Archivo de noviembre, 2020

Chicas mejores que otras

Imaginen la Edad de Piedra. Desde entonces me la debía Sergio Algora. Nunca esperé un regalo tan generoso que lo compensara. Era septiembre de 2003 y presentábamos el número 9 del fanzine Confesiones de Margot en la sala Morrissey de Zaragoza. Hoy la sala es un gimnasio y está cerrado. Pero hubo un tiempo en el que fue el centro neurálgico de casi todo lo que pasaba en la ciudad. Tocaron Babylon Chat con Igor Paskual echándose champán por todo el cuerpo, tocó Jarabe de Palo mucho antes de que Pau Donés se hiciera famoso con La Flaca y también Elefantes con su primer EP. Entre el público estaba Enrique Bunbury que, después de verlos, les produjo Azul.

En la sala Morrissey había electrónica los domingos y resinas muchas noches. Una vez tocó Daniel Melero, el hombre que compuso Trátame suavemente con su bandas Los Encargados en los años ochenta. Daniel Melero era argentino, tocaba los secuenciadores con un solo dedo y todo el mundo lo conocía (y lo sigue conociendo), como el Brian Eno argentino. Si alguna vez quieren saber lo que han estado perdiendo estos años échenle una escucha a Dynamo de Soda Stéreo. Septiembre de 2003 e íbamos por el noveno número del fanzine. Estaba dedicado a la Zaragoza Extraña, con artículos sobre El duende del hornillo, un recopilatorio de anécdotas sobre el campeón del mundo Perico Fernández y hasta una entrevista a un grupo que no existía, Cédric y los Esterotrónicos. Aquel número aparecía con una página en blanco. Sergio Algora me había prometido que en vez de un poema o un relato me iba a entregar un secreto más personal, una estupenda receta. El tiempo se le echó encima y aquel texto con sus ingredientes, tiempo de elaboración y emplatado nunca llegó a mis manos. Sergio vino a la fiesta y se bebió algunos whiskies con sonrisa de niño malo. La historia continúa en otra de los lugares fundamentales de la noche zaragozana de la época, la primera Lata de Bombillas.

 

 

Allí Javier Benito, que había traído a los Luna a Zaragoza en sus míticos conciertos en el Rincón de Goya, montó una noche-homenaje a los Smiths. Para la ocasión Sergio, con su banda de entonces, La Costa Brava, adaptó y cantó el texto de Some girls are bigger than others del disco The Queen is dead. Es el último tema del LP, comienza con una introducción de guitarra de Johny Marr, con esos arpegios que parecen sencillos y que cualquier instrumentista consumado te dirá que son casi imposibles de reproducir. A los pocos segundos de comenzar el tema la música baja de volumen y parece que el mundo ha tenido una bajada de tensión para volver la acústica al primer plano repitiendo en su bellísima monotonía la melodía. Batería y bajo y otra vuelta más. Y otra. Entonces los dedos de Andy Rourke le dan el aviso a la voz de Morrissey para que empiece la fábula. En octubre de 2003 La Costa Brava tocaba en el festival de Periferias en su edición dedicada a Versiones. Para la ocasión y sobre el escenario del Centro Cultural del Matadero hicieron temas de Mamá, Los Módulos o Flaming Lips. En plena vorágine creativa -ese mismo año había aparecido también Los días más largos y Déjese querer como una loca– se meten en el estudio de grabación de Zaragoza Séptimo Cielo, y en 4 días, los que van del 20 al 27 de febrero de 2004, registran temas ajenos, arreglan canciones a medio hacer y montan su tercer LP en menos de un año, Se hacen los interesantes. Al día siguiente de terminar la grabación, 28 de febrero de 2004 en la FNAC de Plaza España en Zaragoza suben a probar los temas y escuchamos por primera vez Dos Ostras y reaparece en el repertorio Chicas mejores que otras. Yo me salté una clase de un Máster en Prevención de Riesgos Laborales que estaba cursando y convencí a una chica para que se viniera conmigo. Fue lo más cerca que he estado de vivir dentro de una canción de Sergio Algora. Recuerdo a Fran con la guitarra acústica interpretando una canción que entonces me pareció perfecta: Falsos mitos sobre la piel y los cabellos. Y Sergio Algora y Dani Garuz hicieron un tema nuevo, Mi última mujer, que entonces no se llamaba así y  además, la letra, supuestamente sin terminar, contenía un demoledor verso: “Te imagino en traje de baño/sentada sobre una toalla”. Aquella canción, uno de cuyos versos dio título a un libro de Aloma Rodríguez Los idiotas prefieren la montaña tenía como origen una leyenda urbana: una noche que pinchábamos Sergio y yo en el Candy Warhol, Fernando Frisa, el dueño del garito, le contó que una vez fue a buscar a un novieta a casa de sus padres, pero se equivocó de piso y la voz que contestó y le invitó a subir le pareció una promesa mejor que la realidad que le esperaba en el otro piso. Sergio Algora improvisó una melodía con sus manos y su luz incandescente, los mejores instrumentos que poseía. Era un bar vacío una tarde de mayo y pensábamos que la botella de la vida no se iba a terminar por mucho que la apurásemos. Era un tiempo delicioso que se termina escapando como los buenos sueños al levantarte de la cama camino del trabajo. Sergio me regaló una copia de aquel disco antes de mandarlo masterizar y todavía conservo el cedé tostado con su letra de poeta modernista, con una caligrafía que contiene una historia en cada letra.

 

 

Unos meses más tarde aparecía mi primer libro de poemas, ¿Por qué no nos hicimos todo el daño de una sola vez? con la editorial Devenir y alguno de los textos hablaban de aquella tarde y de otras tardes y de aquella chica y de otras chicas que conocí con Sergio. Algunas veces Sergio y yo caminábamos por Zaragoza, comíamos en restaurantes, bebíamos en la Plaza Santa Cruz y me enseñaba un local pequeño en la calle Espoz y Mina donde iba a montar un bar para dejar su trabajo de falso oficinista. A veces se le hacía tarde y le acompañaba a los ensayos de la banda. Ensayaban poco. Siempre la misma broma, nunca perdía la gracia: “Ensayar es de cobardes”. Normalmente venía Fran desde Gijón y después las cosas se prolongaban de manera que se mezclaba la tarde con el día y uno se sentía seguro siempre que tuviera un tren listo para salir huyendo. Por cierto, la academia donde estaba haciendo aquel máster cerró hace unos meses después de décadas de historia como centro formativo.

 

 

Some girls are bigger than others no apareció nunca como single y la única edición en vinilo que uno puede encontrar es la que apareció en Alemania en versión de 7 y 12 pulgadas con la portada original del single Ask y el color cambiado. Teniendo en cuenta que There is a light that never goes out también aparecía en aquel LP y tampoco se publicó como sencillo en su momento parece estar claro que la capacidad de selección de Morrissey&Marr no era la más acertada en aquella época.

Llegó el verano y en Graus se celebraba el Meeting Pop, un delicioso festival de música independiente al que acabamos yendo invitados en mi caso como una mezcla de corresponsal de la edición aragonesa de Mondos Sonoro y vendedor de fanzines y discos en el mercadillo que se montaba siempre en el interior del recinto. Pedro Vizcaíno, de Grabaciones en el Mar, nos dejó sus discos para vender y montamos un stand en el que ofrecíamos la firma del último disco de La Costa Brava, Se hacen los interesantes, un disco y un vaso de plástico con vino Marqués de Cáceres por diez euros. Por supuesto llevamos muchas botellas de vino y ningún sacacorchos. Aquella noche también tocaron Vive la Fete un grupo de electroclash belga con una vocalista que era una mezcla entre Brigitte Bardot y Deborah Harry. Había mucho ruido aquella noche en Graus. Sergio le dedicó a mi hermana Salu Mujeres y días y en lo mejor del concierto se fue la luz. Sergio Algora y Dani Garuz se sentaron en el borde del escenario y completamente desenchufados hicieron, claro, Chicas mejores que otras. Creo que entramos en tal éxtasis colectivo que la instalación se alimentó de nosotros para que volviera la electricidad. Hay una foto en la que Sergio sostiene un vaso de plástico sobre el anverso de la mano con su camiseta de Puerto Rico y Fran lleva en la mano un rotulador indeleble y yo aparezco en el medio con veinte años menos pensando que la vida siempre iba a ser así de divertida. Volvimos esa misma noche con Mamen conduciendo y yo contándole historias para que no se quedara dormida. También le escribí algún poema a Mamen.

En la portada del single alemán aparece la actriz Yootha Joyce, conocida por su papel en la serie británica Un hombre en casa. No conocía de su existencia. Más impactante es la carnosa figura de Paul Morrissey en la portada del primer LP de los Smiths o esos jóvenes teddy boys en la del recopilatorio The World Won’t Listen. Ese fue el primer disco en vinilo que tuve de los Smiths. Una vez me lo llevé a pinchar a La Casa Magnética, uno de los pocos garitos de la ciudad donde tenían equipo para vinilos y después de una noche intensa acabé colocando un whisky con cocacola sobre la galleta del vinilo mientras sonaba Panic y al imitar el movimiento de las maracas de Morrissey el líquido se derramó y nunca volvió a sonar igual. Si te fijas con mucho, mucho cuidado en la primera película de Ray Loriga, La pistola de mi hermano, basada en su libro Caídos del cielo en la habitación del protagonista se ve de pasada la portada de The World Won’t Listen entre la ropa sucia del chico. Creo que en Zaragoza fuimos a verla al cine cinco o seis personas. Era bastante floja. Salía Viggo Mortensen antes de hacerse famoso con los anillos y las espadas. Yo quería ese tema, lo quería en la voz y con la letra de Sergio. Íbamos por el número 12 del fanzine y en ese número yo quería acompañarlo con una mixtape con canciones inéditas de grupos aragoneses. Sergio era muy vago para este tipo de cosas. Pero yo soy muy insistente. Fue en el estudio que tenía Dani Garuz en su casa de la calle Bolonia. Dani hizo las voces, la producción y las guitarras y Enrique Moreno, que era el batería, unas percusiones geniales. Dani además me regaló para el recopilatorio su revisión de Girlfriend in a coma que aparecería como Mi chica está en coma en su primer disco en solitario Dormidos en el zoo que publicaría en 2005, ya fuera de la banda.

 

 

Aquellas canciones se tostaron una a una y bajo el título de Mauricio, levántate y zamba se regalaron en la presentación del número en La Casa del Loco. Aquella noche La Costa Brava abrió el concierto, iba o venía, uno nunca está muy seguro de esas cosas. Esas canciones desnudas se escribían en cartones que aparecían debajo del sofá de una casa alquilada justo al terminar una mudanza. Momentos que guardas en cajas que olvidas cerrar o que llenas de agujeros sin darte cuenta y cuando vuelves a por ellos se han escapado y ya no queda nada. Un recuerdo, tres de las canciones favoritas de Sergio, aparte de las que grabó o tocó con sus grupos eran: Lover, lover, lover de Leonard Cohen, Oh, your pretty things de David Bowie y Escenas olvidadas de Golpes Bajos.

 

 

Sergio murió en el verano de 2008. Yo guardé aquella canción. Una vez, en la primera temporada de Comunidad Sonora, junto con Alberto Guardiola, la pinchamos al filo de la media noche. Estábamos prácticamente solos en aquellos inmensos estudios de Aragón Radio y yo quería compartir esa parte única de mi vida junto él, con todo el mundo. No sé cuántos estaban escuchando. Pasaron más de diez años y Joan F. Losilla al frente de Madmua Records ha querido recuperar el tema junto a otra rareza, el único tema que Sergio Algora grabó fuera de sus bandas, Los indios mic-mac junto al guitarrista de Glutamato Ye-Yé, Patacho Recio, en su disco Fuga de vocales. La historia de esa grabación y la noche que conocí a Patacho en un concierto homenaje a Guille Martín en la sala Oasis da para otra habitación, pero para esa todavía no tengo preparada la llave.  Disfruten de la amistad y el cariño que impregna el arte con el que Óscar Sanmartín acompaña el diseño del single.

 

Su parte de la noche: creadoras argentinas

Es octubre, lo sé porque desde Zaragoza me llegan correos electrónicos contándome cómo están siendo las fiestas del Pilar. Recorro las librerías de la calle Corrientes en Buenos Aires. Es el año 2002 y el Corralito está muy presente, la época de los presidentes saliendo por la azotea de la Casa Rosada en helicóptero. En un quiosco, en la portada de una revista creo ver al Dioni y se lo comentó a una amiga que me acompaña. Resulta ser Néstor Kirchner, que suena como uno de los posibles candidatos a la presidencia de la Argentina. Compro boletos para ver a Adriana Varela, que hace varias noches seguidas en Luna Park y cuando el dueño de la disquería me ve mirando las cubetas me ofrece un cedé sin tapa ni carátula; es de color rosa. Rosario Bléfari me dice, lo mejor que tenemos en el ander de acá. Sí, la conozco, le digo, es la cantante de Suárez. Él me deja por imposible. Un listillo diríamos en España.

A la Bléfari la conozco porque a su banda Suárez la publicó en España el incansable director de Zona de Obras, el gran Rubén Scaramuzzino. La discográfica se llamaba Plan B y también editó el primer disco solista de Gustavo Cerati tras la separación de Soda Stéreo, Bocanada, pero eso sería abrir otra habitación del Motel. Rosario también cantaría unos años después El rey ha muerto, un tema de mi amigo Sergio Algora en un tributo al Niño Gusano.

Me llevo un disco de Celeste Carballo y en una de las librerías de segunda mano encuentro Buenos Aires me mata, el libro de Laura Ramos, la mejor cronista de la movida porteña. Laura fue la primera que vio juntos a Rodrigo Fresán y Andrés Calamaro en un coche camino del Prix D’ami para ver el debut como banda de los gemelos Bang-Bang después de que hubieran abandonada su carrera en la lucha libre. Laura Ramos me descubrió que no hay nada más bello que escuchar a Hilda Lizarazu de Man Ray cantar Señal que te he perdido. Aquellas historias aparecían en el suplemento del diario Clarín y eran los noventa en Buenos Aires.

Los ochenta también los dejó por escrito en Corazones en llamas junto a Cynthia Lejbowicz. En la portada salen Cerati, Charly García, Fito Páez y Fabiana Cantilo. Fabiana había empezado tocando con los Twist y era una Cleopatra pop que además se incorporó como uno más a la banda de acompañamiento de Charly García y esa banda, en aquella época, iba muy fuerte. Fabiana, la Fabi, tocaba Roxanne con una guitarra española mejor que Sting. Por aquellas páginas aparecían las Viuda e Hijas de Roque Enroll, una banda de rock en la que estaba María Gabriel Epumer. María Gabriel tocaba la guitarra y cantaba. Luego también se hizo parte de la banda de Charly García. Ese mismo verano de 2002 la pude ver tocar con el maestro en un club pequeño, el Roxy. María Gabriela lo acompañó sin inmutarse, agarrando la viola como un báculo o un martillo, según el tono que tocara.  No era la primera vez que la había visto en un escenario, en agosto de 2001 en un evento que se llamó Fémina Rock estuvo en el festival Pirineos Sur en Sallent de Gállego, en el Pirineo oscense. Recuerdo que Jose Lapuente me coló en el backstage para conocer a Andrea Echeverri, la cantante de Aterciopelados, que compartía cartel con ella, Amaral y Julieta Venegas. María Gabriela falleció súbitamente en junio de 2003 de un paro cardiorrespiratorio dejando varios discos solistas, el más bello en mi opinión, Perfume. En los años siguientes, ya en España, conozco a una amiga de María Gabriela Epumer, la bajista Laura Gómez Palma, con la que había montado la banda Las chicas, y que se ha establecido en nuestro país para tocar como músico de acompañamiento de distintos solistas. En aquella época está tocando con Loquillo y Jose Lapuente, el mismo que me había colado en el concierto de Pirineos Sur, me propone para presentar un maravilloso libro de poemas de Laura, Desde el agua. Laura tiene alma de gaucho y manos de seda a pesar de tener los dedos curtidos de contrabajo y riendas.

Como todo en la vida, un parpadeo, los años siguientes leo y escucho a las creadoras argentinas, hasta que por mediación de Mariano Gistaín me acerco a Mariana Enríquez. Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez es un laberinto de muerte y magia que abruma como el calor de las provincias de Misiones y Corrientes, que tiene algo de monstruo que tortura como los vuelos mortales del Proceso, que se sumerge en mate mezclado con ácido para los que habitan el Londres de finales de los sesenta. El fantasma de Bilardo, la masa seca de una factura que ha permanecido demasiado tiempo en el fondo de una alacena, Mar del Plata como un remanso frente al monstruo Buenos Aires. Nuestra es la noche no es una novela porteña, no hay tango ni Soda Stéreo, hay poesía y montoneros, hay culto a la carne como en David Cronenberg, en Clive Barker y en el Otromundo que se nos muestra inocente en los tebeos de Excalibur de los noventa. Y quizá Mariana no note nada de lo que acabo de nombrar porque este tipo de veneno se extiende sin preguntar y queda dentro, muy dentro. A veces uno encuentra libros que te atrapan con tanta fuerza que no sabes si quieres terminarlo o quedarte a vivir dentro para siempre. Sabes que pase lo que pase estás unido a él, que si lo dejas en la mesilla durante la noche te devorará y cuando vuelvas a la cama, después de saciar una sed impropia con un agua demasiado tibia, solo encontrarás una silueta que recuerda a tu propio cuerpo sobre el colchón.

En Nuestra es la noche hay un aroma inconfundible a la obra de la fotógrafa Sara Facio y su compañera Alicia D´Amico. Esa manera de captar el blanco y negro de la vida y atrapar las palabras. La edición Retratos y autorretratos contiene instantáneas de los grandes escritores latinoamericanos de los setenta, pero la foto que resulta más impactante es la de Silvia Ocampo, tapándose el rostro con la mano, después de un largo poema de versos manchados de la sangre que cae al folio tras morder un labio -sea propio o ajeno-, Demasiadas fotografías son culpables. El libro tiene tamaño de revista y es en blanco y negro. Está editado en 1973 por Ediciones de Crisis. Aún vivía Isabelita Perón cuando apareció. Reviso la Antología de relatos fantásticos argentinos en edición de Jaime Helios y encuentro un cuento de Silvia Ocampo, Fidelidad. Silvia muere en 1993. Ha pasado veinte años tapándose la cara. La otra autora que aparece es Liliana Heker y su historia, La llave es una odisea por la noche del barrio en Buenos Aires, cuando uno no sabe si los pocos colectivos que ve por la calle son los últimos de la ruta o los primeros del día siguiente.

Las creadoras argentinas son seductoras por naturaleza. Se imponen en una sociedad que sigue tirando hacia lo machista por su herencia italoespañola, pero cuando ellas están se nota. En su antología Buenos Aires Juan Forn selecciona a Tununa Mercado, Ana María Shua, Cecilia Absatz y Sylvia Iparraguirre. La primera edición es de 1992, yo tengo la edición en la clásica colección de compactos de Anagrama. Me gustan estas antologías, me gusta revisarlas pasadas dos o tres décadas. Hay aciertos y olvidos. Ya está la Muchacha punk de Fogwgil, y también César Aira, Piglia, Alan Pauls o Fresán.

En aquel verano del cono sur las cosas iban muy rápidas. Quería verlo todo: un concierto de Mariana Melero -a la que conocía por los créditos de los discos de Antonio Birabent-haciendo bossa-nova en Palermo o ver cómo se llevaba a escena La casa de Bernarda Alba en un teatro de Corrientes con una compañía de mujeres con acento porteño. En aquel verano iba a los multicines de los grandes shoppings del centro para ver películas yo solo. En la pantalla los labios perfectos de Dolores Fonzi en una película de arte y ensayo llamada Caja negra. La Fonzi había aparecido en  la primera película como director de Fito Páez, una cinta pesada y presuntuosa con guion de Alan Pauls-miren, unas habitaciones arriba- y eso la hacía parte del inconsciente colectivo.

Prendí la televisión y encontré una serie en Netflix que se llamaba Puerta 7. Allí estaba Dolores otra vez. Una mina dura, que aguanta el tirón de las barras bravas de un club inventado. Lleva mucho mejor la edad que yo. Si tuviera su número la llamaría. No, aunque tuviera su número no la llamaría. El pasado es mejor que siga durmiendo su sueño reparador. Tiene que estar preparado para cuando uno lo reclame en la vejez. Mientras tanto, sigamos soñando con ellas, el corazón de la Argentina, el alma de Buenos Aires.

La incertidumbre del kiosko (o cómo leer tebeos en los ochenta)

A veces sueño que voy de la mano de mi padre y estamos en el Tubo, en Zaragoza, entramos en una librería de lance y hay un montón de tebeos apilados en los estantes de abajo. Empiezo a revisarlos y aparecen números antiguos de mis colecciones, portadas perdidas desenterradas por el sueño profundo. Otras veces pienso en los kioskos para turistas que había en Salou, llenos de pasatiempos, de periódicos en idiomas exóticos, de portadas de prensa rosa con famosos desconocidos y siempre, siempre, al final, los tebeos. Mezclados, sin orden, Mortadelo y Filemón o El Víbora, La Masa o los Nuevos Titanes, Transformers y GI JOE.

Ya era la época de Fórum y yo coleccionaba con la avidez que me permitía el tebeo semanal que como soldada me correspondía en mi primera adolescencia. El desorden y la incertidumbre fueron la tónica general de la edición del cómic de superhéroes en España durante los setenta y principios de los ochenta. Hoy en tiempo de películas llenas de huevos de Pascua para cuarentones, escenas postcréditos y grandes efectos especiales es muy difícil entender el caos absoluto que traían las ediciones de Vértice o Bruguera en aquellos años.

No había librerías especializadas pero teníamos portadas hechas por Rafael López Espí. Las historias estaban en blanco y negro, las hojas cortadas, los apaños de última hora añadiendo siluetas o mutilando viñetas modificaban la historia que ríete tú de la conversión del adulterio en incesto que hicieron con Mogambo. En el libro Cuando Daredevil se llamaba Dan Defensor, historia de Ediciones Vértice escrito por Alfons Moliné y editado de manera exquisita por Ediciones Diábolo queda reflejado perfectamente ese caos en el que las colecciones se publicaban de manera casi aleatoria, dando salida a cabeceras que habían cerrado en Estados Unidos, reeditando material una y otra vez, añadiendo historias de complemento que nada tenían que ver con el personaje principal…era como vivir en un mundo donde las leyes de la física no tenían que cumplirse de manera regular: tiempo y espacio eran algo relativo.

Yo, ya lo he dicho antes, ya soy un niño de Fórum, pero las portadas se quedan, sobre todo aquellas que permanecían por alguna extraña razón en lugares concretos: un pasaje minúsculo al lado de casa de mis abuelos, donde había un tebeo de los Nuevos Vengadores que nunca se vendía y ningún distribuidor reclamaba u otro de la Masa avanzando por un campo de maíz y las siluetas de unas hormigas gigantes amenazando en la sombra que estuve atrapado por unas pinzas en una tienda de chucherías que había a la entrada de unos cines. Esos cines ya no existen, ahora hay un Mango y ese tebeo, con marcas en la portada, no tendría valor para un verdadero coleccionista.

Ahora todo es muy fácil, prácticamente tienes todo a tu disposición en la red: orden de publicación, edición, reedición, formato, tiendas de saldo, tiendas de colección, librerías especializadas. He ido comprado números de Vértice y también de Bruguer: Jessica Drew con ese ajustado traje de Spiderwoman, el tebeo de los Cuatro Fantásticos donde llegan a Wakanda, un extraño número de la Legión de la Libertad donde aparecen Bucky Barnes en blanco y negro y ambientado en los años de la Segunda Guerra Mundial. Tantos años de historia hacen que la continuidad y la coherencia de un universo imaginario como el del gigante Marvel casi sea imposible. Todo lo que contaban los tebeos de Vértice ha cambiado, no vale o es directamente mentira. Nadie muere, nadie recuerda nada, no hay síndrome postraumático a pesar de mil invasiones extraterrestres o el fallecimiento trágico de todos tus compañeros de grupo, novia, novio o familia en general al menos una vez. Los tebeos de aquella época, que tenían un continuará en su última viñeta, solo era una promesa que difícilmente se cumpliría, así que leíamos y releíamos y completábamos sus vidas con lo que queríamos que sucediera. ¿Es ese el primer paso que cualquier narrador debe dar? Dejémoslo para cuando abramos otra habitación.

Hace unos días Alan Moore, guionista de obras tan magníficas como Watchmen o La liga de los seres extraordinarios entre otras, ha asegurado en unas declaraciones que «el cine de superhéroes ha arruinado la cultura». Respetando la palabra de un escritor que adora a un dios-serpiente de nombre Glycon, uno no puede por menos que abrazar esta popularidad que han alcanzado los Vengadores en el S. XXI,

¿Saben lo complicado que era tener una mochila de Spiderman en 1988? Ahora le compro en un bazar chino un libro con 200 pegatinas de Iron Man a mi hijo y en cada página te sale un modelo de armadura distinto. En estos tiempos de pandemia, de tristeza acumulada…encontrarse con que las historias y los personajes con los que una vez soñaste ahora cobran vida es algo inenarrable.

 

Otra forma de mirar hacia el Oeste: western y blasters

Para mí, en estos momentos, el sábado es el día después del estreno del nuevo capítulo del Mandaloriano. Una descripción sucinta para un estadio vital mágico. El Mandaloriano, ampliación del universo de la Guerra de las Galaxias que, con su buen gusto formal, ha mostrado las vergüenzas de la última trilogía espacial, tiene más de Sergio Leone que de Star Trek.

El Oeste, ese lugar mítico que atraviesa las generaciones, que se mantiene firme frente a las veleidades del público, siempre dispuesto al revisionismo circular: dar la vuelta completa para acabar igual. ¿Escribiría usted el Oeste con mayúscula o con minúscula? Conservo un dibujo de mi padre, es un sheriff disparando al aire en un escenario donde se reconoce un saloon y un abrevadero y un cartel clavado en el suelo donde pone Texas. El niño que pintó aquel pistolero no tendría más de ocho o nueve años y vivía en una Zaragoza donde el desarrollismo era como las armas automáticas, algo que se vislumbraba, pero para lo que todavía faltaban unos lustros.

Estaba escribiendo sobre la segunda temporada de El Mandaloriano -que hasta tiene nombre de saga de Enzo Barboni- el día que murió Sean Connery. Nada es casualidad en Motel Margot o por lo menos le encontramos rápidamente acomodo en una habitación a los que se incorporan al panteón de los mitos. Más allá de la falda escocesa y el implante capilar, del permiso para matar y el «Sólo puede quedar uno», incluso pasando por alto su condición de padre de Indiana Jones en la ficción, Connery protagoniza uno de los western más atípico de la historia del cine: ‘Atmósfera cero’. Estrenada en 1981 todavía conservo una copia en deuvedé en alguna parte del motel, con su icónica portada en la que se ve a Connery portando un arma larga, una escopeta o un rifle láser, solo frente a la amenaza de unos sicarios que buscan darle una buena lección. La película tiene algo de herencia de las claustrofóbicas bases espaciales de los ochenta, como las que se pueden ver en Aliens o las que se prometen en las colonias exteriores de Blade Runner. La misma idea de una colonia minera donde el Marshall Connery es la única ley, pero en la que los mineros están demasiado asustados como para hacer frente a los mafiosos es un arquetipo de cine del Oeste. Connery muere un día después del estreno de la segunda temporada de El Mandoloriano, en un primer capítulo que lleva como título ‘Marshall’ y en el que el protagonista acude al planeta Tatooine para ayudar a una colonia minera: hay blasters, rayos láser, habitantes de la arenas y el cantinero sirve bebidas azules en vasos sucios. Solamente falta Lee Marvin cantando ‘Estrella errante’ montado en un speeder robado a los remanentes imperiales. Pronto abriremos una de las habitaciones del sótano, las que yo llamo ‘Suites Pandora’, por lo que provoca cuando sale lo que hay dentro, concretamente para descargar odio y pasión por lo que está sucediendo con Star Wars pero hoy sigue tocando hablar del Oeste. Deseo de ser piel roja que escribía Leopoldo María Panero o cantaban los 091.

En España entendemos el oeste de una manera diferente: podemos escuchar a los Leone, que viven en Madrid pero tienen su corazón en Almería y cubren esa distancia a base de boleros y pasión eléctrica. Acaban de publicar su nuevo LP, Canciones de amor y odio vol 1 (Clifford Records, 2020). Los Leone son tipos duros de esos que bajan “pal centro” como en una canción de Malevaje y que cuando se echan a dormir después de una noche azarosa reciben la visita de los Amaya que les susurran en sueños la melodía de El bueno, el feo y el malo. Son de Almería que es donde se rodaron muchas de las películas del spaghetti western y donde Alex de la Iglesia situó su hermoso homenaje a esa época con su largo 800 balas al que solo le faltó un cameo de Clint Eastwood para que hasta las capitanas que ruedan de fondo en todo escenario que se precie soltaran alguna lágrima. Pero no solo fue en Andalucía donde el Oeste tomó forma mortal y se hizo copia para sesión doble, también en Aragón hubo rodajes en escenarios menos conocidos como los paisajes del río Cinca o en municipios oscenses como Fraga o Alcolea de Cinca. Allí encontraron localizaciones para películas con títulos tan sugerentes como La diligencia de los condenados o Veinte pasos para la muerte. En la obra Western de Sergio Belinchón editada con motivo de la edición de 2011 del Festival de Cine de Huesca, se recogen interpretaciones y estudios de aquellas producciones menos conocidas para el gran público pero que son parte fundamental del ADN fronterizo de nuestro país. Y como ya he comentado antes, en este Motel Margot no hay coincidencia que valga, la cultura pop se abre camino como un sable luz recién construido y gracias a mi amigo el director de cine Sergio Duce pude conseguir una copia de Orgullo, el primer western español de la historia, dirigido por Manuel Mur Otín en 1955 y que la plataforma Flixolé ha restaurado para el disfrute de los arqueólogos de lo pulp. Rodada en los Picos de Europa, la película no tiene ningún amago de impostura, la ambientación es española y los lugareños visten de época, boina calada incluida. Eso lo hace todavía más apreciable para el que degusta esta mezcla de melodrama y aventura con una pizca de efluvios shakesperianos, con amores prohibidos incluidos.

Entre Orgullo y 800 balas hay singles de vinilo con la canción de la Leyenda de la ciudad sin nombre, fuertes de famóbil, indios y vaqueros de plástico duro en sobres de papel y un libro, Vivo o muerto: cuentos del Spaghetti-Western editado por la desaparecida editorial Tropo en 2008 y que se abre con una joya de Francisco Casavella que fallecería el mismo año de la edición de este volumen. No está caro en las librerías de lance ni siquiera descatalogado, pero pronto quedarán pocos ejemplares, deberán ser rápidos con el revólver. A Casavella también le tenemos la cama preparada en una de las habitaciones del motel.

Comencé con una serie de ciencia ficción, luego con un escocés que hizo de padre de Indiana Jones y hemos recorrido España desde Almería hasta Fraga pasando por Madrid buscando sol y sombra. La mayor parte de las veces acabamos disparando al aire nuestro láser para dispersar los malos pensamientos, por eso cualquiera dice que juega con su hijo a indios y vaqueros. ¿Dónde está el bien y dónde el mal? Eso es lo bueno de las películas del oeste que no se abusa del gris. Díganselo a nuestra Sara Montiel, que en Veracruz le dejaban elegir entre Burt Lancaster y Gary Cooper y nadie se escandalizó. Hasta Javier Gurruchaga les hizo una canción.