero, sobre todo, preciosista del ángulo recto y el sistema decimal, así que mejor dejémoslo simplemente en diez…

Pero qué sería de una lista sin un tema extra. Sería solamente un listado, no una selección. Los elegidos anteriormente comparten una época y un tiempo: aunque divididos en la discográfica de Franco Battiato a lo largo de los setenta y ochenta, en España aparecen en los dos LP´s en vinilo que coinciden con mediados de década, con su aparición en la Bola de Cristal, los conciertos en estadios o la imitación de Martes y 13 en alguno de los especiales de Nochevieja. Franco Battiato adapta al español sus éxitos que acabarán recogidos unos años más tarde en un disco doble en formato cedé pero pasará mucho tiempo hasta que su obra vuelva a tener presencia en el mercado discográfico español. Battiato, harto de la música pop, dedica el nuevo siglo al cine, la composición de música instrumental y a experimentos sonoros, abandonando las giras europeas y entregando muy de vez en cuando discos con canciones de estructura clásica. En España su leyenda crece y crece.

Uno de los que reivindica su legado con más pasión es Jota, el cantante y compositor de Los Planetas, en uno de sus proyectos paralelos, Grupo de expertos solynieve -en realidad en su primera encarnación como Montero Castillo y Aguirre Suárez, dos míticos centrales del Granada FC de los setenta-, revisa en un italiano macarrónico Personalitá empírica, incluido en su disco Ferro Battuto de 2001. Esa pasión de Jota le lleva, junto a su colega en el Grupo de Expertos, Manuel Ferrón hasta Italia para adaptar todo el disco al español e intentar que Battiato retome el éxito en nuestro país. Una foto de los dos granadinos junto al siciliano, es el único documento que queda además de una inencontrable edición de Hierro forjado con los textos de Jota y Ferrón en la voz de Battiato, incluida Personalidad empírica. Pero, sin entender nada, me quedo con aquella cara B de La Cultural Solynieve interpreta el bonito folklore de Montero Castillo y Aguirre Suárez y otros extraordinarios artistas.

Franco Battiato vive oculto, escondido, su recuerdo último es una nota en un periódico nacional, un concierto en Pirineos Sur y otro en Madrid. Franco Battiato es uno de esos compositores con los que uno puede contar siempre, uno de esos que pasa de las cintas de cassette de un Renault 12 hasta la lista de reproducción de Spotify. La una manuscritas los nombres de las canciones por el abuelo, la otra seleccionada por el nieto. En el medio yo, con cedés grabados y portadas fotocopiadas o vinilos comprados de segunda mano en el rastro de Madrid.

Gracias a los amigos que se han alojado por una noche en este Motel Margot, por orden de aparición: collage de Rosina Abós, colección personal de Jorge Morgan, Rodolfo Notivol con la entrada del concierto de La Romareda de 1986 con Félix Romeo de Fondo, David Giménez en montaje artístico, entrada del concierto en el Jardín Botánico de 2017 de Ana Lacarta y colección personal del director del Motel.

Estrellas en la Transición

Las librerías de lance se han digitalizado. Ahora puedes encontrar de manera perfectamente ordenada libros de saldo a lo largo y ancho de toda la red. Hace unas semanas cayó en mis manos Derrama whisky sobre tu amigo muerto del argentino Raúl Núñez. Raúl, afincado hasta su prematura muerte a mediados de los noventa en España, publicó esta primera novela en la mítica colección Star Books que editaba bajo el auspicio de la revista Star.

La novela es una mala imitación de Charles Bukowsky con la única gracia de la infiltración en su telón de fondo de algunos ramalazos de la sociedad española de la primera democracia: un escritor de novelas del oeste, de esas que todavía se pueden cambiar en algún puesto de rastro o kiosko atrapado en ámbar, que deja pasar su vida a base de alcohol, mujeres y compañeros estrafalarios.

Más allá del valor literario del libro lo es el de la colección a la que pertenecía; en ella aparecieron por primera vez en España las obras de los beatniks (Gregory Corso, Jack Kerouac o William Burroughs), también periodistas que ardían como novas, los Hunter S. Thompson y poetas del ácido como Jim Morrison o Timothy Leary.

La revista STAR, junto a Ajoblanco, servía como punta de lanza de la primera y más auténtica contracultura en España, aquella que partía de una Barcelona cosmopolita cuya memoria emocional plasmó con tanto gusto Federico Jiménez Losantos en La ciudad que fue y rebotaba en la Sevilla de Gonzalo García Pelayo -el tipo que se gastó el dinero que ganaban Moviplay con Los Payasos de la Tele en discos de Luis Eduardo Aute, Labordeta o el progresivo andaluz de Smash o Triana, luego se dedicó a saltar la banca de los casinos de España, pero eso es otra historia-, llevando en el camino a Silvio, Nazario y Ocaña, personajes del ander (de underground).

De Nazario hace poco apareció la segunda parte de su biografia Sevilla y la casita de las pirañas, editada por Anagrama, y Ocaña es un personaje que muchos recuerdan por su striptease en Jornadas Libertarias Internacionales de la CNT de 1977 en el parque Güell de la capital catalana, su forma de transgresión pura en los límites de lo legal epató de tal modo a la sociedad española que todavía hoy se le recuerda.

Poco después aparecería el Víbora y la marcha se trasladaría a Madrid con los primeros picotazos del nacionalismo. Quizá ahora, visto en la distancia, las letras de La Banda Trapera del Río, la biografía de José Miguel González -más conocido como Onliyú, maravillosa su biografía que editó Glenat hace unos años- o el casi inencontrable libro Gay Rock de Eduardo Haro Ibars no resulten epatantes, pero son mucho más contestatarios y de mayor valor histórico que cualquier disco de los Pegamoides o los cuadros de las Costus.

Los grandes olvidados de la Transición, rompedores sin bagaje, pioneros llenos de intuición, restos de serie en viejos montones del rastro, de todos los rastros de España.

 

Madreperla de la vida o cómo atrapar el fuego en unas hojas de papel (sobre ‘Anatomía de un dandy’, vida y obra de Francisco Umbral)

Necesitaba una excusa para volver a llamarte, Paco. Necesitaba acariciar los lomos de los libros y soñar con uno de los ejemplares de Interino en el fondo de tu piscina. Necesitaba agradecerte la adjetivación nutritiva, el foulard de colores cálidos, las gafas de pasta, la manzana en la boca que camufla el aliento a whisky. Necesitaba verte, saberte, probarte como una fruta que crece entre alquitrán y fuegos de artificio, negrita para un paisaje. Paco, te tuteo con el atrevimiento del cobarde, con el hermetismo de la lejanía. En la provincia, más Manuel que Antonio, ya lo sabes tú bien, contemplo en una especie de éxtasis pagano Anatomía de un dandy, el magnífico documental realizado por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega. Estoy en la provincia porque mi camino es el inverso, de la ciudad que en mi ausencia traiciona al pueblo donde lo único que de mí conocen es el nombre. Anatomía de un dandy es uno de los más bellos documentales que he visto en mi vida. A la altura de 20.000 días en la Tierra de Iain Forsyth y Jane Pollard o Searching for Sugar Man de Malik Bendjelloul. La emoción pura, como un eclipse en la vida, dura un tiempo y te deja una marca indeleble en el alma.

Paso la mano por tus libros, que son míos y tuyos, como son las cosas que uno deja en herencia a un desconocido, y la electricidad sigue allí, presente. Salta una chispa que hace arder en la distancia un bosque y en la planicie que queda solo habrá un nicho. A veces imagino qué hubiera sido de mi vida sin Francisco Umbral. No hay vida sin Umbral porque no hay vida sin palabras y si la hubiera todos estaríamos mudos y al final el silencio como metáfora no es más que muerte. Cada libro de Umbral lo he leído en un estadio de avanzada soledad. Umbral es el Ratoncito Pérez de los prosistas españoles, esos que dejan regalos baratos bajo las almohadas cuando se van y te advierten con suficiencia carpetovetónica que al whisky -sí, al whisky otra vez- hay que ir bien cenado, como a las mujeres. Leí encendido de fiebre Madrid 650, enfermo de las últimas anginas de mi adolescencia, en esa pesada edición de Planeta que se hacía difícil de sostener en la debilidad de la enfermedad. Leí Las señoritas de Avignon en trance casi cachondo por el sexo furtivo y filial que describe con la tía tísica. Ya comprado con mi propio dinero, llegó El giocondo, llegó Un carnívoro cuchillo en esas ediciones con tus ojos miopes y el amago de melena presidiendo la solapa. Llegó la antología La prosa y otra cosa, editado en 1977 y que tiene fragmentos de sus libros más sólidos, un libro que son recortes de cimientos. Abro el libro y en su interior aparece un bonobús de cartón. Consumido. ¿Qué viajes se alimentaron de estas escrituras? ¿Quién era aquel chico que leía a Umbral en el transporte público? ¿Se parecerá a mí o me he abandonado en el camino?

Recorrí España, el norte y la meseta, sobre todo, a lomos del recuerdo de los poetas falangistas que se quedaron, resistencia más o menos pasiva, a la intelectualidad oficial. En el libro La leyenda del César Visionario el personaje de Franco es un exabrupto puntual para dar soporte a las contradicciones de los Ridruejo, Pemán y Foxá. Siempre pienso en Gijón -la ciudad, no el Café-, cuando vuelvo a este libro. Dos ejemplares iguales, repetidos como en un espejo, como si fuera la metáfora perfecta de España. Las dos Españas y en el medio, ahogada, la que yo amo. Tú amabas España y la engañabas, cabalgabas a sus espaldas muchachitas ciegas de anfetaminas y whisky y yo, cebado de katovit y JB, arrastraba carpetas con ejercicios de termodinámica en una facultad técnica de provincias. Pero todo era España. La tuya, la mía, la nuestra. Porque en 2003 la prensa anunció que tocaba leer ¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary? y yo le hice caso, porque entonces yo pensaba que la revuelta estaba en leer a Umbral, leer El Mundo, así, en general, porque en El Mundo escribían Federico Jiménez Losantos y Luis Antonio de Villena y Luis Alberto de Cuenca. Y yo no necesitaba más mundo que eso y un ordenador viejo sin impresora para cabalgar contra el vetusto régimen felipista. En aquel libro de fantasmas, Paco, hervían los complejos, la falta de universalidad de tu literatura. ¿Quién te va a querer más que yo, Paco? Un españolito del 78, profesor de instituto en un pueblo, lejos de la capital de provincia. ¿Dime, quién? Yo que cuento a todo el mundo que mis abuelos nacieron en La Nava de la Asunción como si eso me acercara aunque fuera un poco a Jaime Gil de Biedma. Leer a Umbral por política, leerlo en Memorias de un niño de derechas y leerlo en Diario de un snob, leer a Umbral que quiere orden en la noche para poder desordernar las camas y tener preferencia en los accesos a los últimos garitos permitidos. Umbral en su impostura, dejando al espejo elegir el color de la corbata y los calcetines. Umbral que sueña con pisar la serpiente mientras extraña su veneno. En el documental Umbral habla de la olivetti portátil y mi mujer me dice que guarda una en un sótano o en un armario o en alguno de esos lugares donde se guardan las cosas que no se quieren marchar de una casa. Como Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo en edición de lujo y que me escapó la primera vez que llegué a casa de mi suegra entre los libros de su biblioteca. Explorar la biblioteca de los demás, dejar de ser un extraño cuando uno la conoce por completo. Algo así debe de ser parte de la familia. Juntas las dos, la edición y la máquina de escribir portátil, para dar más fuerza a este texto.

Leer a Umbral de manera desordenada, leer a Umbral cuando toca, que es siempre, leer a Umbral siendo hijo y siendo padre, siendo hijo y padre a la vez, siendo amigo y amante, siendo un proyecto y una realidad, un error y un acierto. Leer a Umbral en plena pandemia, porque has encontrado en las cajas de una mudanza Trilogía de Madrid y escribir un mensaje de madrugada al poeta Enrique Cebrián y prometerle que se lo ibas a regalar y encontrarte que llega la vacuna y no hay regalo. Leer  Trilogía de Madrid porque amas a tu mujer y tu mujer ama Madrid y la cuesta de Moyano. Leer Trilogía de Madrid e intentar explicar a las once de la noche, con tu hijo finalmente dormido y los dos aturdidos de correcciones y lavadoras, la belleza de sus páginas, el narrar tempestuoso, la sangría vital de un autor al que solo retenían los callos castigados por las teclas. Leer El día que violé a Alma Mahler por vicio y adicción en la edición de Destinolibro y no recordar nada. Tener Las ninfas en edición del Círculo de Lectores y no tener La noche que llegué al Café Gijón a pesar de recordar fragmentos completos. Una adolescencia con una reproducción de la Tertulia del café de Pombo en el cabecero de la cama, como quien tiene un Cristo de Antonio Saura, pensando que Ramón Gómez de la Serna me iba a susurrar por la noche las habilidades con la papiroflexia de Ramón Acín. En el Café Gijón, con una batería de una banda de rock y una bolsa llena de tebeos, con la boca abierta y el café con hielo, nada de esos vasos altos para chulapos y turistas. En el documental Francisco Umbral me parece hasta guapo. Belleza de dandy, de cantante de boleros, de miope con los cristales de las gafas sucios, belleza de alergia a la muerte, de tranvía y caminata, redacción a redacción, billete a billete.

Cuando llegamos a la parte de Mortal y rosa no puedo contener las lágrimas. Mi hijo duerme en la habitación de al lado. El pavor de la luz que va y viene, como en un parpadeo de un Dios cruel que parece jugar. En la vieja edición de Mortal y rosa, la de Cátedra-Destino, manoseada como se manosean los libros que definen una vida hay una fecha, Zaragoza, 24 de noviembre de 97 y en un cuadrito una inicial, M. ¿Quién sería aquella mujer? Hay hojas dobladas, la 140, la 158, la 165, marcadas, pero sin subrayar. Citas que se han perdido, citas del tiempo en el que leía a Dámaso Alonso y su Madrid, ciudad de un millón de cadáveres. Un cadáver bello el que cultiva la tierra que no es sagrada, Mortal y rosa se vino conmigo durante los años de quemar los ojos bajo la luz de un flexo, una veintena de libros que eran como botes para un hombre que ya se ha ahogado. Años de estudio y más estudio, de búsqueda del hijo, de un hijo donde abandonarme y poder descansar. En el corazón se oscurece el rosa hasta mutar al rojo de la sangre. Escribía sobre un hijo olvidado, buscaba la paz en la rutina, en lo que ya está inventado. Soñaba con Miguel Delibes escribiendo en los bordes de las pruebas del Norte de Castilla, escribía en los márgenes vacíos de exámenes conservados, números y cuentas que calcularon alumnos que se marcharon hace tiempo. Cuando nos esforzábamos en olvidar al hijo yo te creía, Paco. Sabía que habías visto lanzar dos dados contra corazón de Pincho y ver cómo sumaban trece. Mordí mis labios para que fuera la sangre la que hablara y la lágrima la que ahogara mi voz cuando ella comenzó a marcharse. En aquellos meses huíamos de nosotros mismos: en la Alcarria buscaba a Camilo José Cela, al Cela que fumaba negro y pasaba frío, como nosotros en la pensión que alquilamos. Llorábamos hacia dentro, sin lágrimas, porque el silencio es eco de tristeza como la ausencia de noticias es una muerte que no se ha vivido todavía. Había un Centro de Interpretación, patochada ilustrada de estos tiempos de paneles e iluminaciones. En las fotos la gente fumaba. Ya solamente se fuma en las fotos antiguas. Rostros como teas encendidas entre calada y calada. Qué fácil arde el papel de las antiguas películas fotográficas. Blanco y negro o sepia. El blanco y negro se agrieta con el tiempo, como la piel cuando sostienes un ducados durante demasiados años. Pensé en el escritor que agarraba la pluma y dejaba un rastro de tinta y ceniza mientras emborronaba pruebas de imprenta desechadas. Yo, como él, dejé el tabaco, pero no me adentré en la pólvora. Los viajes son purgatorios de las agresiones de la vida. Ella me pregunta ¿qué piensas? En una librería de lance compro Madera de boj y San Camilo, 1936. Compro La cruz de San Andrés y Oficio de tinieblas 5. Los coloco al lado de Mazurca para dos muertos y escribo a Juan Luis Saldaña, novelista y guionista, le cuento, le recito más bien, le hablo de que mis manos huelen a madera mojada, casi podrida. Esos libros son como experimentos encuadernados, son tus hermanos mayores, trascendentes y pesados, porque tú eres hijo y eres nuestro padre. En el trastero de mi vida hay unas cintas de cassette grabadas por mis padres. Está mi voz infantil, atrapada entre bromas y risas. En la cara A pone “Niño”, en la cara B, “Golpe de Estado”. Contradicciones en la vida de mi padre que registraba los primeros juegos de su hijo en un lado y en el otro parte de la historia de España. Las cintas como ese ámbar del que nos alimentamos, como esa caja de caudales en un tebeo de posguerra.

En Cuenca pienso en el cuello arrugado, el cuello de gallina de Brigitte Bardot, pienso en Enrique dominando con mano dura Sol de España. Pienso en Francisco Umbral trasegando coñac con Raúl Cimas mientras hacen tiempo para el concierto de Esplendor Geométrico. Pienso en todo eso mientras leo Un ser de lejanías en la habitación. Por primera vez no temo ya los sueños, porque los sueños terminan disipándose como agua pesada, que sabe dónde marchar. En el documental Anatomía de un dandy hablan del libro como el último gran libro de Umbral. Paco, solamente llegué a la página 45. Quizá aquel fue el comienzo de una historia, una sencilla. Una breve. Una historia con final feliz. Aquel viaje con sordina de tristeza. En aquellos cuadros había duques y marqueses que con sus estornudos amenazaban con desnudar a mi mujer.

En el verano de la distopía, estábamos en Soria, en una casa rural en Garray. Mi padre había amado tanto que su corazón tenía saltos inconclusos y habilidades propias. Mi padre me abrazaba cada noche como yo abrazo a mi hijo, porque los abrazos son transitivos cuando uno es hijo y padre a la vez. En una preciosa librería de Soria yo buscaba libros de Peter Handke, seguía la pista de Félix Romeo e Ismael Grasa en los años noventa y terminé comprando Capital del dolor. Y pensé en todo aquel frío de Valladolid cuando fuimos a finales de los ochenta y supe que España tiene rojo y azul en las venas como cualquier animal noble. Mi padre y su corazón. Una vez más te encontré cuando buscaba otro muerto en el camino de la vida. El desorden de tu obra es siempre tan nutritivo, eso ya lo he comentado antes o lo comentaré más tarde.

 

La historia tiene final feliz, Román duerme en la habitación de al lado y yo acumulo poses frente al espejo, cada vez más hinchado, cada vez me sienta el chaleco peor, leo La forja de un ladrón y esbozo una sonrisa pensando que cuando la vida florezca iremos en talgo hasta la Granja de San Ildefonso y en Iberlibro, por menos de tres euros, me hago con los Los helechos arborescentes con los fusilamientos goyescos en la portada. Más de cien libros. Todavía tantos pendientes. Mi vida, la de mi hijo, la nuestra. Tiempo todavía para volver al vaso largo y las librerías de viejo en las capitales de provincia.

 

Gracias a Enrique Cebrián y José Luis Melero
Gracias a Beatriz de Flamingo Comunicación y a la productora Malvalanda