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Caída de la bici

¿Está bien?

Un ciclista que iba algo más atrás se interesa (poco, la verdad; sigue su marcha sin esperar respuesta) por mi estado.

Está; me ha tratado de usted, aquí donde casi nadie lo hace. Se ha dado cuenta de lo mayor que soy. Va a ser que ya no estoy para estos trotes.

Parece que sí, que estoy bien. Es el momento de hacer balance de los daños. El pie izquierdo, que ha quedado enganchado entre el pedal y la bici, parece que no tiene mayores problemas: una ligera magulladura en el tobillo. El brazo y la pierna derechos, el lado hacia el que he caído, están llenos de arena, pero no se aprecian mayores daños. He caído casi parado y no ha habido arrastre. No veo grandes raspaduras. Lo peor parece estar en la parte izquierda del torso: el manillar ha hecho un bonito dibujo en forma de arco entre las costillas. Hoy es rojo; mañana será morado. Respiro hondo; los golpes en las costillas es lo que tienen: no suelen ser graves pero pueden acabar siendo muy dolorosos. Respiro, respiro; no parece que duela demasiado. De momento no me veo ningún otro deterioro. Veremos cómo está mañana.

Toca el turno de ver qué ha pasado con la bici. A diez kilómetros de casa y sin nadie a quien pedir ayuda (Carlos y Joaquín, a quienes podía haber llamado para que vinieran a recogerme, se fueron ayer) poder volver en bici es importante. A primera vista no hay daños graves. Me monto, pero veo que aquello no va. El guardabarros delantero, que ya rompí en otra ocasión, roza con la rueda. Además se ha soltado una de las varillas y golpea con los radios. Quienes me conocen ya saben de mi escasa habilidad. Pero se ve que la avería no es grave; nada que no pueda arreglar con mis manos y un poquito (muy poquito) de fuerza.

Vuelvo pues a la bici y sigo mi recorrido por La Llana.

Hace ya muchos años, unos veinte, descubrí el placer del ciclismo de playa. La Llana, en San Pedro del Pinatar es una playa larga en la que a primeras horas de la mañana es más fácil cruzarse con un ciclista que con un paseante o bañista. Cada día es un paseo diferente; las zonas que ayer estaban duras, por las que mejor se circulaba, hoy son dunas en las que te quedas clavado. Justo eso es lo que me ha pasado hoy: me estaba enganchando en una zona dunosa y al tratar de cambiar hacia la orilla, más húmeda y más dura, la rueda delantera se ha clavado y, bici y yo, hemos caído, una encima del otro.

Este año La Llana está recibiendo un tratamiento de playa natural, lo que hace que se acumulen las algas en determinadas zonas (siempre las ha habido, pero ahora hay más) y que las zonas con arena blanda abunden más. También parece que han dejado de fumigar y hay quien dice que abundan los mosquitos. Esperemos que lo natural no acabe siendo sinónimo de deterioro.

Ahora, tres horas después de la caída, no parece que vaya a haber ningún tipo de consecuencia, aparte del moretón y el dolor en las costillas. Dentro de un par de días los (escasos) paseantes, me verán otra vez por La Llana.