Howard Philip vive y está en nuestras pantallas. El autor de Providence ha mantenido viva la llama de sus cultos paganos, de sus monstruos y divinidades con nombres impronunciables en la época de las redes sociales y la televisión de pago. Él, que no salió prácticamente de una habitación en casa de sus tías a lo largo de su vida, hoy sigue más vigente que nunca: los tentáculos tenebrosos se pueden ver como habitantes de planos terrenales en negativo en la exitosa Stranger Things de Netflix o de manera más evidente en la reciente Territorio Lovecraft que emite HBO. En ambas, este siglo XXI resiste al yugo digital a través del homenaje a la cultura pulp y, por ello, Lovecraft y sus mitos se resisten a desaparecer.
La décima temporada de American Horror Story avisa de que “las cosas están empezando a ir mal en la orilla” mientras unas manos surgen del mar y me hacen recordar Dagón, la secta del mar, el último trabajo de Paco Rabal y que llevaba a la costa gallega La sombra sobre Innsmouth. Y es que España y los españoles, considerados por Lovecraft como una de las razas inferiores- Howard era un racista sociológico que haría imposible su popularidad hoy día-, tiene una importancia notable en la mitología del autor americano, puesto que la única copia del Necronomicón -libro imaginario sobre el que se construyen todos sus mitos-se supone impresa en España en el siglo XVII y es fácil encontrar a bromistas que han creado una ficha real en distintas bibliotecas públicas a lo largo de todo el mundo.
Ese Necronomicón -del que existe en la ficción una copia en la Universidad de Buenos Aires, de la época en la que Jorge Luis Borges era el responsable de la misma- es parte fundamental del remake de Evil Dead en forma de serie en la segunda década de este siglo. Las adaptaciones al cine de su obra han sido hasta ahora irregulares -quizá lo mejor es cuando se han alejado de la esencia de la obra, En la boca del miedo de John Carpenter de 1994 o Re-Animator de Stuart Gordon, de 1985-pero recientemente y protagonizado por un histriónico Nicolas Cage hemos podido disfrutar de Color Out of Space, una acertada revisión del relato clásico del autor de Providence.
Así, los mitos de Cthulhu y sus distintas ramificaciones han sido antagonistas o presencias inquietantes en distintos productos audiovisuales: la primera temporada de True Detective tenía a El Rey de amarillo de Robert W. Chambers y el mito de Carcasona o las distintas adaptaciones del personaje de Mike Mignola Hellboy se enfrenta a elementos que parecen surgidos de En las montañas de la locura.
Guillermo del Toro, fan confeso de Lovecraft, hizo de El laberinto del fauno una especie de Alicia en el País de las maravillas pasado por el filtro de un devoto de Yog-Sothoth. Alan Moore utiliza los personajes en su serie limitada Providence y en su novela gráfica Neonomicon, hasta en la introducción de los dibujos animados de Rick y Morty uno puede encontrar a Cthulhu persiguiendo a los protagonistas.
En una sociedad de acceso casi total a la información, de globalización completa, puede parecer contradictorio que el terror invisible que surge de la mente de una persona aislada en su cuarto siga teniendo predicamento. Pero quizá si sustituimos la máquina de escribir por un teclado y las páginas de un libro inventado por fake news, las cosas dejen de parecernos tan fuera de lugar.