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Un regalo de Dios

El golpe de estado (su fracaso, entendemos) ha sido un regalo de Dios, en palabras de Recep Tayyip Erdogan, Presidente de Turquía.

Desde el mismo momento en que volvió a hacerse con las riendas del poder empezó una dura depuración: militares golpistas (lógico), otros militares, magistrados, jueces, periodistas…y todo lo que huela a oposición. Supongo que entre los kurdos va a haber muchos damnificados.

Es la primera vez que vemos un intento de golpe de estado en un país importante prácticamente en directo en estos tiempos de redes sociales.

Yo vi muy pronto en Twitter (antes de las once de la noche) que estaba pasando algo grave en Turquía. Junto a los rumores luego no confirmados (Erdogan ha huído; ha pedido asilo en Alemania pero se lo han denegado; ahora lo intenta en Qatar,…) se podía ver en Periscope a los tanques tomando los puentes en Estambul o, después del mensaje de Erdogan por Facetime, a la gente echándose a las calles para impedir el avance de esos mismos tanques.

Civiles encaramados a un tanque tras el fracaso del golpe

En seguida la cadena 24 horas enfocó su tertulia hacia ese tema; sin mucha más información de la que podíamos recibir cualquiera de nosotros por las redes pero con la opinión de sus expertos.

En estos tiempos nadie es partidario de golpes de estado y menos si los dan los militares. Lo hemos podido ver estos días, a toro pasado, en las declaraciones de nuestros políticos de cualquier signo. Pero en las poco más de dos horas en las que no estaba claro hacia dónde se iba a decantar la balanza sí vimos algunas cosas curiosas: la primera, que nadie apoyó explícitamente a Erdogan hasta que se vio que había ganado; la segunda que, siendo un país importante de la OTAN, fronterizo con las áreas de mayor riesgo y con un reciente acuerdo con Europa para acoger de vuelta a los refugiados rechazados, ningún país se manifestó en uno u otro sentido hasta conocer la opinión de Obama. Estados Unidos es, claramente, el único líder.

Pero en ese intervalo hubo algunos momentos, en los coloquios y en las redes se veía, en los que una parte de la opinión no veía mal el triunfo del golpe. Al fin y al cabo Erdogan ha ido dando pequeños golpes desde el poder para cambiar a su país y convertirse en un líder perpetuo. Con su islamismo moderado ha conseguido destruir uno de los pilares del estado laico de la Turquía moderna, la que surgió hace casi un siglo del golpe de estado de Ataturk y los jóvenes turcos. No dudó en modificar las leyes para poder ser Presidente y acumular un poder que anteriores presidentes no tenían. Ha aprovechado la guerra en la frontera con Siria para apretar un poco más las tuercas a la minoría kurda de su país.

Un político que, una y otra vez, consigue el apoyo mayoritario de su pueblo pero que no termina de concitar la simpatía de la opinión pública europea. Una Europa cada vez más dependiente de que Turquía sea una frontera fuerte y a la vez más temerosa de que, en una creciente islamización, los elementos marginales acaben convirtiéndose en ese peligro cada vez menos latente que son los islamistas inadaptados.

Esta vez el golpe no ha triunfado. ¿Llegaremos a saber quién estaba detrás?