Otra forma de mirar hacia el Oeste: western y blasters

Para mí, en estos momentos, el sábado es el día después del estreno del nuevo capítulo del Mandaloriano. Una descripción sucinta para un estadio vital mágico. El Mandaloriano, ampliación del universo de la Guerra de las Galaxias que, con su buen gusto formal, ha mostrado las vergüenzas de la última trilogía espacial, tiene más de Sergio Leone que de Star Trek.

El Oeste, ese lugar mítico que atraviesa las generaciones, que se mantiene firme frente a las veleidades del público, siempre dispuesto al revisionismo circular: dar la vuelta completa para acabar igual. ¿Escribiría usted el Oeste con mayúscula o con minúscula? Conservo un dibujo de mi padre, es un sheriff disparando al aire en un escenario donde se reconoce un saloon y un abrevadero y un cartel clavado en el suelo donde pone Texas. El niño que pintó aquel pistolero no tendría más de ocho o nueve años y vivía en una Zaragoza donde el desarrollismo era como las armas automáticas, algo que se vislumbraba, pero para lo que todavía faltaban unos lustros.

Estaba escribiendo sobre la segunda temporada de El Mandaloriano -que hasta tiene nombre de saga de Enzo Barboni- el día que murió Sean Connery. Nada es casualidad en Motel Margot o por lo menos le encontramos rápidamente acomodo en una habitación a los que se incorporan al panteón de los mitos. Más allá de la falda escocesa y el implante capilar, del permiso para matar y el «Sólo puede quedar uno», incluso pasando por alto su condición de padre de Indiana Jones en la ficción, Connery protagoniza uno de los western más atípico de la historia del cine: ‘Atmósfera cero’. Estrenada en 1981 todavía conservo una copia en deuvedé en alguna parte del motel, con su icónica portada en la que se ve a Connery portando un arma larga, una escopeta o un rifle láser, solo frente a la amenaza de unos sicarios que buscan darle una buena lección. La película tiene algo de herencia de las claustrofóbicas bases espaciales de los ochenta, como las que se pueden ver en Aliens o las que se prometen en las colonias exteriores de Blade Runner. La misma idea de una colonia minera donde el Marshall Connery es la única ley, pero en la que los mineros están demasiado asustados como para hacer frente a los mafiosos es un arquetipo de cine del Oeste. Connery muere un día después del estreno de la segunda temporada de El Mandoloriano, en un primer capítulo que lleva como título ‘Marshall’ y en el que el protagonista acude al planeta Tatooine para ayudar a una colonia minera: hay blasters, rayos láser, habitantes de la arenas y el cantinero sirve bebidas azules en vasos sucios. Solamente falta Lee Marvin cantando ‘Estrella errante’ montado en un speeder robado a los remanentes imperiales. Pronto abriremos una de las habitaciones del sótano, las que yo llamo ‘Suites Pandora’, por lo que provoca cuando sale lo que hay dentro, concretamente para descargar odio y pasión por lo que está sucediendo con Star Wars pero hoy sigue tocando hablar del Oeste. Deseo de ser piel roja que escribía Leopoldo María Panero o cantaban los 091.

En España entendemos el oeste de una manera diferente: podemos escuchar a los Leone, que viven en Madrid pero tienen su corazón en Almería y cubren esa distancia a base de boleros y pasión eléctrica. Acaban de publicar su nuevo LP, Canciones de amor y odio vol 1 (Clifford Records, 2020). Los Leone son tipos duros de esos que bajan “pal centro” como en una canción de Malevaje y que cuando se echan a dormir después de una noche azarosa reciben la visita de los Amaya que les susurran en sueños la melodía de El bueno, el feo y el malo. Son de Almería que es donde se rodaron muchas de las películas del spaghetti western y donde Alex de la Iglesia situó su hermoso homenaje a esa época con su largo 800 balas al que solo le faltó un cameo de Clint Eastwood para que hasta las capitanas que ruedan de fondo en todo escenario que se precie soltaran alguna lágrima. Pero no solo fue en Andalucía donde el Oeste tomó forma mortal y se hizo copia para sesión doble, también en Aragón hubo rodajes en escenarios menos conocidos como los paisajes del río Cinca o en municipios oscenses como Fraga o Alcolea de Cinca. Allí encontraron localizaciones para películas con títulos tan sugerentes como La diligencia de los condenados o Veinte pasos para la muerte. En la obra Western de Sergio Belinchón editada con motivo de la edición de 2011 del Festival de Cine de Huesca, se recogen interpretaciones y estudios de aquellas producciones menos conocidas para el gran público pero que son parte fundamental del ADN fronterizo de nuestro país. Y como ya he comentado antes, en este Motel Margot no hay coincidencia que valga, la cultura pop se abre camino como un sable luz recién construido y gracias a mi amigo el director de cine Sergio Duce pude conseguir una copia de Orgullo, el primer western español de la historia, dirigido por Manuel Mur Otín en 1955 y que la plataforma Flixolé ha restaurado para el disfrute de los arqueólogos de lo pulp. Rodada en los Picos de Europa, la película no tiene ningún amago de impostura, la ambientación es española y los lugareños visten de época, boina calada incluida. Eso lo hace todavía más apreciable para el que degusta esta mezcla de melodrama y aventura con una pizca de efluvios shakesperianos, con amores prohibidos incluidos.

Entre Orgullo y 800 balas hay singles de vinilo con la canción de la Leyenda de la ciudad sin nombre, fuertes de famóbil, indios y vaqueros de plástico duro en sobres de papel y un libro, Vivo o muerto: cuentos del Spaghetti-Western editado por la desaparecida editorial Tropo en 2008 y que se abre con una joya de Francisco Casavella que fallecería el mismo año de la edición de este volumen. No está caro en las librerías de lance ni siquiera descatalogado, pero pronto quedarán pocos ejemplares, deberán ser rápidos con el revólver. A Casavella también le tenemos la cama preparada en una de las habitaciones del motel.

Comencé con una serie de ciencia ficción, luego con un escocés que hizo de padre de Indiana Jones y hemos recorrido España desde Almería hasta Fraga pasando por Madrid buscando sol y sombra. La mayor parte de las veces acabamos disparando al aire nuestro láser para dispersar los malos pensamientos, por eso cualquiera dice que juega con su hijo a indios y vaqueros. ¿Dónde está el bien y dónde el mal? Eso es lo bueno de las películas del oeste que no se abusa del gris. Díganselo a nuestra Sara Montiel, que en Veracruz le dejaban elegir entre Burt Lancaster y Gary Cooper y nadie se escandalizó. Hasta Javier Gurruchaga les hizo una canción.

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